jueves, diciembre 26, 2024
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Salvador Allende, símbolo de la dignidad de nuestros pueblos. Por Armando Hart Dávalos

El golpe de Estado fascista en Chile y la muerte de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, marcan una fecha de profundo dolor y de dramáticas e imperecederas lecciones para nuestros pueblos. A pesar del largo tiempo que ha transcurrido desde entonces, nadie ha logrado olvidar lo sucedido; por el contrario, el tiempo transcurrido ha agigantado el ejemplo heroico del presidente constitucional de Chile, caído defendiendo consecuentemente los principios que caracterizaron toda su vida política y revelado con más fuerza aún el carácter de la tragedia ocurrida entonces. Así ocurre cuando sucesos de esta magnitud tienen lugar: el futuro los sitúa con mayor relevancia y significación aún.

Tuve el privilegio de conocer y tratar personalmente al presidente Salvador Allende. Era un hombre culto, afable, generoso, comunicativo, convencido con pasión e inteligencia de la certeza de sus ideas. Era un generador infatigable de iniciativas a favor de su pueblo y un apasionado defensor de Latinoamérica; se sintió siempre un patriota de nuestra América.

Tuvo Allende dos elementos esenciales en su carácter que no se pueden olvidar: la inteligencia y el amor. Nadie fue más fiel defensor del ideal democrático que él y se convirtió así en el ejemplo más destacado de estos valores en el siglo XX.

Foto: Archivo del Dr. Armando Hart.

Cuando lo recuerdo, viene a mi mente una anécdota de algo que me ocurrió en Santiago de Chile en 1971, en ocasión de la visita a ese país del compañero Fidel. Nos encontrábamos en una pequeña habitación de nuestra embajada en Santiago y Fidel conversaba con un grupo de dirigentes de la izquierda chilena. Ellos querían medidas más radicales que las que estaba promoviendo Salvador Allende en aquellas circunstancias, incluso formularon determinadas críticas al presidente Allende. En medio de aquellos debates, Fidel les planteó conmovido lo siguiente: “Ustedes por aquí conocen mucho de las doctrinas revolucionarias; nosotros, en el Caribe, tenemos un sentido más práctico, y eso me lleva a afirmarles a ustedes que aquí en Chile la revolución la hace Allende o no la hace nadie”. Lamentable y dramáticamente, la vida le dio la razón a Fidel. Decía esto nuestro Comandante en Jefe para mostrar la necesidad de la más estrecha unidad en torno al presidente mártir, quien representó, como nadie, el ideal de un programa socialista por vías legales e institucionales durante aquel tiempo histórico.

En Europa, lo más valioso del pensamiento socialista del siglo XX —el leninismo de un lado y el programa de transformaciones que preconizaba la llamada socialdemocracia del otro— fueron conducidos a la derrota y a la claudicación. En cambio, Allende, desde el Nuevo Mundo, llevó nuestras ideas como correspondía a nuestra tradición: hasta sus últimas consecuencias, entregando su vida a favor de la utopía universal del hombre.

Foto: Archivo del Dr. Armando Hart.

Allende fue consecuente con sus ideales. Eso es lo que diferencia el pensamiento socialista europeo del siglo XX con el pensamiento latinoamericano. Por eso, cuando nos quieren caracterizar con el nombre de tal o cual doctrina europea, nosotros cuestionamos esas etiquetas. En América partimos de realidades y tradiciones diferentes a las de Europa y ello nos impone ser consecuentes con las ideas que defendemos. Esa la lección moral y política que ha dejado para la posteridad esta figura ejemplar.

En Europa, la vacilación y el entreguismo desembocaron en el derrumbe de la URSS y de las ideas de Lenin y, asimismo, en una profunda crisis de lo que se llamó izquierda socialista. En cambio, en el ejemplo de Allende se expresa el ideal utópico que conduce a la liberación del hombre y al triunfo de la justicia a escala universal. Aquí el socialismo adquiere un contenido muy real y es un ejemplo para el futuro. Los socialistas de América rinden tributo emocionado a sus héroes, entre los cuales se cuenta el presidente Allende. Y sienten un profundo desprecio hacia aquellos que traicionaron a la izquierda socialista europea.

Foto: Archivo del Dr. Armando Hart.

Era Chile el país latinoamericano donde más alto desarrollo alcanzó el llamado pluripartidismo, el sistema político-jurídico de la democracia burguesa latinoamericana, que entró en crisis porque la aplicación consecuente y honesta de un programa social radical era incompatible con el régimen económico vigente, que tenía a su disposición su recurso preferido: las fuerzas armadas y la violencia fascista. Se comprobó dramáticamente que cuando los intereses creados aprecian que las vías legales pueden conducir a un cambio radical, apelan a violentar todo el sistema jurídico. De esta forma, con el sacrificio de su vida, Allende alcanzó la más alta dignidad de la ley y la democracia sobre fundamentos populares, que es lo que necesita América. La defendió en su martirologio escribiendo una página de decoro en la historia del derecho.

El significado histórico de la ruptura del régimen democrático chileno en 1973 muestra que cuando se lleva de forma consecuente un programa democrático por vía electoral, las dificultades y obstáculos para materializarlo están ahí muy claros. En fin, la lección principal y dolorosamente adquirida en estos años se halla en que la disyuntiva no era entre caminos pacíficos o violentos. El asunto es más sutil, porque cualesquiera que fueran los caminos por transitar, Allende va a estar detrás de los sucesos de la historia de América.

Foto: Archivo del Dr. Armando Hart.

Desde su heroica caída en el Palacio de la Moneda, defendiendo el orden constitucional que él representaba, la figura de Salvador Allende suscita el respeto más profundo y la admiración emocionada porque supo ser consecuente hasta el último momento de su vida con los ideales a los que dedicó todo su talento político, su fe inconmovible en el futuro de Chile y de América Latina. Su imagen como presidente constitucional de Chile y su muerte heroica en el Palacio de la Moneda, haciendo frente al golpe fascista de Pinochet y su pandilla, es un símbolo de la dignidad de nuestros pueblos.

Esto es lo que representa ante nosotros el presidente Allende, cuyo martirologio se levanta hoy ante las presentes y futuras generaciones como un ejemplo de dignidad y decoro imperecedero.

Fuente: Cubadebate

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