jueves, diciembre 12, 2024
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Los dilemas populares en tiempos de crisis del capitalismo. Por Joao Pedro Stedile

Estoy muy contento de poder participar en esta actividad, que es una reflexión estratégica sobre los dilemas de la humanidad y los paradigmas que se presentan para que todas las formas de organización de nuestros pueblos -desde las iglesias, los movimientos populares, los partidos políticos- podamos, entonces, impulsar procesos colectivos de reflexión que nos ayuden a tener más claridad sobre cuáles son los desafíos, los dilemas que nuestra generación está enfrentando en este cuadrante de nuestra historia, en todo el mundo y en nuestros países.

La crisis estructural del capitalismo

Yo creo que este tema nos lleva a pensar en una moneda con sus dos caras. De un lado tenemos los dilemas que brotaron de la crisis del modo de producción capitalista. ¿Por qué? Porque estamos enfrentando, desde el nacimiento del capitalismo mercantil del siglo XIII, la mayor crisis estructural de ese modo de producción. Ni siquiera en los tiempos de Marx, a fines del siglo XIX, ni después, entre las dos guerras mundiales, hubo una crisis estructural tan profunda como ésta, porque las crisis o eran cíclicas o eran sectoriales, o se producían en algún sector de la economía capitalista o abarcaban sólo una región como Europa o Norteamérica. Pero ahora estamos frente una crisis endémica, estructural, que abarca a todo el planeta y todas las actividades. Esa crisis es grave y profunda porque pone en riesgo las formas de funcionamiento del capitalismo.

La primera es su forma económica: es evidente que los grandes capitalistas, millonarios, seguirán acumulando, seguirán controlando sus grandes empresas y bancos, pero la contradicción fundamental que ellos tienen es que a pesar de la acumulación, a pesar de la concentración cada vez más abusiva de capital, esa forma no logra producir los bienes que la población necesita, de lo que resulta una crisis social. ¿Por qué? Porque el sistema, mientras “mejor” funciona, genera mayor desigualdad. Nunca antes en la historia de la humanidad habíamos tenido tanta desigualdad social, tanta diferencia entre el 1% más rico y la gran mayoría de la población de todo el mundo.

El tercer aspecto tiene que ver con la crisis resultante de los crímenes ambientales que el capital está cometiendo contra el planeta, contra el sistema ambiental, contra el agua, la biodiversidad, con los agrotóxicos, la deforestación, los incendios y todas sus agresiones.

Esto está generando un desequilibrio completo de la naturaleza y colocando en riesgo la supervivencia de muchos seres vivos, e incluso al propio ser humano. Nunca antes habíamos enfrentado una situación de esa gravedad.

Después tenemos una crisis de la democracia burguesa, del Estado burgués. El Estado burgués como lo conocemos ahora es fruto de la Revolución Francesa y por lo tanto es una creación de la burguesía industrial que necesitaba de un Estado “democrático” que lograse un cierto equilibrio en las contradicciones, de estabilidad entre las clases sociales para que el capital industrial siguiera acumulando. Pero sucede que la celebración de elecciones ya no resuelve el tema de la disputa democrática del poder político. Ellos pueden incluso seguir aceptando realizar elecciones, pero después el capital financiero y sus transnacionales compran a los gobernantes, compran ministros, compran presidentes, compran jueces, compran diputados como ha ocurrido en el último período en Latinoamérica. No tenemos tiempo aquí para ilustrar estos hechos con un sinnúmero de ejemplos, pero si quieren vean lo que ocurrió en Bolivia donde compraron hasta al Ministro de Defensa, o en Ecuador donde compraron al Presidente. Al capitalismo no le interesa más el juguete ese de la democracia burguesa.

Por último estamos frente a una crisis civilizatoria, que no es un tema menor ni un asunto moralista. Se trata del hecho de que las bases paradigmáticas del capitalismo, las que a lo largo del siglo XX habían orientado el comportamiento de las personas, ya no rigen.

