jueves, noviembre 21, 2024
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Hegemonía y disputa de sentidos ante las elecciones venezolanas. Por Mauro Berengan

Dicen por ahí que en Venezuela se juega una batalla crucial tanto para la geopolítica como para la izquierda mundial, quizás, pero creo que se juega otra batalla también crucial: la de la posibilidad misma de disputar sentidos con bases sólidas argumentativas, con las variables adecuadas, con cierto respaldo empírico, con relaciones de causa-efecto.


Fuente: Contrahegemonia

Frente a una pregunta de mis alumnos sobre el proceso venezolano, anoticiados de mi investigación, consulté en el aula cuántos conocían al presidente de Ecuador, a la de Perú, de Chile, de Uruguay, de Colombia, nuestros vecinos al fin. Nadie los conocía. En el primer país, el ex presidente fue impedido de participar las elecciones y vive en el extranjero sin poder regresar, mientras su joven presidente ordenó la invasión de una embajada para apresar un representante extranjero. En el segundo, una presidenta que nadie votó para ese cargo llegó al poder en una larga inestabilidad dejando decenas de muertos en el proceso. El presidente Boric, de Chile, la reconoció. En el tercero, también Chile, el ex presidente llegó al 7% de apoyo, mientras unas tres decenas de protestantes eran asesinados y varios cientos perdían sus ojos. La cuenta sería interminable, en Brasil el ex (y actual) presidente fue hace apenas unos pocos años apresado e impedido de participar en las elecciones por supuestamente haber recibido de soborno un departamento, en el país con el sexto PBI mundial en aquel momento. En EEUU el presidente perdedor denunció fraude, no reconoció las elecciones, sus seguidores invadieron el Capitolio, hubo represión y muertes, los resultados tardaron semanas en ser certificados, se vota los martes con millones de trabajadores impedidos de asistir y con un sistema más bien indirecto donde un presidente puede ganar en votos y perder la elección. Ángela Merkel gobernó 16 años, en México o Paraguay el gobierno de un mismo partido no estuvo lejos del siglo. En Argentina, la dos veces presidenta fue impedida en primera instancia de participar en las elecciones, amén de un revólver gatillado en su frente (por no mencionar que tenemos un presidente que abiertamente y en sus bases “teóricas” simplemente no cree en la democracia, y una vicepresidenta afín a un genocidio político). Hoy, en este mismo país, pararse frente al Congreso es motivo suficiente de represión avalada socialmente.

El aula, sin embargo e ignorando todo esto, conocía a Maduro y a Chávez, y con una carga valorativa unánime. El poder se disputa en la batalla de posiciones, paso a paso, en la construcción de sentidos de lo existente, de lo bueno, de lo posible. Las elecciones son solo un movimiento. Las redes hoy se inundan de comentarios sobre Venezuela de quienes se acostumbran ajenos al devenir político o social de cualquier latitud. Resulta bastante evidente entonces la operación hegemónica detrás. Se dispone qué ver y qué no, qué saber, qué conocer y qué ignorar, y con ello sus cargas valorativas ya imputadas en la propia visibilización del proceso.

En esta construcción discursiva hacia el proceso venezolano desde el orden hegemónico, que le otorga masiva existencia, todas las varas se invierten. Allí donde está mal protestar de pie frente al Congreso ante una ley a todas luces contraria al interés nacional, se valoran positivamente protestas que incluyen incendios de hospitales y todo tipo de destrozos que tanto suelen espantar, se desconocen procesos electorales que en ningún otro lado de desconocen, o siquiera se conocen, se construyen como héroes los que aquí son terroristas, se legitima cortar calles y rutas, presidentes paralelos son aceptados sin chistar y golpes de Estado son bien recibidos en nombre de la democracia (como también en Bolivia en 2019, golpe iniciado por un supuesto fraude electoral). Si de ese país se trata, una candidata no puede ser impedida de sus derechos políticos por avalar un golpe de Estado, un presidente paralelo, llamar a las famosas “guarimbas” o solicitar la activación del TIAR para una invasión externa de su propio país, pero si de otro país se trata puede serlo si recibió un departamento de coima, o se muestran en televisión excavadoras buscando dinero mal habido.

