jueves, febrero 13, 2025
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4F: la rasgadura de la historia.

Por Alexander Torres.

La zozobra se extendía entre 3 y 4 de febrero de 1992. No era un vulgar golpe cuartelero. Por su significación alcanzaba el sentido de una rebelión militar.

La oficialidad y sus tropas de los estados Aragua, Carabobo, Miranda, Zulia y el Distrito Federal (para ese entonces) avanzaban, con un fin transcendente: derrocar a un gobierno indigno.

En su soberbia, un contrariado Carlos Andrés Pérez, desoía las advertencias de una acción militar contra su jefatura.

Esta posible delación no hizo que la rebelión retrocediera, al contrario, la denominada operación Zamora, pese a la inacción de unidades antes involucradas, continuaba con su propósito.

El Movimiento Bolivariano Revolucionario (MBR-200) salía a la superficie.
Esa agrupación fundada en pleno bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar tomaba irremediablemente las armas.

Caras visibles del Ejército: Hugo Chávez Frías, Felipe Acosta Carlés y Jesús Urdaneta Hernández daban de qué hablar.

También nombres como Francisco Javier Arias Cárdenas, Yoel Acosta Chirinos y Jesús Ortiz Contreras empezaban a ser pronunciados.

Todos fueron destacados docentes con gran ascendencia sobre las tropas por su moral y por sus grados de comandantes, mayores, capitanes, tenientes y tenientes coroneles, respectivamente.

Quienes componían esta especie de célula revolucionaria eran licenciados de la promoción Simón Bolívar, egresados de la “Casa de los sueños azules”, en 1975.

La operación Zamora buscaba destituir al presidente Carlos Andrés Pérez —no asesinarlo, como ciertas afirmaciones satanizadoras quisieron hacer ver a la opinión pública— y llevarlo a juicio por diferentes delitos.

Una vez lograda esta meta imprescindible, entonces, se planteaba crear una Junta de Reconstrucción Nacional, compuesta por personajes bienhechores y “progresistas”, tanto civiles como militares.

Los motivos expuestos por los patriotas están enraizados con las erradas medidas económicas tomadas por el dirigente adeco corrupto y entreguista; la insatisfacción de los sectores medios y bajos de las Fuerzas Armadas por la putrefacción de las cúpulas militares; y la implementación de la represión contra un pueblo desamparado, entre otros prolijos de enumerar.

El liderazgo residía en Hugo Chávez Frías

Ese hombre de firmeza inamovible, tez morena y cara indiada estratégicamente levantaba su centro de mando en el Museo Histórico Militar (hoy Cuartel de la Montaña 4F), ubicado en la emblemática parroquia 23 de Enero, La Planicie, próximo al Palacio de Miraflores, en Caracas.

La entrada a La Casona y al Palacio Blanco eran sus fines perentorios.

Hubo enfrentamientos, caídas, reveses, bajas y muchas situaciones extensas de mencionar.
La Guardia Nacional, la entonces Disip y un sector importante del Ejército, resguardaban al gobierno perecista ya caduco.

Chávez responsablemente deponía las armas y daba un mensaje a sus hermanos de ruta a hacer lo propio, sobre todo a los que se encontraban aún alzados en los estados Aragua y Carabobo.

Paraba así la violencia, pero comenzaba la popularidad del nuevo comandante Hugo Chávez Frías.

El sólo hecho de afirmar que “…yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano. Muchas gracias” fue un punto de inflexión en la historia venezolana reciente, en un país desnacionalizado en el cual su élite política y económica, en franca descomposición moral, evadió siempre su actuación ante el desastre palpable.

La rebelión militar del 4 de febrero de 1992, evaluada a 33 años de distancia, fue definitivamente una necesidad histórica para la edificación de una sincera democracia participativa y protagónica en Venezuela.

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