Nuestra generación, del siglo XX, fue educada para estudiar y trabajar porque el capital necesitaba de gente cualificada y con voluntad de trabajar. Ahora el capitalismo acumula sin la necesidad de trabajadores, y mucho menos de trabajadores calificados. Por eso esta etapa del capitalismo pone como falsos valores el individualismo (cada uno por sí), el egoísmo (yo soy mejor que los demás) y el consumismo (las personas solo son felices si pueden acceder a los bienes modernos, ir a los centros comerciales, etc.).

Pero esos valores son falsos valores, son disgregadores de la sociedad y por lo tanto no representan solución alguna: de allí viene toda la inestabilidad política y la violencia que se genera en nuestra sociedad. Ese es el tema sobre el que debemos reflexionar: sobre los límites del sistema, expuestos ahora con la crisis estructural del capitalismo. Frente a ellos tenemos el otro lado de la moneda: ¿cuáles son los temas y agendas de las “fuerzas populares”, los “partidos políticos” y las “fuerzas sociales”?

La agenda para las organizaciones de clase trabajadora

“San” Antonio Gramsci nos indicaba que en la sociedad se mueven tres fuerzas fundamentales: por un lado las “fuerzas sociales”, las que se unen por algún motivo social, tales como las Iglesias, las asociaciones, e incluso los clubes deportivos.

Existen también las “fuerzas populares”, las que se unen alrededor de reivindicaciones corporativas como los salarios, la tierra, etc. Y están también las “fuerzas políticas”, que son los partidos u organizaciones que disputan el poder político formal, el Estado. Gramsci nos alertaba de que las tres formas son importantísimas para pensar una nueva sociedad; todas ellas disputan la hegemonía de las ideas, disputan el futuro, y podemos reducirnos a una sola si queremos impulsar los cambios necesarios.

¿Cuál es entonces nuestra agenda en estos tiempos de crisis del capitalismo, nuestra orientación específica para cada de una de las formas de organización de nuestro pueblo? Confieso -también como autocrítica- que la izquierda en general, es decir quienes quieren cambios estructurales, no ha profundizado aún en estos temas. No hemos reflexionado con la profundidad que estos problemas necesitan.

La defensa de la naturaleza

En relación al tema de la naturaleza y el medioambiente tenemos pocos acumulados teóricos. Tenemos también pocos intelectuales orgánicos que nos ayuden a reflexionar sobre él, a excepción, tal vez, de Michael Löwy y Leonardo Boff. De allí la relevancia que tuvo la encíclica Laudato Si del papa Francisco, porque es una gran contribución dialéctica a este tema. O defendemos la naturaleza, el equilibrio climático y la biodiversidad o no tendremos futuro como seres humanos. No es pequeño el reto que tenemos por delante. El paradigma, para nosotros, es el de la soberanía popular sobre los bienes de la naturaleza.

La igualdad social

Luego está el tema de la igualdad social. Nada más importante que luchar hoy por la igualdad social: ese es el paradigma fundamental de una sociedad socialista. Defendemos que todos los seres humanos somos iguales: incluso no hay razas biológicas, somos todos iguales.

¿Qué significa luchar por el socialismo hoy? Básicamente luchar por una sociedad igualitaria: todo lo demás es complementario. Pero para eso debe darse el control social sobre el poder político: ¿quién va a decidir los rumbos de la sociedad? ¿Los partidos políticos? ¿Quién va a controlar el Estado?

Aquí debemos también defender nuevas formas donde el pueblo tenga soberanía sobre su futuro, sobre su destino. Y, de nuevo, la izquierda está en una deuda teórica en relación a eso. Ya no basta con defender empresas estatales, no basta con defender el derecho a voto.

¿Qué es la democracia? ¿Es eso que los gringos hacen allí en Estados Unidos? ¿Cambiar seis por media docena? ¿Variar entre republicanos y demócratas? Eso no es democracia. Eso es una ilusión.

¿O es lo que se hace en nuestros países, que cada cuatro años vamos a las urnas? ¿Qué cambia? Muy poco. Entonces hay que desarrollar y defender nuevas formas de gestión del Estado por las fuerzas populares políticas y sociales.

