Intervención en acto político, Bicentenario de la doctrina Monroe, y la lucha por la Paz en América Latina y el Caribe, en el XXVI Foro de Sao Paulo
Cuando en diciembre de 1823, el presidente James Monroe dio a conocer en mensaje al Congreso la doctrina que definiría la esencia de la política exterior de Estados Unidos hacia la región latinoamericana y caribeña, resumida en la idea «América para los americanos», se justificaba el rechazo a cualquier nuevo intento europeo de interferir o extender su sistema de gobierno al continente americano, como un peligro para la “paz y la seguridad” de la nación norteña, encubriendo sus intereses expansionistas y hegemónicos hacia el sur del continente, de manera muy particular en ese momento hacia Cuba y México. De esta manera, Estados Unidos inauguraba una tradición que caracterizaría su comportamiento en el escenario internacional hasta nuestros días, en el que las palabras de sus líderes políticos no solo ocultan los verdaderos propósitos, sino que en muchos casos los propósitos han constituido el reverso total de las palabras. No en balde el Libertador, Simón Bolívar, dejaría a la posteridad una frase que cuenta de plena vigencia, al señalar en 1829 que los Estados Unidos parecían destinados por la providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad.[1]
La Doctrina Monroe sirvió a Washington para declararse de manera unilateral y como si fuera un derecho divino, protector del continente americano, haciendo saber al resto del mundo, donde residía su zona de influencia, expansión y predominio.
Sin embargo, durante los primeros tres años que siguieron a su enunciación, los países de la región la invocaron en no menos de cinco oportunidades con el objeto de hacer frente a amenazas reales o aparentes a su independencia e integridad territorial, solo para recibir respuestas negativas o evasivas del gobierno norteamericano. El paso del tiempo confirmó que la Doctrina Monroe había sido creada solo para ser definida, interpretada y aplicada a conveniencia de Estados Unidos.
A lo largo del tiempo tendría numerosas actualizaciones y corolarios de los distintos gobiernos estadounidenses, buscando siempre cerrar cualquier brecha que pudiera, desde la interpretación y la práctica de otros actores internacionales y los propios países de la región, poner en riesgo sus verdaderos designios. Por solo mencionar algunos de ellos, el Corolario Polk[2] de 1848: Estados Unidos no solo no admitiría nuevas colonizaciones europeas en el continente americano, sino tampoco que ninguna nación de la región por su libre cuenta solicitara la intervención de gobiernos europeos en sus asuntos o la propia unión a alguno de ellos, asimismo expresaba que ninguna nación europea podía interferir en la voluntad o deseos de países del continente de unirse a Estados Unidos; Corolario Hayes[3] de 1880: fijaba el Caribe y Centroamérica como parte de la esfera de influencia exclusiva de Estados Unidos y que para evitar la injerencia de imperialismos europeos en América, Washington debía ejercer el control exclusivo de cualquier canal interoceánico que se construyese; Corolario Roosevelt[4] de 1904 -mucho más conocido-: proclama el deber y el derecho de Estados Unidos a intervenir como árbitro o policía internacional en los países de América Latina y el Caribe ante conflictos o deudas de estos con potencias extra regionales; y el Corolario Kennan[5] de 1950: justificaba el respaldo de Estados Unidos a las dictaduras que florecían en la región bajo el pretexto del anticomunismo, las cuales serían incluso denominadas «dictaduras de seguridad nacional».
A ninguno de los líderes norteamericanos les pasó por la mente la idea de que la declaración de Monroe pudiera constituir un acto de altruismo o de particular amistad para con las repúblicas vecinas del sur –como lo creyeron con fervor muchos gobiernos latinoamericanos durante años-, ni menos aún que ella implicara para Estados Unidos la obligación de intervenir en defensa de cualquier país del continente que fuera víctima de una agresión externa. Para los estadistas estadounidenses, la Doctrina Monroe se limitaba a anunciar la eventual intervención de Estados Unidos solo en aquellos casos y en aquellas zonas de la región que fueran de su vital interés de dominación.
