Por Geraldina Colotti.
El próximo 23 de noviembre el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, celebra un año más de su vida, el sexagésimo segundo. Una vida dedicada, desde muy joven, a los ideales del socialismo, unido a la multitud de jóvenes, inspirados por la revolución de Octubre y las posteriores. Jóvenes que querían “hacer como el Che”, encendiendo, por todas partes, “uno, diez, cien, mil Vietnam”: de los Andes a los Alpes, de América Latina a Europa.
Los jóvenes de hoy, privados de memoria y de futuro en los países capitalistas, no pueden imaginar el clima de los años en los que creció Nicolás, “un gigante inquieto” cuya “extraordinaria inteligencia” todos reconocían, conocedor del deporte y la música. Pasiones que, sin embargo, pasaron a un segundo plano, ya que “el Pájaro”, como lo llamaban en el liceo, optó por estar en primera fila de los movimientos estudiantiles que se rebelaron contra las injusticias, en Venezuela y en el resto del mundo.
Muchos en Europa, más acostumbrados a construir íconos consumistas o celebrar héroes burgueses, se burlarán si mencionamos un libro publicado este año en Venezuela titulado Nicolás Maduro, presente y futuro. Lleva el prólogo de una poeta y un historiador, Ana Cristina Bracho y Pedro Calzadilla, tan poco acostumbrados a la retórica como la periodista Mercedes Chacín, que ha acompañado la edición.
No es, por tanto, una hagiografía, sino un pequeño fresco de la historia, para asomarnos al abismo que tenemos ante nosotros y saltarlo con más fuerza y menos miedo: con el entusiasmo que nace de la gran historia, y el coraje de quienes se encuentran con la espalda contra la pared, y debe tenerlo en cuenta. Un lente para comprender la furia del imperialismo contra el país bolivariano, “culpable” de poseer inmensas riquezas, y de querer disponer de ellas para el bienestar social. Precisamente en los últimos días, Estados Unidos ha aprobado una ley bipartidista para impedir cualquier comercio con Venezuela, llamándola incluso Ley Bolívar, en desprecio al héroe nacional…
“Bienaventurados los pueblos que no necesitan héroes”, escribió el poeta alemán Bertolt Brecht, queriendo decir con ello que siempre hace falta un ejemplo: el ejemplo de mujeres y hombres que encarnen los ideales colectivos por los que están dispuestos a sacrificarse. Incluso sacrificando la misma vida.
Leyendo las cartas de los partisanos condenados a muerte por el nazismo, entendemos cuál era la fuerza capaz de ganar la partida: la creencia de que el comunismo era “la juventud del mundo”, y que preparaba “mañanas cantando” a las que se debía contribuir.
La extrema derecha, que construye su “internacional” en los cuatro rincones del planeta, lo sabe bien. Transformando, con el capitalismo de las plataformas, viejos “mitos” en nuevas modas, también ofrece jugosas albóndigas envenenadas a las clases populares, induciéndolas a seguir banderas falsas que puede aprovechar la anomia.
Durante el siglo XX, en la compleja y feroz batalla que animó al mundo dividido en “dos bloques”, la burguesía tuvo la oportunidad de sofocar la voz de los “mañanas” anunciados. Lo hizo también burlándose del sueño de quienes seguían cantando aquellos mañanas, o volvían a cantarlos: con nuevas notas, nuevos ritmos, más directos y menos sofisticados, pero presentes y todavía con la barra recta contra el viento.
Si la revolución cubana ha renovado el miedo de la burguesía desde hace 65 años, la bolivariana es el “espectro que acecha” desde hace 25 años. “Una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad de Estados Unidos”, la definió el demócrata Obama: la amenaza del ejemplo que, en el siglo del “post-todo”, hace posible una revancha del socialismo, basada en la paz con justicia social.
Si pensamos que, después de la revolución bolchevique de 1917, la burguesía tembló fuerte durante setenta años, entendemos que la resistencia de Cuba y el bastón de mando de Venezuela, que ha mostrado la posibilidad de vencer con las urnas, pero con los mismos ideales de Fidel y del Che, ya es un largo camino para recordar esos “mañanas”.
