sábado, diciembre 7, 2024
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UNA APROXIMACIÓN AL FACTOR OUTSIDER.

Los giros políticos experimentados en las últimas décadas, marcadas por una crisis sistémica, han derivado en procesos impredecibles y tumultuosos en los que la corriente dominante (o mainstream) ha revelado su incapacidad de comprender por qué los votantes han abandonado las coordenadas diseñadas para el ejercicio del poder hasta ahora que han logrado dominar el fenómeno.

La divergencia entre izquierda y derecha se ha visto desplazada por contradicciones más localizadas que, sin perder los rasgos de esa bipolaridad, han apuntado a que la ciudadanía se asuma distante y desconfiada de la política convencional.

En medio de esa distancia emergen liderazgos que han conectado con determinadas aspiraciones colectivas; han sido denominados outsiders (persona ajena o extraña) y su conceptualización es objeto y sujeto de amplias discusiones que van desde la casuística hasta el etiquetamiento definitivo que asocia el término a otros como «populismo» o «líder antisistema».

Si se le pudiera categorizar como fenómeno, epocalmente la figura del outsider se ubicaría a finales de siglo XX e inicios del XXI. Muchos de los casos de insurgencia política de este tipo ocurrieron entre su última década y entrado el siglo XXI. Agotados determinados consensos, las poblaciones de distintos países comenzaron a exigir cambios ante el colapso social provocado por políticas neoliberales que buscaron ser globalizadas.

Pero también el cansancio ante los efectos de sanciones y bloqueos a regímenes no alineados a Occidente ha servido como detonante de transiciones en las que un líder carismático que no forma parte del establishment entra en la escena política y gana elecciones viniendo «desde atrás» o «desde abajo». Por otra parte, hay una pulsión permanente de dicha corriente en proponer liderazgos políticamente correctos e identidades impolutas.

EL HARTAZGO COMO OPORTUNIDAD POLÍTICA

La principal disgresión en torno al término outsider radica en la asociación que hacen algunos teóricos al llamado «populismo». Robert Barr, quien sostuvo una letanía alrededor del «fenómeno» populista, define a un outsider como «alguien que gana relevancia política, no a través de un partido establecido, sino como independiente o en asociación con un nuevo partido» mientras que, a partir de Fujimori, Charles D. Kenney usa el término para referirse «a políticos que se convierten en figuras políticas importantes por fuera del sistema de partidos nacional».

Otras definiciones derivan de la inexperiencia política, que puede estar mediada por las destrezas del personaje. Es decir, en algunos casos se trata de funcionarios de niveles medios que no han aparecido como opción por su bajo perfil previo, sea este extenso o no. La búsqueda del poder a través de un partido nuevo es otra mediación. El sistema de partidos y sus metabolismos de poder pueden ser intervenidos por nuevos actores o vínculos.

Es tan importante el aumento de su popularidad como el punto de inflexión (u oportunidad política) que lo genera. Un listado no exhaustivo de condiciones sociopolíticas puede constituir el caldo de cultivo de un liderazgo outsider, sin embargo este punto de inflexión ha requerido:

  • Condiciones económicas o jurídicas (provocadas desde dentro o fuera del país) que lleven al hartazgo o decepción de sectores mayoritarios.
  • Oportunidad de acceso al poder por vía electoral previa presión social o propaganda nutrida.
  • Logro de nuevos consensos electorales que aglutinen sectores dispersos.
  • Identidades nuevas o recuperadas que van desde elementos de clase, confesionales o étnicos-territoriales.

ENSAYANDO CATEGORÍAS DENTRO DEL FACTOR OUTSIDER

Los primeros casos, dentro de los que se inserta Vojislav Kostunica de Serbia, constituyen una respuesta sistémica. Se trata de personajes que no emergen de la nada sino que son orgánicos dentro de los sistemas políticos de los países en donde ocurren, por lo menos así fue en la primera década del siglo. Aunque en esos años también surgió la figura del comandante Hugo Chávez en los 1990, quien irrumpió en la escena política como crítico del sistema neoliberal y del agotamiento del liderazgo.

