El resurgimiento propagandístico del anticomunismo, las relaciones históricas de los EE.UU con el nazismo y las consecuencias de la nueva maquinaria mediática contra Rusia
Con la invasión de Ucrania, la campaña internacional contra Rusia parece haber superado ya los niveles de histeria anticomunista y anti Unión Soviética de los tiempos de la Guerra Fría. A las sanciones económicas se ha añadido la presión contra los atletas y artistas rusos.
La soprano rusa Anna Netrebko, por ejemplo, ha visto cancelados sus conciertos y ha sido prácticamente vetada en los teatros de Europa Occidental y Estados Unidos por sus vínculos con Vladimir Putin.
Comparar el castigo de Occidente a esta artista de Rusia con lo que ocurrió con algunos artistas alemanes en la época de la Guerra Fría puede revelar algunas cosas. La soprano Elisabeth Schwarzkopf tuvo una carrera de gran éxito en las décadas de 1940 y 1950. Pero según Frances Storno Saunders, autora de ‘Who paid the piper?’, un importante libro sobre el papel de la CIA y los grupos organizados de derecha en la instrumentalización de la literatura y el arte contra el comunismo y la Unión Soviética durante la Guerra Fría:
«Elisabeth Schwarzkopf había dado conciertos para las Waffen SS en el frente oriental, había protagonizado las películas de propaganda de Goebbels y fue incluida por éste en una lista de artistas ‘bendecidos por Dios’. Su número de afiliación al Partido Nacional Socialista era el 7548960. (…) Schwarzkopf fue autorizada por el Comité de Control Aliado y continuó con su carrera. Posteriormente fue condecorada como Dama del Imperio Británico».
Y el conocido director de orquesta Herbert von Karajan, según el mismo autor:
«Él (Karajan) era miembro del partido desde 1933 y nunca dudó en abrir sus conciertos con el ‘Horst Wessel Lied’, una de las canciones favoritas de los nazis. Sus enemigos se referían a él como ‘Coronel de las SS von Karajan’. Pero, a pesar de favorecer al régimen nazi, fue rápidamente restituido como rey indiscutible de la Filarmónica de Berlín, la orquesta que en los años de la posguerra se erigió en el baluarte simbólico contra el totalitarismo soviético.»
Elisabeth Schwarzkopf y Herbert von Karajan no eran los únicos partidarios del nazismo dentro de la élite cultural alemana. Los pianistas Wilhelm Backhaus y Wilhelm Kempff -a quien Hitler llamaba ‘Mein Kempff’-, entre otros muchos, apoyaron al régimen. Todos ellos excelentes músicos, entre los más grandes del siglo XX, al igual que Anna Netrebko en el siglo XXI. Con el fin de la guerra, todos ellos reanudaron sus exitosas carreras. A ninguno de ellos se les prohibió la entrada a las salas de concierto y a los teatros, ni sufrió castigos por sus vínculos con el nazismo, como está sufriendo ahora Anna Netrebko por sus relaciones con Putin.
La cooptación de varios nazis, incluidos criminales de guerra, por parte de los Estados Unidos poco después de la derrota de Alemania es un hecho conocido y hay mucha literatura al respecto. Con el fin de la guerra, los nazis se convirtieron, por sus conocimientos y convicciones, en importantes aliados en la lucha contra el comunismo y la Unión Soviética.
Así, la ‘desnazificación’ de Alemania no fue un proceso ni muy profundo ni muy extenso. De hecho, la reconstrucción del capitalismo no sólo en Alemania sino en toda Europa se hizo con la ayuda y el compromiso de varios nazis, fascistas y otros grupos de derecha y extrema derecha. Sobre todo, los grandes industriales y banqueros que colaboraron con el nazismo en Alemania y Francia se salvaron. Y artistas como Herbert von Karajan y Elisabeth Sschwarzkopf fueron ‘limpiados’ de sus conexiones con el nazismo para servir a la maquinaria de propaganda del Occidente capitalista.
