Sin duda, Fidel Castro ha sido el más aventajado discípulo de las ideas y la praxis revolucionaria de José Martí.
No fue pura coincidencia histórica, sino que el líder de la Revolución Cubana asumió el ideario martiano de manera consciente y entregada.
Así lo ratificó en 1985 en sus conversaciones con Frei Betto: “Yo, antes de ser comunista utópico o marxista, soy martiano; lo voy siendo desde el bachillerato: no debo olvidar la atracción enorme del pensamiento de Martí sobre todos nosotros, la admiración por Martí”.
En marzo de 1949, cuando marines yanquis profanaron la estatua del Héroe Nacional en el habanero Parque Central, Fidel fue uno de los que encabezó la airada protesta frente a la embajada de Estados Unidos; en 1953, declararía a Martí como el autor intelectual de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes; durante su alegato de autodefensa conocido como la Historia me absolverá denunció como le habían impedido consultar las obras de Martí, pero que no importaba, pues traía en “el corazón las doctrinas del maestro”, el primer frente en la Sierra Maestra, dirigido por Fidel, ostentaría el nombre de José Martí. Estas son apenas algunas pinceladas que ilustran la hondísima vocación martiana de Fidel, algo que parecía genético. Hoy el líder de la Revolución descansa para siempre junto al Apóstol en el Cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, en una piedra que alude a la conocida frase martiana que Fidel convirtió en una de las máximas fundamentales de su existencia: “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”.
Sobre su posición hacia Estados Unidos hay que decir, en primera instancia, que ambos fueron raigalmente humanistas, anticolonialistas y antiimperialistas, pero jamás antiestadounidenses, su política hacia la nación del Norte estuvo siempre basada en la fuerza de las ideas y los principios, no en odios y fanatismos.
Con “ojos judiciales” supieron distinguir las dos Norteamérica, la de Lincoln y la de Cutting. De la primera reconocieron sus virtudes y valores culturales, de la segunda —a la cual Martí llegó a nombrar como la Roma Americana o águila temible— no solo criticaron los aspectos políticos que más conocemos, sino también el modo de vida estadounidense que exalta la violencia, la irracionalidad y el culto desmedido hacia el dinero. Y es que una de las primeras similitudes que encontramos entre Martí y Fidel, es la monumental labor ideológica que desarrollaron para descolonizar el pensamiento que desde nuestra región exaltaba al Norte como el modelo a imitar.
Con apenas 18 años, Martí había hecho ya la siguiente observación:
“Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento, –Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad// Y si hay diferencia de organización, de ser, si ellos vendían mientras nosotros llorábamos, si nosotros reemplazamos su cabeza fría y calculadora por nuestra cabeza imaginativa y su corazón de algodón y de buques por un corazón tan especial, tan sensible, tan nuevo que solo puede llamarse corazón cubano, ¿cómo queréis que nosotros nos legislemos por las leyes con que ellos se legislan?// Imitemos. ¡No! –Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos-. Creemos, porque tenemos necesidad de creer. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. La sensibilidad entre nosotros es muy vehemente. La inteligencia es menos positiva, las costumbres son más puras ¿cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes?// Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!
Martí vivió en Estados Unidos durante casi 15 años, y aunque Fidel no tuvo la misma experiencia, llegó a ver en sus entrañas de una manera tan aguda como lo hizo el Apóstol. En esto influyeron sus estudios y lecturas –entre ellas las ideas de Martí sobre Estados Unidos—y el contacto con la propia realidad, en especial la cubana, donde eran notorios los efectos más nocivos de la dominación imperialista del Norte.
Fidel llegó a convertirse en un verdadero experto en el conocimiento sobre Estados Unidos.
“El país del cual sabe más después de Cuba -señaló Gabriel García Márquez- es Estados Unidos. Conoce a fondo la índole de su gente, sus estructuras de poder, las segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha ayudado a sortear la tormenta incesante del bloqueo”.
La estrategia revolucionaria de Fidel hacia Estados Unidos, sintetiza en gran medida todo el pensamiento y la experiencia legada por José Martí, ajustada a las coordenadas de su tiempo histórico.
I
Uno de los grandes desvelos de Martí con relación al ya naciente imperialismo estadounidense fue la posibilidad de que este encontrara un pretexto, un recurso, para intervenir en la Isla, y de esa manera se frustrara la independencia cubana, garantía del equilibrio en las Américas y el mundo.
