lunes, diciembre 23, 2024
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América Latina y la guerra de Ucrania. Por Ignacio Ramonet

Ningún país de América Latina se alineó de modo incondicional con las posiciones de Rusia respecto a su operación militar especial en Ucrania. Todos han defendido el Derecho Internacional, la Carta de las Naciones Unidas y abogan por un entendimiento diplomático para resolver la crisis por medios pacíficos y diálogo efectivo que garanticen la seguridad y soberanía de todos, así como la paz, la estabilidad y la seguridad regional e internacional.

En nuestro mundo globalizado e interconectado, un conflicto de la envergadura de la guerra de Ucrania tiene obviamente consecuencias planetarias. Desde el inicio de las hostilidades, el 24 de febrero pasado, las dos hiperpotencias nucleares del planeta han iniciado un peligrosísimo pulso. Washington, la Unión Europea, la OTAN y todos sus aliados, incluidas las megaempresas digitales GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft), han prometido ahora, en respuesta a la invasión de Ucrania, aplastar a Rusia, aislarla, descuartizarla…  Consecuencia: esto se está convertiendo en una guerra mundial de nuevo tipo. Un hiperconflicto hibrido que, en su arista militar, se desarrolla, por el momento, en un teatro preciso y local: el territorio de Ucrania. Pero que, en todos los demás frentes -político, económico, financiero, monetario, comercial, mediático, digital, cultural, deportivo, espacial, etc.- se ha transformado en una guerra mundial y total.

Latinoamérica no es un actor relevante en el escenario donde se desarrollan las principales tensiones geopolíticas ligadas al conflicto Rusia-Ucrania. Excepto en sus relaciones con Cuba, Venezuela y Nicaragua, Moscú no posee, ni de lejos, en la región, la influencia que siempre ha tenido Washington y que últimamente ha adquirido Beijing. Para que tengamos una idea, en 2019, por ejemplo, Suramérica exportó bienes y servicios por un valor de 66.000 millones de dólares a Estados Unidos y de 119.000 millones a China, pero apenas de 5.000 millones a Rusia… 

Obviamente, como el resto del mundo, esta nueva situación global impacta a América Latina y el Caribe. Sobre todo por sus repercusiones económicas. Los precios de todas aquellas materias primas de las cuales Rusia y Ucrania son importantes productores se han disparado. En particular, el petróleo y el gas. Pero también varios metales: aluminio, níquel, cobre, hierro, neón, titanio, paladio… Algunos productos alimentarios: trigo, aceite de girasol, maíz… Y también los fertilizantes. Todos los países importadores de estos insumos se van a ver fuertemente afectados. 