El nazismo ha vuelto a ser un tema de debate debido a la presencia de grupos neonazis en el gobierno de Zelensky, apoyado por Estados Unidos, en Ucrania. El reconocido periodista australiano John Pilger, por ejemplo, escribió:
«Tras el golpe de Estado en Ucrania en 2014 -orquestado por la enviada de Barack Obama en Kiev, Victoria Nuland-, el régimen golpista, infestado de neonazis, lanzó una campaña de terror contra el Donbás de habla rusa, que representa un tercio de la población de Ucrania.
«Supervisadas por el director de la CIA, John Brennan, en Kiev, las ‘unidades especiales de seguridad’ coordinaron ataques salvajes contra la población de Donbás que se oponía al golpe. Los vídeos y los relatos de los testigos muestran a los matones fascistas quemando la sede del sindicato en la ciudad de Odessa, matando a 41 personas atrapadas en su interior. La policía no reaccionó. Obama felicitó al régimen golpista ‘debidamente elegido’ por su ‘notable moderación’.
En el mismo artículo, John Pilger recuerda además que: «Casi todos los rusos saben que fue a través de las llanuras fronterizas ucranianas donde las divisiones de Hitler invadieron la Unión Soviética desde el oeste en 1941, impulsadas por los cultistas y colaboradores nazis en Ucrania. El resultado fue la muerte de más de 20 millones de rusos».
Por otro lado, el eminente experto estadounidense en asuntos de Rusia, Stephen Cohen, en un artículo de mayo de 2018, advirtió:
«La narrativa ortodoxa de los medios de comunicación políticos de EE.UU. responsabiliza únicamente a la ‘Rusia de Putin’ de la nueva Guerra Fría entre EE.UU. y Rusia. Mantener esta verdad parcial (en el mejor de los casos) implica varias malas prácticas de los principales medios de comunicación, como la falta de contexto histórico; la información basada en ‘hechos’ no verificados y fuentes selectivas; el sesgo editorial; y la exclusión, incluso parcial, de los defensores de narrativas explicativas alternativas, clasificándolos como ‘apologistas del Kremlin’ y proveedores de ‘propaganda rusa’.”
No menos importante, sin embargo, es la naturaleza altamente selectiva de la narrativa dominante de la nueva Guerra Fría, lo que elige presentar y lo que prácticamente omite. Entre las omisiones, pocas realidades son más importantes que el papel que juegan las fuerzas neofascistas en Ucrania, apoyadas por Estados Unidos y gobernadas por Kiev desde 2014. Ni siquiera los estadounidenses que siguen las noticias internacionales saben, por ejemplo, lo siguiente:
– «Que los francotiradores que mataron a decenas de manifestantes y policías en la plaza Maidan de Kiev en febrero de 2014, desencadenando así una ‘revolución democrática’ que derrocó al presidente electo, Víktor Yanukóvich, y llevó al poder a un régimen virulentamente antirruso y proestadounidense – no fue ni una revolución ni una democracia, sino un golpe violento que tuvo lugar en las calles con apoyo de alto nivel- no fueron enviados por Yanukóvich, como todavía se informa ampliamente, sino casi con seguridad por la organización neofascista Sector Derecho y sus co-conspiradores. »
– «El pogromo que quemó hasta la muerte a personas de etnia rusa y otras en Odessa poco después, en 2014, que revivió los recuerdos de los escuadrones de exterminio nazis en Ucrania durante la Segunda Guerra Mundial, ha sido prácticamente borrado de la narrativa estadounidense principal, aunque sigue siendo una experiencia dolorosa y reveladora para muchos ucranianos.»
– «Que el Batallón Azov, de unos 3.000 combatientes bien armados, que desempeñó un importante papel de combate en la guerra civil ucraniana y que ahora es un componente oficial de las fuerzas armadas de Kiev, es declaradamente ‘en parte’ pro-nazi, como lo demuestran sus galas, eslóganes y declaraciones programáticas, y está bien documentado como tal por diversas organizaciones internacionales de vigilancia.»
