domingo, octubre 6, 2024
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Los días en que se nublaron los sueños (II parte). Por Eduardo Torres-Cuevas

El desconcierto, el caos y la ruina se habían extendido por toda Cuba como consecuencia de la Reconcentración de Weyler, de la guerra desgarradora, del bloqueo a que la armada norteamericana sometió al archipiélago cubano y de la incertidumbre sobre el destino del país

El desconcierto, el caos y la ruina se habían extendido por toda Cuba como consecuencia de la Reconcentración de Weyler, de la guerra desgarradora (denominada Guerra Total), del bloqueo a que la armada norteamericana sometió al archipiélago cubano y de la incertidumbre sobre el destino del país.

Los revolucionarios cubanos lo habían sacrificado todo por la creación de un nuevo Estado, independiente y soberano, donde gozaran de libertad, igualdad, democracia, bienestar y concordia todos los habitantes del país, incluso los españoles. En medio de las desgracias personales surgieron los oportunistas sin escrúpulos. Muchos patriotas habían abandonado casa, familia, propiedades. Al terminar la contienda, solo encontraron ruinas y, lo más grave, sin recursos para iniciar una nueva vida.

Un mambí, un simple mambí, escribía: «He sufrido mucho, ¡mucho!, (…) Es la historia de todos, casi todos humildes que liberamos a Cuba y hoy no tenemos que comer (…) En mi propio suelo (…) Me veía sin protección o amparo». Otro libertador expresa: «¿Usted sabe? que, abandonando mis intereses y mi familia, fui entre los primeros en empuñar las armas y secundar la revolución (…) Yo, que he servido a mi país, que todo lo he sacrificado, no puedo ni siquiera tener a mi lado a mi familia por carecer de recursos para ello. No puedo emprender ningún negocio, ni reconstruir mi finca por carecer de recursos…».

Lo más triste era que muchos de los voluntarios que sirvieron en las fuerzas españolas, o que las apoyaron, se habían enriquecido despojando a los cubanos o especulando en negocios turbios con el poder colonial. El propio cónsul de Estados Unidos en Santiago de Cuba expresó: «Las casas de empeño florecieron (…) Los prestamistas se convirtieron en un grupo sin escrúpulos». Ante el pedido de créditos, préstamos a bajos intereses o subsidios, el gobernador interventor, John R. Brooke, «después de estudiar la situación», llegó a las siguientes conclusiones, por cierto, muy contemporáneas: primero, desechar lo solicitado porque ello responde a un sistema paternalista extraño al espíritu de un pueblo libre; segundo, que la solución estaba en los bancos. Efectivamente, florecieron los bancos; los que no tenían nada, nada recibieron. Comenzaron a exhibirse riquezas y pobrezas. Se entristeció el campo al brotar poderosos latifundios; la ciudad ocultaba cuarterías y espacios de miseria. Sucedió algo inevitable. Ante la falta de justicia y la depredación, muchos comenzaron a tomarse la justicia por su mano. Contra el bandidismo rural en ciernes, se creó la Guardia Rural, el cuerpo armado más importante del futuro estado. En nada se parecía a la sociedad pensada y soñada por Martí «con todos y para el bien de todos». No se pensaba en todos ni se actuaba para el bien de todos. Al conformarse la nueva República, ya la sociedad había dispuesto el lugar de cada cual. Los vencedores de la guerra eran los vencidos de la paz.

Un testigo excepcional del proceso de ocupación norteamericana lo fue el Generalísimo Máximo Gómez. Como jefe del Ejército Libertador tenía una visión panorámica de los acontecimientos. En su Diario de Campaña va dejando constancia de sus impresiones. Ante el pacto hispano-americano, anota: «Se ha firmado la paz, es cierto, pero también lo es que fue una lástima, que los hombres del Norte, largo tiempo indiferentes contemplaran el asesinato de un pueblo, noble, heroico y rico». Hace constar: «Aquí se me ha reunido todo un pueblo hambriento y desnudo». Ya producida la ocupación americana, escribe: «Los americanos están cobrando demasiado caro, con la ocupación militar del país, su espontánea intervención…».  Ese mismo día agregó: «La actitud del Gobierno americano con el heroico pueblo cubano, en estos momentos históricos, no revela a mi juicio más que un gran negocio…».

Termina su diario con el siguiente párrafo: «La situación pues, que se le ha creado a este pueblo; de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía».

