Un día después del fallecimiento de Fidel Castro, el intelectual mexicano publicaba este sentido homenaje. Segunda parte de la serie de textos recobrados de Pablo González Casanova.
Realizar el sueño de Martí anunciando que venía “una revolución nueva” fue un decir y hacer del Manifiesto del Moncada y del proceso revolucionario cubano. Desde entonces las expresiones personales o colectivas de Fidel y sus compañeros del 26 de Julio, y, después, del nuevo Partido Comunista Cubano, lograron una identidad entre la palabra y el acto que es necesario entender, pues si no, no se entiende nada.
La realidad es más rica que la palabra, y ya enriquecida, ésta vuelve a enriquecerse con lo nuevo que deja ver el pensarla y hacerla. Así, en la expresión del párrafo anterior se trae a la memoria un sueño, el de José Martí, quien será realmente considerado como “autor intelectual de la revolución cubana”.
Es un sueño del pasado, pero es un sueño que anunció una revolución nueva en la que, con otros héroes e intelectuales cubanos, tendrían también fuerte presencia Marx y Lenin, y en que al socialismo de estado, encabezado entonces por la URSS, la República Popular China y múltiples movimientos de liberación nacional, Fidel y la Revolución Cubana añadirían objetivos y valores fundamentales –martianos-, en los que no sólo destaca la moral como reflexión ética sino como moral de lucha, como arma contra la corrupción, como meta para la cooperación, la solidaridad, y la mente. Esos sueños, renovados una y otra vez, buscaron y buscan superar, en todo lo que se puede, el “individualismo”, el “consumismo”, el “sectarismo” y la “codicia”, enemigos jurados de los oprimidos y explotados de la Tierra.
En algo no menos importante se diferenció la Revolución Cubana, y es que en su paso por el socialismo de estado, siempre se empeñó en lograr que sucediera a la insurrección y a la guerra de todo el pueblo un socialismo de estado de todo el pueblo. Ese objetivo planteó varios problemas ineludibles, entre ellos, la necesidad de combinar las organizaciones jerárquicas centralizadas y las descentralizadas, con las autónomas y horizontales, en que las comunidades del pueblo ejercieran una democracia directa y otra indirecta nombrando a candidatos que sin propaganda alguna merecieran la confianza de quienes los conocían.
Allí no quedó el empeño. Como reto para realizarlo se planteó, ante la opresión y la enajenación, la necesidad de animar los sentimientos, la voluntad y la mente de los insumisos, para que hicieran suyo el nuevo arte de luchar y gobernar. Al mismo tiempo las propias vanguardias buscaron liberarse de los conceptos dogmáticos que sujetaban al pensamiento crítico y creador.
Al desechar el “modelo de la democracia de dos o más partidos entre los que elegir”, un “modelo” que originalmente sirvió a aristocracias y burguesías, para compartir el poder, el Partido Comunista Cubano tampoco siguió los modelos de la URSS y China. A impulsos del Movimiento del 26 de Julio, que a raíz de su triunfo decidió disolverse, al Partido Comunista Cubano le fue asignado el objetivo de asegurar y defender la Revolución de todo el pueblo, con la participación y organización de sus trabajadores, campesinos, técnicos, profesionales, estudiantes y en general con la juventud rebelde.
Las lecciones Fidel en el juicio de las conductas seguidas son también particularmente creadoras y fecundas en la crítica de aciertos y desaciertos, y no sólo de conductas políticas o morales –con llamados de atención, dictámenes favorables o desfavorables, aprobaciones y reprobaciones, elogios y estímulos, sino, con sus reflexiones sobre las mejores formas de actuar para alcanzar las metas emancipadoras.
En cualquier caso es indispensable tener presente que las lecciones de Fidel, incluso cuando a primera vista suenen a veces como meras formas de hablar, obvias o elementales, encierran a menudo formas de incesante conducta real antes desacostumbrada, antes desentendida y desoída como guía de la acción que se vive, y que sólo aparece con la vinculación de la palabra y el acto. Con esa amalgama se hace la historia.
