Históricamente cabe considerar cuatro momentos de “globalización” del mundo.
El primero ocurre a inicios del siglo XVI, como consecuencia de la conquista y colonización de América. Europa pasó a ser el centro de la acumulación originaria o primitiva de capitales y España la potencia hegemónica. El mercantilismo de la época impulsó un activo comercio en beneficio de las metrópolis, al mismo tiempo que sentó una serie de precondiciones para la dependencia y el subdesarrollo de los países coloniales, como ocurrió con América Latina.
El segundo nace con la primera revolución industrial (máquina de vapor, industria), desde la segunda mitad del siglo XVIII, con la que se consolidó el sistema capitalista en Europa y los EEUU, bajo la hegemonía mundial de la Gran Bretaña. Los países latinoamericanos lograron la independencia frente a España y Portugal a inicios del siglo XIX, pero no despegó el capitalismo en los nacientes Estados-nacionales de la región. En ellos se consolidaron economías pre-capitalistas, basadas en el sector primario exportador, dominios oligárquicos y superexplotación interna de trabajadores, particularmente campesinos e indígenas, sujetos a formas serviles de relación laboral, que enriquecieron a reducidos grupos familiares y sociales. El mercado internacional benefició la industrialización europea, mientras los pocos recursos exportables latinoamericanos se sujetaron a los precios y a la demanda de los países centrales.
El tercero, a inicios del siglo XX, resultó de la segunda revolución industrial (petróleo y electricidad), que impulsó el nacimiento de gigantes empresas monopolistas y con ellas el auge del imperialismo como nueva fase del capitalismo. Los EEUU pasaron a ser la potencia hegemónica mundial y sus intereses, con la aplicación del monroísmo (“América para los americanos”), condicionaron a las economías latinoamericanas, cuyo despegue capitalista (exceptuando México, Brasil, Argentina) prácticamente ocurre a mediados del siglo XX.
El cuarto es el más complejo. La tercera revolución industrial (energía atómica) también se ubica en el anterior ciclo, porque el nuevo momento globalizador coincide con el avance de la informática, electrónica, robótica, cibernética; el despegue de China, Rusia y los BRICS; el quiebre de la hegemonía de los EEUU; el ascenso relativo de los países “periféricos”. Es un proceso en desarrollo, que ha sucedido inmediatamente a la globalización transnacional provocada por el derrumbe del socialismo de tipo soviético, pero que adquiere, en el presente, características de multipolaridad y multiculturalidad mundiales, proyectadas al siglo XXI.
La globalización transnacional con hegemonía de los EE.UU. sirvió para que en América Latina tome raíces el neoliberalismo. Comenzó en los 70 con la implantación de regímenes militares terroristas en el Cono Sur y la sucesión de gobiernos “democráticos” que acogieron las consignas de esa ideología económica, condicionados, a partir de 1982, por el pago de la deuda externa y los acuerdos con el FMI. Los resultados, desastrosos en términos de equidad y justicia social, pero no en cuanto a la acumulación concentradora de la riqueza que experimentaron las elites empresariales de la región, a quienes igualmente se subordinaron los gobiernos, condujeron a la reacción y al cuestionamiento sociales. Se expresó en el inédito ciclo de gobiernos progresistas del siglo XXI, que intentaron afirmar economías de tipo social, superando la vía neoliberal. En medio de esos procesos, América Latina encontró nuevas oportunidades de crecimiento y desarrollo económico con China, Rusia y otros países del Asia.
La CEPAL, entidad académica y técnica, tiene numerosas publicaciones sobre China y América Latina (https://bit.ly/3BImSxb). En octubre 2021 organizó el “II Foro Académico de Alto Nivel CELAC-China y el VI Foro de Think Tanks China-América Latina y el Caribe” (https://bit.ly/3RL6vpe), en el que su entonces Secretaria, Alicia Bárcena, afirmó: “La cooperación entre China y América Latina y el Caribe ofrece una oportunidad para reducir las asimetrías globales y apoyar una recuperación económica transformadora inclusiva que promueva el desarrollo sostenible en línea con la Agenda 2030”. En un estudio del año 2012, titulado China y América Latina y el Caribe: hacia una relación económica y comercial estratégica la CEPAL reconoce: “Los países de la región deberían redoblar sus esfuerzos por diversificar sus ventas a China -incorporándoles más valor y conocimiento-, estimular alianzas empresariales, comerciales y tecnológicas con sus pares en ese país, y promover inversiones latinoamericanas en Asia y el Pacífico que faciliten una mayor presencia regional en las cadenas de valor asiáticas, estructuradas en torno a China. // Los vínculos comerciales y de inversión entre China y América Latina y el Caribe han seguido expandiéndose. En 2010, el valor del comercio bilateral se acercó a los 200.000 millones de dólares, y durante la década pasada la región fue el socio comercial más dinámico de China” (https://bit.ly/3DJif7B).
Sin embargo, en la “Conferencia Sudamericana de Defensa” (Southdec), que a mediados de septiembre (2022) se realizó en Ecuador con la presencia de altos mandos militares de América (10 latinoamericanos) y la privilegiada participación de la comandante del Comando Sur de los Estados Unidos, Laura Richardson, el tema general fue la seguridad, considerando el narcotráfico, las organizaciones criminales, la seguridad ambiental e incluso la “subversión” interna (https://bit.ly/3DsMpeP). Pero el tema crucial, en palabras de la comandante Richardson, trató sobre los “desafíos transversales” a la democracia y las libertades del continente, así como la “amenaza” que representan China y Rusia para América Latina (https://bit.ly/3dfaMlB). En esencia, se trata de la convocatoria a un nuevo monroísmo, que busca respaldarse en las fuerzas armadas, bajo la geopolítica de los EEUU, como ocurriera en la época de la guerra fría (https://bit.ly/3qX9yyD).
Ante esta situación se plantea un serio problema: ¿cómo conciliarán las altas cúpulas militares de América Latina esas “amenazas” con una realidad que ya está configurada? Porque, como resaltaba la misma CEPAL hace una década: “China se ha convertido en un socio comercial clave para la región. Ya es el primer mercado de destino de las exportaciones del Brasil y Chile, y el segundo del Perú, Cuba y Costa Rica. También es el tercer país entre los principales orígenes de las importaciones de América Latina y el Caribe, con un valor que representa el 13% del total de las importaciones de la subregión y, a su vez, América Latina y el Caribe se ha transformado en uno de los destinos más destacados de la IED china”. El grave impacto de la caída de relaciones comerciales de América Latina con Rusia a causa de la guerra en Ucrania, también ha sido estudiado por la CEPAL (https://bit.ly/3Lonqvh). ¿Qué pasaría en nuestras economías si ocurriera lo mismo con China.
Además, las relaciones internacionales son soberanas y están sujetas a las Constituciones de cada país, así como a las políticas de los gobiernos, pero no de los militares. Y es previsible, como está ocurriendo con Ecuador, gobernado ahora por un banquero, apoyado por la elite empresarial más conservadora del país, con quienes se ha consolidado un neoliberalismo-oligárquico, que se amplíen las relaciones económicas con China, porque no se advierte en ello una “amenaza”, sino una oportunidad para los “buenos negocios”, en tanto crece el interés por unirse a la Franja y la Ruta (Nueva Ruta de la Seda). Es un proceso internacional que se ha vuelto indetenible en la historia contemporánea y que determina la nueva globalización.
Fuente: Blog del autor Historia y Presente
Tomado: Rebelión