Lenin. Indomesticable. Indigerible. Hueso duro de roer. La sola mención de su nombre hace temblar a empresarios, banqueros, policías, militares, agentes de inteligencia
Lenin estaba casi solo; fue «contra la corriente»
porque conocía una corriente más profunda.
Henri Lefebvre, ¿Qué es la dialéctica?
EL CAPITALISMO COMO SISTEMA MUNDIAL
Lenin. Indomesticable. Indigerible. Hueso duro de roer. La sola mención de su nombre hace temblar a empresarios, banqueros, policías, militares, agentes de inteligencia.
A diferencia de otros integrantes de la familia marxista (que abarca en su pluralidad padres, madres, hermanos, tías, primos, abuelos, etc., con un inmenso parentesco en común y, a veces, con rencillas y disputas internas, como sucede en toda familia), Lenin constituye el elemento de la discordia. Es el verdadero parteaguas en las ciencias sociales y en la política contemporáneas. La cultura de las clases dominantes, entrenada en el ejercicio cotidiano de ejercer su hegemonía, intentó dulcificar, neutralizar e, incluso, fagocitar o incorporar a Walter Benjamin, a Antonio Gramsci, a Rosa Luxemburg, llegando al límite de manipular al mismo abuelo fundador de la familia, Karl Marx. Con Lenin jamás pudieron. Les sigue generando pánico, desesperación y horror.
No solo su pensamiento resulta impenetrable para la burguesía y el imperialismo a escala mundial, sino que Lenin se convirtió en el principal antídoto contra toda tentación eurocéntrica, enfermedad senil de la teoría marxista. A partir de su actuación, el socialismo, el comunismo y la revolución dejaron de ser propiedad de la población blanca y civilizada. Todavía resuenan las palabras de Ho Chi Minh cuando recordaba sus lágrimas de emoción al leer por primera vez a Lenin y descubrir que con el pensamiento del líder bolchevique el comunismo comenzaba a universalizarse de verdad, dejando de ser un artículo de consumo europeo, blanco, urbano, moderno y exclusivamente occidental. Con Lenin el comunismo pasó a ser de los amarillos, los indígenas, los negros, las clases subalternas y los pueblos sometidos del Tercer mundo. Lenin representa, por eso, el nexo indisoluble entre El Capital de Marx (la teoría del poder, la dominación y la explotación en su máximo nivel de abstracción teórica) y la especificidad de las formaciones económico sociales de Nuestra América.
Su teoría del capitalismo como sistema mundial, hoy globalizado a niveles inimaginables, está condensada en su obra Imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), obra que tiene más de un siglo. En muchas de sus tesis es posible hallar nexos articuladores entre la teoría de la crisis general y estructural del capitalismo, la abultada agenda de la revolución internacional y los problemas específicos de la dependencia latinoamericana y la revolución tercermundista.
¿HAY UN SOLO LENIN?
