domingo, octubre 6, 2024
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Washington se dispara un tiro político en el pie. Por Ernesto Cazal

En muy pocos días ocurrió una serie de eventos con Venezuela de protagonista que, vistos desde un ángulo político, tienen los elementos de un melodrama con alguna pizca de comedia. Todo comenzó cuando de Washington salió un avión que primero pasó por Miami para culminar su recorrido en el aeropuerto internacional de Maiquetía (La Guaira), donde una delegación de funcionarios estadounidenses habría sido recibida por el gobierno venezolano.

La visita, inédita en un marco de hostilidades y de desconexión diplomática, era una especie de «esfuerzo» para quebrar la relación rusa-venezolana, ya que, según el New York Times, el gobierno de Nicolás Maduro «podría empezar a ver al señor Putin como un aliado cada vez más débil».

Más allá de la risa que pudiera provocar un objetivo tan maniqueo y fuera de contexto, se debe poner en la palestra la principal motivación del encuentro entre funcionarios de alto nivel de la administración Biden y el ejecutivo venezolano: el comercio petrolero.

En 2019, cuando el gobierno de Donald Trump arreció el bloqueo financiero contra Venezuela en forma de embargo energético, robándose Citgo y dinero estatal venezolano para trasladarlos a las manos de hampones profesionales (llámese «interinato guaidosiano» o Reserva Federal), los productos de PDVSA dejaron de tener sitio en el mercado estadounidense; las compañías rusas tomaron ese espacio negado a la República Bolivariana.

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Rusia sustituyó a Venezuela en el mercado energético estadounidense luego del embargo petrolero estadounidense en 2019 (Foto: The Washington Post)

Ahora que el gobierno de Joe Biden decidió desatar una guerra a gran escala en el plano económico-financiero contra la Federación Rusa, que ya venía impulsándose con cierto tenor desde 2014, los intereses energéticos de Estados Unidos peligran con una alta inflación doméstica en un momento político clave (se vienen elecciones legislativas en noviembre próximo), por lo que sus principales decisores decidieron tocar la puerta de Caracas.

Más bien pareció que quisieron patearla: los reportes de Reuters, que siempre se deben tomar con pinzas (junto con los demás medios de la anglósfera hegemónica), indican que «Washington buscó garantías de elecciones presidenciales libres, reformas amplias de la industria petrolera de Venezuela para facilitar la producción y las exportaciones de empresas extranjeras y la condena pública del régimen a la invasión de Ucrania«.

Si bien se podía esperar que el Gobierno Bolivariano estaría de acuerdo en permitir que empresas estadounidenses y europeas invirtieran en la industria petrolera nacional, como ya lo ha señalado reiteradamente el mismo Presidente y de acuerdo a un informe reciente del Wall Street Journal, que Venezuela diera la espalda a un aliado estratégico del Sur Global como lo es Rusia se antoja risible luego de todas las agresiones cometidas por Occidente contra nuestros respectivos países durante años.

En efecto, el gobierno de Vladímir Putin ha sido fundamental para contrarrestar la estrategia de «máxima presión» cometida por el establishment norteamericano, pivoteando los canales de oxígeno a la economía y el comercio venezolanos en el área de influencia euroasiática debido al bloqueo de espectro completo que mantiene Washington, incluido el veto de uso al sistema SWIFT.

Venezuela no está dispuesta a cometer un suicidio estratégico y político renegando de la cooperación con Rusia, teniendo a los mismos agresores en la acera de enfrente y compartiendo intereses que nada tienen que ver con lo ideológico y sí con lo existencial. La ofensiva multilateral de Estados Unidos contra los dos países ha estrechado los lazos que ya compartíamos, y la solidaridad y el apoyo mutuo ha sido una política estatal recíproca en básicamente todos los escenarios de construcción multipolar y de crisis.

En cuanto a las «garantías electorales», incluso la colonizada Unión Europea (UE) está de acuerdo en que los resultados de las pasadas megaelecciones en Venezuela fueron legítimos, e incluso remarcó el hecho de que la disposición representacional de la actual rectoría del Consejo Nacional Electoral (CNE) está ajustada a los requerimientos institucionales de cualquier democracia, incluso para una disminuida como la que viven los países europeos atados a los intereses otanistas.