Así dejaría constancia el Secretario de Guerra de la administración Monroe, John C. Calhoun, al expresar: «No hemos de estar sujetos a que en cada ocasión se nos citen nuestras declaraciones generales, a las que se les pueden dar todas las interpretaciones que se quiera. Hay casos de intervención en que yo apelaría a los azares de la guerra con todas sus calamidades. ¿Se me pide uno? Contestaré. Designo el caso de Cuba. Mientras Cuba permanezca en poder de España, potencia amiga, potencia a la que no tememos, la política del gobierno será, como ha sido la política de todos los gobiernos desde que yo intervengo en política, dejar a Cuba como está, pero con el designio expreso, que espero no ver nunca realizado, de que si Cuba sale del dominio de España, no pase a otras manos sino a las nuestras…En la misma categoría mencionaré otro caso, el de Tejas; si hubiera sido necesario, hubiéramos resistido a una potencia extraña”.[6]
Entre los años 1825 y 1826 se corroboró que nada tenía que ver la Doctrina Monroe con la «paz y la seguridad», y mucho menos con un respaldo sincero y desinteresado a la independencia de sus «hermanos del Sur», cuando Estados Unidos se opuso por medios diplomáticos y en tono amenazante, ante una posible expedición conjunta colombo-mexicana, con el objetivo de llevar la independencia a Cuba y Puerto Rico, proyecto que acariciaron Simón Bolívar y Guadalupe Victoria, este último presidente de México. Ante la fuerte presión diplomática estadounidense los gobiernos de Bogotá y México respondieron que no se aceleraría operación alguna de gran magnitud contra las Antillas españolas hasta que la propuesta fuera sometida al juicio del Congreso Anfictiónico de Panamá a celebrarse en 1826. La preocupación de Washington como es lógico continuó, trasladando su inquietud a los gobiernos de Colombia y México y moviendo todos los resortes de su poderío diplomático.[7] A este pasaje bochornoso de la historia de Estados Unidos, reflejo de la ideología monroísta, se referiría años más tarde José Martí en uno de sus célebres discursos cuando señaló: «Y ya ponía Bolívar el pie en el estribo, cuando un hombre que hablaba en inglés, y que venía del Norte con papeles de gobierno, le asió el caballo de la brida y le habló así: «¡Yo soy libre, tú eres libre, pero ese pueblo que ha de ser mío, porque lo quiero para mí, no puede ser libre¡»[8] El statu quo conveniente a los intereses de Estados Unidos no podía ser alterado por potencias extra continentales, pero tampoco incluso por los propios países de la región. Esa situación se mantendría durante los años 1827, 1828 y 1829, cada vez que se intentó revivir la empresa redentora; tanto por parte de Colombia, como de México y Haití.
Resulta muy ilustrativo a la luz de hoy cuando seguimos viendo la obsesión yanqui con relación a Cuba, que en el contexto de la proclamación de la doctrina Monroe, estuvieran gravitando en especial los intereses de dominación de Estados Unidos sobre la Mayor de las Antillas. Y es que la doctrina Monroe también se complementaba con la llamaba teoría de la Fruta Madura, formulada por John Quincy Adams en el propio año 1823, en la cual se comparaba a Cuba con una fruta en un árbol, para metafóricamente señalar que como mismo existían leyes de la gravitación física, existían leyes de gravitación política y, que por tales razones, no había otro destino para Cuba que caer en manos estadounidenses, solo había que esperar el momento oportuno a que esa fruta estuviera madura para que se cumpliera ese final inevitable. Durante ese proceso -destacaba también Adams en carta enviada el 28 de abril de 1823 al representante diplomático de Estados Unidos en Madrid- era preferible que la fruta apetecida permaneciera en manos de España, antes que pasara a manos de potencias más poderosas de la época. De ahí que, cuando el ministro de relaciones exteriores de la corona británica, George Canning, propusiera a Washington la firma de una declaración conjunta de rechazo a cualquier intento de la Santa Alianza y Francia por restaurar el absolutismo de España en los territorios hispanoamericanos, Estados Unidos tomara la delantera en una jugada maestra, haciendo una declaración por su cuenta -conocida luego como Doctrina Monroe- que dejaba las manos absolutamente libres a Estados Unidos en América e intentaba atárselas al resto de las potencias, inclusive Inglaterra. En la raíz del surgimiento de la Doctrina Monroe, estuvo entonces Cuba, como uno de los territorios más ambicionados por la clase política estadounidense. También México, cuyos territorios en más de la mitad de su extensión serían después usurpados durante la guerra de 1846-1848.
