jueves, diciembre 26, 2024
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Esta no es la época de las certezas. Son tiempos de contradicciones. Por Vijay Prashad

Ningún Estado debe aceptar las denominadas «certezas» que refuerzan la dinámica de la Guerra Fría, ni descuidar los peligrosos resultados de los cambios de régimen y el caos con influencia externa

Es difícil desentrañar las profundidades de nuestro tiempo, las guerras terribles y la información confusa que circula sin mucho criterio. Es fácil encontrar certezas en las transmisiones de los medios y en Internet, pero ¿se basan en una evaluación honesta de la guerra en Ucrania y de las sanciones contra los bancos rusos (que forman parte de una política de sanciones más amplia de Estados Unidos, que actualmente afecta a unos treinta países)? ¿Reconocen la horrible realidad del hambre que ha aumentado debido a esta guerra y a las sanciones? Parece que gran parte de las «certezas» están ancladas en la «mentalidad de la Guerra Fría», que entiende que la humanidad está irremediablemente dividida en dos bandos opuestos. Sin embargo, este no es el caso; la mayoría de los países están luchando por elaborar un enfoque no alineado ante la «nueva Guerra Fría» impuesta por Estados Unidos. El conflicto de Rusia con Ucrania es un síntoma de batallas geopolíticas más amplias que se han librado durante décadas. 
 
 

El 26 de marzo, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, definió algunas certezas desde su punto de vista en el Castillo Real de Varsovia (Polonia), calificando la guerra en Ucrania como «una batalla entre la democracia y la autocracia, entre la libertad y la represión, entre un orden basado en reglas y otro gobernado por la fuerza bruta». Estos binarios son totalmente una fantasía de la Casa Blanca, cuya actitud hacia el «orden basado en normas» no se basa en la Carta de la ONU, sino en las «normas» que dicta Estados Unidos. Las antinomias de Biden culminaron en un objetivo político: «Por el amor de Dios, este hombre no puede seguir en el poder», dijo, refiriéndose al presidente ruso Vladimir Putin. La estrechez de miras de Biden ante el conflicto de Ucrania ha provocado un llamamiento público al cambio de régimen en Rusia, un país de 146 millones de habitantes cuyo gobierno tiene 6.255 cabezas nucleares. Con el violento historial de Estados Unidos en el control del liderazgo en varios países, sus imprudentes declaraciones sobre el cambio de régimen no pueden quedar sin respuesta. Deben ser contestadas universalmente. 

 
 
El eje principal de la guerra de Rusia no es en realidad Ucrania, aunque hoy se lleve la peor parte. Se trata de si se puede permitir que Europa forje proyectos independientemente de Estados Unidos y su agenda para el Atlántico Norte. Entre la caída de la URSS (1991) y la crisis financiera mundial (2007-08), Rusia, las nuevas repúblicas postsoviéticas (incluida Ucrania) y otros Estados de Europa del Este intentaron integrarse en el sistema europeo, incluida la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Rusia se incorporó al proceso de la Asociación para la Paz de la OTAN en 1994, y siete países de Europa del Este (entre ellos Estonia y Letonia, fronterizos con Rusia) se unieron a la OTAN en 2004. Durante la crisis financiera mundial, se hizo evidente que la integración en el proyecto europeo no sería totalmente posible debido a las vulnerabilidades de Europa. 

 
 
En la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero de 2007, el presidente Vladimir Putin cuestionó el intento de Estados Unidos de crear un mundo unipolar. «¿Qué es un mundo unipolar? No importa cómo embellezcamos este término, significa un único centro de poder, un único centro de fuerza y un único amo”, dijo. Refiriéndose a la retirada de Estados Unidos del Tratado de Misiles Antibalísticos en 2002 (que ya había criticado entonces) y a la guerra ilegal de Irak en 2003, Putin dijo: «Ya nadie se siente seguro porque nadie puede resguardarse detrás del derecho internacional». Más tarde, en la Cumbre de la OTAN de 2008 en Bucarest (Rumania), Putin advirtió sobre los peligros de la expansión de la OTAN hacia el este, presionando contra la entrada de Georgia y Ucrania en la alianza militar. Al año siguiente, Rusia se asoció con Brasil, China, India y Sudáfrica para formar el bloque BRICS como alternativa a la globalización impulsada por Occidente. 

 
 
Durante generaciones, Europa ha dependido de las importaciones de gas natural y petróleo crudo, primero de la URSS y luego de Rusia. Esta dependencia de Rusia ha aumentado a medida que los países europeos han tratado de poner fin a su uso del carbón y la energía nuclear. Al mismo tiempo, Polonia (2015) e Italia (2019) se adhirieron a la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda (BRI, por su sigla en inglés) liderada por China. Entre 2012 y 2019, el gobierno chino también formó la Iniciativa 17+1, que vincula a diecisiete países de Europa Central y Oriental en el proyecto BRI. La integración de Europa en Eurasia abrió la puerta a su independencia en política exterior. Pero esto no estaba permitido. Toda la farsa de la «OTAN global» —articulada en 2008 por el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer— fue un elemento para impedir esta evolución. 