La diferencia entre ambos ejemplos está en lo orgánico del personaje. Por su parte, el serbio fue un injerto abonado con mucha tecnología política, cansancio social por el asedio económico basado en sanciones europeas y las huellas profundas de una guerra devastadora, sobre todo luego de que la OTAN interviniera en Kosovo. El venezolano, por contraste, apareció como consecuencia de múltiples factores dentro de los cuales estuvieron los experimentos neoliberales que se llevaron a cabo en la región latinoamericana.

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Hugo Chávez irrumpió en la escena política como crítico del sistema neoliberal y del agotamiento del liderazgo pero no fue un constructo de intereses injerencistas (Foto: NPR.org)

El factor común es que han llegado al poder como una impugnación del sistema. Los sectores sociales los impusieron en espacios de poder, por vía de resistencia o giros abruptos por hechos sobrevenidos, esto sumado a frecuentes estrategias oportunistas de sectores económicos.

Luego de Chávez ocurrió la llamada «primera oleada» progresista en la que emergieron otros líderes como Evo Morales en Bolivia y Fernando Lugo en Paraguay, que también representaron una ruptura contra el establishment de sus respectivos países.

Morales provenía de la dirigencia indocampesina que avanzaba en contra de las reformas neoliberales mientras que Lugo emergía del mundo eclesial de base que daba sus últimos respiros en la región, su candidatura aprovechó el agotamiento (temporal) del derechista Partido Colorado por parte de la población paraguaya. Esto les hizo orgánicos dentro de los procesos políticos de los que surgieron, lo que les aleja de invenciones de laboratorios políticos.

Otros líderes que son insertados en la categoría outsider han sido inorgánicos dentro de sus sistemas políticos. Han aparecido en la escena política como producto de la tecnología política asimilada y han ido más allá de los puros discursos «antisistema». Sus campañas, asesoradas por estrategas del marketing, han aplicado técnicas efectivas de propaganda para manejar el fenómeno a favor.

Entre las experiencias más recientes están las de Donald Trump (2017-2021) y Jair Bolsonaro (2019-2023), quienes emergieron con discursos radicales dentro del conservadurismo y, más que proponer imaginarios a futuro, recurrieron a discursos que reivindicaban el pasado. Uno el «Make America Great Again» (MAGA) y el otro el «Movimiento del 64» , que dio origen a la dictadura militar de 21 años (1964-1985). Ambos lograron incubar relatos basados en la posverdad, recurriendo a noticias falsas y un lenguaje «políticamente incorrecto» pero efectivamente medido.

En sus campañas diseñadas por el estratega conservador Steve Bannon fue demostrada la intervención de la empresa de datos Cambridge Analytica. Esta ha sido acusada de usar los datos de millones de usuarios para influenciar en el sentido de su voto y hay evidencias de que usó información personal de los votantes, vía Facebook, para influir en ambos resultados electorales. Aunque con este caso se quiso vender la influencia encubierta como algo inusual, o ajeno a las dinámicas del poder global, lo cierto es que el uso de técnicas de publicidad y marketing manipuladoras, y psicológicamente para vender productos, estilos de vida e ideas, ha sido la base de la sociedad estadounidense, con calidad de exportación al resto del mundo occidental.

De este tipo de outsiders inorgánicos y nutridos por la tecnología política se derivan dos subtipos. Uno que se ha construido de manera tecnificada -como los dos casos anteriores- y otro de manera rudimentaria con técnicas menos elaboradas y afinadas. Así fue el caso del ucraniano Volodímir Zelenski (2019-actualidad), actor convertido en político que hizo campaña como un reformador anticorrupción. Su candidatura a la presidencia se basó en el personaje que interpretó en una serie de comedia con un partido que lleva el nombre de El servidor del pueblo, programa que lo hizo famoso y lo llevó a la victoria en 2019.

Sin embargo, con el pasar del tiempo, los hechos terminaron demostrando que lo «antisistema» del actual presidente ucraniano era otra manera altamente producida de instrumentar el poder político y económico. Los Papeles de Pandora demostraron que era tan corrupto como lo usual. Su patrocinante, el oligarca ucraniano Ihor Kolomoisky, llegó a crear una coalición empresarial global cuyo control se extiende a miles de empresas en prácticamente todos los sectores de Ucrania, la Unión Europea, Georgia, Rusia, Estados Unidos y otros lugares. Desde antes de que Zelenski llegara al poder, el empresario se había convertido en un «señor de la guerra» y magnate mediático asociado a la élite demócrata estadounidense.