Es injusto, profundamente injusto. Y quizás en esta batalla la primera trinchera sea mostrar esta injusticia. Los pocos medios progresistas de nuestro país y muchos de sus voceros, apremiados quizás por el tiempo, quizás por la hegemonía, simplemente hablaron de actas, de que es difícil de creer y ya, poco del proceso histórico, poco de la oposición, poco de esta injusticia fue dicho. Si partimos a hablar de todo proceso de izquierdas a la defensiva, acorralados, señalados, imputados en nuestro mero existir con valoraciones negativas a nadie más imputadas, será muy difícil.

En este marco, y en una estrategia repetida una y otra vez en la disputa venezolana, la narrativa del fraude electoral se impuso mucho antes de la elección: o pierde Maduro o no creo en las elecciones, y ya; ahorrémonos los cientos de testimonios al respecto solo para recordar que Mauricio Macri hizo un llamamiento vía el ex Twitter a las Fuerzas Armadas venezolanas incitando a una acción frente al fraude electoral antes de que los resultados se conozcan (¿se imaginan esto en otros países, con otros presidentes?). Nuevamente, hablar solo de actas sin considerar esta narrativa previa, ya establecida, ya triunfante, con una larga trayectoria en cada elección venezolana, omitiendo cualquier otro elemento, es muestra del triunfo de una posición previa al movimiento.

El “ciudadano mundial” estaba ya convencido de que Maduro no podía ganar. Pocas horas después del anuncio (realizado como todo anuncio en Venezuela) se exigían unas pruebas irrefutables en tiempos y formas que a nadie le importarían si de otros procesos con otras ideologías se tratase, creo haberlo ya ejemplificado. La información que nos llega, la que logramos incorporar, se suma a esta cadena de sentidos. Las expresiones de deseo se tornan realidad. Allí la genialidad de Tute en la portada.

El deseo hegemónico es que en Venezuela el chavismo no exista o, al menos, que sean pocos y derrotados. En un acto casi paródico de subrogación, en el que el candidato que obviamente ganaría apenas leyó un papelito 20 segundos, Corina Machado sostuvo que la elección rondaba un 70-30, para al día siguiente aseverar que el chavismo había obtenido poco más de 2 millones de votos.

“Difícil de creer” se tituló una nota de un conocido analista argentino de izquierdas sobre el resultado dado por el CNE en el que el chavismo habría obtenido poco menos de 6 millones de votos ¿Qué versión es, entonces, más “creíble”? Permítanme decir que, por todo lo aquí expuesto, no es importante, nadie se convencerá de nada por ello, pero dejamos aquí algunos elementos escritos previamente (es decir en base a lo esperable para quien siga el proceso) a los comicios:

-La situación económica ha cambiado desde la última elección en la que ciertamente se impuso Maduro. El país crece (8 y 4 en dos años), no hay desabastecimiento, se han diversificado los ingresos pese a los salarios paupérrimos, y vía dolarización –buscada o no- y de otros mecanismos como las Zonas Especiales y el comercio “en negro” interno y externo, se produjo una estabilidad que controló la inflación llevándola a un piso a estas alturas histórico. Crece entonces la menguada confianza en el futuro.

-Remarco: la confianza en el futuro es crucial en una disputa por la hegemonía y más en un proceso de transición (y/o de sus pesares). La percepción de un proyecto posible articula, produce ardor combativo, invita a la acción, a jugársela porque creo, a ser. Esto se estaba perdiendo, quizás se haya recuperado, aun parcialmente.

-El gobierno llega mucho mejor que en la última elección entonces. Pero además logró mostrar, con Prado como ministro, con el abrazo a Jaua en el escenario y con tantos sectores más, así como “disputando” con métodos sumamente cuestionables la representatividad de otros partidos, una “absoluta” unidad del chavismo.

-La oposición llega peor. Lejos de las grandes movilizaciones de Capriles, o del control de la Asamblea y el apoyo internacional con presidente paralelo y reconocimiento externo, presenta hoy una referenta de la extrema derecha liberal e insurreccional (la oposición fue hegemonizada por el ala que en otros países se cuestiona como fuera de los marcos establecidos).