Hay que desarrollar una democracia popular verdadera, donde el pueblo tenga mecanismos reales de control del Estado, de los bienes comunes y de su futuro, que se exprese en el derecho a trabajar, al mismo salario, a la vivienda, a estudiar. Eso es democracia: derechos iguales para todos, oportunidades iguales para todos. La democracia popular no consiste sólo en votar.

La democracia popular implica que todos tengamos los mismos derechos y oportunidades de trabajo, vivienda, educación, cultura, etc.

El paradigma científico y tecnológico

Hasta ahora el capitalismo trataba este asunto como un tema para aumentar la productividad del trabajo, para obtener una tasa de plusvalía mayor. Pero eso nos llevó a donde estamos, a una crisis. Lo que tenemos que pensar es cómo la ciencia, el conocimiento científico y la tecnología pueden ser utilizados para disminuir el tiempo de trabajo necesario en la sociedad, para disminuir el sacrificio de las personas y para aumentar la posibilidad de resolver más rápido los problemas de la gente.

Tenemos que utilizar la tecnología de construcción para que todos tengan vivienda digna; tenemos que utilizar la tecnología de transporte público para que todos puedan moverse más barato y más rápido; tenemos que utilizar la tecnología para que todos tengan acceso a energías renovables en nuestra sociedad, para que no seamos más dependientes del carbón o del petróleo, energías altamente contaminantes.

La organización de la ciudad

Otro paradigma en el que la izquierda aparece rezagada es en cómo organizar la ciudad, la urbe. Nuestras ciudades, con más de un millón de personas, se vuelven un infierno en donde uno está lejos de todos. Donde uno pierde más tiempo yendo al trabajo que el que pasa con su familia. Donde hay un montón de problemas medioambientales, de transporte, de vivienda.

En Alemania, un grupo de arquitectos progresistas realizó un estudio en donde señalan que una ciudad de más de 300 mil habitantes ya es un problema de por sí, en donde es imposible organizar la vida social. Nosotros, ahora en toda Latinoamérica, tenemos ciudades con un millón, con cinco millones, o, como en donde yo vivo, en la ciudad de São Paulo, con 14 millones de habitantes. Es un infierno. En tiempos de lluvias hay gente que muere en las inundaciones. ¿Y cuántos mueren en accidentes de tránsito? Aquí, en Brasil, de 30 a 40 mil personas mueren al año a mano de vehículos: nadie dice nada porque la industria automovilística es la que controla la prensa. El tema de las ciudades, entonces, es fundamental para el futuro.

Últimas palabras

Para terminar, quisiera agregar que, entre los retos que tenemos que pensar, está el de recuperar los valores humanistas, verdaderamente civilizatorios, los que deberían orientar nuestra vida y nuestro comportamiento, porque son ellos el fundamento de la historia de la humanidad. Me refiero a la solidaridad, la justicia social y al sentido de la igualdad. Esos tres valores son los únicos que pueden combatir el racismo tan presente en nuestras sociedades, la discriminación de cualquier tipo, por opción sexual, por edad o por el color de cabello, y tantas tonterías que son reproducidas por el capitalismo. Entonces nosotros, en un quehacer cotidiano, pedagógico, tenemos la obligación de recuperar esos tres pilares de la civilización humanista que son la solidaridad, la igualdad y la justicia social.

Estas son reflexiones que hemos hecho no sólo en el Movimiento Sin tierra o en los movimientos populares del Brasil, sino que son una obra colectiva que atraviesa nuestros encuentros de movimientos con el papa Francisco, los de la Vía Campesina Internacional, nuestras reuniones en las escuelas de formación política, y las articulaciones de ALBA Movimientos y la Asamblea Internacional de los Pueblos.

Seguimos reflexionando y pensando para orientar mejor nuestro quehacer con los pueblos. Pero estoy seguro que nuestra generación y este período histórico, el de los próximos 10 o 20 años, producirán cambios estructurales en todo el mundo. Bienvenido al futuro.

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