En aquél discurso que Fidel pronunció la noche del 8 de enero de 1959, a su llegada a la Habana, dijo entre sus primeras palabras: “…la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa…Y sin embargo queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil: quizás en lo adelante todo sea más difícil…”.
Y a esa afirmación que podía frenar el ilimitado entusiasmo reinante añadió, más como explicación que como excusa: “Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario…”. Aclaró lo que entraña no engañar ni engañase. “¿Cómo ganó la guerra el Ejército Rebelde? Diciendo la verdad. ¿Cómo perdió la guerra la tiranía? Engañando a los soldados”. El mensaje era la primera lección del arte revolucionario de gobernar para ganar. No engañar al pueblo ni dejar que el pueblo se engañe con los triunfos. Y tras narrar, como ejemplo, en qué forma, decir la verdad, había servido para el triunfo del ejército rebelde, concluyó: “y por eso yo quiero empezar –o mejor dicho, seguir—con el mismo sistema, el de decirle al pueblo siempre la verdad”.
La práctica de la verdad y la práctica de la moral serían los valores y los medios de una lucha revolucionaria, que además organizaría su legítima defensa, frente a las tradicionales ofensivas de “la zanahoria y el garrote”, de la corrupción y la represión permanentemente renovadas y armadas por la oligarquía y el imperio. Tanto la verdad como la moral practicadas serían constitutivas de un proceso que necesariamente tendría que armarse para defenderse.
En aquel discurso en la Plaza de la Revolución en que Fidel empezó a definir cómo sería la democracia en Cuba, y en aquella plaza donde había un inmenso “lleno” de guajiros y de trabajadores de la caña, de las fábricas y de los servicios, Fidel le preguntó al pueblo: “En caso de tener que escoger, ¿qué preferirían? ¿Un voto o un rifle?” Y se oyó un grito gigantesco: “¡Un rifle!”. El clamor vehemente y el gozo inmenso de la multitud, determinó la meta y la organización de un ejército y un estado del pueblo y de los trabajadores. De paso expresó la temible dificultad que para los imperialistas presentaría invadir a Cuba…
Fue esa una de las primeras clases para aprender a tomar decisiones. Planteó, además, uno de los más difíciles problemas a resolver: el de la lucha política y armada de todo el pueblo, y el de la construcción de un estado de todo el pueblo, con mediaciones que de por sí eran distintas a las mediaciones de los estados de corporaciones y complejos, pero que requerían combinar a la vez los conocimientos especializados que se trasmiten en institutos y universidades con el saber de los pueblos. Lograr una decisión acorde con el proyecto del estado del pueblo, y lograrla con el saber del pueblo y con el uso óptimo de los conocimientos técnicos y científicos más avanzados sería a lo largo de toda la historia cubana, una de las principales tareas de toda la población militante y trabajadora con sus distintas especialidades y conocimientos. En ella el aprender a aprender fue y es una experiencia muy rica para cada uno y todos los participantes. En ella también destaca la organización de un estado y un sistema político que para ser de todo el pueblo y para ser a la vez eficaz en la defensa, en la producción, en la distribución, en el intercambio, en los servicios tiene que plantearse constantemente el problema de la libertad y la disciplina sin que una avasalle a la otra ni disminuya su respectivo peso en las argumentaciones y las decisiones. A ese objetivo –que necesariamente debe vencer muchas contradicciones– se añaden combinaciones de estructuras y comportamientos que tradicionalmente se plantearon como opuestos. Para funcionar en el interior de la Isla y en sus relaciones internacionales, el estado del pueblo revela una necesidad ineludible el combinar las organizaciones coordinadas con las jerárquicas centralizadas y descentralizadas; el combinar la democracia directa con la democracia representativa, de donde deriva el problema del Estado de todo el pueblo y del Partido Comunista de la Revolución Nueva, Martiana y Marxista, con militantes cuyos méritos comprobados puedan ser confirmados una y otra vez y cuya misión consiste en lograr el mejor funcionamiento y coordinación de las fuerzas y empresas estatales, y en la defensa e impulso de una revolución democrática y socialista, de veras nueva por sus prácticas y principios, por su moral comprobada en la conducta, y por “su hablar a la conciencia del hombre, al honor del hombre, a la vergüenza del hombre…”