El magnate es quien construye el personaje desde el principio, dueño de la empresa productora del programa. Además, luego de que Zelenski ganara las elecciones incorporó a algunos productores de la empresa, y hasta actores, en su gabinete. Así configuró el personaje desde el inicio hasta la actualidad.

ENTRE CAMBIOS REALES, PLACEBOS Y LAWFARE

Este intento de taxonomía de la cualidad emergente de los liderazgos políticos permite hacer otra clasificación basada en el modo de abordaje de las crisis que los trajeron a escena. Algunos líderes han asumido el gobierno para optar por realizar cambios o reformas reales; esta condición no es necesariamente doctrinaria ni ideológica. Nayib Bukele es un ejemplo. Ha instrumentado cambios en el Estado salvadoreño que van desde la conformación de los poderes públicos hasta la configuración territorial de su país. El mismo Hugo Chávez, junto a Evo Morales, son otros ejemplos debido a que encabezaron procesos constituyentes que reordenaron los regímenes políticos de sus países.

Otros han optado por el gatopardismo («hacer que todo cambie para que todo permanezca igual») y, manteniendo discursos y acciones que prefiguran cambios, han confirmado al mismo sistema que critican luego de haber creado expectativas de profundidad programática. Un ejemplo es el filipino Rodrigo Duterte (2016-2022), autodenominado «con orgullo socialista» quien durante mucho tiempo tuvo vínculos permanentes con el Partido Comunista de Filipinas (CPP, sus siglas en inglés) e irrumpió en la política de su país desde un liderazgo local al sur del archipiélago. Desde la ciudad provinciana de Davao ascendió en simpatías debido a su lenguaje de confrontación a los vicios sociales y a su doctrina de ley y orden.

Lo que le cualificó como outsider fue la inédita llegada a la presidencia de un político de Mindanao, acompañado del Partido Democrático Filipino-Poder Popular (PDP-Laban) de ideología nacionalista y socialista democrática. Si bien su padre fue gobernador, no se consideraba parte de la clase dominante filipina ni del sistema feudal cimentado por el paternalismo y los ejércitos privados.

Durante su juventud era un firme opositor del exdictador Ferdinand Marcos y organizó reuniones entre periodistas extranjeros y líderes comunistas locales a principios de la década de 1980, sin embargo, su relación con las guerras locales al sur del archipiélago marcó su actuación.

Se le vincula a una fuerza paramilitar llamada Alsa Masa y luego al Escuadrón de la Muerte de Davao (DDS) para hacer frente al Nuevo Ejército Popular (NPA), ala militar del Partido Comunista de las Filipinas. Se le conoció como «The Punisher» (El Castigador) por su política de tolerancia cero con la delincuencia y su apoyo expreso a las ejecuciones extrajudiciales de los consumidores de drogas y criminales. Muchas de ellas involucraron a los mencionados escuadrones y guerrillas, que ascendieron a 1 mil 400.

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Luego de ascender en simpatías debido a su lenguaje de confrontación a los vicios sociales, Rodrigo Duterte terminó abriendo paso al regreso de sectores afiliados a la dictadura de Ferdinand Marcos (Foto: Archivo)

Confrontó a Estados Unidos al comienzo de su gestión presidencial, al punto de negarse a aceptar ejercicios y operaciones militares conjuntos entre Estados Unidos y Filipinas en Mindanao. Enfrentó tanto al sector minero dedicado a la extracción de níquel, cobre y oro como a la milicia islamista Abu Sayyaf, mientras intentó entablar un proceso de paz con la milicia comunista. Su alejamiento de Washington ocurría al tiempo que se acercaba a Beijing, así lo anunció en 2016, logrando que China fuera el primer socio comercial de Filipinas.

Se le calificó de «pivote con China» hasta que, en 2020, restableció el Acuerdo de Fuerzas Visitantes (VFA, sus siglas en inglés) que establece las normas para la rotación de miles de tropas estadounidenses que entran y salen de Filipinas para realizar simulacros y ejercicios de guerra. Con ella anunció que la alianza «seguirá siendo vital para la seguridad, la estabilidad y la prosperidad del Indo-Pacífico» pero lo cierto es que agudizó las tensiones geopolíticas entre Washington y Beijing en torno al Mar Meridional de China y aumentó la influencia del norte en los conflictos internos de Filipinas con las milicias islamistas.