La respuesta a la pregunta que encabeza este epígrafe es evidentemente negativa. Como hipótesis de trabajo se asume que existen muchos Lenin. No solo porque su obra fue variando al calor y al ritmo de la lucha de clases, sino porque las apropiaciones posteriores priorizaron un aspecto de su obra por sobre otro, según el ángulo político de sus interlocutores o seguidores. No es el mismo Lenin el joven que comenzó a estudiar El Capital a los 18 años,(1) el que luchaba en 1894 contra el populismo ruso tardío y postulaba a Marx como el fundador objetivista de la sociología y las ciencias sociales (sin haber estudiado todavía a Hegel). El que a comienzos del siglo xx se convierte en teórico de la organización revolucionaria con su inolvidable ¿Qué hacer? (texto en el cual los medios de comunicación son fundamentales para el pensador bolchevique); el que reflexiona sobre la insurrección de 1905; el teórico del abstencionismo, la organización clandestina y la guerra de guerrillas; el que polemiza durante 1908 con fracciones liquidacionistas en el exilio, seducidas por el neopositivismo de Mach y Avenarius; el que rompe con sus maestros Plejanov y Kautsky (tanto en la teoría como en la práctica) mientras recopila y reconstruye la correspondencia incendiaria de Marx con Kugelmann. El que polemiza con su admirada camarada Rosa Luxemburg. El que durante la primera guerra mundial estudia en las bibliotecas de Zurich la Ciencia de la Lógica de Hegel (revisando sus propios libros anteriores). El que lee y anota en ese tiempo De la guerra de Clausewitz, El capital financiero de Hilferding, El estudio del imperialismo de Hobson y construye, mientras tanto, su propia teoría del imperialismo que vio la luz en 1916. El que sistematiza la teoría marxista del Estado a partir de sus análisis de la obra de Marx y Engels, al calor de la Comuna de París. El que regresa en el famoso tren blindado y plantea las rupturistas e iconoclastas Tesis de abril en 1917 (que descolocan a todo el Comité Central bolchevique). El que prepara la insurrección de octubre del mismo año; el que comanda la guerra civil y vence con el comunismo de guerra a varios ejércitos invasores; el fundador de la Internacional Comunista. El que no le queda más remedio que retroceder económicamente con la Nueva Política Económica (NEP) y cambiar la estrategia internacional adoptando el frente único. El que profundamente enfermo deja -ya sin poder escribir con sus propias manos- un testamento donde alerta sobre las enormes dificultades de los demás miembros del comité central para dirigir el partido bolchevique y el estado soviético (Lenin, 1974b; 1987).
¿Fue siempre el mismo Lenin? Sí y no. Fue invariablemente el mismo revolucionario indomesticable, radical, inclaudicable. Desde muy joven, hasta su muerte en enero de 1924, tuvo las mismas aspiraciones que jamás abandonaría: cambiar el mundo, demoler las instituciones capitalistas y emancipar, mediante la revolución y el socialismo, a todos los oprimidos y explotadas de la historia. Pero su obra fue cambiando, se fue enriqueciendo y complejizando, con énfasis en uno u otro aspecto de la realidad y de la teoría según el análisis concreto de la situación concreta y según los variados niveles de la relación de fuerzas en el enfrentamiento de las clases sociales, tanto a nivel internacional como a escala nacional. Por tal razón reducir a Lenin a un solo libro, a una sola frase, traiciona o, por lo menos deforma y petrifica, el espíritu de su pensamiento en permanente ebullición.(2)
¿DESDE DÓNDE LEER A LENIN?
Si se acepta, al menos como hipótesis, que no existe un único Lenin -canonizado a posteriori a gusto y piacere del buen consumidor, según las conveniencias y oportunidades del momento-, ¿desde dónde leer a este gran maestro de revolucionarios? Cada quien lo hará desde sus propios intereses y posiciones políticas. Y no está mal, es inevitable.
Este artículo propone solo un ángulo entre muchos: el estudio y, por ende, la reivindicación de su escandalosa vigencia. Lenin supone para este análisis la mirada que sobre él han tenido varios lectores de su obra. A continuación mencionamos solo unos pocos. En cada uno de los libros referenciados se ofrece un Lenin diferente:
- Che Guevara: Apuntes críticos a la economía política (2006)
- Roque Dalton: Un libro rojo para Lenin (1986)
- Ruy Mauro Marini: tal como este se vale de sus categorías, hipótesis y teorías en sus obras Subdesarrollo y Revolución (1969), Dialéctica de la dependencia (1974) y en su polémico artículo Luz y sombra: perspectiva del eurocomunismo (1979).
- Antonio Gramsci: Cuadernos de la cárcel (1927-1937), principalmente el de los Cuadernos 11 y 13. En estos dos últimos Lenin se convierte para el mundo «en el máximo y principal filósofo de la praxis» y en el gran teórico del poder y la política; entendidos como dos relaciones, pero no relaciones «en general» como las de Foucault, sino relaciones de poder y de fuerza entre las clases sociales; y, al mismo tiempo, se convierte también en el pensador más original -continuador desde el ángulo proletario de las pioneras reflexiones burguesas de Nicolás Maquiavelo- sobre las «situaciones revolucionarias». Estas tesis de Gramsci se adelantan cuarenta años a las del famoso Michel Foucault, aunque la academia se niegue a reconocerlo.