Las contradicciones que en el proceso necesariamente aparecen corresponden por un lado a las de una “clase subordinada” –como diría Gramsci-; pero subordinada al Poder del Pueblo y no al de las corporaciones, y en que al motor moral e ideológico de exigencias ejemplares en sus miembros, se añaden los oídos y los ojos del propio pueblo, organizado desde las asambleas locales hasta la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Si en todo este proceso, la moral de lucha y cooperación es fundamental, precisamente lo es porque se trata de hacer una “revolución nueva” como dijo el Manifiesto del Moncada, cuyo propósito vital consiste en “realizar el sueño irrealizado de Martí”, y en la que “…lo decente y lo moral es raíz fuerte y poderosa de lo revolucionario recordando que la base de la moral está en la verdad” como también señaló Fidel en su lección sobre la vanguardia. “La vanguardia – sostuvo—trasmite con su acción y su pensamiento, la teoría, la ideología revolucionaria que viene de un marxismo no sólo aprendido de los libros sino de las experiencias propias en la vida”. Y en relación al conocimiento, desde los inicios de la Revolución, Fidel precisó que como parte esencial, el método del saber y el hacer se apoya en el saber anterior del pueblo y en el que adquiere en el curso de la lucha, como había dicho el “Ché”.
Es cierto que al destacar palabras y actos a los que ninguna revolución había dado semejante peso ni en sus teorías, ni en sus ideologías, ni en su práctica, es necesario añadir dos comentarios más que de ellas derivan: uno es que representan no sólo a la nueva revolución que se inicia en Cuba, sino a la que debe plantearse en el mundo entero –con el pensar y el hacer de la inmensa variedad de pueblos, naciones y condiciones en la lucha de clases.
Dominar totalmente la actual desesperanza que deriva del fracaso de reformas y revoluciones que dieron al traste con la moral como filosofía vital y como práctica colectiva e individual, es sin duda el camino que habrá de seguir la Humanidad para salir de esa terrible desesperanza que señaló recientemente Noam Chomsky en palabras precisas.
Superar la desesperanza es la nueva batalla y en ella Fidel con Cuba tienen otra gran experiencia que ofrecer a la Humanidad. A partir de movimientos como el de Cuba, y tomando en cuenta el estado actual de las luchas, de las organizaciones y de la conciencia rebelde, como en el llamado del Moncada, se ha vuelto necesario plantear en el mundo entero una Revolución realmente nueva. Y si en Cuba encontramos logros increíbles alcanzados en la lucha por una independencia, un socialismo, una democracia y una libertad de veras, y vemos que en ella hay aún serias limitaciones a superar, en ella encontramos también lo más avanzado que en la organización del trabajo y la vida ha alcanzado la Humanidad. Cualquier intento por salir de la desesperanza necesitará más pronto de lo que nos imaginamos tomar en cuenta las aportaciones de Cuba para la organización de otro mundo posible. Y al hacerlo encontrará confirmada la aportación de Cuba a una nueva revolución democrática y socialista, leyendo la sentencia que se dictó contra los intentos conspirativos de un grupo que bajo los auspicios de la URSS pretendió organizar un Estado y un Partido como los que –en su largo ocaso—la URSS implantó en los países satélites y en su propia tierra.
Abordar el problema en relación al debate que se da sobre la democracia directa y la representativa, y de la Revolución social en que los pueblos se organicen en formas puramente horizontales, es fundamental para advertir el sentido que Fidel ha dado a una y otra posición en el curso de sus palabras y sus juicios.
Entre los problemas que plantea la alternativa uno es el que se refiere a las limitaciones y contradicciones internas de los propios partidos y organizaciones comunistas, socialistas, populares y de liberación nacional o regional. Es cierto que el control de los gobiernos por los pueblos es la solución fundamental pero que su organización debe hacerse, a sabiendas –entre otras fuentes—de lo que le dijo Fidel en Chile a una inmensa multitud, cada vez más presionada por los agentes provocadores de la CIA, por los “maoístas”, ya infiltrados de arriba abajo, y por organizaciones supuestamente más radicales que la Unidad Popular encabezada por el Presidente Allende. Cuando Fidel, tras un emocionante discurso en la Plaza Municipal de Santiago, ya tenía ganada a la multitud y levantando la mano y la voz le preguntó animoso: “¿Ustedes creen que el pueblo se equivoca?” y el pueblo le contestó con un clamoroso ¡NOOOOOO! Fidel le contestó a toda voz, como si estuviera conversando: “Pues fíjense que sí”. A lo que sucedió una inmensa risa solidaria contra los provocadores del golpe, y en apoyo a Fidel y la Unidad Popular.
