Mientras el mundo mira con preocupación el crecimiento y la expansión del Coronavirus; mientras miles de personas en todos los países mueren afectados por esta súbita dolencia; mientras los hospitales de Madrid, de Milán, de Nueva York y otras ciudades, agotan sus posibilidades de atención, y mientras en todas partes se multiplica el temor y la desconfianza; Donald Trump piensa en, Venezuela, y más precisamente, en Nicolás Maduro. Esa es, su obsesión fatal
Evocando las películas del oeste norteamericano, cuando el Sheriff del Condado ponía precio a la cabeza de los Billy The Kid de aquellos años; hoy el Jefe de Estado Yanqui ofrece dólares a quienes traicionen a su pueblo y entreguen al conductor de sus luchas. ¡El mundo no es Texas, ni estamos hoy en 1850!, debemos decirle.
Todos sabemos que el hoy inquilino de la Case Blanca no tiene empatía alguna con los pueblos. No le importa en absoluto la suerte de millones de personas diseminadas en todos los confines del planeta. Ahíto de impiedad y de soberbia, lo único que le importa es salir adelante con sus siniestras maquinaciones. Hoy, la Patria Llanera, es su víctima. Abatirla, será como poner una Pica en Flandes, y mirar hacia Cuba con voracidad contenida.
Hace más de un año -trece meses, para ser exactos- desde Washington nos anunciaron que el Proceso Emancipador Bolivariano tenía las horas contadas. El 23 de febrero del 2019, al mediodía, en el Palacio de Miraflores, en el corazón de Caracas, el títere de turno –Juan Guaidó- debía asumir el mando del país por decisión inapelable de la Casa Blanca. Nada de eso ocurrió. Los pueblos pudieron recordarle al señor Trump la vieja frase de Pierre Corneille, en 1634: “los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”
Hoy podría decirse lo mismo, sólo que en otras condiciones. Y es que ahora, quien no goza de buena salud, es precisamente el señor Trump, a quien muchos expertos consideran simplemente un enajenado mental. El tema es que ese enajenado tiene en sus manos el maletín con los botones nucleares. Si no se le pone coto a su desquicio, el mundo podrá estalla, inadvertidamente, en mil pedazos.
Porque eso es lo que podría ocurrir si al señor Trump se le ocurriera usar la crisis del COVID 19 para invadir la Patria de Bolívar, como lo hiciera antes con Irak o con Libia; para acabar con Maduro como el Imperio acabó con Saddam Hussein, o Kadafhi.
Ya debiera haberse dado cuenta que el mundo de hoy, no es el mundo de hace un par de décadas. La unipolaridad proclamada a viva voz a fines del siglo pasado, ya no existe. Y pueblos y gobiernos de distintos confines del planeta saben que pueden resistir, y revertir cualquier embestida.
Es claro que las acusaciones que hoy plantea la administración norteamericana contra los dirigentes venezolanos, carecen de toda consistencia, y no son sino pretextos para apuñalar a un pueblo que osó alzarse cuando la voz del amo ordenaba callar. Estados Unidos, el primer mercado de la droga en el mundo, no puede acusar de “narcotráfico” a un gobierno que se empeña en recuperar una patria subyugada por casi doscientos años de sometimiento y oprobio.
En la Venezuela Bolivariana lo que está en marcha es un proceso revolucionario que luce imbatible no sólo por la conducción que posee, sino porque cuenta con la participación y el respaldo de millones de hombres y mujeres dispuestos a ofrecer sus vida por el derecho a construir su futuro. Y porque, además, ese proceso cuenta con el respaldo de pueblos enteros, y de gobiernos que no habrán de tolerar ninguna afrenta a la dignidad, ni a los principios internacionales que regulan las relaciones entre los Estados.
Estados Unidos de Norteamérica no tiene derecho a inmiscuirse en los asuntos internos de Venezuela, ni a enfrentar al gobierno que los venezolanos decidieron darse en su momento. Y tampoco tiene derecho a alentar a unos grupos de venezolanos contra otros, a fin de sembrar la crisis y el caos en el país. Arderá la tierra bajo sus pies, si se atreve a intentarlo.
¡Manos fuera de Venezuela! Podría ser el llamado de esta hora si no fuera porque en todos los países gobiernos y pueblos progresistas están empeñados en la lucha contra la Pandemia desatada.
Es curioso. Décadas de gobiernos Neo Liberales en Italia, España y los Estados Unidos destruyeron los servicios de salud que marchaban por cuenta del Estado. Aconsejados por los discípulos de Milton Freedman alentaron la salud privada como un negocio lucrativo y generaron las situaciones que se hoy se viven. Un ciudadano norteamericano logró remontar la epidemia, pero hoy debe 35 mil dólares al quienes lo trataron. Y es que, bajo el capitalismo, la vida siempre tiene precio. Y ese precio, es muy alto.
Son los países socialmente más avanzados, aquellos que viven la experiencia socialista, o que aún tienen huellas indelebles de ella porque la vivieron con fuerza; los que actúan ahora para salvar a la humanidad. Y es Cuba la luz que brilla en el firmamento de los pueblos, por su generosa voluntad solidaria, la que señala la ruta del futuro. Y eso es lo que odia el señor Trump.
La obsesión fatal del Cacique el Imperio, está signada por el ineludible símbolo de la derrota.