- György Lukács: ofrece otra mirada sobre el político ruso, a quien sintetizó y condensó de una forma fabulosa en su obra Lenin: la coherencia de su pensamiento (1924).
- A esta lista de clásicos europeos y latinoamericanos es oportuno agregar un texto, muchas veces desconocido u olvidado, pero no de menor importancia, resultado del IV congreso del Partido Revolucionario de los Trabajadores de Argentina (PRT): El marxismo y la cuestión del poder (1968). En este, la obra y el pensamiento de Lenin se insertan en una larga secuencia de pensadores del poder. Lenin se convierte en la figura que logra solucionar, al menos para el Tercer Mundo, una parte significativa de los enigmas irresueltos que dejó abiertos Engels en su «testamento político»: Prólogo a «La lucha de clases en Francia» (1895).
SU TEORÍA SOBRE EL IMPERIALISMO, UN SIGLO DESPUÉS
Aunque este pequeño ensayo pretende rememorar a Lenin e invitar a estudiarlo, no puede desconocer diversas impugnaciones, demonizaciones y supuestas superaciones que circulan, principalmente a nivel académico, pero también, en algunos segmentos de la izquierda, a veces seguidores de modas que circulan en el mercado de las ideas según el último grito, sin preguntarse ¿quién lo da?(3)
De toda esa masa literaria que enfoca sus cañones contra Lenin, merece mencionarse en el ámbito local el nombre de Ernesto Laclau (perteneciente a la denominada izquierda nacional, primero, luego en Europa devenido posmoderno, finalmente, durante la última década, kirchnerista). Con menor prestigio y repercusión que este antiguo discípulo de Abelardo Ramos (reciclado como neogramsciano, partidario del último Wittgenstein y de Derrida) pero con igual encono contra Lenin, está el volumen colectivo compilado por Werner Bonefeld y Sergio Tischler, de factura nítidamente autonomista, con pretensiones neozapatistas (Bonefeld y Tischler, 2002). En el caso específico de la impugnación contra la teoría leninista del imperialismo, puede citarse a J. Warren y John Weeks, resumidas en la voz «Imperialismo y mercado mundial» del célebre diccionario de Bottomore (1984).(4)
Dejando a un lado todo ese arsenal antileninista, que goza del aplauso mediático, el financiamiento «desinteresado» de ONGs y otras fundaciones «filantrópicas» y la celebración académica, se hace necesario volver sobre la hipótesis de fondo del presente artículo. El imperialismo, fase superior del capitalismo constituye en el pensamiento de Lenin un punto de llegada, tanto a nivel teórico como político.(5)
En el plano de la investigación teórica Lenin se internó largo tiempo, exiliado, en la Biblioteca de Zurich (Suiza) para poder comprender, en primer lugar, las transformaciones propias del capitalismo que derivaron de la Primera Guerra Mundial y, en un segundo momento, las razones íntimas que imposibilitaron a la Internacional Socialista (donde militaba, junto a otros, con Rosa Luxemburg) comprender la naturaleza de la guerra imperialista y adoptar una posición digna e internacionalista ante ella.
En dicha biblioteca, ya desde 1915, Lenin elaboraba 15 cuadernos en los que extracta 148 libros, (106 en alemán, 23 en francés, 17 en inglés y 2 traducidos al ruso); 232 artículos de 49 publicaciones periódicas (206 de ellos en alemán, 3 en francés y 13 en inglés) (Aguilar, 1983, p. 86). Esos trabajos, pulidos y transitados en el laboratorio mental de Lenin, hablan de la seriedad con la que trabajaba e investigaba (tan distante de la frivolidad posmoderna y la retórica vacía y superficial del posestructuralismo contemporáneo) (Lenin, 1984).
