Dos años después de que un comando armado asesinara en plena noche en su casa, al presidente Jovenel Moise, ¿cómo sigue Haití?
Dos años después de que un comando armado asesinara en plena noche en su casa, al presidente Jovenel Moise, Haití sigue en las tinieblas, sostiene un artículo de la Agencia de prensa France-Presse (AFP), y agrega que el magnicidio «sumió al país caribeño en un caos político-humanitario».
«La sensación de vacío de poder ha empoderado a temibles bandas criminales, que imponen terror a su antojo: matan, violan, secuestran y saquean», reseña el artículo, y recuerda que, en visita reciente a la capital de Haití, Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, comparó la gravedad de la crisis con la de un país en guerra, y solicitó el despliegue de una fuerza internacional para ayudar a la policía haitiana a pacificar la nación.
La publicación, al citar a Guterres, dijo que: «he sentido todo el agotamiento de un pueblo que se enfrenta desde hace demasiado tiempo una cascada de crisis y condiciones de vida insostenibles (…) Ahora no es el momento de olvidar a Haití».
A juzgar por esta última expresión, pareciera que por fin la ONU empieza a reconocer –y ahora- la «cascada de crisis y condiciones de vida insostenibles» que azota a la sufrida nación caribeña desde hace más de dos siglos, ante la indiferencia de las potencias que la explotaron.
El escrito publicado por AFP no le dedica ni siquiera una línea al saqueo del que ha sido víctima la pequeña nación caribeña desde los tiempos de la esclavitud hasta nuestros días; tampoco habla de la pobreza fruto de la depredación de recursos a la que potencias occidentales la han sometido durante siglos.
He ahí la causa raigal de los múltiples, complejos y dolorosos fenómenos sociales que, uno tras otro, sufre el pueblo de Haití, los cuales requieren inversiones, recursos, ayuda, fuerzas para el desarrollo más que despliegue militar foráneo, a la corta reproductor del ciclo de caos y violencia.
De ese ciclo Haití vive otra fase aguda, más aún desde el asesinato de Jovenel Moise, un suceso «lejos de resolverse, con avances judiciales a cuentagotas», refiere en su artículo la AFP, y califica la situación como «un coctel explosivo en el considerado país más pobre de Latinoamérica, que en los últimos años ha sido víctima, además, de grandes desastres naturales y crisis sanitarias».
Añade que, «hartos de tanto atropello, de tanta ausencia policial y de tanta corrupción, algunos haitianos empezaron a defenderse, a tomarse la justicia por sus manos. Eso ha dejado escenas dantescas de linchamientos populares de presuntos pandilleros, que en ocasiones son quemados vivos en plena calle».
El material periodístico asegura que, con las fuerzas de seguridad debilitadas, las pandillas rivales expandieron sus tentáculos para hacerse con el control de buena parte de la capital y de más de la mitad del país y profundizaron sus lazos con la política y la policía.
Un «escenario aterrador», así califica al Haití de la AFP, apoyándose en datos revelados por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM): «la violencia pandillera dejó más de 1600 personas asesinadas, heridas o secuestradas en los primeros tres meses de 2023, un 30% más que en el trimestre anterior. Y ha dejado ya más de 165 000 desplazados internos».
Citando al referido organismo, la agencia de Prensa Francesa añade que «los ataques de pandillas, las ejecuciones extrajudiciales, los secuestros y la violencia basada en género se han convertido en moneda corriente en la vida de los haitianos, forzando a los residentes locales a abandonar sus hogares».
Se calcula que en ese país operan más de 200 bandas criminales, las cuales funcionan en muchas ocasiones como un Estado paralelo: imponen su ley y tienen el control del suministro de agua, comida, comunicaciones e incluso, de infraestructuras esenciales de transporte. Además, se nutren de la venta de armas y drogas, asegura finalmente el artículo de la AFP.
Fuente: Granma