Los días en que se nublaron los sueños ( I parte). Por Eduardo Torres-Cuevas

Durante los últimos 60 años son numerosos los trabajos específicos, dispersos en libros y revistas especializadas y culturales, nacionales e internacionales, que rodean y cercan el tema de lo ocurrido entre el 1ro. de enero de 1899 y el 20 de mayo de 1902

Cuando era niño, a finales de los años 40 del siglo pasado, una frase era común entre mis mayores para indicar un verdadero desastre: «Le cayó un 20 de mayo». Me llevó cierto tiempo entender lo que se quería expresar por personas sencillas en conversaciones variadas y simples.

Cierto es que ese día se celebraban desfiles, actos cívicos, discursos oficiales y no oficiales, pero cierto es también que podían observarse las críticas en las cuales aparecían, reiteradamente, las palabras Enmienda Platt, intervención, despojo, Guantánamo.

Fui también un joven afortunado en mis estudios de bachillerato. Entre los más destacados profesores del Instituto de La Víbora estaban los doctores Fernando Portuondo y del Prado y Hortensia Pichardo Viñals, quienes cubrían la asignatura de Historia de Cuba. El libro del primero sobre esta materia (Historia de Cuba) era el texto de la asignatura. Editado por primera vez en 1949, es uno de los libros que cuenta con más reediciones y reimpresiones; es una joya pedagógica, de rica documentación y fino patriotismo.

La doctora Pichardo, por su parte, construyó durante décadas los tomos de sus Documentos para la Historia de Cuba, obra indispensable y no superada para conocer y meditar sobre el pasado-presente de nuestra nación. Era su obsequio a los jóvenes que quieren conocer nuestra historia en sus propias fuentes. Los que pasamos por aquellas aulas supimos por qué las tropas de Calixto García no pudieron entrar en Santiago de Cuba al terminar la contienda con España, y leímos los contenidos de la Enmienda Platt.

En aquellos años de formación y de lecturas permanentes, las obras de Emilio Roig, Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos e Historia de la Enmienda Platt (por cierto, debían reimprimirse y editarse en digital), así como las de otros destacados estudiosos cubanos, ayudaron a entender parte de la complejidad de nuestro siglo XX.

Sin embargo, para profundizar en un proceso tan complejo como el que conduce al 20 de mayo de 1902, ese conocimiento era insuficiente. Había que penetrar más en aspectos diplomáticos, sociológicos, económicos y, en especial, culturales y de mentalidades; había que comprender mejor el sangriento nacimiento de la época en que surgía la República de Cuba.

Durante los últimos 60 años son numerosos los trabajos específicos, dispersos en libros y revistas especializadas y culturales, nacionales e internacionales, que rodean y cercan el tema de lo ocurrido entre el 1ro. de enero de 1899 y el 20 de mayo de 1902.

La historia, esa constante aventura del pensamiento, que se desliza sobre terrenos quebradizos, conforma una parte esencial de lo que se es y de lo que se piensa. Sufre, como pocos espacios científicos, interferencias ajenas que diluyen en especulaciones, resultados de investigaciones serias, ricamente documentadas.

Creo que no deben olvidarse las fechas trascendentes, pero también creo que recordarlas el día de su aniversario no es suficiente para tener conocimiento y conciencia histórica de su significación. Es necesario, más allá de un reportaje de ocasión, cultivar la riqueza interior en el individuo que se aproxima a ellas; motivar ideas, sembrar cultura. Las fechas históricas, como la del 20 de mayo de 1902, constituyen el resultado de un proceso histórico concretado en un día. Es, también, el inicio de una nueva complejidad. Un cambio profundo en la historia de la nación cubana.

El 1ro. de enero de 1899 cesa la soberanía española en Cuba y se inicia la norteamericana. Los independentistas cubanos no habían previsto semejante situación. Se regían por la Constitución de la Yaya, que regulaba el funcionamiento de la República de Cuba en Armas. A tenor de esta Carta Magna, aprobada en 1897, estaba establecido el gobierno republicano, cuyo presidente lo era Bartolomé Masó Márquez. Era una Constitución provisional. Estaría en vigor, según se estipulaba, mientras durara la guerra. Establecía que, si las armas cubanas no habían triunfado dos años después, se efectuaría una nueva Asamblea Constituyente.