Que un ex sindicalista del Metro de Caracas dirija el gobierno bolivariano, y que esto suceda dentro de un proyecto colectivo de democracia popular, parece insoportable para un capitalismo occidental que, en la “izquierda” -una izquierda que ahora ha llegado al neoliberalismo y al belicismo- sólo produce tecnócratas grises, mientras que en la derecha -una derecha astuta o sombría, dependiendo de la máscara más eficaz para el sistema dominante- aparecen magnates o payasos, o gente grosera, o señoras falsamente antisistema.
Más insoportable aún es que ese “gigante inquieto” se mantuvo firme y supo superar, “con calma y cordura, nervios de acero y máxima movilización popular”, la multifacética serie de ataques desatados en su contra por el imperialismo tras la muerte de Chávez.
El comandante, a quien la oligarquía definía como un “mono” por su origen indígena, pero cuya figura hoy sirve para descalificar al actual gobernante (“Maduro no es Chávez”, repiten los “tibios” desde hace años), había invitado al pueblo a votar por él: “Mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total es que, en un escenario que se hace necesario convocar, como manda la Constitución, nuevas elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón.”
Chávez pronunció estas palabras el 8 de diciembre de 2012, al regresar de Cuba donde intentaba tratar un tumor, justo en su etapa final. Y el pueblo, ese pueblo que lo había acompañado desde el 4 de febrero de 1992, cuando encabezó sin éxito la rebelión cívico-militar contra las “democracias camufladas” de la Cuarta República, había depositado su confianza en su Canciller, que lo había apoyado y que absorbió las numerosas batallas libradas a nivel internacional para tejer una “nueva independencia” del continente: en nombre de Bolívar, y de la “democracia de paz con justicia social”.
Valores y creencias que Nicolás mantuvo en alto en los once años en los que ha gobernado, como vicepresidente en ausencia del comandante, y luego como presidente, y ahora reelegido el 28 de julio para un tercer mandato. Pedro Calzadilla, que lo conoce desde el bachillerato, hoy que tanta agua ha corrido bajo el puente, encuentra al mismo Nicolás de entonces, un hombre alto, bigotudo, de buen humor, protector, apasionado y aficionado a las bromas.
Y escribe en el prólogo del libro: “Debe tener un alma impermeable al odio que desata en las oligarquías del mundo el hecho de que alguien levante la voz para defender a los pobres, a la clase trabajadora, a los más débiles. La tenaz maquinaria de difamación, burla y proscripción contra el Presidente Maduro, en medio de un bloqueo económico destinado a provocar una revuelta contra su gobierno y derrocarlo, no ha logrado avances en esta cualidad de un líder bueno y de buen hombre que sabiamente supo detectar su gran mentor, el Comandante Hugo Chávez”.
Lo que más llama la atención para una marxista europea es el conocimiento de la historia del movimiento obrero y de las luchas de resistencia contra el colonialismo y la esclavitud que Maduro siempre utiliza en sus discursos, especialmente en los congresos internacionales. Oportunidades para reiniciar un nuevo sentimiento común y empezar a cantar juntos de nuevo la necesidad de esos “mañanas” de resistencia.
En los discursos de Maduro siempre emerge la importancia de la unión y resistencia latinoamericana al capitalismo, anclada en las figuras de Bolívar, Lenin, Mao y Chávez y, en su caso, también anclada en el Cristo de los orígenes, con características propias del socialismo venezolano del siglo XXI. Nicolás proviene de la extrema izquierda venezolana, era militante de la Liga Socialista cuando le dijeron que un grupo de militares progresistas intentaba tomar el poder.
Luego, junto a la que se convertiría en su esposa, y que entonces era una joven abogada barricadera, Cilia Flores, decidirá acompañar la marcha del comandante, desde Yare -la cárcel en la que había estado encerrado junto a sus compañeros de aventuras-, a Miraflores. Y elegirá ser “absorbido” por la historia, como lo hizo Chávez, que creció leyendo en secreto el Libro Rojo de Mao en la academia.