Mantuvo su popularidad por encima del 70% aunque su manejo de la pandemia de covid-19 fue deficiente. Logró vacunar a menos de la mitad de los filipinos y dejó la economía casi un 6% más pequeña que antes de la pandemia. Su gobierno terminó en divisiones, colapso del PDP-Labán e intrigas típicas de las familias políticas que han dominado Filipinas durante mucho tiempo, actuando como miembros de la realeza en medio de mal gobierno, estancamiento e impunidad.

En 2017, Duterte declaró no laborable el centenario del natalicio del extinto dictador Marcos a petición de su familia, además dijo que dicha familia había acordado devolver al gobierno su vasta riqueza inexplicable, incluidos «algunos lingotes de oro». Luego su partido terminó apoyando a Ferdinand «Bongbong» Marcos Jr., hijo del dictador, quien ha ampliado los acuerdos militares con Estados Unidos.

Ejemplos latinoamericanos de gatopardismo pudieran ser Alejandro Toledo (Perú, 2001-2006), Lucio Gutiérrez (Ecuador, 2003-2005) y Ollanta Humala (Perú, 2011-2016). El factor común entre ellos ha sido su aparición como opción de cambio y su tendencia a reforzar el sistema que criticaban.

En otros casos la resistencia de los poderes fácticos puede jugar un papel fundamental y el líder es asimilado por decisión propia o bajo coacción. En este sentido, el lawfare ha sido el mecanismo más común para que el Poder Judicial, normalmente reaccionario y vinculado a los metabolismos doctrinarios conservadores, ejerza acciones de cambio de régimen o de «disciplinamiento».

Las presiones también han sido ejercidas desde bloques políticos regionales. Es el caso de Alexis Tsipras, ingeniero y político griego. El exlíder del partido de izquierda, entonces radical, Syriza, ganó las elecciones generales en enero de 2015 pero debió gobernar en coalición. Prometió acabar «con cinco años de humillación y dolor» en Grecia, golpeada por la crisis económica y las medidas de austeridad forzadas desde la Troika europea, conformada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Fue líder estudiantil contra políticas neoliberales de recortes a gasto social y formó parte del Partido Comunista de Grecia (KKE). En 1999 fue elegido director de las juventudes de Synaspismos, una coalición de los movimientos de izquierda y ecologistas que, en 2004, evolucionó en Syriza. En 2006 fue candidato a la alcaldía de Atenas y quedó tercero con un 10% de la votación total pero quedó a la vista colectiva su estilo relajado, cuello sin corbata y el uso de una moto para moverse dentro de la capital griega.

Syriza ganó en las elecciones de 2012 , en las elecciones europeas de 2014 venció a Nueva Democracia por cuatro puntos y en 2015 obtuvo ocho puntos sobre los conservadores en las elecciones generales, convirtiéndose en el jefe de gobierno más joven de la historia del país. Tsipras paralizó las privatizaciones, eliminó el copago, implementó la sanidad universal y programas de ayudas de urgencia para los griegos más pobres. Priorizó así el gasto social frente al pago de la deuda soberana, que llegó a superar el 200% del PIB, hasta que la Troika cerró el grifo a los bancos griegos.

Las restricciones provocaron el cierre de bancos, un «corralito» financiero y, con ello, el caos. Junto a la Troika, los sectores conservadores presionaron para que Grecia aprobara nuevas medidas de rescate y Tsipras decidió lanzar un referéndum a favor o en contra: el 60% votó acabar con la austeridad. Su gobierno claudicó ante las negociaciones y aprobó un tercer rescate con medidas más duras que las votadas en referéndum, pasando por la dimisión de Yanis Vaorufakis como ministro de Economía. Fue fagocitado por las presiones económicas regionales: «Sé que las medidas fiscales no beneficiarán la economía griega, pero me veo forzado a aceptarlas», dijo entonces.

Tal fue la «austeridad irreflexiva» de parte de Angela Merkel y el resto de las entidades financieras que, en 2019, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, la admitió y lamentó haber dado «demasiada importancia» al FMI. Ello derivó en que Syriza decidió cambiar de nombre en 2020 y llamarse oficialmente Alianza Progresista.