 
 
Temeroso de los grandes cambios que se estaban produciendo en Eurasia, Estados Unidos actuó en los frentes comercial y diplomático/militar. Desde el punto de vista comercial, EE. UU. trató de sustituir la dependencia europea del gas natural ruso prometiendo suministrar a Europa gas natural licuado (GNL) procedente tanto de proveedores estadounidenses como de los Estados árabes del Golfo. Dado que el GNL es mucho más caro que el gas por tubería, no se trataba de un acuerdo comercial atractivo. Las empresas de Silicon Valley no podían sostener los desafíos a los avances chinos en soluciones de alta tecnología —sobre todo en telecomunicaciones, robótica y energía verde—, por lo que Estados Unidos recurrió a dos instrumentos de fuerza: en primer lugar, el uso de la retórica de la Guerra contra el Terrorismo para prohibir las empresas chinas (alegando consideraciones de seguridad y privacidad) y, en segundo lugar, las maniobras diplomáticas y militares para desafiar el sentido de estabilidad de Rusia. 

 
 
La estrategia de Estados Unidos no fue del todo exitosa. Los países europeos pudieron constatar que no había un sustituto eficaz para la energía rusa ni para las inversiones chinas. Prohibir las herramientas de telecomunicaciones de Huawei e impedir la certificación de NordStream 2 solo perjudicaría a los pueblos europeos. Esto estaba claro. Pero lo que no estaba tan claro era que, al mismo tiempo, Estados Unidos comenzó a desmantelar la arquitectura que mantenía la confianza en que ningún país iniciaría una guerra nuclear. En 2002, Estados Unidos abandonó unilateralmente el Tratado de Misiles Antibalísticos y, en 2018-19, se retiró del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por su sigla en inglés). Los países europeos desempeñaron un papel clave en el establecimiento del Tratado INF en 1987 a través del movimiento por la «congelación nuclear» (nuclear freeze), pero el abandono del tratado en 2018-19 fue recibido con un relativo silencio por parte de los pueblos europeos. En 2018, la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos pasó de centrarse en la Guerra Global contra el Terrorismo a la prevención de la «reaparición de la competencia estratégica a largo plazo» de «rivales cercanos» como China y Rusia. Al mismo tiempo, los países europeos comenzaron a realizar ejercicios de «libertad de navegación» a través de la OTAN en el Mar Báltico, el Mar Ártico y el Mar del Sur de China, enviando mensajes amenazantes a China y Rusia. Estas maniobras acercaron a China y a Rusia. 

 
 
Rusia indicó en varias ocasiones que era consciente de estas tácticas y que defendería sus fronteras y su región con la fuerza. Cuando Estados Unidos intervino en Siria en 2012 y en Ucrania en 2014, estas maniobras amenazaron a Rusia con la pérdida de sus dos principales puertos de aguas cálidas —en Latakia (Siria) y Sebastopol (Crimea)—, razón por la cual Rusia se anexionó Crimea en 2014 e intervino militarmente en Siria en 2015. Estas acciones sugerían que Rusia seguiría utilizando su ejército para proteger lo que considera sus intereses nacionales. Ucrania cerró entonces el canal de Crimea del Norte que aportaba a la península el 85% de su agua, lo que obligó a Rusia a abastecer a la región con agua a través del puente del estrecho de Kerch, construido con un enorme coste entre 2016 y 2019. Rusia no necesitaba «garantías de seguridad» de Ucrania, ni siquiera de la OTAN, pero las buscaba en Estados Unidos. En Moscú se temía que Estados Unidos colocara misiles nucleares de alcance intermedio alrededor de Rusia. 

 
 
A la luz de esta historia reciente, las contradicciones sacuden las respuestas de Alemania, Japón e India, entre otros. Cada uno de estos países necesita el gas natural y el crudo ruso. Tanto Alemania como Japón han sancionado a los bancos rusos, pero ni el canciller alemán, Olaf Scholz, ni el primer ministro japonés, Fumio Kishida, pueden reducir las importaciones de energía. India, a pesar de formar parte junto con Japón del Quad respaldado por Estados Unidos, se ha negado a sumarse a la condena de Rusia y a las sanciones a su sector bancario. Estos países tienen que gestionar las contradicciones de nuestro tiempo y sopesar las incertidumbres. Ningún Estado debe aceptar las denominadas «certezas» que refuerzan la dinámica de la Guerra Fría, ni descuidar los peligrosos resultados de los cambios de régimen y el caos con influencia externa. 
 
 
Siempre es una buena idea reflexionar sobre el tranquilo encanto de los poemas de Tōge Sankichi, que vio caer la bomba atómica sobre su Hiroshima natal en 1945, y luego se unió al Partido Comunista Japonés para luchar por la paz. En su «Llamado a la acción», Sankichi escribió

 
 
estira esos brazos grotescos 
a los muchos brazos similares 
y, si parece que ese destello puede volver a caer, 
sostén el maldito sol: 
incluso ahora no es demasiado tarde. 

https://www.alainet.org/es/articulo/215293

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