Como muchos jóvenes, en América Latina y en el mundo, Nicolás quedó marcado por la muerte de Salvador Allende, el presidente chileno, quien optó por caer rifle en mano. Siguiendo los pasos de Chávez, que vacunó a la revolución contra el ascenso de Pinochet, al hacer de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana un nuevo ejército popular que actúa en unión cívico-militar, Maduro ha podido rechazar con el mismo espíritu las demandas de la oligarquía, a pesar de no ser militar. Y la Fanb, que desde hace años está dirigida por un hombre de paz y cultura, Vladimir Padrino López, responde a cada ataque defendiendo el socialismo, y con el puño cerrado.
El libro dedicado a Nicolás es, por tanto, un fresco colectivo, que rinde homenaje a tantos camaradas, a tantos héroes y héroinas que hicieron posible la revolución bolivariana, luchando también con las armas contra aquellas “democracias camufladas” nacidas del pacto de Punto Fijo: el pacto con el que la izquierda moderada de la época entregó a las oligarquías a sueldo de Washington las esperanzas nacidas de la resistencia a la dictadura de Marco Pérez Jiménez, derrotado el 23 de enero de 1958.
Los hijos de aquellos héroes, como Jorge Rodríguez padre, asesinado bajo tortura, son hoy los protagonistas que acompañan al presidente en su dirección de la revolución. Los hermanos de esos héroes, ex guerrilleros aún vivos, como Fernando Soto Rojas, recuerdan a la juventud de hoy la verdadera naturaleza del Estado burgués. El hermano de Fernando figura todavía hoy entre los “desaparecidos”, arrojados de un avión por esa democracia muy elogiada por Washington, que inauguró esta práctica mucho antes que las dictaduras del Cono Sur.
La memoria de aquel conflicto pasado, transmitida a través del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), renueva la conciencia de los jóvenes sobre el precio que hay que pagar para construir esos “mañanas cantantes” por los que los comunistas del siglo pasado dieron su vida. La experiencia de Nicolás, que vivió los tiempos del siglo pasado como joven militante de extrema izquierda y como sindicalista, y que supo tejer, con Chávez, relaciones con un mundo multicéntrico y multipolar, con cuya ayuda logró enfrentar las agresiones del imperialismo estadounidense y sus aliados europeos, demuestra que “si se puede”: que se puede vencer, incluso contra un enemigo poderoso. Y, de hecho, a pesar de las sanciones, los intentos golpistas y la invasión militar, la Venezuela bolivariana ha logrado levantar cabeza nuevamente, mostrando un proceso de recuperación económica y protagonismo internacional.
El libro dedicado a Nicolás relata las principales etapas de esta resistencia popular, que atravesó las estrechas puertas de la historia, que recuerdan la falta de papel de quienes, en los países capitalistas, se dejan engañar por la propaganda y no reflexionan al criticar lo que falta, según ellos, en Venezuela, sobre sus responsabilidades al haber contribuido a silenciar esos “mañanas” que cantaban en los ideales de los partisanos.
Por ello, la principal iniciativa de este año fue la organización del congreso contra “el fascismo, el neofascismo y otras expresiones similares”, que reunió en Caracas a más de 700 delegados de todos los continentes. En ese contexto, la Universidad Internacional de la Comunicación (Lauicom), que dirige la rectora Tania Díaz, publicó un volumen, significativamente titulado Las máscaras del fascismo en el tercer milenio.
En esa ocasión, Maduro lanzó la Internacional Antifascista, cuyo objetivo es construir una agenda de lucha común -anticapitalista, antiimperialista, anticolonial y antipatriarcal- capaz de articular lo local con lo global. Una agenda basada en valores antitéticos a la barbarie de quienes invitan a la gente a salvarse ahogando a sus vecinos, una agenda basada en la paz con justicia social.