Campeones prohibidos (*). Por Randy Alonso Falcón

Los organizadores del Grand Slam de Wimbledon le avisaron al tenista ruso Daniil Medvedev (número 2 del mundo) que no podría participar del prestigioso torneo en julio, salvo que se manifieste opositor al presidente ruso Vladimir Putin. El 20 de abril pasado, mediante un comunicado, el All England Lawn Tennis Club (AELTC) dijo que “con profundo pesar” iba a rechazar cada una de las “inscripciones de los tenistas rusos y bielorrusos en Los Campeonatos 2022”.

Otros jugadores clave que se perderán el torneo incluyen a la número 4 del mundo, Aryna Sabalenka, de Bielorrusia, al octavo clasificado masculino Andrey Rublev, de Rusia, su compatriota la jugadora No. 15 del mundo Anastasia Pavlyuchenkova y la ex estrella bielorrusa número uno del mundo Victoria Azarenka.

En esa misma cuerda, la FINA acaba de sancionar por nueve meses al bicampeón olímpico ruso Yevgueni Rylov por haber asistido a un evento con Putin en marzo pasado.

Tras conocer la noticia, el doble titular en Tokio Rylov comunicó en su cuenta de Instagram que se retiraba de los mundiales de natación que se disputarán este verano en Budapest: “En apoyo a todos los atletas rusos que han sido suspendidos de las competencias internacionales, me niego a ir al Campeonato Mundial 2022″. Rylov añadía: “No importa cuán triste pueda sonar, pero el deporte no puede moverse sin competidores dignos. […] Se pierde su esencia. […] Las federaciones deberían sacar conclusiones sobre qué dirección quieren tomar o si Pierre de Coubertin quería ver una organización que uniera a la gente”.

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Pocas cosas convocan a la pasión, el disfrute y la sana rivalidad entre los seres humanos como el deporte. Muy pocas alcanzan el nivel de confraternización que propician unos juegos multideportivos.

Desde la antigua Grecia y hasta nuestros días, se ha hablado mucho del deporte como instrumento para la paz y la relación entre los pueblos. Los principios fundacionales del olimpismo moderno impulsados por Coubertain defienden un deporte al servicio del desarrollo armónico del ser humano, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana, la posibilidad de practicar deporte sin discriminación de ningún tipo y dentro del espíritu olímpico, que exige comprensión mutua, espíritu de amistad, solidaridad y juego limpio, el principio de neutralidad política, y el disfrute de los derechos de la Carta Olímpica sin ningún tipo de discriminación, ya sea por raza, color, sexo, orientación sexual, idioma, religión, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, riqueza, nacimiento u otra condición.

Pero desde los juegos helénicos hasta hoy el deporte al máximo nivel ha sufrido el impacto de la politización y la manipulación interesada de los poderosos.

La actual situación de guerra en Ucrania ha generado la más bochornosa manipulación del movimiento deportivo internacional. La arremetida total contra los deportistas rusos y bielorrusos constituye un sinsentido y la más clara evidencia del control que los grandes países occidentales tienen del movimiento olímpico.

Las noticias de la escalada contra los deportistas rusos, especialmente, se suceden desde febrero: Desde el 28 de febrero, el Comité Olímpico Internacional recomendó a las federaciones y a los organizadores de competiciones en todo el mundo que “no inviten ni permitan la participación de deportistas o dirigentes rusos o bielorrusos” en ninguna de ellas. La andanada comenzó cuando la UEFA le retiró a San Petersburgo la final de la Champions League para mudarla a París, después vinieron las anulaciones de la sede de eventos que debían realizarse en territorio ruso como el Gran Premio de Fórmula 1 de Sochi, los encuentros de la Liga Mundial de Waterpolo, las Series Mundiales de Natación Artística y de Saltos sincronizados y las eliminatorias de la FIBA al Mundial de baloncesto. Le siguió la eliminación de los equipos rusos en competencias europeas, la suspensión de la selección de fútbol de las eliminatorias para Qatar 2022, el despido del piloto de Fórmula Uno Nikita Mazepin, la expulsión de los atletas rusos de los Juegos Paralímpicos de Invierno Beijing 2022 y la tarjeta roja para el equipo de Copa Davis.  La Federación Internacional de Voleibol le quitó el cupo a Rusia del Mundial (legítimamente ganado) y se lo entregó a Ucrania.

