Defensa proletaria de la alegría. Por Michel E. Torres Corona

El 1ro. de Mayo en Cuba sigue siendo lo que era cuando desfilé por la Plaza la primera vez, lo que es desde que triunfó la Revolución: un momento de alegría, de mostrar lo que somos, de probar al mundo que con toda la precariedad que enfrentamos, que con todo el sacrificio que debemos hacer, con «tantos palos que nos ha dado la vida», seguimos siendo muy capaces de arrollar a paso de conga por el comunismo

Recuerdo la primera vez que desfilé por la Plaza. Era 1ro. de mayo y yo era un adolescente. Justo cuando pasábamos frente al monumento, soltaron una bandada de palomas. La gente gritaba consignas mientras arrollaba con la conga, se agitaban banderas… Todo el mundo estaba contento.

Pienso ahora en muchos de los que entonces estaban al lado mío, repitiendo las mismas consignas, marchando al poco marcial estilo de tambores y cencerros. Algunos ya no han vuelto a desfilar por la Plaza, otros incluso tildan a los que seguimos haciéndolo de «carneros», generalmente a la distancia segura que proporcionan las redes digitales.

Ayer se volvió a marchar por el 1ro. de Mayo. Hacía tiempo que no se podía hacer y ese marasmo lógicamente provocaba incertidumbre. ¿Sería la Revolución capaz de inspirar a millones de trabajadores a dejar el descanso del hogar para lanzarse a una madrugada de poco sueño? ¿Sería capaz la Plaza de colmarse una vez más con la conga, las banderas, las sonrisas…?

Los enemigos de siempre, los odiadores, los que rumian su descontento y su resabio todos los días, sintieron una esperanza oscura. Pensaron que el desfile sería un fracaso. ¿Cómo no iba a serlo? En medio de una crisis epidemiológica de proporciones épicas, una situación económica muy tensa, problemas materiales de todo tipo… ¿cómo iban a imaginar que las fotos de ayer serían un golpe simbólico semejante?

Apostaron a la apatía del pueblo y perdieron. Claro, no pueden hacer otra cosa. Como diría Iramís Rosique en su muro de Facebook: «(…) en primer lugar, no se iban a levantar temprano, y en segundo lugar, no tienen estómago para exponerse a la masiva alegría de este pueblo, que los amarga todo el tiempo en su eterna derrota».

Rosique vio lo mismo que vi yo, lo mismo que llevo viendo desde que alguna vez fui adolescente: «Yo vi a la gente gozar en el desfile, nadie me lo contó. Por eso no puedo creer lo que dicen por ahí de que la mayoría fue obligada: allá los que necesiten repetirse eso para dormir tranquilos y para darse ánimos en sus militancias reaccionarias».

Para colmo, entre tanta gente que abarrotó las calles de Cuba (porque en todas las provincias hubo desfile), entre esos cinco millones de personas que se calcula salieron a manifestarse a favor de la Revolución, había muchos extranjeros. Estaban los turistas, curiosos, que no podían entender aquella fiesta obrera que en sus países es una jornada de lucha y protesta contra las autoridades, contra gobiernos impopulares. Y estaban también los militantes, los que coreaban: «Cuba sí, yanquis no», los que saludaban a Raúl y a Díaz-Canel como si de sus líderes se tratara.

El 1ro. de Mayo en Cuba sigue siendo lo que era cuando desfilé por la Plaza la primera vez, lo que es desde que triunfó la Revolución: un momento de alegría, de mostrar lo que somos, de probar al mundo que con toda la precariedad que enfrentamos, que con todo el sacrificio que debemos hacer, con «tantos palos que nos ha dado la vida», seguimos siendo muy capaces de arrollar a paso de conga por el comunismo.

El enemigo no entiende eso. Algunos de los que en determinada época desfilaron a mi lado tampoco parece que lo logren entender ahora. Pero los obreros del mundo lo comprenden. Los proletarios, los que no tenemos nada que perder salvo nuestras cadenas, los que trabajamos por un mundo distinto, sabemos que es importante salir a la calle a defender la alegría.

Fuente: Granma

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