“La verdad, no me importa lo que Diego hizo con su vida. Me importa lo que hizo con la mía”
Roberto Fontanarrosa, dibujante e historietista argentino
¿Acaso, Diego querido, había alguna duda de que el partido algún día terminaría? ¿De que el gran campeonato de la vida iba a tener su clausura? ¿Qué habría un minuto final en este juego que jugaste hasta la extenuación, como nadie, como nunca nadie quizás podrá jugar?
Hoy, 25 de noviembre de 2020, Diego Armando Maradona hiciste tu pase final dejando una estela de alegrías populares, de un frenesí que encendió millones de gargantas al grito de “¡Maradó, Maradó!”. Porque fuiste el hijo más amado, el mago de los sueños, el fuego de toda una nación que le gritó al mundo: “somos invencibles aunque nos peguen, nos maten, nos desaparezcan, nos endeuden, nos vendan los traidores, o nos ganen guerras en islas remotas”. Fuiste la voz del pueblo y con esa garganta tuya tan llena de himnos crueles y de hambres insatisfechas que jamás te doblegaron, siempre gritaste verdades incómodas. Y con esa voz de pibe de barrio que nunca te importó disimular, confrontaste a los poderosos que nunca, de ningún modo y en ningún tiempo, pudieron comprarte. Y a la gloria de tus pies, magia inefable que pocos pudieron comprender y todos admirar, le añadiste el triunfo de tu espíritu íntegro, popular y desafiante.
Recuerdo cuando en 1989, los representantes de la agencia International Management Group de EE.UU te hicieron una propuesta: ser la cara del mundial de Estados Unidos 1994. Te ofrecieron 100 millones de dólares. Pero había un detalle en el contrato: debías obtener la ciudadanía estadounidense. Hasta te llamó por teléfono el genocida ex Secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger y prometió eximirte de las obligaciones fiscales. Pero aún así te negaste y les dijiste “la posibilidad de ser argentino no tiene precio en absoluto”.
¡Pobres yanquis de mierda!… (diría el gran Hugo Chávez que tanto te admiraba). Siempre creyeron que sus dólares lo podían comprar todo.
Es verdad que compran “casi” todo: a nuestros periodistas, generales, jueces, indios emblanquecidos y toda clase de lúmpenes despreciables que sueñan con su Green Card. Pero no al pibe 10 de Villa Fiorito, al Dios de la Iglesia Maradoniana que tiene medio millón de seguidores. Ni en sueños, los bobos del norte rico podrían haberte comprado. Porque fuiste un argentino orgulloso, feroz en tu vitalismo sin prejuicios. Ardiente como tu pueblo, al que exacerbaste con mil gambetas inenarrables, con goles mitológicos y triunfos devastadores que enmudecían el alma, desbordada ante tu genio.
Siempre te gustó entrar con los botines de punta en el orden cerrado que los dueños de mundo pretenden para el resto. Por eso te odiaron intensamente, como a casi nadie, con su inmensa capacidad de odio. Porque con tu ofensiva grandeza y tus palabras haciendo foul en cada frase, les rompías el juego de las verdades a medias, de las hipocresías, de los negocios oscuros, de las máscaras infames. ¡Hermoso Quijote de pies alados!
Y a pesar de que te ofrecieron el cetro de los dioses, coronas, togas y mantos púrpuras, siempre elegiste el lado gris de la realidad. Supongo que jamás olvidaste que la realidad, la verdadera, la que sufren y padecen las masas que te aclamaron, los condenados de la Tierra, era la que merecía ser transitada y honrada con tu coherencia. Y como todo hombre que pisa el mundo con pies grandes, has pisado también todos los terrenos. Inclusos los fangosos.
Te equivocaste como el niño pobre que eras, te dejaste arrastrar por la ira, a veces por cierta vanidad –adorno infranqueable de los espíritus celebérrimos–. Y también por la lujuria, por ese hedonismo difícil de saltar sin tocar sus orillas resbalosas que nos hacen caer. La fama, que todo lo demuele, te dejó cicatrices imposibles de ocultar. Sin embargo, nada de eso resultó comparable a tu más grande ejercicio: el amor por tu pueblo, al que jamás le diste la espalda ni traicionaste por 30 monedas.
Tus mejores diademas fueron simplemente dos: gambeta y orgullo latinoamericano. A muerte, martiano, sin dobleces, furioso en la lucha cultural de todo un continente que te cantará por siempre “¡Maradó, Maradó!”. Una invocación emparentada a aquella otra que le cantaban a Fidel.
Por eso no me resulta extraño que te hayas ido en esta fecha -25 de noviembre- tan oscura y bella a la vez. La fecha en que el Comandante nos dejó hace cuatro años. Estoy seguro, Diego, Pelusa hermano mío, que ese otro grande que te colmó con su amor revolucionario, el Comandante Eterno, te llamó a filas en este día raro. La misma jornada histórica en que el Granma partió para liberar a Cuba. Y día escogido por Fidel para delegar la lucha.
Gracias Diego por tanto obsequio. Sin dudas viniste a nosotros para cambiarlo todo. Para dejarnos recuerdos y lecciones de integridad nuestramericana. Nos obsequiaste tu vida y a ella abrazaremos siempre, con sus bálsamos y dolores. Con sus tragedias y esta apoteosis que hoy se inicia para no concluir jamás. Por eso hoy dejaré de lado mi agnosticimo y me sumaré a la Iglesia Maradoniana para orar en voz alta:
Creo en Diego.
Futbolista todopoderoso,
Creador de magia y de pasión.
(…) Fue crucificado, muerto y maltratado.
Suspendido de las canchas.
Le cortaron las piernas.
Pero él volvió y resucitó su hechizo.
Estará dentro de nuestros corazones,
por siempre y en la eternidad.
Creo en el espíritu futbolero,
La santa Iglesia Maradoniana,
El gol a los ingleses,
La zurda mágica,
La eterna gambeta endiablada,
Y en un Diego eterno.
SIMPLEMENTE… ¡Gracias Diego! ¡Hasta la victoria, siempre!
Fuente: REDH-Argentina