América Latina unida es la única respuesta realista frente a los desafíos de nuestra época. Por Armando Hart Dávalos

Al agradecer una presencia tan amplia de Ministros y Responsables de Políticas Culturales de América Latina y el Caribe, en La Habana, para participar en nuestro IV Encuentro, y al asegurarles que trabajaremos con la finalidad de que la conferencia tenga tan provechosos resultados como las tres anteriores, destacamos la enorme significación del momento en que se desarrolla esta reunión.

La participación aquí de importantes delegaciones de 28 países y 10 organizaciones internacionales tiene un valor singular si se tiene en cuenta que hoy, en otras zonas de la tierra, no es fácil, y a veces ni siquiera posible, reunir tantas voluntades diversas para debatir, democrática y civilizadamente, sobre los problemas de la vida espiritual. Eso es posible en nuestra América porque en la base de la enriquecedora diversidad de nuestros enfoques hay una unidad cuyos fundamentos más profundos se afirman en una historia común y en un ideal cultural de valor universal. Por esto, permítasenos la siguiente reflexión: Transitamos por el final del siglo XX y estamos a las puertas del tercer milenio de nuestra era. Los procesos económicos, políticos, sociales y culturales adquieren, cada vez más, un grado de interdependencia acelerado a escala internacional. Nuestra América puede enfrentar esta complejísima situación haciendo crecer los poderosos gérmenes de la unidad que están en el sustrato de su herencia cultural.

Tenemos una historia rica en heroísmo y sabiduría política, y podemos y debemos abrir el camino de nuestra integración. Tenemos una cultura que nos lo permite. Desde nuestros orígenes, poseemos un acendrado sentido de lo nacional y una sólida vocación de integración y de universalidad. Somos fieles a nuestras tradiciones de defensa de lo patriótico y, al mismo tiempo, a nuestro sentido de pertenencia regional con proyecciones universales. Un arraigado sentimiento democrático está presente en el ideal de nuestra América.

Sabemos que uno de nuestros retos consiste en enfrentar las realidades del mundo que vivimos sobre el presupuesto de nuestra independencia e identidad cultural, y sobre el fundamento de lo enunciado, hace mucho más de cien años, por El Benemérito de las Américas, Benito Juárez, cuando afirmo: “El respeto al derecho ajeno es la paz.”

Cuidar, proteger y desarrollar esos rasgos cardinales de nuestra gran patria común constituye, sin dudas, una de las grandes aspiraciones de la cultura latinoamericana y caribeña. Como cubano, puedo decirles que todos nosotros, quienes junto a Fidel Castro emprendimos los empeños generosos de estas últimas décadas de la historia patria y las nuevas generaciones que hoy nos acompañan, desde niños o adolescentes, sentíamos a nuestra área geográfica como la patria grande que soñó Bolívar y que nos enseñó José Martí.

Amigos:

En una cita como la presente, vale un reconocimiento especial a todas las instituciones culturales y socioculturales de la más diversa índole que vienen realizando en nuestra América una abnegada, meritoria y —muchas veces— callada labor en favor de nuestra cultura. Sabemos apreciar su importancia para los esfuerzos en favor de la integración cultural de la América Latina y el Caribe, porque desde el comienzo en 1959 de la Revolución, y en épocas en que se hacían más complejos nuestros vínculos culturales con los países del área, la Casa de las Américas comenzó a desarrollar, y sigue haciéndolo, un amplio y destacado trabajo con el generoso y valiente concurso del movimiento intelectual y artístico de la América Latina y el Caribe, lo que además dice mucho de la importancia que en este continente tiene la intelectualidad.

Hoy, en medio de innumerables dificultades, observamos con emoción que nuestro Encuentro se celebra cuando una voluntad unificadora se extiende desde el Río Grande hasta la Patagonia. Un acontecimiento como la Cumbre de Presidentes y Jefes de Estado iberoamericanos, celebrada hace solo dos meses, lo ilustra de manera elocuente. La cita histórica de Guadalajara, y sus conocidos objetivos, análisis y conclusiones, constituyen un diáfano soporte para nuestras deliberaciones.