En un contexto mundial de inflación en alza, estas alzas de costos contribuirán, en algunas naciones, a una fuerte subida de los precios, muy particularmente en los transportes, la electricidad, el pan y otros productos alimentarios. En sociedades latinoamericanas que acaban de ser ya fuertemente golpeadas por las consecuencias de la pandemia de Covid-19, no es imposible por consiguiente que, en varios países, se produzcan protestas populares contra el aumento del costo de la vida. Inversamente, los Estados exportadores de hidrocarburos, minerales o cereales -por ejemplo, Venezuela, Chile, Perú, Bolivia, Argentina, Brasil- se beneficiarán del importante auge actual de los precios.
Las nuevas sanciones impuestas a Moscú y el cierre del espacio aéreo en todo el Atlántico norte a los aviones rusos afectará también, en particular, a las potencias turísticas del Caribe, en particular a Cuba y República Dominicana. Para ambos países, Rusia fue, en 2021, respectivamente, el primer y segundo emisor de turistas. La guerra de Ucrania les podría hacer perder, este año, unos 500.000 mil visitantes y miles de millones de dólares…
Moscú ha tratado últimamente de acercarse a la región. Por varias vías. Incluso en ocasión de la crisis sanitaria durante la pandemia de Covid-19. Cuando las naciones ricas acapararon las vacunas, el Kremlin supo responder presente: la Sputnik V fue la primera vacuna en llegar (aunque no gratuitamente) a Argentina, Bolivia, Nicaragua, Paraguay y Venezuela. En el aspecto geopolítico, desde hace años, Putin ha tenido la habilidad de aportar apoyo político y diplomático a gobiernos de la región sancionados por Washington, como los de Venezuela, Cuba y Nicaragua, los cuales, como parte de su estrategia de resistencia frente a las medidas estadounidenses, han intensificado las relaciones con Rusia inclusive en el aspecto militar. 
Recordemos que, cuando fue subiendo la tensión en las semanas antes de la guerra, hubo aquellas declaraciones del viceministro ruso de Exteriores, Serguei Riabkov, que no descartó un «despliegue militar» en Cuba y Venezuela como respuesta a la política de EE.UU. en Ucrania. A lo cual, el asesor de Seguridad Nacional de EE UU, Jake Sullivan, le respondió que si Rusia avanzaba «en esa dirección», EE.UU. «lidiará» con ello «de forma decisiva».  En ese sentido, el presidente Iván Duque de Colombia -único país latinoamericano con estatus de socio extracontinental de la OTAN- durante su reciente visita a la sede de la Alianza Atlántica, en Bruselas, expresó su preocupación por la «profundización de la cooperación entre Rusia y China, incluido su apoyo a Venezuela». Y declaró en días posteriores que confiaba que «la asistencia militar de Rusia a Venezuela no se utilice para amenazar a Colombia»… Por su parte, el canciller ruso, Sergei Lavrov, declaró que Moscú reforzará su cooperación estratégica con Venezuela, Cuba y Nicaragua «en todos los ámbitos».

En los días que precedieron el inicio de la guerra, Vladimir Putin recibió sucesivamente en el Kremlin, con gran cordialidad, a dos importantes mandatarios suramericanos: Alberto Fernández, de Argentina, y Jair Bolsonaro, de Brasil. El primero le ofreció al Presidente ruso que su país sea «la puerta de entrada» de Moscú a América Latina… Putin le respondió que Argentina debe dejar de ser un satélite de Washington y cesar de depender del Fondo Monetario Internacional. A Bolsonaro, el mandatario ruso le propuso la construcción de varias centrales nucleares y la dinamización de una alianza tecnológica entre ambos países en áreas punta como biotecnología, nanotecnología, inteligencia artificial y tecnologías de la información.  

Días después Rusia invadía Ucrania… Varios mandatarios latinoamericanos -en particular el presidente Nicolás Maduro, de Venezuela- declararon entender la exasperación de Moscú frente a las constantes provocaciones de EE.UU. y de la OTAN. Pero ningún país de la región se alineó de modo incondicional con las posiciones del Kremlin. Todos, en última instancia, de una manera o de otra, incluidos Cuba, Venezuela y Nicaragua, defendieron el Derecho Internacional, la Carta de las Naciones Unidas y abogaron por un entendimiento diplomático para resolver la crisis por medios pacíficos y diálogo efectivo que garanticen la seguridad y soberanía de todos, así como la paz, la estabilidad y la seguridad regional e internacional. 

A pesar de la intensa actividad diplómatica desplegada por el presidente Vladimir Putin para explicar su punto de vista, en conversaciones telefónicas directas con diferentes líderes latinoamericanos, cuando llegó la hora de la verdad, el 2 de marzo pasado, en la Asamblea General de la ONU, con ocasión del voto de una resolución de condena contra la invasión de Ucrania, Rusia apareció singularmente aislada. Apenas cuatro Estados en el mundo (Bielorrusia, Siria, Corea del Norte, Eritrea) apoyaron su guerra contra Kiev. En América Latina, no pudo contar con un solo voto favorable. 

Fuente: Telesur

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