Tiene razón Marta Harnecker cuando en su América Latina y el socialismo del siglo XXI a diferencia de lo ocurrido en el XX afirma que “debe ser la propia gente la que defina y fije las prioridades”, la que controle eficiencia y honestidad de un trabajo “no alienado” y de cualquier vicio burocrático, administrativista, centralista y autoritario. Ella misma hace ver que no estamos contra la democracia representativa sino contra la que no es representativa de los trabajadores y las comunidades. Marta Harnecker recuerda que Marx plantea que hay que descentralizar todo lo que se pueda descentralizar, y sostiene con razón que el estado que tiene fines sociales lejos de debilitarse se fortalece con la descentralización. Hoy, en México, el zapatismo por su lado ha realizado el máximo empeño para que los pueblos y comunidades aprendan a gobernar y para que el estado del pueblo se integre de tal modo al pueblo que ya no se pueda hablar del estado sin referirse al pueblo, y a las comunidades, no sólo organizadas en formas coordinadas y jerárquicas, sino en redes de resistencia, cooperación y “compartición”, que dominen las artes y las ciencias así como el saber popular, y que a la cultura general del aprender a aprender y a informarse añadan conocimientos especializados, que puedan cambiar si lo quieren a lo largo de la vida. Por su parte ese gran pensador que fue el comandante bolivariano Hugo Chávez hizo particular énfasis en que “sin la participación de fuerzas locales, sin una organización de las fuerzas desde abajo, de los campesinos y los trabajadores por ellos mismos, es imposible el construir una nueva vida”. La Venezuela del Presidente Nicolás Maduro hizo realidad ese objetivo, al organizar sus fuerzas desde abajo, dispuestas a dar la vida para defender su independencia, su libertad y su proyecto socialista…Por eso precisamente la oligarquía y el Pentágono, no pudieron realizar el “golpe blando” que tanto prepararon en todos los terrenos contra el pequeño pueblo del Caribe, rico en petróleo…
En el párrafo citado, Chávez recuerda que el proyecto del control del poder por las comunidades, fue el de los soviets con que Lenin quiso estructurar el estado de los trabajadores y las comunidades de la Unión Soviética, y añadió con razón que con el tiempo, la URSS “se convirtió en una república soviética sólo de nombre” y, ahora, hasta el nombre se ha quitado.
“Marta Harnecker recuerda que Marx plantea que hay que descentralizar todo lo que se pueda descentralizar, y sostiene con razón que el estado que tiene fines sociales, lejos de debilitarse, se fortalece con la descentralización”
Si tras esta exploración del cuerpo político y revolucionario del siglo XXI volvemos a las lecciones de Fidel, recordamos aquélla, entre muchas, más con que queremos dar término a este breve recuento. En el juicio a Escalante y a propósito de las intromisiones de la Unión Soviética -que en tantos otros casos apoyó a Cuba, pero que no por su solidaridad tenía derecho alguno de patrono-, el pensamiento de Fidel, del Fiscal, del Partido, y de Cuba Revolucionaria precisó claramente lo que la Revolución en esa Isla es dentro de la historia universal y por lo que puede contribuir tanto –con sus experiencias—a la historia universal.