Todo lo ruso, fuera.

Nunca antes se había visto algo igual en el deporte mundial como resultado de un conflicto. Pese a que siempre se ha llamado a la tregua durante el periodo de los Juegos Olímpicos, pocas veces se ha respetado tal aspiración. Y pocas veces ha habido consecuencias reales.

Cuando se celebraron los Juegos de Melbourne 1956, Roma 1960, Tokio 1964, México 1968 y Munich 1972, Estados Unidos desarrollaba una guerra cruenta contra el pueblo Vietnamita, al que le provocó millones de muertos. A nadie se le ocurrió vetar la presencia de los atletas estadounidenses en esos convites.

Tampoco nadie osó desde el COI o las Federaciones clamar por expulsar a los deportistas estadounidenses de los Juegos de Atenas 2004, Beijing 2008, Londres 2012 y Río 2016 porque Estados Unidos agredió, ocupó y asesinó a cientos de miles en Afganistán e Irak durante esos largos años.

La discriminación y afrenta contra el deporte ruso viene desde hace unos años, cuando se les vetó por el COI a sus deportistas de competir bajo su bandera nacional por denuncias de un sistema masivo de dopaje. La federación internacional de Atletismo, encabezada por Lord Sebastian Coe, ha sido el abanderado de la cruzada antirrusa.

Irónico resulta que nunca el COI ni la Federación de Atletismo movieron un dedo para sancionar al deporte estadounidense después que en el 2003 se revelara el amplio esquema de dopaje en ese país; especialmente en el atletismo.

La revista estadounidense Sports Illustrated publicó en abril de 2003 revelaciones contenidas en 30.000 páginas de documentos y de informes que prueban que algunos de los deportistas más famosos del país norteamericano obtuvieron medallas en los Juegos Olímpicos ayudados por sustancias prohibidas, o lo que es lo mismo, lo hicieron dopados. Esta información fue entregada a Sports Illustrated por Wade Exum, antiguo director, desde 1991 hasta 2000, del departamento del control antidroga del Comité Olímpico de Estados Unidos (USOC).

Este especialista en dopaje ha dicho públicamente que el ex atleta Carl Lewis, medalla de oro en los 100 metros lisos en los Juegos de Seúl 88, corrió dopado aquella final. Curiosamente, Lewis subió al primer cajón del podio por la descalificación por dopaje del canadiense Ben Johnson. Exum ha denunciado que Lewis dio positivo en tres ocasiones por estimulantes prohibidos por el Comité Olímpico Internacional (COI) durante las pruebas clasificatorias para asistir a Seúl y que el USOC, tras descalificarle, le incluyó finalmente en la lista de sus atletas para dichos Juegos.

Ni Lewis, ni el deporte estadounidense fueron sancionados, ni a nadie se le ocurrió hablar de un esquema nacional de dopaje en Estados Unidos. Ya para el momento de las escandalosas revelaciones, tapadas en las noticias por la cruenta guerra de Irak, Sebastian Coe era Vicepresidente de la IAAF. Lewis incluso fue estandarte de campañas antidopaje del atletismo. Así como lo lee.

Irónico es también que Sebastian Coe  tuviera durante 38 años estrechos vínculos con la Nike, cuyo Oregon Project creado en 2001 fuera acusado de dopaje y malos tratos a las atletas, y su entrenador jefe Alberto Salazar, suspendido durante 4 años.

La historia de Nike está llena de ejemplos de apoyo a (atletas) dopados, a federaciones que favorecen el dopaje», escribía en Twitter, en octubre de 2019 la excorredora Lauren Fleshman, patrocinada por la marca durante más de nueve años, hasta 2012.

«Miran para otro lado incluso cuando está claro para todos los demás que hay algo podrido», agregó. «Ponen la pipa (el logo de la firma) en bombas de tiempo. Y cuando éstas explotan, Nike suele ser el último en irse».

En 2012, Nike apoyó oficialmente a Lance Armstrong inmediatamente después de la publicación de un informe condenatorio de la USADA sobre el ciclista y su equipo, antes de abandonarlo unos días después.