De ahí que se planteara la necesidad de una guerra “breve y directa como el rayo” que impidiera a tiempo que se extendieran por las Antillas los Estados Unidos. “Y una vez en Cuba los Estados Unidos, ¿quién los saca de ella?”, le había escrito Martí a Gonzalo de Quesada desde 1889.
Poco tiempo después le advertía: “Sobre nuestra tierra, Gonzalo hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos, y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla, a la guerra, -para tener pretexto de intervenir en ella, y con el crédito de mediador y de garantizador, quedarse con ella. Cosa más soberbia no la hay en los anales de los pueblos libres: -ni maldad más fría”.
Esta fue también una de las grandes obsesiones de Fidel, evitar por todos los medios posibles un escenario que facilitara o estimulara una intervención de Estados Unidos en Cuba, que escamoteara la victoria a los rebeldes frente a la tiranía batistiana.
En los meses finales de 1958, ese peligro se hizo mayor al producirse varios incidentes, evidentemente fabricados por el dictador Fulgencio Batista y el embajador yanqui, con la intención de generar una situación que provocara la intervención de los marines en Cuba.
El primer intento tuvo lugar en julio de 1958, cuando el estado mayor de la dictadura, de acuerdo con el embajador de Estados Unidos, retiró sus tropas del acueducto de Yateritas que abastecía de agua la base naval estadounidense en Guantánamo y solicitó a las autoridades de Estados Unidos presentes en la base el envío de soldados a ese punto del territorio nacional. El propósito era generar un conflicto entre las fuerzas del Movimiento 26 de julio y los marines yanquis y así justificar la intervención militar. La actitud responsable, serena, y a la vez muy firme de las fuerzas rebeldes y del propio Fidel, propiciaron una solución diplomática del problema.
Luego, para el mes de octubre de 1958, la dictadura en su desesperación maniobró para que la zona de Nicaro, donde estaban instaladas las plantas de níquel de compañías estadounidenses, se convirtiera en un campo de batalla que estimulara la intervención de Estados Unidos. Estos incidentes –que no fueron los únicos- y su intencionalidad, serían denunciados por el Comandante en Jefe, a través de Radio Rebelde.
La estrategia martiana de tomar cuenta la correlación de fuerzas y las condiciones objetivas y subjetivas, antes de plantear abiertamente sus objetivos revolucionarios más radicales, también fue seguida por Fidel, para evitar la hostilidad prematura del gobierno de Estados Unidos:
“En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para logradas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin”, le escribía el Héroe Nacional a su amigo Manuel Mercado horas antes de caer en combate el 19 de mayo de 1895.
Después del triunfo revolucionario de 1959, se haría aun más notoria la maestría del líder de la Revolución Cubana, para evitar cualquier circunstancia que pudiera servir como excusa a Estados Unidos para intervenir militarmente en la Isla.
II
Dentro de la estrategia martiana de organización de la Revolución en Cuba y para la futura República, estuvo la de influir políticamente tanto en el pueblo de Estados Unidos, como en los propios sectores de poder en ese país. Martí hablaba de la necesidad de entrar “en la lengua y hábitos del norte con mayor facilidad y rapidez que los del norte en las civilizaciones ajenas”.
En un extraordinario libro de Rolando González Patricio, que lleva por título La diplomacia del delegado, el autor sostiene que Martí se propuso ganar la simpatía estadounidense, “…sin la cual la independencia sería muy difícil de lograr y muy difícil de mantener”. Su estrategia estaba dirigida a ganar al menos el respeto del gobierno de Estados Unidos a las aspiraciones cubanas y a movilizar el respaldo moral del pueblo de esa nación.
Como parte de ese esfuerzo, no debe dejar de mencionarse el ingreso del Apóstol como socio del Club Crespúsculo de Nueva York, institución integrada por personalidades de gran influencia en los más diversos ámbitos de la sociedad estadounidense, agrupadas en esa asociación no solo por amor a la naturaleza y a la justicia, sino para encontrar respuestas a la crisis moral, ética y política en que se encontraba Estados Unidos.
No cabe duda, que Martí vio en este Club, una vía importante para llegar al pueblo estadounidense con la verdad de Cuba y buscar aliados potenciales a la causa independentista de la Isla. Y no estaba equivocado, pues meses después de la muerte de Martí, en sesión regular del 9 de abril de 1896, el Club Crepúsculo aprobó una resolución favorable a los revolucionarios cubanos, donde pedía al presidente Cleveland que los reconociera como beligerantes.