Dentro de ese material deben destacarse, como mínimo, cuatro obras: tres libros (John A. Hobson: Estudio del imperialismo de 1902, Rudolf Hilferding: El capital financiero -1909, traducido al ruso en Moscú en 1912-; Rosa Luxemburg: La acumulación del capital -1912-) y el artículo de Nicolai Bujarin, prologado por Lenin: La economía mundial y el imperialismo (1915). A esos textos Lenin le agrega la utilización de muchos otros, como los escritos y análisis de Heymann, Herman Levy, Vogelstein, Riesser, Kestner, Liefmann, Tafel, Lansburght, Kaufmann, Schulze-Gaevernitz, Stillich, Sombart y Lysis (de quien adopta la expresión oligarquía financiera), entre muchísimos otros.
Pero El imperialismo, fase superior del capitalismo va mucho más allá de esas fuentes primarias, repletas de estadísticas y análisis empíricos sobre la centralización y acumulación del capital. En dicha obra Lenin fusiona en una misma teoría diversos paradigmas, desbordando, por mucho, la literatura económica consultada en la biblioteca de Zurich. Su texto, que tiene una prosa simple ya que fue escrito con fines militantes, contiene tesis de fondo que aún hoy merecen ser discutidas (demostrando, una vez más, que la profundidad y agudeza de pensamiento no necesariamente deben ir acompañadas de una prosa barroca, críptica e inaccesible al común de los mortales).
La teoría leninista del capitalismo entendido no como sumatoria mecánica de formaciones sociales nacionales, inconexas y yuxtapuestas, sino como un sistema mundial, polarizante y jerárquico de la dominación entre sociedades y naciones, conforma un cuadro general de la economía capitalista mundial; unidad de análisis que corresponde a la categoría dialéctica más concreta según los diversos planes de investigación de Karl Marx en sus Grundrisse (1857-1858), con la plasmación de una teoría de la guerra mundial, continuación violenta de la política bajo otros medios de ejercicio de fuerza material que evidentemente adopta de Clausewitz (Lenin, Ancona, et al., 1979, pp. 49-98).6
IMPERIALISMO, GUERRA Y DIALÉCTICA
«Sistema capitalista mundial» y «guerra mundial» son nociones que solo pueden ser comprendidas a partir de la teoría leninista del «desarrollo desigual y a saltos» (Lenin, 1960, p. 458),7 por cuanto las contradicciones, jerarquías y dominaciones de aquellos se produce entre países imperialistas, dependientes, semicoloniales y coloniales. Dichos saltos cualitativos en la historia (de la libre competencia al monopolio, de la hegemonía del capital industrial a la fusión y ensamble del capital industrial con el bancario bajo la égida absoluta del capital financiero, de la «paz» como dominio internacional estable entre naciones a la guerra abierta por el reparto de los mercados y recursos naturales, de la anarquía a la planificación, del sindicato poroficio al sindicato por rama industrial, etc.), solo pueden ser comprendidos a partir de una lógica en la cual la identidad se transforma en diferencia, una en contraposición y otra en antagonismo. Esto dio vida a la contradicción como el motor principal del movimiento del conjunto del sistema. No fue la lógica clásica de Aristóteles ni la lógica matemática del círculo de Viena (por entonces en boga) las que permitieron entender semejante confrontación mundial capitalista. Por no comprender dichos saltos cualitativos la vieja socialdemocracia quedó prisionera de su mentalidad, propia de tiempos de estabilidad relativa del capitalismo decimonónico, sin poder entender el estallido de la crisis aguda, la emergencia de la guerra y la aparición de situaciones revolucionarias que abrían la puerta a la guerra civil revolucionaria.