I
En 1830 partía a la eternidad Simón Bolívar, quien durante su lucha por la independencia y la unidad de los pueblos de Hispanoamérica había sentido el rechazo estadounidense, como un gran obstáculo y peligro permanente, así como comprobado su postura calculadora y fría -que él llamó conducta aritmética- con relación al proceso emancipador que tenía lugar en Suramérica. Contra el Libertador y sus planes de unidad e integración de Hispanoamérica se tejió desde Washington una amplia red conspirativa, que asombra aun hoy por su nivel de articulación, cuando aun no existían los medios de comunicación e inteligencia con los que cuenta el imperialismo norteamericano en la actualidad. Sin embargo, representantes diplomáticos estadounidenses como William Tudor, William Harrison, Joel Poinsett, entre otros, hicieron un trabajo sucio muy efectivo por vencer más que a la persona de Bolívar, las ideas que él representaba y defendía, totalmente antagónicas a la filosofía monroísta. Su pensamiento precursor del antiimperialismo, acerca de la unidad e integración de los territorios liberados del yugo del colonialismo español, en favor de la abolición de la esclavitud, de las clases más desposeídas y de la independencia de Cuba y Puerto Rico, fueron la mayor amenaza a sus intereses de expansión y dominio que enfrentó Washington en aquellos años, de ahí sus innumerables intentos de desacreditarlo llamándolo «usurpador», «dictador», «el loco de Colombia», entre otros calificativos ofensivos.
II
En la segunda mitad del siglo XIX, el ideal bolivariano tendría en José Martí, el Apóstol de la independencia de Cuba, a uno de sus discípulos más brillantes, quien pudo ver como nadie en las entrañas del monstruo y alertar de sus peligros para la independencia de Nuestra América y el propio equilibrio del mundo. Fue entonces a él a quien correspondió enfrentar el monroísmo en la etapa en que Estados Unidos daba sus primeros pasos de transición a la fase imperialista y cuando la doctrina Monroe se modernizaba a través del Panamericanismo, que propugnaba la unidad continental bajo el eje dominante de Washington desde la narrativa del llamado Destino Manifiesto, una tesis de supuesta raíz bíblica, que afirmaba que la voluntad divina concedía a la nación estadounidense derecho de controlar la totalidad del continente. Estados Unidos buscaba la supremacía hemisférica en los foros e instrumentos jurídicos internacionales y con ello la institucionalización de los postulados de la Doctrina Monroe.
A través de sus crónicas y artículos en más de una veintena de periódicos hispanoamericanos José Martí desarrolló una intensa labor antiimperialista para derrotar las tesis de la moneda única, del arbitraje y unión aduanera, que promovía el secretario de Estado de Estados Unidos, James Blaine, en la Conferencia Internacional Americana celebrada en Washington entre 1889 y 1890. Así lo haría también en la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América en 1891, donde participó activamente como Cónsul de Uruguay.
“Jamás hubo en América, de la independencia acá –advertía Martí-, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo.
De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia».
Poco antes de caer en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895, en carta inconclusa a su amigo mexicano Manuel Mercado, Martí dejó testimonio de cual había sido el sentido de su vida: impedir a tiempo con la independencia de Cuba, que se extendieran por las Antillas los Estados Unidos y cayeran con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América.
Con una visión de largo alcance Martí había visto el peligro mayor que para Cuba y los países nuestroamericanos, representaban los voraces apetitos imperiales de Washington y previó lo que podía ocurrir de no alcanzarse en breve tiempo la independencia de Cuba y Puerto Rico, donde él consideraba se hallaba el equilibrio del mundo.
«En el fiel de América están las Antillas -escribía Martí en un análisis que demuestra su conocimiento y visión de los intereses geopolíticos que se estaban moviendo en el escenario internacional– , que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, -mero fortín de la Roma americana-; y si libres -y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora- serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del norte, que en el desarrollo de su territorio por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo”.
Y unas líneas más adelante expresa: «Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son solo dos islas las que vamos a libertar».
