viernes, noviembre 22, 2024
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El golpe. Por David Brooks

Después de ocho audiencias públicas por el comité selecto del Congreso sobre el primer asalto violento al Capitolio desde 1814 (cuando los ingleses lo intentaron) se puede concluir que el golpe de Estado más reciente en las Americas sucedió en Washington el 6 de enero de 2021.

Ese intento de golpe, por ahora fracasado, tuvo dos características diferentes a otros en el hemisferio. Primero, el golpista fue el entonces presidente de Estados Unidos que buscó por la sedición mantenerse en el poder, violando el principio democrático sagrado de un traslado pacífico del poder.

Segundo, fue el primer intento de golpe de Estado en un país de las Américas en la historia donde no había una embajada de Estados Unidos en la capital donde ocurrió.

Nadie se hubiera atrevido pronosticar hace seis años lo que ha ocurrido en este autoproclamado faro de la democracia, y menos de que se estaría acercándose a un abismo neofascista. Esto no es por accidente, ni por actos espontáneos, sino fruto de estrategias de largo plazo por la derecha implementadas con gran rigor y organización a nivel local, estatal y federal, desde juntas escolares, gobiernos municipales, legislaturas estatales, hasta el pico de la cúpula política nacional. Y todo esto no está relegado a la historia, sino que las amenazas del 6 de enero siguen muy presentes.

Trump continúa promoviendo su justificación de que la elección le fue robada, y sigue instando a sus seguidores a continuar en la lucha. “La izquierda radical no desistirá hasta que logren hacer todo lo que puedan para poner fin a nuestro movimiento y destruir a America”, advirtió esta semana en un mensaje a sus fieles.

Pero el “movimiento” es más amplio que él. El liderazgo y amplios segmentos del Partido Republicano han apostado a favor de apoyar las tendencias antidemocráticas como proyecto para mantener su poder ante un país que se está transformando por cambios demográficos dramáticos, incluido el hecho de que los blancos pronto serán una minoría más.

Este fin de semana ondearon banderas nazis y otras con símbolos de la ultraderecha en la entrada a actos conservadores a los que asistieron Trump, el senador Ted Cruz y el gobernador de Florida, Ron DeSantis. Legisladores federales y otros políticos afirman que son “nacionalistas cristianos”, bandera supremacista blanca bajo la cual se unen varias corrientes de la ultraderecha.

La amenaza de violencia política se extiende –varios de los legisladores del comité selecto y los testigos que han participado en la investigación han recibido amenazas de muerte y otras formas de intimidación por parte de ultraderechistas– y hay los que abogan, o advierten, de una segunda “guerra civil”.

En las audiencias se divulgaron múltiples detalles sobre la coordinación entre agrupaciones ultraderechistas armadas –las cuales, junto con otros “extremistas” derechistas, son consideradas como la principal “amenaza doméstica” a la seguridad nacional de Estados Unidos por el Departamento de Seguridad Interna– y sus vínculos con estrategas y asesores personales de Trump, y como todos estaban dispuestos a destruir todos los fundamentos democráticos de este sistema para “salvar” a su país, o sea, mantener el poder.

El ex director de la CIA James Woolsey, preguntado en Fox News si Estados Unidos ha intervenido en las elecciones de otros países, respondió que “probablemente, pero era para el bien del sistema, para evitar que comunistas tomaran poder, por ejemplo en Europa en 1947, 48, 49, con los griegos y los italianos”. Al cuestionarle si eso se sigue haciendo hoy día, Woolsey titubeó y finalmente respondió que “sólo por una muy buena causa y siempre en el interés de la democracia”.

Tal vez, con toda esa experiencia con golpes y otras buenas causas, él y otros veteranos deberían recomendar una intervención política, pero ahora en su propio país, claro, por “el bien del sistema”.

Más en serio, fuerzas progresistas de otras partes de América, con demasiada experiencia en tales cosas, deberían considerar cómo apoyar a sus contrapartes estadunidenses en enfrentar golpes y otros ataques antidemocráticos.

(Tomado de La Jornada)

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