Para comprender estos saltos cualitativos del sistema mundial capitalista que marcaron a fuego el cambio de siglo, Lenin eligió en esos años estudiar a fondo la Ciencia de la Lógica de Hegel, que Marx había empleado en la redacción de El Capital, como sustrato clave para desplegar la noción de identidad contradictoria de la mercancía que ya, en su forma social más simple, encerraba la posibilidad de la crisis capitalista y el estallido bélico de la confrontación entre las clases y entre las naciones opresoras y oprimidas. No casualmente en el epílogo de 1873 a la segunda edición alemana de El Capital fue Marx quien hizo explícito ese uso de la lógica dialéctica en su gran obra, llegando a declararse, sin ambigüedad alguna, como discípulo de Hegel, cuando en toda la filosofía oficial de Alemania de aquel tiempo (de manera análoga a lo que sucede en la actualidad bajo influjo posmoderno y posestructuralista) se declaraba a Hegel como «un perro muerto». En medio de la monstruosa acumulación y centralización de capitales financieros y de la Primera Guerra Mundial, Lenin leyó aquellos 148 libros y 232 artículos de economía política, mientras estudiaba y comentaba la Ciencia de la Lógica de Hegel. Los resultados fueron sus hoy célebres Cuadernos filosóficos (Lenin, 1974a).1 La conclusión a la que llegó Lenin en ese análisis fue la siguiente: «Es completamente imposible entender El Capital de Marx, y en especial su primer capítulo, sin haber estudiado y entendido a fondo toda la Lógica de Hegel. ¡Por consiguiente, hace medio siglo ninguno de los marxistas entendió a Marx!» (Lenin, 1974a, p. 168).2
El imperialismo, fase superior del capitalismo condensa toda la literatura económica del momento (desde la socialista y marxista hasta las estadísticas burguesas de los propios ideólogos de los bancos capitalistas), conjugándolos con la teoría de la guerra de Clausewitz y la lógica dialéctica de Hegel. Constelación, ya rica y sumamente compleja de por sí, a la que Lenin le agrega una aguda lectura de los escritos de Marx sobre la cuestión nacional irlandesa, lo que lo llevó a publicar su célebre tesis: «La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación» (1916) -en la que reaparece la frase del indígena peruano Dionisio Yupanqui, pronunciada en las Cortes de Cádiz a comienzos del siglo xix, leída y asumida como propia por Marx cuando estudiaba la revolución española: «un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre». La teoría leninista del imperialismo tiene como correlato necesario e ineludible la reivindicación de las guerras antimperialistas de liberación nacional y el derecho de las naciones oprimidas a su autodeterminación. De este modo inicia una apertura mental en el marxismo mundial hacia el mundo periférico, colonial y dependiente, alivianando, por fin, los hombros civilizados de «la pesada carga del hombre blanco» y su «deber de llevar la civilización» a los pueblos sometidos del Tercer Mundo. A partir de allí el marxismo se universaliza verdaderamente y el campo de batalla contra la dominación del capitalismo abarca todo el orbe, no simplemente Francia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos.
LAS TESIS CENTRALES SOBRE EL IMPERIALISMO
Lenin, estudioso obsesivo, pensador riguroso y revolucionario radical, escribió para la militancia popular. Por eso solía sintetizar y resumir sus conclusiones de modo que fueran comprensibles para la mayoría. De esa forma, resume en cinco conclusiones -incluso enumerándolas, porque hasta allí llegaba su pedagogía popular- el corolario de sus extensos, detallados y agudos estudios sobre la teoría del imperialismo. Según su propia pluma, sus cinco rasgos centrales eran los siguientes:
- Concentración de la producción y del capital hasta un grado tan elevado de desarrollo que generó monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica.
- Fusión del capital bancario con el industrial y creación, sobre la base de este capital financiero, de la oligarquía financiera.
- Exportación de capitales que, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande.
- Formación de asociaciones internacionales monopolistas, las cuales se reparten el mundo.
- Terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes (Lenin, 1960, p. 487).
A estas tesis centrales Lenin agregó muchas otras de menor rango explicativo pero no menor importancia política, como la cooptación de la aristocracia obrera en los países imperialistas, fracciones de la clase trabajadora a las cuales se les inocula el oportunismo político y la falta de internacionalismo a cambio de migajas coloniales y fracciones insignificantes de plusvalor extraído del Tercer Mundo.