Si los anhelos de integración continental postulados por nuestros mejores estadistas contemporáneos han ido materializándose por la vía cultural, en Guadalajara estos anhelos se elevaron al más alto plano político. Los mandatarios también examinaron cuestiones específicas de la cultura y acordaron reunir los antecedentes en este campo para impulsar nuevos enfoques.

En este punto, el presidente Fidel Castro destacó, en su mensaje a la Cumbre: “Si aún nos queda un largo recorrido para alcanzar la integración económica, en el que es preciso superar innumerables inconvenientes objetivos; si el camino hacia la unidad política es todavía más dilatado y los obstáculos pueden resultar de mayor envergadura, ¿qué duda cabe de que un importante paso en la imprescindible e inevitable unidad de nuestros pueblos ha de ser dado en el terreno de la cultura, de las ideas, de la identificación espiritual?”

Nos proponemos trabajar para que encuentros como éste sirvan a la consecución de la unidad y al conocimiento mutuo que se plantearon los estadistas iberoamericanos en México. Las tres reuniones de Ministros y Responsables de Políticas Culturales de América Latina y el Caribe, que hemos celebrado garantizan lo mucho que podemos hacer en este sentido. Así estamos contribuyendo, con madurez y confianza, a lo que pudiera definirse como una nueva expresión americana y caribeña de las relaciones de carácter cultural.

Como ésta es nuestra cuarta reunión, luego de las celebradas en Brasilia, Mar del Plata y Ciudad México, comprobamos con satisfacción que encuentros de esta índole van convirtiéndose en tradición. De hecho, nunca antes nos habíamos reunido los Ministros de Cultura y, muchos menos, sobre bases y programas de acción tan concretos y abarcadores. A partir de esta tradición, y de los resultados conseguidos en el breve, pero fructífero camino recorrido hasta aquí, es útil subrayar la significación de los tres encuentros anteriores y la proyección que proponemos darle al que hoy iniciamos en La Habana.

Lo más importante de las reuniones precedentes es que hemos despejado aspectos medulares de la política, de las ideas programáticas de nuestra identidad y de la integración continental en lo propiamente cultural. Con sistemas políticos, legislaciones, métodos y cursos de acción diferentes lo logramos, porque ha predominado la cultura común que nos une. De ahí que podamos decir a nuestros gobiernos, con toda responsabilidad, que en este campo no hay antagonismo que impida la integración ni la consecución de nuestros propósitos de unidad.

Compartimos una fuerza que alienta y requiere la integración y le muestra vías para su materialización. Unidad no quiere decir uniformidad, estas son las conclusiones más importantes que he extraído de los tres Encuentros ya celebrados.

Habiendo comprendido lo anterior e, incluso, tras haber adoptado medidas de carácter práctico, en cuya realización hemos laborado responsablemente, en este Encuentro de La Habana sugerimos que se trabaje en la fundamentación e instrumentación de los programas que tenemos por delante. Así, resulta indispensable lograr que nuestros propósitos se vinculen orgánicamente con los objetivos económicos y sociales de nuestros respectivos países y con los procesos de integración económica y política a escala internacional. Las cuestiones que atañen a la cultura no están referidas, exclusivamente, a lo ideológico o lo estético.

Uno de nuestros problemas medulares es ver cómo, sin desvirtuar su carácter esencial, sino, por el contrario, subrayándolo, logramos la relación más estrecha de la promoción cultural con los programas de desarrollo y cómo elevamos, aún más, el lugar que aquella promoción debe ocupar en nuestra sociedad. En este sentido, es vital encontrar medios que permitan que la producción espiritual acreciente su peso, su papel creador y su consideración y dignificación a escala social. Mientras las producciones culturales sean vistas únicamente con fines hedonistas o elitistas o, lo que es aún peor, rebajadas a objetivos burdamente utilitarios, su lugar y su fuerza estarán relegados y su contribución a la sociedad se verá ostensiblemente mermada.