Pero la soberbia tragicómica de la administración Biden se hace más patente si colocamos la lupa sobre los actores (según The Washington Post) que habrían visitado el Palacio de Miraflores.

  • Roger Cartens, un exteniente coronel de las Fuerzas Especiales del Ejército estadounidense que participó en la invasión de Panamá en 1989 (cabe acotar: donde hubo más muertes civiles que militares), y que funge como negociador de rehenes para el Departamento de Estado, estuvo una vez más en Caracas con la intención de lograr la liberación de los llamados «6 de Citgo».
  • Juan González, director principal del Consejo Nacional de Seguridad para el Hemisferio Occidental, quien declaró hace poco que las recientes «sanciones» contra Rusia estaban diseñadas para asimismo golpear a Cuba, Nicaragua y Venezuela.
  • James Story, «embajador para la Oficina Externa de Estados Unidos para Venezuela» con sede en Bogotá, un operador político que suele reunirsee en su residencia colombiana con los principales actores del golpismo venezolano para planificar mayores acciones desestabilizadoras contra la República.

Esta camada de funcionarios para representar a una delegación negociadora es un desatino si tomamos en cuenta sus perfiles profesionales, acciones y declaraciones recientes y el enconamiento desatado contra las autoridades venezolanas. No en balde los medios de Nueva York y Washington preparaban el terreno para que se diera el encuentro, a sabiendas de que las demandas rayaban en el maximalismo impositivo.

Es muy posible que una ventana a la negociación siga abierta, teniendo como escenario la mesa de diálogo en México en un futuro tal vez no tan distante, ya que los canales directos entre los gobiernos estadounidense y venezolano se han abierto mientras se hunde hasta el fondo del océano político la pertinencia de aquella fantasía denominada «interinato de Guaidó».

Sin embargo, las prerrogativas de Washington son incumplibles a día de hoy, rayan en lo absurdo y no tienen asidero en la realidad geopolítica actual, sobre todo si tomamos en cuenta que Venezuela rechaza de plano la actualización de la «noche de los cristales rotos» en Oxidente con una rusofobia in extremis que, en cierto modo, los venezolanos ya hemos experimentado en las áreas de influencia estadounidense.

Y muy a pesar de la agresión unilateral, los pronósticos económicos de instituciones y personalidades que no pueden ser ni remotamente catalogadas de chavistas, como el FMIla Cepal, anuncian un crecimiento positivo del PIB, es decir, un aumento en la capacidad productiva del país. Ciertamente no se puede decir que estamos bien encaminados hacia la independencia y la estabilidad económicas, pero las dificultades están siendo sorteadas. Con o sin levantamiento del embargo petrolero, o la admisión de licencias por parte del Departamento del Tesoro.

Después de todo, la delegación gringa vino hasta Caracas, y no al revés. La pelota (política) está en la cancha norteamericana, aunque parece no querer aprovecharla.

Si Biden firma el decreto que terminaría por prohibir las importaciones de petróleo ruso a Estados Unidos, sin acceder a otros mercados energéticos afines a sus intereses estratégicos, quienes lo van a pagar (muy) caro son los ciudadanos estadounidenses de a pie, y es muy posible que se los cobre al Partido Demócrata en las elecciones de medio término (midterm elections). En ese sentido, Washington se estaría disparando un tiro político en el pie, aguijonándole una herida profunda a su economía real al mismo tiempo que su hegemonía unilateral se va a la mierda, aunque su hybris siga intacta.

A los funcionarios estadounidenses no les queda otra opción sino la de caer en un constante estado de desmesura, guardando una coherencia en su comportamiento antipolítico que solo es análogo a la imagen ¿mítica? de Nerón cuando decidió tomar vino y tocar su lira mientras, a lo lejos, veía cómo se retozaban las llamas sobre la ciudad de Roma. La historia lo recuerda como un maniático enceguecido en su propia autocomplacencia, propio de los artistas que no tienen mucho talento.

Fuente: Misión Verdad

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