Lenin detalló una larga serie de secuencias explicativas asociadas a aquellas tesis centrales. Por ejemplo se pregunta de dónde emerge la economía mundial y el imperialismo. Su respuesta, basada en abrumadores pruebas empíricas y en los capítulos XXII y XXIII de El Capital de Karl Marx, sostiene que dicha transformación del sistema capitalista constituye un producto de la tendencia a la acumulación, concentración y centralización de capitales, de donde se generan trust, cárteles y monopolios bajo predominio y hegemonía del capital financiero. Los monopolios son definidos como la fusión o ensambladura de bancos, industrias y Estados; por lo tanto, no son única ni exclusivamente entidades económicas, sino que también incluyen elementos propios de orden político e, incluso, político-militar. La exportación de capitales (no solo de mercancías, aunque contribuye a la extorsión de los países dependientes para que compren mercancías de los países imperialistas) se realiza y se vuelca en ramas industriales socializadas y reguladas según un plan. Aunque el sistema capitalista mundial continúa regido por la racionalidad de la parte que se impone sobre la irracionalidad del conjunto, existen ramas y sectores específicos de lo que hoy se denomina cadena de valor donde la planificación corre pareja con la anarquía y el despilfarro generalizados del trabajo social global. Dentro de ese horizonte imperialista, el reinado de los monopolios multinacionales perpetúa la conquista de materias primas y recursos naturales, principalmente en la periferia dependiente. Desde el punto de vista político, eso presupone la corrupción de la aristocracia obrera y el oportunismo como ideología legitimadora dentro de las clases explotadas en las metrópolis imperiales. ¿Cómo entender si no el apoyo entusiasta de grandes segmentos de la clase obrera europea y estadounidense a los bombardeos genocidas de poblaciones indefensas en el Tercer Mundo, todavía hoy en pleno siglo XXI?
La apropiación y prolongación de Lenin por parte de Ruy Mauro Marini y la teoría marxista de la dependencia
Un antiguo y añejo debate medieval entre realistas y nominalistas dejó entre sus principales conclusiones que suprimir una palabra del lenguaje no elimina la realidad que este término designa. Por lo tanto, cancelar la noción de dependencia o proscribir la expresión imperialismo en el ámbito de las ciencias sociales de ningún modo anula los procesos que dichas expresiones -centrales en las ciencias sociales y, en particular, en la teoría leninista del sistema mundial- pretenden explicar. La cruel realidad capitalista de nuestros días se resiste a ser deglutida alegremente por el giro lingüístico.
Habiendo pasado ya más de cuarenta años desde que el eurocomunismo, la socialdemocracia y sus diversas modulaciones ideológicas, principalmente asociadas a las metafísicas post-1968, fueron hilvanando para domesticar, dulcificar y volver más light la teoría social crítica, quizás haya llegado la hora de recuperar las corrientes más radicales de la teoría social latinoamericana. Aquella que intentó apropiarse de Lenin para estudiar y discutir críticamente el carácter y los conflictos de las formaciones sociales del capitalismo latinoamericano. Entre ellas sobresale la obra del militante revolucionario de origen brasilero Ruy Mauro Marini (1932-1997).
Varias décadas después de Lenin (quien falleció en 1924), Marini volvió a recuperar en la política y en las ciencias sociales la perspectiva internacionalista propiciada por el pensador bolchevique. Lo hizo mucho antes de que se pusiera de moda el término globalización e, incluso, alcanzó el cenit de su fama y prestigio con la teoría del moderno sistema mundial de Wallerstein.