III
En 1898, con la intervención en el conflicto cubano-español, Estados Unidos convirtió a la Isla de Cuba en la probeta de ensayo neocolonial en la región, dando inicio a un período histórico caracterizado por la consumación y éxito de la doctrina Monroe, afianzando su dominio en el hemisferio occidental y desplazando de forma paulatina a las potencias rivales, en especial a Inglaterra. Además de Cuba y Puerto Rico, Washington garantizó el control del Istmo de Panamá, uno de los puntos geoestratégicos más importantes.
República Dominicana, Panamá, Guatemala, El Salvador, Cuba, Honduras, Nicaragua y Haití sufrieron directamente la política del Gran Garrote y el corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe con la intervención y ocupación territorial de los marines yanquis. En el caso de Cuba el monroísmo adquirió connotación jurídica a través de la Enmienda Platt, apéndice a la Constitución de 1901, impuesto por la fuerza a los cubanos bajo la amenaza de ocupación militar permanente. La Enmienda Platt daba derecho a Estados Unidos a intervenir en Cuba cada vez que lo estimara conveniente y a arrendar territorios para el establecimiento de bases navales y carboneras, origen de la ilegal presencia estadounidense hasta nuestros días en la Bahía de Guantánamo. La Enmienda Platt no se concibió ni se impuso para la salvaguarda de Cuba ni de ningún interés cubano, sino como una expresión tangible de la Doctrina Monroe.
El sucesor de Roosevelt en la Casa Blanca, Willian Taft, a través de la diplomacia del dólar y las cañoneras, combinó la intervención militar con el control financiero y político yanqui expandiendo y consolidando la dominación estadounidense en Centroamérica y el Caribe. «No está distante el día –señalaría sin pudor Taft– en que tres estrellas y tres franjas en tres puntos equidistantes delimiten nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. El hemisferio completo de hecho será nuestro en virtud de nuestra superioridad racial, como es ya nuestro moralmente«.
Luego se sucedieron los gobiernos de Woodrow Wilson, Warren Harding, Calvin Coolidge, Herbert Hoover y Franklin D. Roosevelt, todos afianzaron de una forma u otra los postulados de la Doctrina Monroe, interviniendo o amenazando militarmente cada vez que los requerimientos de su seguridad imperial en la región fueron amenazados. La Revolución Mexicana sufrió en esos años los embates del monroísmo, también Nicaragua de 1926 a 1933, cuando Augusto César Sandino encabezando un ejército popular enfrentó a los infantes de marina que habían invadido y ocupado el país. Las tropas estadounidenses fueron finalmente derrotadas y tuvieron que retirarse de la nación centroamericana el 3 de enero de 1933. Sin embargo, el gobierno de Franklin Delano Roosevelt, el mismo que había propugnado la engañifa de la política del Buen Vecino hacia América Latina y el Caribe, no quedó de brazos cruzados y conspiró contra Sandino hasta lograr se materializara su asesinato y se instaurara la dictadura de Anastasio Somoza, “un hijo de perra” –lo calificaba el propio Roosevelt- “pero nuestro hijo de perra”.
IV
El inicio de la Segunda Guerra Mundial le vino como anillo al dedo al gobierno estadounidense para expandir aún más su dominio por todo el hemisferio, extendiendo sus bases militares en la región y logrando que numerosos países latinoamericanos y caribeños se sumaran a sus proyectos de «seguridad hemisférica», quedando en realidad subordinados a los objetivos geoestratégicos del imperialismo yanqui. La firma en 1947 de 20 gobiernos latinoamericanos y caribeños del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), fue un ejemplo palpable de ello. Monroe y Adams desde sus tumbas no podían estar más satisfechos, mucho más cuando en 1948 surgió la Organización de Estados Americanos (OEA), como instrumento de Estados Unidos para modernizar e institucionalizar su dominación sobre Latinoamérica y el Caribe. Su nacimiento fue bautizado con el derramamiento de sangre del pueblo colombiano, en medio de un levantamiento popular cuyo detonante fue el asesinato del líder progresista Jorge Eliécer Gaitán. El gobierno servil a los intereses de Washington impuesto luego de aquellos acontecimientos sería el único que enviaría tropas a la guerra de Corea para complacer al amo del Norte.