Otro ejemplo más reciente fue el de Pedro Castillo (Perú, 2021-2022), destituido tras una moción de vacancia del Congreso, posterior al intento del mandatario de disolver el Parlamento. Esto ocurrió en el marco del tercer intento de destitución en tan solo 16 meses que llevaba su gobierno.

CIERTAS MARCAS DE ORIGEN APLICAN

A la oportunidad política se suma el origen del personaje. Además de los sectores aparentemente descontaminados de lo político como el académico, o de la misma función pública bajo perfil, está el origen confesional, de clase, la identidad regional o étnico-territorial, que puede definir la condición de pivote político del outsider.

En lo confesional, Recep Tayyip Erdogan, quien fue primer ministro (2003-2014) de Türkiye y actual Presidente de la República (2014-actualidad), ha puesto de relieve el auge del nacionalismo étnico y religioso y cobrado un ascenso político luego de superar tanto el intento de golpe de Estado en 2016, como las elecciones presidenciales de 2018. Ha asumido una amplia gama de nuevos poderes aprobados en un referéndum constitucional de 2017, que transformaron la presidencia en un cargo ejecutivo preponderante, cuando antes no pasaba de lo meramente ceremonial. Además emergió en contra del kemalismo, movimiento político predominante que promueve las reformas de Atatürk, persigue la creación de un Estado-nación moderno, democrático y secular; guiado por el progreso educativo y científico basado en los principios del Positivismo, Racionalismo y la Ilustración.

Pedro Castillo, por su parte, fue expresión del origen de clase y de la identidad regional o étnico-territorial, ganó la segunda vuelta electoral contra Keiko Fujimori con la votación proveniente de amplios sectores populares por pertenecer a un sector muy querido y respetado: el de los maestros rurales. La Red de Maestros Rurales de Perú, agrupados en instancias sindicales, se desplegó a favor del entonces candidato Castillo y de su partido Perú Libre a lo largo y ancho del Perú rural y en las periferias urbanas, hicieron una campaña desde la base, con muy pocos recursos y prácticamente contando con aportes de las capas sociales más pobres y de organizaciones campesinas. Todo en medio de una larga crisis política que desalojó a tres presidentes en cuatro años y con un programa cuyas únicas propuestas concretas fueron el cambio constitucional y la expansión en el acceso a servicios públicos.

En su ascenso de popularidad el maestro, rondero, cercano al evangelismo y completamente ajeno a la política limeña, le ganó la Presidencia a la tres veces candidata, excongresista y heredera del partido más rico e importante de derecha. Pero también derrotó a los sectores de una izquierda limeña sujeta a su promesa de no gobernar con políticas de izquierda, urgida por reconstruirse y apartarse de un pasado ligado a los grupos terroristas. Un sector que ha agitado la bandera del compromiso democrático y la inclusión, pero que, al acceder a los cargos de poder, no persiguió cambios profundos.

Un análisis de Zaraí Toledo Orozco señala como ejemplo icónico de dicha izquierda a Verónika Mendoza, muchas veces candidateada y empeñada en agradar a la prensa y a la elite limeña moderando sus planteamientos. «Olvidó el hecho de que para la mayoría de las regiones en Perú la continuidad significa exclusión», dice la investigadora, quien ya en octubre de 2021 parecía augurar el futuro de Castillo. El texto se refiere a la guillotina que pendía sobre Castillo al señalar que el Congreso, mayoritariamente conformado por el statu quo peruano, no le daría tregua. Como en los casos de Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra, el gabinete de Castillo fue continuamente impugnado por el Legislativo y designó premieres y gabinetes conciliadores de centro, y hasta cedió ministerios a la derecha, a cambio de su supervivencia. Los tres fueron destituidos.

Otro caso de líder outsider cuya categoría identitaria regional fue clave en su ascenso político y que ha sido destituido vía lawfare es el de Imran Khan (Pakistán, 2018-2022). De origen pashtún, condición étnica no común en la élite política mayoritariamente punjabi, el político accedió al poder en 2018. Fue apoyado por el partido que creó en 1996, el Pakistan Tehreek-e-Insaf (Movimiento por la Justicia o PTI, sus siglas en urdu) y se convirtió en la primera persona en la historia de las elecciones generales de Pakistán que disputó y ganó en las cinco circunscripciones. El eje central de su campaña de 2018 fue el combate a la corrupción y a la política dinástica en Pakistán.