El contexto general en que Marini elabora los fundamentos de su lectura marxista del capitalismo está marcado por el auge de las revoluciones antimperialistas y anticoloniales del Tercer Mundo, la guerra de Vietnam, la Revolución cubana y la fuerza expansiva de las insurgencias latinoamericanas, de las cuales fue uno de sus principales intelectuales orgánicos. En su caso particular, el golpe de estado de 1964 en Brasil acelera su radicalización política, pero no la desencadena, pues es posible constatar que desde antes ya Marini tenía una producción de este corte y la continuaría desarrollando durante y después del golpe.3
Si tanto Lenin como Marini resumieron en sus análisis del régimen capitalista el carácter asimétrico entre las formaciones sociales, los niveles de dominaciones, conflictos, guerras y explotaciones, siempre ubicaron su eje metodológico en un plano a escala de sistema mundial.4
Coincidiendo en esa perspectiva metodológica general -que no es otra que la propugnada por Marx desde sus Grundrisse-, Lenin y Marini abordaron el sistema mundial por diversas vías, destacando en cada caso ángulos diversos y complementarios de dicho sistema. Si Lenin fue el gran teórico del imperialismo en sus centros imperiales, Marini incursionó por el lado opuesto a dicha relación, es decir, abordó el mismo problema y las mismas interrogaciones desde la perspectiva de la dependencia (también presente en los escritos de Lenin). Desde ambos escorzos, complementarios y mutuamente interdependientes, exploraron las diversas «vueltas de tuerca» que el modo de producción capitalista recorre de manera directa, en algunas ocasiones, de modo indirecto, en otras; en su implementación de la ley del valor y en su caída de la tasa de ganancia. Ambos autores coinciden en que la mencionada ley constituye el corazón de El Capital.5
Sin embargo, ambos también afirman que su imperio se ejerció no de modo directo y lineal (como podría suponer una lectura superficial, despolitizada e ingenua de El Capital), sino a través de enrevesados mecanismos. Por ejemplo, Lenin consideraba que la concentración y centralización de capitales bajo la hegemonía de la oligarquía financiera otorgaba un rol central en la economía contemporánea a los monopolios capitalistas y que estos, a su vez, compitiendo entre sí por los mercados a escala internacional, a través de la ley del valor aplicaban la planificación al interior de la rama de producción y el sector de la economía que controlaban.
Por su parte Marini sostiene, con leve matiz, que la ley del valor rige en cada sector y rama de producción de la cadena de valor, pero se transgrede al intercambiar entre diversas esferas, lo cual permite transferir valor (léase ceder gratis una parte del valor y el plusvalor extraído a la clase obrera y a su fuerza de trabajo explotada). Dicha transferencia de valor no se debe únicamente al deterioro de los términos del intercambio (como afirmaba ya largo tiempo atrás la CEPAL e intelectuales desarrollistas como Raúl Prebisch). Tampoco exclusivamente a una mayor productividad presente en las economías capitalistas metropolitanas, como hasta el día de hoy insiste el marxismo más ortodoxo (notablemente eurocéntrico: pues jamás explica cómo dos fábricas análogas y clones, pertenecientes a la misma firma y al mismo monopolio capitalista, manejando igual tecnología e idéntico capital constante, pagan salarios notablemente diferenciables en formaciones sociales distintas, ¡con la misma tecnología y exactamente con la misma productividad técnica!).
La transferencia de valor, entonces, se debería a una combinación de ambas, ya que la recolonización y la rapiña feroz de los recursos naturales del Tercer Mundo -que no ha desaparecido hasta el día de hoy, excepto para quien solamente mire noticieros de la TV burguesa o a lea los periódicos del sistema- posibilitó la reducción de precios de mercancías producidas por los monopolios. Además de la reducción en inversión en capital constante, la reducción en inversión en capital variable y, por ende, de este modo se contrarresta (momentáneamente) la caída de la tasa de ganancia, cáncer que corroe desde adentro al sistema capitalista mundial.