De inmediato comenzó a evidenciarse, que el propósito de la OEA nada tenía que ver realmente con la “unidad y la solidaridad continental” frente a desafíos comunes y “amenazas extra regionales”, sino que constituía una pieza más en el nuevo sistema mundo que surgía en función de satisfacer los intereses hegemónicos de la élite de poder de Estados Unidos. El llamado sistema interamericano, era en realidad parte de su sistema de dominación. La OEA constituía una adecuación de la Doctrina Monroe al escenario posbélico para alinear a toda la región frente a los «peligros del comunismo internacional». De ahí su inutilidad –más allá de la posibilidad de condenar verbalmente al imperialismo estadounidense- para representar los intereses de los pueblos latinoamericanos y caribeños.
La historia de la OEA no ha sido otra que la del respaldo más infame de gobiernos oligárquicos a los intereses de Washington, o el irrespeto de Washington a la mayoría, cuando esa mayoría ha disentido de sus posiciones, reflejando la falacia de su propia existencia como espacio de concertación entre las Dos Américas. La propia carta de la OEA ha sido vulnerada y los consensos regionales burlados por Estados Unidos en múltiples ocasiones. Sin duda, fue concebida y sigue intentando funcionar como un “Ministerio de Colonias” yanqui, en cuya raíz se halla la filosofía monroísta.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos alcanzó la supremacía absoluta en el Hemisferio Occidental, llegando a la cima de las aspiraciones de los padres fundadores, de Adams y Monroe cuando lanzaron la famosa doctrina y de sus continuadores más leales y creativos. Llegado ese nivel de control en lo que consideraban su patio trasero, la élite de poder del imperialismo estadounidense se sintió en condiciones de extender su hegemonía a otras zonas geográficas del mundo, traspasando incluso los límites de lo expresado en la Doctrina Monroe en el año 1823.
V
Los años 60 trajeron nuevamente un relanzamiento del ideal monroísta ante el triunfo de la Revolución Cubana y la supuesta penetración con ello del comunismo en el hemisferio occidental, pretexto que se asumió y difundió desde Washington para seguir un curso aun más agresivo contra el proceso revolucionario cubano y provocar su aislamiento diplomático en el hemisferio, hecho que se materializó cuando Cuba fue suspendida de la OEA en 1962. En ese propio año el presidente Kennedy dijo en conferencia de prensa:
“La doctrina Monroe significa lo que ha significado desde que el Presidente Monroe y John Quincy Adams la enunciaron: que nos opondríamos a que una potencia extranjera extienda su poder al hemisferio occidental, y es por eso que nos oponemos a lo que está sucediendo en Cuba hoy. Es por ello que hemos cortado nuestras relaciones comerciales. Por ello es por lo que trabajamos en la Organización de Estados Americanos y en otras maneras para aislar la amenaza comunista en Cuba».
La resistencia y logros de la Revolución Cubana, su ejemplo de independencia y soberanía absoluta a las puertas mismas del imperio estadounidense, era una realidad inadmisible para los verdaderos propósitos hegemónicos bajo los que fue inspirada la Doctrina Monroe. Por el mismo punto geográfico en que Washington había comenzado su largo camino de éxitos de expansión y preminencia, estrenándose como imperio, comenzaba también el desafío más contundente y sostenido que jamás haya enfrentado el coloso del Norte desde la periferia del sur y, por si fuera poco, en sus propias narices y por una Isla, pequeña en extensión, pero gigante como ejemplo moral para el mundo. Fidel Castro Ruz, abrazaría el ideal bolivariano, martiano, anticolonialista, antiimperialista, internacionalista y marxista, convirtiéndose en una herejía que aun hoy y de cara al futuro, continúa librando y ganando grandes batallas, mientras viva su ejemplo y pensamiento en el pueblo cubano y en los revolucionarios de todo el orbe.