Esta capacidad de influir en la sociedad estadounidense para mostrar la realidad sobre Cuba y los nobles propósitos de la Revolución, destruyendo todo tipo de estereotipos, así como falacias construidas y repetidas hasta el cansancio por los medios de comunicación hegemónicos, fue precisamente uno de los mayores éxitos de Fidel desde que se encontraba en las montañas de la Sierra Maestra.
El líder cubano recibió numerosos periodistas estadounidenses en la Sierra, y a través de ellos, además de asestar fuertes golpes mediáticos a la dictadura, logró trasladar importantes mensajes a Estados Unidos.
Al más conocido de todos, el periodista Herbert Matthews, del New York Times, le expresó Fidel el 17 de febrero de 1958: “Puedo asegurar que no tenemos animosidad contra los Estados Unidos y el pueblo norteamericano”. Mensajes similares trasladaría Fidel al resto de los periodistas que continuarían la senda abierta por Matthews.
Mensajes conciliadores hacia el pueblo y gobierno de Estados Unidos trasladó Fidel cuando viajó a ese país en abril de 1959. Asimismo se encargó de desmentir todo tipo de calumnias que sobre la Revolución se venían reproduciendo en los medios de comunicación occidentales y en declaraciones de representantes de la administración Eisenhower.
Después de producirse la ruptura de las relaciones diplomáticas en enero de 1961 el líder de la Revolución no perdió oportunidad alguna en construir los puentes necesarios con la sociedad estadounidense y la clase política de ese país, que pudieran fomentar las tendencias favorables al cambio en la política de Estados Unidos hacia Cuba y la normalización de las relaciones.
Durante años el Comandante en Jefe dedicó largas horas de su apretada agenda a recibir y atender personalidades de la política, los medios y la cultura de Estados Unidos.
La gran mayoría de esos visitantes regresaban a su país con una visión distinta sobre Cuba y del propio líder de la Revolución, y en muchos casos se convertían en abanderados en la lucha contra el bloqueo y por la normalización de las relaciones entre ambas naciones.
III
Imagen: Telesur.
“En política lo real es lo que no se ve. A todo convite entre pueblos hay que buscarle las razones ocultas. Los peligros no se han de ver cuando se les tiene encima, sino cuando se les puede evitar. Lo primero en política es aclarar y prever”, decía Martí, y él mismo fue premonitorio cuando vio el peligro mayor que representaba Estados Unidos para la independencia no solo de Cuba, sino de toda la región latinoamericana. Pudo vislumbrar el fenómeno imperialista cuando aún estaba en proceso de gestación y desplegar una amplia y temprana labor de alerta a través de sus escritos.
El regreso de los republicanos al poder en 1888 y la designación de James G. Blaine como secretario de Estado, llevaron a Martí a una actividad antiimperialista realmente volcánica para frustrar los planes expansionistas de Blaine, a quien ya el Apóstol venía siguiendo y sabía de sus malévolos planes.
Es conocida su gran batalla de denuncia y alerta a través de sus crónicas y artículos en más de una veintena de periódicos hispanoamericanos, así como por medio de una hábil diplomacia, acerca de los propósitos de la Conferencia Internacional Americana convocada por Blaine, donde el gobierno de Estados Unidos pretendía asegurarse mercados consumidores y controlar las materias primas de la región.
También la participación de Martí en 1891, como cónsul de Uruguay, en la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América, donde contribuyó decisivamente a echar por tierra la aspiración estadounidense de imponer una moneda única para todo el continente.
Fidel también se destacó por su capacidad de adelantarse siempre a las movidas del contrario, de ahí se explica, en gran parte, cómo pudo enfrentar y sobrevivir a 10 administraciones estadounidenses esforzadas en su intento por destruir la Revolución Cubana.
Muchos años antes de los históricos anuncios del 17 de diciembre de 2014, Fidel vaticinó en varias de sus intervenciones públicas y en entrevistas que el gobierno de Estados Unidos podía adoptar una política de seducción para lograr los mismos propósitos que no había alcanzado la política de fuerza, con relación a Cuba.