Si Lenin enfatizó el análisis de un polo del sistema capitalista mundial en su fase imperialista, justamente aquel que estaba encabezando la primera guerra mundial cuando él estudiaba y analizaba el fenómeno, Marini enfatizó y exploró el otro polo de la misma ecuación. El «fuerte» de su teoría está situado, precisamente, en el estudio del capitalismo dependiente, sus ciclos de reproducción y acumulación, los desfases entre producción y consumo y, principalmente, los mecanismos de compensación que las burguesías lumpen y dependientes ejercen, a través de la superexplotación de la fuerza de trabajo de sus proletariados y otras clases subalternas, para atemperar cada nuevo ciclo ampliado de dependencia capitalista, bajo el horizonte de la crisis general del capitalismo en su fase imperialista. Por lo tanto, intercambio desigual y dependencia, subordinación al imperialismo y superexplotación de la fuerza de trabajo, constituyen hipótesis mutuamente interconectadas en la investigación marxista de Ruy Mauro Marini. Solo al riesgo de la caricatura pueden deshilvanarse como si fueran yuxtapuestas. Y todas ellas, además, ni anulan ni degradan, sino que complementan, el análisis macro que Lenin hiciera del imperialismo como sistema mundial en expansión. No es casual que la conclusión política de ambos autores -derivadas en los dos casos de sus investigaciones empíricas y teóricas, pero también de su identidad política-ideológica militante de la causa del marxismo revolucionario- apunten a promover una revolución socialista de alcance mundial, sin jamás conformarse con cambios parciales a escala regional o nacional.
PREGUNTAS ABIERTAS EN LA AGENDA CONTEMPORÁNEA
La sociedad actual está cada vez más hiperconectada, contaminada e inundada de vínculos líquidos, al decir de Bauman, hasta en sus fueros más íntimos y cotidianos (la amistad, el amor, los nexos sociales y familiares). No obstante, aunque la obra de Lenin sobre el imperialismo cumple un siglo y la de Ruy Mauro Marini más de cuarenta años, las preguntas formuladas a escala macro que abrió el político asiático, y los análisis y los desarrollos específicos que exploró el brasilero (para volver observables cómo se cumplían y que rol específico asumían en las formaciones sociales y los análisis generales de Lenin), continúan interpelando los oídos contemporáneos.
¿Este sistema capitalista internacional de relaciones de explotación, jerarquía y dominaciones varias, así como el escandaloso reparto del mundo han dejado de tener lugar? ¿Vivimos, como sostuvieron en Imperio (2000) Hardt y Negri, un capitalismo plano y homogéneo, sin centros ni periferias, sin subordinaciones ni dependencias, donde todas las sociedades poseen un desarrollo con diferencias meramente cuantitativas y sus formaciones sociales son fácil y amablemente intercambiables? (Kohan, 2002; 2005). ¿Ha dejado de tener lugar la conquista de los territorios dependientes y la expropiación / desposesión de sus recursos naturales? ¿Ya no hay superexplotación? ¿Se evaporó la asimetría del sistema mundial? ¿Ya no se producen guerras por el petróleo y otros recursos no renovables como el gas, el agua, la biodiversidad, y demás? ¿La emisión de valores financieros y derivados y la fabricación artificial de deudas externas han dejado de ser mecanismos de expoliación y disciplina social? ¿Ya no hay dependencia entre las sociedades? ¿Se acabaron los golpes de Estado y las intervenciones militares y de inteligencia en los asuntos internos de países débiles? ¿No existen más opresiones nacionales y todo el mundo goza de autonomía cultural, lingüística y nacional? ¿Qué características asume el comercio internacional? ¿Desaparecieron las contradicciones antagónicas y el sentido mismo de la revolución socialista quedó recluido en el museo de la historia? ¿Ya no tiene validez la resistencia contra el imperialismo?
Cualquiera sea la respuesta a cada una de estas interrogantes y se mantenga, o no, la simpatía o la antipatía por Lenin, Marini y sus partidarios, las preguntas de ambos permanecen abiertas y merecen ser incluidas en la agenda contemporánea por parte de las ciencias sociales y de la militancia popular de forma prioritaria, como uno de los principales problemas a resolver.
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Fuente: Granma