Además de desatar contra Cuba una guerra de espectro completo que llega hasta nuestros días, esta anomalía a la dominación estadounidense en el hemisferio occidental llevó a los distintos gobiernos estadounidenses a desatar toda una serie de políticas de corte violento y reaccionario para evitar la existencia de más Cubas en la región. Comenzó una nueva etapa de invasiones, golpes de estado y apoyo a dictaduras sangrientas, bajo el pretexto de la lucha contra el comunismo. En nombre de la libertad –también de los derechos humanos- como había advertido Bolívar en 1829, Washington fue responsable de los crímenes más horrendos practicados contra los pueblos al sur del Río Bravo. Millones de desaparecidos, torturados, asesinados, fue el costo que pagaron nuestros pueblos, cifra imposible de calcular totalmente si sumamos las víctimas del monroísmo desde el siglo XIX. No podemos jamás olvidar esa historia, que forma parte también de lo que han significado estos doscientos años de la Doctrina Monroe. Como no hacer referencia a la Operación Cóndor, que entre 1975 y 1983 fue la causante de miles de muertos y desaparecidos en todo el continente, donde se sumaron los esfuerzos criminales del gobierno de Estados Unidos y la CIA, con las dictaduras militares de Chile, Argentina, Venezuela, Paraguay, Uruguay, Brasil y Bolivia, y también de grupos terroristas de origen cubano asentados en Miami, con el objetivo de cercenar el movimiento progresista y revolucionario en América Latina.
Hace 50 años la administración Nixon-Kissinger desató un gran complot contra el gobierno de la Unidad Popular presidido por Salvador Allende en Chile, esta operación culminó el 11 de septiembre de 1973 con un golpe de estado, la muerte de Allende y el establecimiento de una de las dictaduras más atroces de todo el continente, cuyas secuelas aun hoy son visibles en ese país. También hace 40 años la administración republicana de Ronald Reagan lanzó una invasión a la Isla caribeña de Granada, el 25 de octubre de 1983, donde tenía lugar un proceso revolucionario encabezado por Maurice Bishop. La historia como maestra de la vida da lecciones para el presente. Las palabras de Fidel al pueblo chileno, en Santiago de Chile, el 12 de diciembre de 1971, alertando de la amenaza que representaba la derecha fascista apoyada desde Washington para los procesos revolucionarios, cobran hoy nuevamente especial vigencia:
«Pero, ¿qué hacen los explotadores cuando sus propias instituciones ya no les garantizan el dominio? ¿Cuál es su reacción cuando los mecanismos con que han contado históricamente para mantener su dominio les fracasan, les fallan? Sencillamente los destruyen. No hay nadie más anticonstitucional, más antilegal, más antiparlamentario y más represivo y más violento y más criminal que el fascismo.
El fascismo, en su violencia, liquida todo: arremete contra las universidades, las clausura y las aplasta; arremete contra los intelectuales, los reprime y los persigue; arremete contra los partidos políticos; arremete contra las organizaciones sindicales; arremete contra todas las organizaciones de masas y las organizaciones culturales.
De manera que nada hay más violento ni más retrógrado ni más ilegal que el fascismo«.
VI
La caída del campo socialista desató los aires triunfalistas en Washington acerca de la llegada de la “Pax Americana”, ya no era solo “América para los estadounidenses”, sino el mundo a los pies de la potencia mundial vencedora de la Guerra Fría como un supuesto fin de la historia. Sin embargo, además de que no pudieron barrer con Cuba, que resistió y salió adelante nuevamente victoriosa como la principal piedra en sus zapatos, las rebeliones y resistencias populares en lo que Estados Unidos consideraba su traspatio seguro, comenzaron de inmediato a sucederse y lo menos que imaginaba la élite de poder en ese país, que se produciría un resurgir del bolivarianismo y la llegada al poder de fuerzas progresistas y de izquierda, que articularon un cambio de época donde se puso en tela de juicio el monroísmo, rescatando y actualizando para el siglo XXI el ideal bolivariano. El papel del presidente venezolano Hugo Rafael Chávez Frías, al frente de la Revolución Bolivariana marcó sin lugar a dudas, un giro y un salto en la historia Latinoamericana y Caribeña. Junto a los gobiernos de Nestor Kichner en Argentina, Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia, Tabaré Vázquez en Uruguay, Lula Da Silva en Brasil, Rafael Correa en Ecuador y Fidel y Raúl en Cuba, se comenzó a dar forma un proyecto regional “Nuestroamericano”, que incluía la creación de organismos de integración como el ALBA-TCP, UNASUR, CELAC, TELESUR, PETROCARIBE, entre otros mecanismos que buscaban romper con los esquemas de dominación que se venían imponiendo desde el norte durante décadas. En noviembre de 2005, fueron derrotados los intentos del imperialismo estadounidense por recolonizar la región bajo un Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), cuando en Mar del Plata, Argentina, durante la celebración de la IV Cumbre de las Américas, varios presidentes latinoamericanos y caribeños le plantaron cara, entre ellos el propio anfitrión de la reunión el presidente Néstor Kirchner, junto a Chávez y Lula. Estados Unidos jamás había enfrentado tal quiebre a su dominación en el hemisferio occidental desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Las administraciones de William Clinton, W. Bush y Barack Obama reaccionaron con todo su arsenal y aliados para frenar y derrocar este proceso: golpes de estado, golpes parlamentarios, golpe petrolero, sanciones económicas, bloqueos, guerras culturales, mediáticas, psicológicas y de cuarta generación, subversión, espionaje, injerencias en los asuntos internos, estímulo a la traición y la división, judicialización de líderes progresistas y de izquierda, amenaza diplomática y económica, maniobras militares, activación de la IV Flota, entre muchas otras acciones que marcaron la contraofensiva imperial, oligárquica y de derecha en toda la región.