Se plantó frente a la élite militar de su país y a su servicio de inteligencia, el Inter-Services Intelligence (ISI), cuando pretendían designar cargos claves. Aunque se dice que pudo juramentarse como Primer Ministro gracias a su apoyo. Se le ha conocido como un liberal, según reportaje de la BBC, pero al mismo tiempo se le vincula a valores conservadores islámicos y a cierta confrontación contra Occidente, particularmente en todo lo que se perciba como interferencia en los asuntos domésticos de Pakistán.

En 2013, en plena invasión a Afganistán, en la que Estados Unidos desató masacres en territorio paquistaní con el uso de drones, anunció que sacaría a su país de la «guerra contra el terrorismo» mediante el diálogo y llevaría la paz al cinturón tribal pashtún, de donde es originario. Acusó a Estados Unidos de sabotear los esfuerzos de paz con los talibanes paquistaníes al matar a su líder Hakimullah Mehsud en un ataque con drones ese año. Lideró la oposición en Punjab y Sindh acusando a las élites de corrupción, por lo que fue acusado, detenido y sufrió atentados.

Ganadas las elecciones de 2018, su gobierno introdujo cambios regionales en Pakistán, creó el estado sur de Punjab. También combatió la corrupción, instrumentó políticas antiterroristas y desaceleró la deuda externa. Amplió sus relaciones comerciales con China más allá de asuntos de defensa y seguridad.

El 7 de marzo de 2022, el Departamento de Estado de Estados Unidos animó al gobierno paquistaní en una reunión para destituir a Khan como primer ministro por su neutralidad sobre la operación militar especial rusa en Ucrania y el Dombás, según un documento clasificado del gobierno paquistaní obtenido por The Intercept.

Al día siguiente, la oposición presentó una moción de censura que derivó en su expulsión del cargo el 10 de abril siguiente. Khan afirmó que Washington estaba detrás de su destitución porque dirigió una política exterior independiente y mantuvo relaciones amistosas con China y Rusia. Fue arrestado en mayo pasado, aunque el máximo ente judicial declaró ilegalidad en el hecho. Fue de nuevo detenido en agosto pasado y luego liberado bajo fianza. Las reacciones populares al respecto han recorrido todo el país, pero también divisiones a lo interno de su partido.

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El recién destituido Imran Khan es de origen pashtún, condición étnica no común en la alta dirigencia pakistaní (Foto: Archivo)

El concepto de outsider no está acabado, es una categoría que se sigue construyendo desde la contingencia. Si se le mira como un sistema sus entradas, procesos, retroalimentaciones y salidas han sido estudiadas asumiendo la teoría del «rebaño desconcertado» del periodista Walter Lippmann, en la que los intereses de la sociedad deben ser manejados por una «clase especializada» capaz de tomar las decisiones y no por las mayorías electoras.

La votación popular sigue siendo un misterio para los estudiosos de la política y las sociedades, las mayorías actúan debido a motivaciones multidimensionales en las que la emocionalidad, el impacto de la propaganda y la identidad étnico-territorial son variables fluidas. De allí que llamar «populistas» o «antisistema» a muchos outsiders limita la expresión popular a la pura reacción circunstancial y no a las aspiraciones mutiladas por el dogmatismo neoliberal o la sencilla desconexión de las clases políticas.

Por otra parte, el trabajo logrado por agencias de propaganda ha formado parte de un método en el que sanciones, asedio paramilitar y el mismo lawfare contribuyen a la construcción del relato de «Estado fallido» en el que el mesianismo no es suficiente.

Los intereses de las élites globales ya conocen cómo impulsar, controlar y, oportunamente, desactivar a un outsider. Una imagen «no contaminada» de vicios, con probidad profesional, con pretendida independencia política, evocaciones fetichistas a un pasado «en el que todo marchaba» y con elementos «sorpresa» a su favor, pudiera aparecer como opción de cambio, pero también como placebo.

Fuente: Misión Verdad

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