Fidel Castro, joven conocedor de la historia de su país y de la historia universal, estudioso tenaz de todas las filosofías, de los movimientos sociales y revolucionarios, se convirtió en el organizador de un proyecto para cargar, definitivamente, contra la podredumbre acumulada por siglos de explotación y sojuzgamiento
No bastaron diez años de contienda revolucionaria en el siglo XIX para independizar a Cuba del colonialismo español. No obstante, en el XX, los ideales del Apóstol salvaguardaron a la nación del american way of life, pues un grupo de jóvenes encabezados por Mella y Villena, de conciencia forjada en el pensamiento martiano, batalló incesantemente por la práctica de políticas gubernamentales basadas en el decoro, el pudor, la honradez y la defensa de la nación.
La década crítica acumuló la experiencia necesaria para desencadenar un proceso revolucionario liderado por el Partido Comunista, la clase obrera y esa intelectualidad comprometida con el principio apostólico de Martí de conquistar toda la justicia; pero el asesinato de Mella y la muerte prematura de Villena dejaron descabezado un movimiento que logró, al menos, derrocar la dictadura machadista.
Fidel Castro, joven conocedor de la historia de su país y de la historia universal, estudioso tenaz de todas las filosofías, de los movimientos sociales y revolucionarios, se convirtió en el organizador de un proyecto para cargar, definitivamente, contra la podredumbre acumulada por siglos de explotación y sojuzgamiento.
El Moncada no logró el primer objetivo del proyecto; sin embargo, despertó las muchas tradiciones patrióticas fomentadas en casi un siglo de luchas. Las acciones revolucionarias regresaron a las calles, a los parques, a los centros de trabajo, a los centros de estudio, a la Universidad. Fidel estaba vivo y su liderazgo se hacía sentir en toda Cuba.
Fidel se convirtió en la brújula de un país necesitado de cambios radicales. De no haber tenido esa convicción tan firme, los moncadistas y miles de cubanos no lo hubiesen apoyado en el periodo insurreccional primero y luego como líder indiscutible de un país en revolución permanente. El pueblo comprendió que estaba ante un líder de nuevo tipo, de esos que como bien dijera el Che ponen el pellejo para demostrar sus verdades. Nunca antes brilló tanto un estadista como en aquellos días de la Crisis de Octubre, evaluaría el Guerrillero Heroico en su carta de despedida, refiriéndose al coraje y poder de organización de Fidel al evitar una posible guerra nuclear. Y con esa misma luz estuvo siempre en el centro de los momentos más acuciantes vividos por el pueblo: peligros de guerra, fenómenos meteorológicos, crisis energéticas, carencias de todo tipo, periodo especial y más.
Los sucesos de Girón y todos los que vendrían después no pudieron doblegar a Cuba gracias a la pericia, el ejemplo y la lealtad de Fidel. Se despierta con hechos, con realidades, con soluciones verdaderas.
El Líder Histórico de la Revolución encabezó un proceso emancipador que incluía, además, la descolonización cultural, el rescate de la cubanía con sus mejores valores, el barrer todo el basurero inmoral y cimentar un gobierno desde la ética del ser y del servir.
Después de 1959 comenzó a reconfigurarse el superobjetivo del proyecto del 26 de julio de 1953: la revolución sociocultural, que traería consigo el triunfo de la dignidad, del optimismo, de los valores reales de la creación a partir de las potencialidades del hombre nuevo.
La voz de Fidel fue entonces la voz de Cuba y la de los pueblos pobres del mundo en las más disímiles tribunas del planeta. Una voz de combate, de denuncia, de protesta contra las injusticias. Acusó al imperialismo moderno como causante de los desequilibrios financieros, los desequilibrios de distribución y del comercio mundial. Y colocó sobre el tapete todas las consecuencias terribles, que ha traído para los humildes tan injusto «orden económico». Denunció las sociedades de consumo, a las que responsabilizó de la atroz destrucción del medioambiente, pues ellas habían nacido de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad.
Acusó, igualmente, a los países ricos por la monopolización del desarrollo científico-técnico. Recordó, en varias cumbres, que el mundo rico pretende olvidar que las causas del subdesarrollo y la pobreza fueron la esclavitud, el coloniaje, la brutal explotación y saqueo a que fueron sometidos nuestros países durante siglos. Nos miran como pueblos inferiores, sentenció, y agregó que atribuyen la pobreza que sufrimos a la supuesta incapacidad de los africanos, los asiáticos, los caribeños y latinoamericanos, es decir, los negros, los indios, los amarillos y los mestizos, para desarrollarnos e incluso para gobernarnos. Hablan de nuestros defectos, apuntó, como si no fueran ellos los que inculcaron a nuestras etnias sanas y nobles los vicios de los que nos colonizaron o explotaron.
Cuba tiene en los paradigmas coincidentes de Martí y de Fidel un sólido cimiento ideológico y político que la vuelven invencible. Conductas que se resumen en la vocación de servir, en la ética del ser. Que sigan siendo esos valores de altruismo, sintetizados en la obra de Fidel Castro Ruz, la brújula de la Revolución, la brújula de la justicia, la equidad y la honradez como digno homenaje al aniversario 97 de su natalicio.
Fuente: Granma