No obstante, bajo los preceptos del Smart Power, en el 2013, el presidente estadounidense Barack Obama expresó que la Doctrina Monroe había llegado a su fin y en un discurso ante la OEA, el entonces secretario de Estado, John Kerry, afirmó que la relación de Estados Unidos y América Latina debía ser la de socios equivalentes, y que su gobierno buscaba establecer un vínculo no basado en doctrinas sino en intereses y valores comunes. Pero el mejor mentís a estas declaraciones vino solo dos años después cuando se produjo un nuevo intento de golpe de estado contra la Revolución Bolivariana, donde quedó en evidencia la injerencia estadounidense. Unas semanas después, la Casa Blanca declaró a Venezuela una amenaza extraordinaria para su seguridad nacional.
En el caso de Cuba, a pesar del anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas el 17 de diciembre de 2014 y del llamado nuevo enfoque de política, los propósitos de lograr un cambio de régimen y el derrocamiento de la Revolución jamás fueron abandonados por la administración Obama. Hechos, declaraciones y documentos del período así lo demuestran.
No obstante, su sucesor en la Casa Blanca, Donald Trump, y sus principales asesores en política exterior retomarían sin tapujos el discurso monroísta. Una de las declaraciones que mas titulares generó fue la de su secretario de Estado, Rex Tillerson, quien durante una gira por América Latina, afirmó que la Doctrina Monroe, «es tan relevante hoy como el día en que fue escrita». Estas declaraciones no fueron solo una reacción ante una mayor presencia de China y Rusia en la región, sino que respondían a la no aceptación de «ideologías foráneas» como las que defienden Cuba y Venezuela, aunque en el fondo de la cuestión conocemos que la verdadera preocupación es la desconexión del sistema de dominación imperial estadounidense que los ejemplos de la Revolución Cubana y Bolivariana significan.
VII
Actualmente se hace cada vez más visible que asistimos a un mundo en transición geopolítica y de un acelerado declive de la hegemonía estadounidense a nivel global. La élite de poder de Estados Unidos en este escenario se aferra cada vez más a la filosofía monroísta y ante un estado de sobredimensionamiento imperial que le impide mantener el control en zonas geográficas mucho más distantes –como ha ocurrido en África y Medio Oriente-, es lógico que su mirada de atención se concentre en la zona que durante 200 años ha considerado su espacio vital de reproducción y expansión hegemónica: América Latina y el Caribe. Desde la lógica imperial, de lo que se trata es de recuperar el terreno perdido a cualquier costo frente al avance de China, Rusia y de los propios gobiernos progresistas y de izquierda. América Latina y el Caribe sigue siendo la máxima prioridad en la política exterior de Estados Unidos. La jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, en fechas recientes lo volvió a ratificar, cuando en conversación con el think tank, Atlantic Council, expresó:
“Si hablo de mi adversario número dos en la región, Rusia, quiero decir, tengo, por supuesto, las relaciones entre los países de Cuba, Venezuela y Nicaragua con Rusia. Pero, ¿por qué es importante esta región? Con todos sus ricos recursos y elementos de tierras raras, tienes el triángulo de litio, que hoy en día es necesario para la tecnología. El 60% del litio del mundo está en el triángulo de litio: Argentina, Bolivia, Chile, tienes las reservas de petróleo más grandes, crudo ligero y dulce descubierto frente a Guyana hace más de un año. Tienes los recursos de Venezuela también, con petróleo, cobre, oro. Tenemos los pulmones del mundo, el Amazonas. También tenemos el 31% del agua dulce del mundo en esta región. Quiero decir, es fuera de lo común. Esta región importa. Tiene que ver con la Seguridad Nacional y tenemos que intensificar nuestro juego”.