En un discurso pronunciado el 5 de diciembre de 1988, en la Plaza de la Revolución, Fidel proclamó:
“Aun cuando un día formalmente mejoraran las relaciones entre Cuba socialista y el imperio, no por ello cejaría ese imperio en su idea de aplastar a la Revolución Cubana, y no lo oculta, lo explican sus teóricos, lo explican los defensores de la filosofía del imperio. Hay algunos que afirman que es mejor realizar determinados cambios en la política hacia Cuba para penetrarla, para debilitarla, para destruirla, si es posible, incluso, pacíficamente; y otros que piensan que mientras más beligerancia le den a Cuba, más activa y efectiva será Cuba en sus luchas en el escenario de América Latina y del mundo. De modo que algo debe ser esencia del pensamiento revolucionario cubano, algo debe estar totalmente claro en la conciencia de nuestro pueblo, que ha tenido el privilegio de ser el primero en estos caminos, y es la conciencia de que nunca podremos, mientras exista el imperio, bajar la guardia, descuidar la defensa”.
Al ser entrevistado por Tomás Borge en 1992, volvería sobre el tema:
“Tal vez nosotros estamos más preparados incluso, porque hemos aprendido a hacerlo durante más de 30 años, para enfrentar una política de agresión, que para enfrentar una política de paz; pero no le tememos a una política de paz. Por una cuestión de principio no nos opondríamos a una política de paz, o a una política de coexistencia pacífica entre Estados Unidos y nosotros; y no tendríamos ese temor, o no sería correcto, o no tendríamos derecho a rechazar una política de paz porque pudiera resultar más eficaz como instrumento para la influencia de Estados Unidos y para tratar de neutralizar la Revolución, para tratar de debilitarla y para tratar de erradicar las ideas revolucionaras en Cuba”.
Ocho años más tarde, durante el período de la administración Clinton, expresaría Fidel:
“Sueñan los teóricos y agoreros de la política imperial que la Revolución, que no pudo ser destruida con tan pérfidos y criminales procedimientos, podría serlo mediante métodos seductores como el que han dado en bautizar como “política de contactos pueblo a pueblo”. Pues bien: estamos dispuestos a aceptar el reto, pero jueguen limpio, cesen en sus condicionamientos, eliminen la Ley asesina de Ajuste Cubano, la Ley Torricelli, la Ley Helms-Burton, las decenas de enmiendas legales aunque inmorales, injertadas oportunistamente en su legislación; pongan fin por completo al bloqueo genocida y la guerra económica; respeten el derecho constitucional de sus estudiantes, trabajadores, intelectuales, hombres de negocio y ciudadanos en general a visitar nuestro país, hacer negocios, comerciar e invertir, si lo desean, sin limitaciones ni miedos ridículos, del mismo modo que nosotros permitimos a nuestros ciudadanos viajar libremente e incluso residir en Estados Unidos, y veremos si por esas vías pueden destruir la Revolución cubana, que es en definitiva el objetivo que se proponen”.
IV
El antiimperialismo de Martí y Fidel no estuvo nunca divorciado de la disposición a establecer relaciones cordiales y respetuosas entre ambos países.
Acerca de las posiciones del Apóstol, González Patricio apunta: “Martí, conocedor del poder creciente de Estados Unidos, de su tradicional interés en poseer Cuba y de su política dirigida a impedir la independencia de la Isla, buscó evitar todo estímulo a la malevolencia norteamericana y encontró prudente aspirar a relaciones cordiales”.
A su vez, Martí creía viable un escenario de paz con Estados Unidos: “Es posible la paz de Cuba independiente con los Estados Unidos, y la existencia de Cuba independiente, sin la pérdida, o una transformación que es como la pérdida, de nuestra nacionalidad”. Martí recomendó para toda la América Latina lo que también deseaba para la Isla: “de un lado está nuestra América (…); de la otra parte está la América que no es nuestra, cuya enemistad no es cuerdo ni viable fomentar, y de la que con el decoro firme y la sagaz independencia no es imposible, y es útil, ser amigo”.
Desde abril de 1959, cuando Fidel viajó a Estados Unidos, quedó definida su postura favorable al diálogo y a las relaciones civilizadas. Pero además, en muchas ocasiones la iniciativa de buscar un modus vivendi con Estados Unidos partió de su parte.
Empleando la diplomacia secreta, Fidel fue el gestor de numerosos intentos de acercamiento bilateral. A través del abogado James Donovan, quien negoció con Fidel la liberación de los mercenarios presos a raíz de la invasión de 1961; la periodista Lisa Howard y otros canales, el líder de la Revolución hizo llegar al gobierno de Kennedy una y otra vez su disposición de conversar en busca de un entendimiento.