Con el juicio a Escalante y su grupo se derrotó deliberadamente la intención de hacer de Cuba un satélite de la URSS. La sentencia del Fiscal expresó todas las lecciones de Fidel al rechazar las falsas acusaciones de Escalante y su “grupo de conspiradores” que se habían vuelto agentes de la Gran Potencia. El Fiscal, en su sentencia, negó terminantemente la falsa acusación de los conjurados contra el gobierno cubano de que estaba persiguiendo a los miembros del antiguo Partido Comunista, antes llamado Partido Socialista Popular, y afirmó que no sólo gozaban éstos de todo respeto sino que se les consideraba como miembros activos de la Revolución. El Fiscal denunció calumnias miserables, como que había un frente antisoviético y tachó de serviles a quienes lanzaban tales infundios. Y lo más importante, se expresó en un párrafo en que se advierte que las lecciones de Fidel ya se habían vuelto lecciones de colectividades, Ese párrafo decía “Lo que no nos perdonan estos enanos es ser capaces de pensar y actuar independientemente, al apartarnos de los clisés de los manuales, lo que no nos perdonan es la fe en la capacidad de nuestro pueblo para seguir su camino, la decisión de dar nuestro aporte a la causa revolucionaria.” Y añadía: “Nadie puede endilgarnos el calificativo de satélites y por eso se nos respeta en el mundo. Y ésta nuestra práctica revolucionaria, es una actuación conforme al marxismo—leninismo, a la esencia del marxismo-leninismo”, una esencia que concretamente deriva de la acción y la reflexión del pensar y el hacer revolucionario en el acá y el ahora y no en el antes y el allá.
Si la situación crítica del mundo y de sus alternativas ha sembrado la desesperanza, hay grandes experiencias para la organización de la libertad, de la vida y el trabajo en otro mundo posible y necesario. Entre ellas destaca la Cuba marxista y martiana.
Podríamos detenernos en muchas otras lecciones fundacionales, precisarlas y ampliarlas, pero en la imposibilidad de incluir su inmenso número y de analizar con detalle las formas de actuar a que las lecciones conducen, voy a destacar algunas más, relacionadas con las motivaciones y acciones conducentes al logro de las metas revolucionarias.
Fidel –en sus reflexiones y acciones- plantea una lucha, una construcción y, una guerra integral que incluye los problemas empresariales, militares, políticos, ideológicos y culturales, así como los de la comunicación y la información. Aquí las lecciones adquieren un carácter de tal modo colectivo que sólo se pueden expresar como obra de la Revolución y de las crecientes avanzadas de un pueblo que venía del “Estado del Mercado Colonial” y del “Complejo empresarial-militar-político y mediático” y que así como lo dejaron, con la cultura que lo dejaron, con la moral que en a muchos de sus miembros enajenados dejaron –a muchos de sus miembros enajenados–, con el analfabetismo integral que a tantos de ellos la opresión les impuso, y, eso sí y también con numerosísimos contingentes de admirable resistencia moral, intelectual y colectiva, que entre todas esas desigualdades, frenos y también virtudes innegables, inició la marcha de la emancipación y aprendió, con las juventudes revolucionarias, a aprender mucho de lo que su memoria y saber ignoraban, y que él y las juventudes fueron haciendo suyo.
La construcción del nuevo poder se inició al mismo tiempo en el estado, en el sistema político, en la sociedad, en la defensa integral, en la cultura y la economía, en la información y la comunicación, el arte y la fiesta. Adentrarse en ella puede empezar por la construcción y la transición a un estado del poder del pueblo. En ese terreno Ricardo Alarcón de Quesada ha escrito –con toda experiencia- un libro sobre Cuba y su lucha por la democracia. En ese y muchos otros escritos puede verse que al objetivo de la democracia como poder (Kratia) del pueblo (Demos) en un Estado-Nación corresponde necesariamente a una variante historia de la lucha de clases y por la independencia. Entre las variaciones más profundas de esa historia se encuentra el “Período Especial” tras la disolución del bloque socialista, y el que hoy vive Cuba con el paulatino cese del Bloqueo a que la sometió Estados Unidos.
Hoy, más que nunca, la principal defensa del proceso revolucionario cubano consistirá en la atención creciente a la democracia integral, y en ella a la organización permanente del diálogo y la interacción entre sus miembros, como tarea prioritaria. Nuevamente, la democracia de todo el pueblo será el arma más poderosa con que cuente Cuba. ¡Vencerá! ¡Venceremos!
Este artículo fue originalmente publicado en ALAI el 27 de noviembre de 2016.
Fuente: Alai