El escenario que se dibuja es de oportunidades antes las brechas y debilidades del propio sistema imperial y los errores continuos de la derecha sin un proyecto alternativo que ofrecer a nuestros pueblos, pero también de grandes peligros ante el crecimiento de tendencias neofascistas que se vislumbran en el horizonte y también en otros lugares del mundo, en especial en Europa. La propia crisis sistémica del imperialismo, conlleva a reacciones cada vez más violentas y reaccionarias, ante la pérdida de capacidades para mantener la acumulación ampliada del capital y las rebeliones y rebeldías que se levantan una tras otra en la periferia y en los propios centros de dominación, cuyos resultados anuncian el nacimiento de un mundo multipolar. En ese proceso, las fuerzas de izquierda de la región cuentan con un momento único para relanzar como nunca antes los procesos de unidad e integración de América Latina y el Caribe. Las coyunturas son muy cambiantes y movedizas, mañana será demasiado tarde. Solo unidos seremos verdaderamente libres y un actor internacional con un lugar influyente en los destinos de la humanidad, que debe moverse con urgencia, para no desaparecer, hacia un cambio de paradigma civilizatorio. De lo contrario caería nuevamente Estados Unidos sobre nuestras tierras de América, rompiendo el equilibrio del mundo, en un momento en el que quizás no exista retorno para salvar no solo la independencia y la soberanía de nuestros pueblos, sino incluso la propia especie humana.
Como señalara el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, en la primera Cumbre Iberoamericana, En Guadalajara, México, el 18 de julio de 1991: “Ha llegado el momento de cumplir con hechos y no con palabras la voluntad de quienes soñaron un día para nuestros pueblos una gran patria común que fuese acreedora al respeto y el reconocimiento universal”.
En pleno siglo XXI la Doctrina Monroe está tan viva como lo estuvo en 1823, hace doscientos años. Pero también están vivos los ideales y luchas de nuestros pueblos. Están vivos hoy más que nunca los ideales y las luchas de los próceres latinoamericanos y caribeños que ofrendaron sus vidas por la independencia y unidad de Nuestra América.
En este año 2023, que lo que verdaderamente conmemoramos es el 95 aniversario del natalicio de uno de los paradigmas más elevados de los revolucionarios para todos los tiempos, Ernesto Che Guevara, que entregó su vida a la emancipación de los pueblos latinoamericanos, caribeños, africanos y de todo el sur global bajo el yugo imperialista, nuestro mayor compromiso tiene que ser, sin dogmas y atavismos que lastren el camino, la lucha por la justicia social y la unidad e integración de nuestros pueblos.
Notas:
[1] Carta de Simón Bolívar al coronel Patricio Campbell, encargado de negocios británico ante el Gobierno de Colombia, Guayaquil, 5 de agosto de 1829.
[2] James Knox Polk, presidente de Estados Unidos entre 1845 y 1849
[3] Rutherford Birchard Hayes, presidente de Estados Unidos entre 1877 y 1881
[4] Theodore Roosevelt, presidente de Estados Unidos entre 1901 y 1909.
[5] George F. Kennan (1904-2005). Diplomático y consejero gubernamental norteamericano y autor de la doctrina de la contención frente al comunismo.
[6] Indalecio Liévano Aguirre: Bolívarismo y monroísmo, Editorial Revista Colombiana, Bogotá, 1971, pp.40-41.
[7] Véase Elier Ramírez Cañedo, La miseria en nombre de la libertad, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, pp.67-74.
[8]Discurso de José Martí en el Hardman Hall, Nueva York, 30 de noviembre de 1889.
Fuente: Blog REDH-Cuba