En agosto de 1961 Ernesto Che Guevara trasladó una rama de olivo al gobierno estadounidense en un encuentro que sostuvo en Montevideo con el asesor especial de Kennedy para asuntos latinoamericanos, Richard Goodwin. Es imposible pensar que el Che actuara por su cuenta y no de común acuerdo con el líder cubano. Fidel además envió un mensaje verbal al ya presidente Lyndon Johnson a través de la periodista Lisa Howard en 1964, que entre otras cosas decía:
“Dígale al Presidente (y no puedo subrayar esto con demasiada fuerza) que espero seriamente que Cuba y Estados Unidos puedan sentarse en su momento en una atmósfera de buena voluntad y de mutuo respeto a negociar nuestras diferencias.
Creo que no existen áreas polémicas entre nosotros que no puedan discutirse y solucionarse en un ambiente de comprensión mutua. Pero primero, por supuesto, es necesario analizar nuestras diferencias. Ahora, considero que esta hostilidad entre Cuba y los Estados Unidos es tanto innatural como innecesaria y puede ser eliminada”.
En una reveladora carta escrita el 22 de septiembre de 1994 al presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari, quien había servido de mediador entre Fidel y el presidente estadounidense, William Clinton, el Comandante en Jefe expresó nuevamente su posición favorable a la normalización de las relaciones:
“La normalización de las relaciones entre ambos países es la única alternativa; un bloqueo naval no resolvería nada, una bomba atómica, para hablar en lenguaje figurado, tampoco. Hacer estallar a este país, como se ha pretendido y todavía se pretende, no beneficiaría en nada los intereses de Estados Unidos. Lo haría ingobernable por cien años y la lucha no terminaría nunca. Sólo la Revolución puede hacer viable la marcha y el futuro de este país”.
Se podrían mencionar otros ejemplos. Pero estos son más que suficientes para demostrar que la postura de Fidel fue siempre la de estar en la mejor disposición al diálogo y la negociación con el vecino del norte.
Sin embargo, siempre insistió, con sobrada razón y teniendo como respaldo el derecho internacional y un conocimiento profundo de la Historia de Cuba, que este diálogo o negociación fuese en condiciones de igualdad y de respeto mutuo, sin la menor sombra a la soberanía de Cuba.
Seis semanas después de los anuncios del 17 de diciembre del 2014, Fidel ratificó su posición en cuanto a una normalización de las relaciones con Estados Unidos.
“No confío en la política de los Estados Unidos”, dijo, teniendo suficientes elementos de juicio para hacer ese planteamiento. Pero también expresó que, como principio general, respaldaba “cualquier solución pacífica y negociada a los problemas entre Estados Unidos y los pueblos o cualquier pueblo de América Latina, que no implique la fuerza o el empleo de la fuerza”.
V
Cuando faltaba muy poco para la nueva arrancada independentista, en enero de 1894, Martí definió la postura “cauta y viril” como línea rectora de la política cubana frente a Estados Unidos. Ante la asimetría de poder había que imponer el respeto del adversario por la capacidad de crear, erguirse, resistir y de vencer.
“Ni pueblos ni hombres –decía Martí- respetan a quien no se hace respetar. Cuando se vive en un pueblo que por tradición nos desdeña y codicia, que en sus periódicos y libros nos befa y achica, que, en la más justa de sus historias y en el más puro de sus hombres, nos tiene como a gente jojota y femenil, que de un bufido se va a venir a tierra; cuando se vive, y se ha de seguir viviendo, frente a frente a un país que, por sus lecturas tradicionales y erróneas, por el robo fácil de una buena parte de México, por su preocupación contra las razas mestizas, y por el carácter cesáreo y rapaz que en la conquista y el lujo ha ido criando, es de deber continuo y de necesidad urgente erguirse cada vez que haya justicia u ocasión, a fin de irle mudando el pensamiento, y mover a respeto y cariño a los que no podremos contener ni desviar, si, aprovechando a tiempo lo poco que les queda en el alma de república, no nos les mostramos como somos”.
Esta posición viril que recomendaba Martí, fue la que caracterizó a Fidel ante cada amenaza e intento por cercenar la soberanía de Cuba por las distintas administraciones estadounidense.