Fue en los tiempos ya lejanos de Simón Rodríguez, el maestro de El Libertador, cuando se empezó a insistir en que la utopía americana tenía por fundamento nuestra educación y nuestra cultura. Este es el gran aporte que debemos hacer los latinoamericanos y caribeños al mundo moderno. Pero, para lograrlo, es menester vincularse de manera práctica a los fines más importantes de nuestras economías, lo que sólo podrá realizarse si afirmamos la cuestión medular de cualquier cultura nacional: su identidad.

Subrayamos aquí uno de los propósitos contemplados en la Declaración de Guadalajara, cuando nos insta a “promover un mercado común del conocimiento como un espacio para el saber, las artes y la cultura”. Por eso, nos parece importante discutir, analizar y evaluar la ejecución del Plan de Acción de los Ministros de Cultura acordado en México y, en especial, avanzar, en el más breve tiempo, hacia la creación de un Fondo Latinoamericano y Caribeño para la Cultura y las Artes; garantizar el impulso definitivo que requiere el Mercado Común del Libro, cuyo proyecto ya ha sido elaborado; así como ampliar la adhesión por parte de todos nuestros gobiernos al Mercado Común Cinematográfico.

Asimismo, trabajar en favor del intercambio de experiencias en los eventos internacionales de carácter cultural; resolver el problema de la defensa del patrimonio cultural, acerca de lo cual se presentarán proposiciones y análisis en el curso de esta reunión; lograr el apoyo que reclaman los proyectos del Banco de Datos, el Desarrollo Audiovisual, el Inventario de Bienes Culturales y las ideas que se adelantan sobre un Programa Regional para la Defensa y el Fomento de la Música. Además de éstas, puede haber una diversidad de iniciativas para las diferentes ramas del arte y la cultura, sobre lo cual podríamos dialogar y encontrar caminos específicos para promover el intercambio.

Más adelante, debemos reflexionar también, en cómo insertamos, más profunda y consecuentemente, la cultura en los procesos que tienen que ver con el desarrollo del turismo, lo que solo se alcanzará si le garantizamos a la cultura su autonomía de funcionamiento y su peculiaridad.

Todo lo anterior nos lleva a destacar la importancia que le concedemos a la colaboración que nos viene brindando la ALADI, a partir de su Acuerdo de Alcance Parcial para la Libre Circulación de Bienes Culturales, así como la asesoría de varios especialistas de la economía de nuestro continente, con el propósito de que nos ayuden a encontrar soluciones y amplíen nuestra perspectiva en una noción de cultura que se corresponda, cada vez más, con su papel creciente dentro de la sociedad.

Mención especialísima merece la estrecha colaboración de trabajo con la UNESCO, cuyo Director General, el señor Federico Mayor, nos ha expresado en conversaciones tenidas al efecto gran simpatía y apoyo a estos encuentros, así como la posibilidad de que los mismos sirvan para entroncarse con el trabajo de dicha institución internacional. Los Ministros de Cultura requerimos de ese apoyo y de la consiguiente visión interdisciplinaria. Juntos lograremos lo que sería imposible si lo encaráramos solo con nuestros propios recursos y potencialidades. Se trata, en fin, de abrir o consolidar nuevos accesos para el trabajo cultural. Por lo pronto, contamos con propuetas y proyectos específicos, a cuya discusión es justo consagrar nuestro encuentro.

Quizás un análisis a fondo puede llevarnos a considerar, asimismo, que el sector cultural es uno de los que cuenta con mayores posibilidades para trabajar en la búsqueda de fórmulas de cooperación económica internacional, en correspondencia con las derivaciones de la reciente reunión de mandatarios iberoamericanos. Para la cultura resulta impostergable encontrar tales fórmulas porque, además de su valor en lo que tiene que ver con el desarrollo de las ideas, la formación ética y estética, así como el fortalecimiento de nuestros vínculos espirituales, posee un peso económico que influye, de manera determinante, en lo que se ha dado en llamar la calidad de la vida.