En el terreno político, el movimiento independentista quedó acéfalo. Las tres instituciones que le habían dado su fuerza y coherencia –y sus contradicciones–, el Gobierno de la República en Armas, el Partido Revolucionario Cubano y el Ejército Libertador, por distintas circunstancias, fueron disueltas. Ninguna de las tres había previsto una situación como la que se presentaba. El Gobierno de la República en Armas, cumpliendo con lo estipulado en la Constitución de la Yaya, se disolvió para dar paso a una nueva Asamblea; esta analizaría el camino ante las nuevas circunstancias y prepararía las condiciones para la redacción de la constitución de la República de Cuba, independiente, soberana y democrática. No fue oficialmente tenida en cuenta por el Gobierno interventor. Simplemente la ignoró.

Para contribuir más al desastre, los asambleístas fueron incapaces de ponerse de acuerdo. Atacándose entre ellos, llegaron a amenazar al Generalísimo Máximo Gómez. La desunión impidió la acción coherente. Terminaron, después de varios traslados, por disolverse sin ningún acuerdo. Si algo se hizo evidente era la falta de liderazgo. Máximo Gómez expresaba la necesidad de la presencia de José Martí en aquellas circunstancias «porque él sí sabía qué hacer».

Cierto que había excelentes tribunos, escritores, abogados, médicos, periodistas, autodidactas, pero ninguno ejercía un verdadero liderazgo sobre la mayoría. Brillantes algunos, carecían de una visión global y real de lo que significaba la ocupación norteamericana, del lugar que se le asignaba a Cuba en la geopolítica de esa nación. El pensamiento de Martí era desconocido por la mayoría. Unos pocos pensaban, como Gómez, «este era el momento de Martí».

En la pugna entre los nacientes políticos provenientes del bando independentista, el problema del Ejército Libertador ocupaba un lugar especial. Algunos especulaban con un suculento préstamo de Estados Unidos, lo que endeudaría a la República antes de nacer. Lo cierto es que parte de los miembros de las fuerzas libertadoras abandonaban sus filas por creer que, con el fin de la guerra, se había terminado su deber patriótico; otros, por la perentoria necesidad de ocuparse de sus familias hambrientas y desarrapadas. Las tropas con que contaba Máximo Gómez carecían de todo tipo de recursos. Dependían de ayudas espontáneas de los pobladores. Sin embargo, a pesar de lo difícil de la situación, el general Wood y sus oficiales constataban que, pese a la hambruna y la falta de recursos, unidades completas mambisas se mantenían con sus armas, en espera de una definición de la situación. Se siguió la política de no brindar recursos a quienes asumían dicha actitud. El interventor decretó una orden militar que disponía que: «Ningún cubano que porte un arma debe obtener trabajo o comida».  Sin muchas alternativas, y motivado por el desastre político, el Generalísimo pactó el licenciamiento del Ejército Libertador. Al menos sus miembros recibirían algún subsidio y siempre, por su condición patriótica, en caso necesario, podría contarse con ellos.

La disolución del Partido Revolucionario Cubano fue más simple. Por sus Estatutos, había sido creado para lograr la independencia de Cuba y fomentar y ayudar a la de Puerto Rico. Tenía como figura principal a Tomás Estrada Palma, quien había sustituido a Martí como Delegado. Internamente, después de la muerte del Apóstol, se observa una clara división y un cambio de política. Estrada Palma suprime la elección anual del Delegado, por lo cual se mantuvo en el cargo hasta la disolución del Partido; centra su política en promover la ayuda norteamericana; se distancia del mundo de los trabajadores y desarrolla un acercamiento a la burguesía criolla sin muchas distinciones.

Se podía entender que, con el fin de la guerra, Cuba había alcanzado su objetivo, pero también que, en esas circunstancias, previstas por Martí, no se había alcanzado la independencia, real objetivo del Partido. En esta segunda visión, el Partido era más necesario que nunca antes. Primó la primera, el Partido fue disuelto.

Cuba quedó, sin contraparte, al arbitrio del Gobierno interventor, quien, por medio de Órdenes Militares, y apoyado por sectores internos, reorganizó y reestructuró el país. Para algunos ojos avisados, tanto cubanos como norteamericanos, de lo que se trataba era de la organización eficiente y moderna de «nuestra colonia de Cuba». En el siglo XX, algunos estudiosos le otorgaron al país la condición de «satélite privilegiado». Sin embargo, lo más trascendente estaba aún por ocurrir. Si Puerto Rico y Filipinas eran el resultado de una trasferencia de posesión, sobre Cuba había un acuerdo de que debía ser «libre e independiente».

El mundo entero conocía este argumento utilizado por Estados Unidos para declararle la guerra a España. Se diseñó un modelo diferente de dominación: formalmente libre; dependiente en lo económico, político y militar. No sería una colonia clásica, al viejo estilo, sino un nuevo tipo de dominación que fue denominada neocolonial. En lugar de un territorio físicamente ocupado, crearon un satélite que fuerzas centrípetas –económicas, políticas, militares y culturales– mantuvieran orbitando alrededor de la potente constelación de estrellas.

Fuente: Granma

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