– «Que las agresiones de los escuadrones de la muerte contra los ciudadanos homosexuales, judíos, de etnia rusa, ancianos y otros ‘impuros’ se extienden por toda Ucrania gobernada por Kiev, junto con las marchas de antorchas que recuerdan a las que acabaron por enardecer a Alemania a finales de los años veinte y treinta. Y que la policía y las autoridades judiciales oficiales no han hecho prácticamente nada para detener estos actos neofascistas ni para perseguir a los responsables. Por el contrario, Kiev los ha fomentado oficialmente, rehabilitando sistemáticamente a los colaboradores ucranianos con los pogromos de exterminio nazis alemanes y a sus líderes durante la Segunda Guerra Mundial, renombrando calles en su honor, construyendo monumentos en su honor, reescribiendo la historia para glorificarlos, y mucho más.»
En este contexto, es importante mencionar la reciente resolución de la ONU en la que se pide ‘combatir la glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que contribuyen a alimentar las formas contemporáneas de racismo’. Las únicas naciones que votaron en contra de esta resolución fueron Estados Unidos y Ucrania, 130 naciones votaron a favor y 49 se abstuvieron.
El anticomunismo, el racismo y la derecha en Estados Unidos
Como escribió el historiador Eric Foner en su libro ‘The Story of American Freedom’:
«El anticomunismo se convirtió en una herramienta esgrimida por los supremacistas blancos contra los derechos civiles de los negros, por los empresarios contra los sindicatos y por los defensores de la moral sexual y los roles de género tradicionales contra la homosexualidad, todos ellos supuestamente responsables de la erosión del espíritu de lucha del país.»
Y para Sara Diamond, estudiosa de los movimientos de derecha en Estados Unidos y autora del libro ‘Roads to Dominion’:
«El anticomunismo se convirtió en el motivo dominante de la derecha estadounidense no sólo porque justificaba la imposición del dominio estadounidense a nivel internacional, sino también porque reagrupaba elementos dispares de la ideología de la derecha. En un nivel elitista, el anticomunismo consistía en preservar la desigualdad económica y la corriente libertaria del pensamiento de la derecha. En un nivel más popular, el anticomunismo tenía que ver con la obediencia a la autoridad y la represión de la disidencia política interna y de las tendencias desviadas en la cultura en general».
En los años 50 y 60 del siglo pasado, los supremacistas blancos de Estados Unidos lucharon ferozmente contra la integración de los afroamericanos -que les permitiría asistir a las mismas escuelas y lugares públicos a los que asistían los ‘blancos’-, que finalmente fue decidida y aplicada por el Tribunal Supremo de los EE.UU. Sara Diamond cita una reveladora declaración de Robert Paterson, un líder supremacista de la época, en un informe de 1956 de su organización, la Asociación de Consejos Ciudadanos de Mississippi:
«(…) La integración representa la oscuridad, la regimentación, el totalitarismo, el comunismo y la destrucción. La segregación representa la libertad de elección de los asociados, el americanismo, la soberanía del Estado y la supervivencia de la raza blanca”.
En Estados Unidos, el anticomunismo y el racismo siempre han ido de la mano. Y si no todo racista es nazi, todo nazi es racista. El racismo y la supremacía blanca son la base común tanto del fascismo como del nazismo. Así, el apoyo de Estados Unidos a los neonazis ucranianos es la continuación de una colaboración mucho más antigua de la supremacía blanca y las élites económicas estadounidenses con el fascismo y el nazismo en la lucha contra la integración de los afroamericanos, por un lado, y la cruzada anticomunista, por otro.
La actual campaña antirusa es una continuación de la cruzada anticomunista de la Guerra Fría, con los mismos métodos, los mismos colaboradores y el mismo objetivo: la imposición del sistema capitalista y el dominio de las élites económicas de Occidente sobre todo el planeta. La Unión Soviética y el Pacto de Varsovia ya no existen, pero la Rusia de Vladímir Putin ha cometido el último crimen: no se ha convertido en una nueva colonia de Occidente. La neocolonización de Rusia iniciada bajo Boris Yeltsin ha sido revertida por Putin, y por eso él es tan execrado.