El peso económico de la cultura muchas veces no es medible con precisión aritmética, lo que no significa que necesariamente ella se mueva solo en el ámbito de lo conceptual. De ahí que resulte fundamental encontrar, en su nexo con lo económico y lo social, los mecanismos que nos permitan promover las manifestaciones culturales hasta probar su eficacia extracultural. Es decir, su capacidad para elevar aspectos como la calidad de la vida y, por ende, su estrecha incidencia en la economía social. En el caso de Cuba, un análisis de los objetivos económicos y sociales más importantes nos ha llevado a determinar que si no la insertamos cabalmente en su dinámica y crecimiento no alcanzaremos el imprescindible enriquecimiento cultural a que aspira nuestro país.

Desde luego, es bien claro para nosotros, y creemos que para todos los dirigentes latinoamericanos y caribeños que nos honran con su presencia, el principio de que nuestras responsabilidades como Ministros de Cultura no son de carácter económico, sino que están raigalmente relacionadas con la defensa de la identidad de nuestras naciones, y con la indispensable articulación con el sistema de educación del país, que es una de las raíces esenciales de la cultura. El problema consiste en que, por influir en el campo subjetivo a escala social, acaba repercutiendo sobre la economía.

Sucede que no encontraremos manera de defender y proteger esa identidad si no hallamos su relación práctica con los procesos sociales y económicos que tienen lugar en nuestros respectivos países. Desvinculada de la economía y del proceso social, nuestra identidad quedaría a merced de quienes aspiran a destruirla para imponernos sus modelos hegemónicos y hostiles a nuestra idiosincrasia.

Sabemos que la cultura no se administra ni se regentea, sino que se promueve y se desarrolla. Conocemos muy bien que su objetivo esencial, su aspiración más alta, está en fortalecer las fibras morales de nuestras sociedades. Apreciamos, con toda claridad, que los pueblos que aquí representamos son los protagonistas de nuestras más genuinas expresiones culturales. Esos valores se han creado a través de una larga historia de lucha en que hemos debido enfrentar obstáculos que a algunos les han parecido insalvables. Pero más allá de estas dificultades, y por más dramáticas y difíciles de superar que sean las de hoy, ha estado la voluntad de garantizar la independencia de cada uno de nuestros países y la integración de todos ellos en una gran patria común, que desde luego no borraría sino que fortalecería lo mejor de nuestras especificidades nacionales. Y esta voluntad integradora tiene contenido y carácter culturales, y repercute en las más diversas esferas de nuestra vida.

Aspiramos a que en La Habana se den pasos firmes para que la gran utopía de nuestros padres fundadores, en lo que toca a la cultura, tenga un peso real en la sociedad, se abra camino y alcance su expresión en los hechos. Hemos comenzado a actuar. Proponemos acelerar este proceso y pasar a una acción más dinámica, coordinada y eficaz. En ese camino están los deseos de Cuba, para la cual la integración de la América Latina y el Caribe no es solo viable, sino imprescindible, ante las contingencias del mundo actual y la necesidad de mostrarnos como un solo pueblo, fuerte y digno.

Les agradezco, en nombre del Gobierno y el pueblo cubanos, su generosa presencia en nuestra Patria en una hora crucial de la historia de Cuba, de América y del mundo. Y concluyo subrayando lo que me parece ser el sentido de todos: una América unida y fiel a sí misma es la única respuesta realista frente a los desafíos de nuestra época. Una época en que Patria es mucho más que un solo país.

Muchas gracias.

Discurso pronunciado por el Dr. Armando Hart Dávalos, el 19 de septiembre de 1991, para inaugurar  el IV Encuentro de Ministros y Responsables de Políticas Culturales de América Latina y el Caribe, celebrado en el Palacio de las Convenciones.

Fuente: Cubadebate

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