Un momento descollante fue durante la Crisis de Octubre, donde solo con su posición valiente e intransigente –apoyada mayoritariamente por el pueblo cubano- al negarse a cualquier tipo de inspección del territorio cubano, al plantear los Cinco Puntos e impedir en todo momento que se le presionara, se pudo salvar el prestigio moral y político de la Revolución en aquella coyuntura. Esto fue así, a pesar de que la URSS tomó decisiones inconsultas con la parte cubana que trajeron como consecuencia que la Isla fuese la más desfavorecida con la solución que se le dio a la crisis.
También fue memorable su discurso en respuesta a las amenazas del presidente estadounidense W. Bush, el 14 de mayo de 2004 cuando expresó:
“Puesto que usted ha decidido que nuestra suerte está echada, tengo el placer de despedirme como los gladiadores romanos que iban a combatir en el circo: Salve, César, los que van a morir te saludan.
Sólo lamento que no podría siquiera verle la cara, porque en ese caso usted estaría a miles de kilómetros de distancia, y yo estaré en la primera línea para morir combatiendo en defensa de mi patria”.
Paz, amistad y cordialidad entre un “pueblo menor” y un “pueblo mayor” como lo definía Martí, no podía jamás implicar dependencia y servidumbre. Como tampoco jamás Fidel entendió -ni aceptó- la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, desde el enfoque de la dominación.
En cada uno de los reducidos momentos en que se estableció alguna posibilidad de diálogo o negociación, Fidel fue enfático en cuanto que la soberanía de Cuba, tanto en el plano doméstico como internacional, no era negociable, y que la Isla jamás renunciaría a uno solo de sus principios.
VI
Fidel y Chávez firman el nacimiento del ALBA. Foto: Estudios Revolución.
Asumiendo y enriqueciendo las ideas de Simón Bolívar, Martí y Fidel concedieron como parte de su estrategia revolucionaria un lugar privilegiado a la necesaria unidad de América Latina y el Caribe.
Ramón de Armas destaca como desde 1877, durante su estancia en Guatemala, Martí hizo su llamado de unidad o muerte, en expresión de un latinoamericanismo defensivo que evolucionaría “hacia un claro y precursor latinoamericanismo antiimperialista activo” que cerrara el paso al avance impetuoso del vecino del Norte, a través de la acción unida en torno a objetivos y propósitos comunes. “Puesto que la desunión fue nuestra muerte –decía el Apóstol en aquel entonces-, ¿qué vulgar entendimiento, ni corazón mezquino, ha menester que se le diga que de la unión depende nuestra vida?”.
En su concepción revolucionaria, Fidel siempre vio el proceso cubano, como parte de una Revolución mayor, la que debía acontecer en toda América Latina y el Caribe. De ahí su constante solidaridad y apoyo a los movimientos de liberación en la región y denuncia de cada acto de injerencia yanqui.
Esa posición partió en primera instancia de un sentimiento de identidad y de ineludible deber histórico, pero también como una necesidad estratégica para la preservación y consolidación de la Revolución Cubana.
Sobre todo, teniendo en cuenta que desde el siglo XIX en adelante, el principal enemigo común de la verdadera emancipación de los pueblos al sur del río Bravo fue –y continúa siéndolo- Estados Unidos, que en no pocas ocasiones utilizó con éxito para sus propósitos la máxima de “divide y vencerás”, estrategia que ha utilizado hasta nuestros días. A esa compresión había llegado Fidel desde antes de 1959, y la puso de manifiesto en acciones concretas en las que, incluso, puso en riesgo su propia vida durante sus luchas como estudiante universitario.
Fidel integró el comité Pro Independencia de Puerto Rico, el comité Pro democracia dominicana, participó en 1947 en la frustrada expedición de Cayo Confites contra el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y en los sucesos conocidos como el Bogotazo, donde compartió su destino con el pueblo colombiano que enfrentaba a las fuerzas reaccionarias que habían asesinado al líder popular Jorge Eliécer Gaitán.
Además, ya desde aquella época se había pronunciado a favor del derecho de los panameños a la soberanía sobre el canal interoceánico y el de los argentinos sobre las Islas Malvinas.