El Barón Coe terminó su relación como embajador de Nike en 2015, poco después de asumir como mandamás de la IAAF, por el escándalo que desató su influencia para que se le concediera, sin votación, el Mundial de Atletismo a Oregon -el estado de nacimiento de la poderosa multinacional deportiva-, el cual tendrá lugar este verano.

Las palabras ‘Gloria a Ucrania’ se ven escritas en el costado del tráiler del equipo nacional de Rusia de campo traviesa, en Holmenkollen. cerca de Oslo, el miércoles 2 de marzo de 2022. La guerra en Ucrania ha avivado una rusofobia. Foto: Torstein Boee/NTB scanpix via AP

Con sus acciones, el COI y las Federaciones Internacionales han hecho gala de una doble moral escandalosa y de una rusofobia denigrante. Han afectado la vida y la trayectoria deportiva de varias estrellas del deporte mundial, han golpeado a clubes y federaciones rusas, que no son soldados ni instituciones militares, ni le declararon la guerra a nadie. Han politizado hasta lo indecible el deporte.

El número 1 del tenis mundial Novak Djokovic dijo en un encuentro reciente con los medios que estaba en contra de prohibir la participación de los tenistas rusos y bielorrusos en el próximo torneo de Wimbledon. Argumentó que él es un “hijo de la guerra”, por lo que siempre condenará este tipo de hechos fatídicos, pero que era “una locura” que los deportistas de Rusia tuvieran que pagar parte de las consecuencias.

“Sé el trauma emocional que deja. En Serbia, todos sabemos lo que pasó en 1999. En los Balcanes, hemos tenido muchas guerras en la historia reciente. Sin embargo, no puedo apoyar la decisión de Wimbledon, creo que es una locura. Cuando la política interfiere en el deporte, el resultado no es bueno”

Pareciera que hoy el deporte es la continuación de la guerra por otros medios. Y – lo peor-, la doble moral, el sesgo y la hipocresía de los mandamases del deporte mundial, no van a resolver la guerra.

Para no olvidar:

Tommie Smith y John Carlos, en los Juegos Olímpicos

A Muhammad Ali lo condenaron a prisión en Estados Unidos porque se negó a combatir en Vietnam.  A John Carlos y Tommie Smith, iconos del podio Black Power de México 68, los echaron de por vida de los Juegos Olímpicos. Y a Colin Kaepernick, que en 2016 se arrodillaba cada vez que sonaba el himno de Estados Unidos, lo dejaron sin equipo en el fútbol americano. Algo parecido había hecho la NBA veinte años antes con Mahmoud Abdul-Rauf, estrella musulmana de los Nuggets. Fue amenazado y su casa en Denver sufrió pintadas del Ku Klux Klan. Eran deportistas enemigos de las guerras. Fueron expulsados de pistas y estadios. Pero no todas las guerras son iguales. Tampoco sus víctimas.

(Periodismo.com)

(*)El Campeón Prohibido es una novela de Dario Fo (premio Nobel de Literatura). Está basada en la historia real del boxeador Johann Trollmann, a quien el Tercer Reich le arrebató la gloria, ya que puso en entredicho la supremacía de la raza aria de la Alemania nazi. «Siendo aún un niño, Johann descubrió el boxeo y se subió al cuadrilátero llevando consigo toda la herencia de su pueblo: los gitanos sinti. Pero ni siquiera su deslumbrante técnica, que en cada combate ponía en pie al público alemán, logró que sus compatriotas lo considerasen un ciudadano más. Nada importaba que Trollmann demostrara ser el mejor, ya que el título de los pesos semipesados le fue negado a pesar de sus espectaculares victorias, poniendo así fin a su carrera como profesional: ¿cómo iba alguien de su estirpe a representar al glorioso Reich de los mil años en los Juegos Olímpicos de 1928? A medida que el clima político empeoraba, los nazis acabaron también con su vida y la de su familia: primero el divorcio, al que se vio obligado para salvar a su mujer y a su hija, después la guerra en la que participó como soldado y el campo de concentración en el que tuvo que afrontar su último desafío… Apoyándose en meticulosas investigaciones históricas, Dario Fo recrea con maestría una estremecedora historia real, ofreciéndonos una novela vívida y emocionante que salda cuentas con la historia y devuelve al campeón los laureles que tan injustamente le fueron arrebatados».

Fuente: Cubadebate

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