Una vez concluida la contienda con el triunfo del Ejército Libertador y pactadas las condiciones de paz con España, se convocaría, según sus artículos 40 y 41, a una nueva Asamblea Constituyente que elaboraría la definitiva Carta Magna para la República de Cuba, independiente, democrática, laica y soberana. No fue lo que ocurrió. (1)

En los destinos de Cuba estaban interesadas dos fuerzas externas, una en plena crisis y decadencia con potencia mundial, España; la otra, Estados Unidos, en condiciones de presentar sus cartas credenciales como potencia mundial en lo político, en lo económico y en lo militar. Los políticos españoles sabían que no podrían enfrentar a la potencia del norte, pero preferían una derrota «honrosa» frente a esta, que no ante las fuerzas del Ejército Libertador.

A comienzo de la contienda, el general Arsenio Martínez Campos le recomendaba a la Corona: «Y si en su empeño a favor de la independencia enviasen los Estados Unidos un cuerpo de ejército, en vez de una guerra deslucida, lucharíamos, tendríamos batallas y si la suerte no nos favoreciese, si perdiéramos a Cuba, la perdería España con honra». (2)

Más que un pacto de familia se prefiere salvar un mal concepto de la honra. En el momento decisivo de la guerra, el jefe del gobierno español, Práxedes Mateo Sagasta, repite la misma idea: «Perder un pedazo de territorio en lucha con una nación más poderosa es sensible, pero después de todo no es una deshonra (…) pero un pedazo de terreno perdido en lucha con Máximo Gómez y Calixto García, eso más que sensible, sería verdaderamente deshonroso». (3)

El Secretario de Estado de la unión norteamericana, John Hay, calificó la contienda con España como «una guerrita espléndida». La contienda en Cuba duró menos de un mes, del 22 de junio de 1898, primera acción militar norteamericana en suelo cubano, al 17 de julio, rendición de Santiago de Cuba. El saldo militar resulta significativo: 3 469 muertos; 3 245 españoles y 224 estadounidenses.  A ello se añadía la pérdida de lo fundamental de la armada española en Santiago de Cuba y en Filipinas. La honrosa y sangrienta rendición de España no se hizo esperar. Una nueva sorpresa esperaba a los cubanos. No fue invitado el Gobierno de la República de Cuba en Armas a las conversaciones de paz que culminaron el 10 de diciembre de ese año, con la firma del Tratado de París entre España y Estados Unidos. La potencia norteamericana se convertía en la primera, no europea, en la discusión por el reparto del mundo. Adquiría, del León Ibérico, las Filipinas y la isla de Guam –perteneciente al archipiélago de Las Marianas– lo que la colocó a las puertas de Asia. Además, España les cedía a Puerto Rico. En cuanto a Cuba, el problema era otro.

La justificación para intervenir en la guerra hispano-cubana se presentó con la explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana. Independientemente de las causas que motivaron el estallido, el cuarto poder en Estados Unidos, la prensa, culpó a los españoles, y creó un estado de efervescencia patriótica antiespañola. Acuñaron una vieja consigna utilizada durante la guerra contra México, Remember el Álamo, solo cambiándole el nombre, Remember el Maine. La comisión estadounidense encargada de la investigación determinó que la explosión había sido causada por un factor externo; a la comisión española se le impidió actuar in situ. Se sostuvo el absurdo de que los españoles, interesados en evitar una guerra con Estados Unidos, habían causado la explosión. En una investigación tardía se demostró que la explosión había sido interna, accidental. (4)

El Senado y la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos, emitió la Resolución Conjunta en la que se afirmaba que «el pueblo de la isla de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente». Por cierto, no se mencionaba el Maine. El «motivo bélico» era la situación cubana. A tenor de ello le declararon la guerra a España. En el Tratado de París la monarquía española renunciaba a cualquier tipo de soberanía y propiedad sobre Cuba, traspasando la soberanía y la administración del país a Estados Unidos. Estos se comprometían a cumplir las obligaciones que, por el derecho internacional, se establecen para la protección de vidas y haciendas. Al terminar la «ocupación» –concepto establecido en el propio Tratado– solo se limitarían a «aconsejar» al nuevo Gobierno cubano sobre las obligaciones establecidas para cualquier Estado.

Fuentes:

1. Constitución de la Yaya (1897), de Eduardo Torres-Cuevas y Reinaldo Suárez Suárez.

2. La Lucha, 26 de noviembre de 1895.

3. La burguesía catalana hace cien años. De la conquista del mercado colonial a la pérdida del imperio, de Eugenio Lasa Ayestarán.

4. La explosión del Maine. El pretexto, de Gustavo Placer Cervera.

Fuente: Granma

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