La elección del actual presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, fue una consecuencia directa del derrocamiento del presidente Yanukovich, de la misma manera que la elección de Bolsonaro siguió al golpe contra la presidenta Dilma Rousseff. Y no es casualidad que tanto en el golpe de Estado contra Dilma Rousseff en Brasil como en la ‘revolución’ de 2014 en Ucrania, los grupos de derecha y extrema derecha -neonazis en el caso de Ucrania- hayan jugado un papel clave en la articulación de las manifestaciones en las calles. Tampoco es una coincidencia que empresas como Monsanto entraran en Ucrania poco después del derrocamiento del presidente Yanukóvich, ya que la misma Monsanto estuvo involucrada en el golpe parlamentario que derrocó al presidente Fernando Lugo en Paraguay en 2012. A su vez, el golpe de Estado en Brasil abrió la puerta a la explotación de las reservas de petróleo por parte de empresas extranjeras y a toda una serie de privatizaciones. Grandes empresas como Shell o Monsanto -adquirida por Bayer en 2016- y grupos de derecha y ultraderecha se entrelazan en un mismo movimiento político, el neoliberalismo.
Para Sara Diamond, «es evidente un patrón. Ser de derechas significa apoyar al Estado en su capacidad de imponer el orden y oponerse al Estado como distribuidor de la riqueza y el poder hacia abajo y de forma más equitativa en la sociedad. A lo largo de la historia de los movimientos de derecha en los Estados Unidos, veremos este patrón recurrente con una organización tras otra trabajando para reforzar el capitalismo, el militarismo y el tradicionalismo moral. »
Abogar por un Estado fuerte cuando se trata de imponer el ‘orden’, es decir, la represión, pero oponerse al Estado cuando se trata de la distribución de la riqueza y el poder o del mantenimiento de un sector público fuerte de la educación y la salud: ésta es la esencia del neoliberalismo.
Para imponer su agenda de privatizaciones, destrucción de derechos sociales y laborales y protección del medio ambiente, la salud y la educación, el neoliberalismo sólo puede movilizar el apoyo de las fuerzas más reaccionarias que aún existen en la sociedad, el fascismo latente. Porque el fascismo no es más que el neoliberalismo con botas y uniforme. O, dicho de otro modo, el neoliberalismo es el fascismo vestido de etiqueta.
Ante esto, no es de extrañar que en Ucrania, Brasil o la Bolivia de Evo Morales, el racismo y la supremacía blanca, en sus formas más extremas de fascismo y nazismo, hayan sido instrumentalizados para apoyar golpes de Estado e imponer políticas económicas de concentración de la riqueza y del poder, de rígida jerarquización y exclusión social. El incremento sustancial de grupos neonazis en Brasil bajo el gobierno de Bolsonaro, una vez más, no es una casualidad, es el resultado de un proyecto político aplicado tanto en América Latina como en Ucrania.
Como escribió Eric Foner:
«La libertad en la Guerra Fría era un concepto circular. Si una nación formaba parte de la alianza militar anticomunista mundial liderada por Estados Unidos, se convertía automáticamente en miembro del ‘mundo libre’. Este uso produjo anomalías como que la España fascista fuera elogiada por el presidente Eisenhower por su devoción a la libertad, y que la República de Sudáfrica fuera incluida dentro del ‘mundo libre’ a pesar de que su minoría blanca privaba a la población negra de casi todos sus derechos».
El ‘mundo libre’ actual impone sanciones no sólo contra Rusia, sino también contra Cuba y Venezuela. El ‘mundo libre’ apoyó y legitimó los golpes de Estado contra Fernando Lugo en Paraguay, contra Manuel Zelaya en Honduras, contra Dilma Rousseff en Brasil y contra Evo Morales en Bolivia, entre muchos otros. Este es el verdadero ‘mundo feliz’ donde los neonazis son héroes que luchan por la libertad y el racismo sigue exterminando a los pueblos indígenas y a los afrodescendientes en América Latina en nombre del progreso y del capital.
https://www.alainet.org/es/articulo/215166