No obstante, luego del triunfo de enero de 1959, la vocación integracionista de Fidel se hizo más explícita en numerosos pronunciamientos públicos. Sus ideas y amplia acumulación de experiencias durante años, así como los continuos cambios en el contexto internacional, lo hicieron ir perfilando su pensamiento. De ahí que, en el Cuarto Encuentro del Foro Sâo Paulo, efectuado en La Habana en 1994, entre otras muchas ideas vinculadas a ese trascendental tema, declarara:
“Qué menos podemos hacer nosotros y qué menos puede hacer la izquierda de América Latina que crear una conciencia en favor de la unidad? Eso debiera estar inscrito en las banderas de la izquierda. Con socialismo y sin socialismo. Aquellos que piensen que el socialismo es una posibilidad y quieren luchar por el socialismo, pero aun aquellos que no conciban el socialismo, aun como países capitalistas, ningún porvenir tendríamos sin la unidad y sin la integración”.
Los esfuerzos colosales realizados por Fidel en pos de la unidad y la integración de la región, comenzaron a rendir sus frutos, con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en 1998, momento que inició un verdadero cambio de época en América Latina.
En el 2004 Chávez y Fidel crearían la hoy conocida como Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América -Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) y al año siguiente, en Mar del Plata, el imperialismo estadounidense sufría ya una gran derrota, al ser enterrado el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA), iniciativa que venía impulsando el gobierno de los Estados Unidos. En el 2011, nacería en Caracas, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y con ello el sueño más preciado de Fidel y, por tradición, de Martí, Bolívar y otros próceres de nuestra América se hacía realidad.
Sin duda, una de las primeras victorias políticas de esa unión, sería el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos anunciados el 17 de diciembre de 2014, por los presidentes de ambos países. Cuba sola, sin el fuerte apoyo regional que recibió, no habría llegado a ese resultado.
A modo de conclusión
Es cierto que el equilibro al que aspiraba Martí en las Antillas y en el mundo se frustró a partir de 1898 con la intervención de Estados Unidos en Cuba.
Pero por paradojas de la historia, la Revolución Cubana triunfante en 1959, de profunda raíz martiana, liderada por Fidel y el movimiento 26 de julio, abrió nuevamente una puerta para avanzar hacia la segunda y definitiva independencia de América Latina y el Caribe y a la construcción de un nuevo equilibrio internacional. Es decir, en el mismo punto geográfico por donde comenzó el imperialismo estadounidense a construir su hegemonía, nacería en 1959 la herejía más inmediata y notoria a su dominio.
En pleno siglo XXI la independencia de Cuba y su desempeño en el escenario internacional continúan siendo un factor de equilibrio. Y es que durante más de 60 años la Isla insumisa ha sido un valladar significativo ante el Norte revuelto y brutal que no ceja en su empeño por seguir cayendo “con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América” y del resto del mundo. De ahí que siga teniendo tanta vigencia como ayer la idea martiana de que “quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos”.
Pero sin duda, para lograr la solidez de ese equilibrio es hoy más imperioso que nunca, relanzar los procesos de unidad e integración de América Latina y el Caribe e impulsar el nacimiento de un nuevo mundo, multipolar y multicéntrico y, con él, de una nueva civilización que coloque de una vez y por todas al ser humano y a la justicia social en el centro de su atención.
Cuando el mundo y la sobrevivencia de la especie humana se encuentran amenazados por la guerra, el cambio climático, el peligro del uso de las armas nucleares, el hambre, la miseria, las desigualdades, la discriminación y otros males globales, el pensamiento humanista, anticolonialista y antiimperialista de José Martí y Fidel Castro, siguen siendo fuentes inagotables para encarar los desafíos actuales y futuros, en la búsqueda de nuevos paradigmas civilizatorios.
Como señalara Fidel en la sede de las Naciones Unidas en el año 1995:
“Queremos un mundo sin hegemonismos, sin armas nucleares, sin intervencionismos, sin racismo, sin odios nacionales ni religiosos, sin ultrajes a la soberanía de ningún país, con respeto a la independencia y a la libre determinación de los pueblos, sin modelos universales que no consideran para nada las tradiciones y la cultura de todos los componentes de la humanidad, sin crueles bloqueos que matan a hombres, mujeres y niños, jóvenes y ancianos, como bombas atómicas silenciosas.
Queremos un mundo de paz, justicia y dignidad, en el que todos, sin excepción alguna, tengan derecho al bienestar y a la vida”.
Muchas Gracias.
(Ponencia presentada en la V Conferencia Internacional Por el Equilibrio del Mundo)
Fuente: Cubadebate