-El proceso de bajar a Rosales de su ya anunciada candidatura fue superado pero pasmoso. Machado, en su vínculo carnal con EEUU, había solicitado la invasión vía TIAR, se involucró en expropiaciones de bienes en el exterior y todo tipo de maniobras denunciadas como corruptas por otros opositores. Una vía más moderada, que implicaba un candidato con trayectoria y poder local (en el Estado más importante), fue anulada.

-El candidato finalmente impuesto muestra una notable debilidad, como un Biden del sur, sin experiencia más que en las relaciones diplomáticas, ajeno a Caracas y Venezuela toda, con escasa capacidad de oratoria (siquiera de trasmitir algo), con anticarisma en un país Caribe, que no es poco.

-La percepción internacional sobre Maduro tampoco es la de hace unos años; ya es menos dictador que antes. Estableció vínculos y concesiones con el norte, garantizando también capitales chino-rusos y otros negocios árabes. La presión es menor. Los medios en buena medida lo olvidaron. Viejos detractores internacionales volvieron, incluso del viejo mundo. Mucho contraste.

-La capacidad de movilización se ha visto también fortalecida. La unidad se muestra (más allá de lo que efectivamente suceda) también en las calles. El chavismo supo siempre la importancia de la guerra de movimientos en un trasfondo de guerra de posiciones, sabe concentrar y avanzar con todas las fuerzas sobre un objetivo cuando es lo que se precisa. El PSUV es una máquina electoral aceitada, con un gigantesco despliegue territorial hoy asociado -al menos coyunturalmente- a otras organizaciones de base.

Agrego: en su mejor momento electoral, la oposición obtuvo 7, 3 millones de votos, apenas por debajo del chavismo. En 2018, en que el sector hegemónico de la oposición no participó del proceso, el chavismo bajó su caudal a 6.2 millones, mientras que quienes participaron contra el gobierno obtuvieron poco menos de 2 millones.

En esta elección, el chavismo habría obtenido entre 5,5 y 6 millones de votos (el anuncio fue 5.140.092, pero sin el 100% de las actas, sino con una tendencia irreversible del 80%, siguiendo lo anunciado por el CNE) y la oposición cerca de 5 millones (4.445.978 fue el anuncio). Así, en una situación económica incomparablemente mejor a la de 2018 (más allá de la continuidad de tantas penurias), con un gobierno fortalecido y una situación geopolítica favorable (China y Rusia han vuelto a explotar en Venezuela tras su huida ante los beneficios obreros ley del trabajo, y volvieron a partir de medidas de flexibilización liberal que emprendió el gobierno, incluso Chevrón trabaja hoy en el país), con una oposición con disputas abiertas y encarnizadas durante los meses previos siendo hegemonizada por el ala más radical, y ciertamente con una migración que disminuyó su base electoral ¿qué debería parecer más creíble? ¿que el chavismo haya descendido hasta los 2 millones de votos, un tercio de lo que tenía y en una mejor situación, y la oposición haya superado por mucho sus máximos históricos? ¿o que el chavismo haya obtenido prácticamente lo mismo que en su última elección, y la oposición un poco menos? Pues la primera opción resulta más creíble simplemente porque ya se cree lo que se cree, porque el triunfo es anterior al movimiento, porque la lógica y la empiria tienen cada vez menos lugar.

En otra nota previa a las elecciones analizamos y describimos tanto al gobierno como a la oposición en su devenir histórico y sus críticas necesarias, pienso que en esta hora lo más urgente a plantear -al menos hacia afuera de Venezuela- es esta discusión. Dicen por ahí que en Venezuela se juega una batalla crucial tanto para la geopolítica como para la izquierda mundial, quizás, pero creo que se juega otra batalla también crucial: la de la posibilidad misma de disputar sentidos con bases sólidas argumentativas, con las variables adecuadas, con cierto respaldo empírico, con relaciones de causa-efecto. La construcción de un “homo virtual” está erigiendo nuevos cimientos para la percepción del mundo, sentidos más alejados de un pensamiento que, también cuestionable y en discusión ya desde sus bases positivistas, produjo grandes avances para la humanidad. Debemos también cavar esta trinchera.

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