sábado, noviembre 23, 2024
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Una cumbre incomplenta, una negociación hegemónica. Por José Guadalupe Gandarilla Salgado

La Declaratoria Final de la Cumbre de las Américas arroja pírricos resultados, y da el marco emergente para negociar las condiciones de un dominio hegemónico norteamericano cada vez más declinante

Aún antes de que arrancara la IX Cumbre de Las Américas (del 6 al 10 de junio de 2022) ya se encontraba sellada la ruta de su desenlace, que la Declaración Final solo vino a corroborar. Se trató de un evento (celebrado en Los Ángeles, California) que cobra un significado para los Estados Unidos, que no dejan de remitirla a su disposición de origen, siendo que nació como un instrumento del proyecto fenecido del Acuerdo para el Libre Comercio de Las Américas (ALCA). Esto es, para apuntalar el dominio del neoliberalismo sobre la región latinoamericana; por el contrario, para algunos de los países de América Latina y El Caribe puede llegar a constituirse en una palestra, de pretensiones hemisféricas o hasta globales, para hacer oír sus diferendos con las políticas del gobierno estadounidense o para plantear o explorar la pertinencia de otros esquemas de vinculación regional, los que se plantean como correspondientes a aquellos proyectos políticos que, en cada uno de sus países, y con dificultades, buscan sortear la condicionalidad que fue impuesta en “la gran noche” neoliberal (como diría Achille Mbembe).

Por esta razón, aunque hayan pasado administraciones gubernamentales, en la nación del Norte, de una u otra cara de su régimen político bipartidista; aunque haya concluido el mandato “republicano” de Donald Trump y cómo eso ocurrió (si bien eso no significa el fin del trumpismo); la nueva administración del Partido Demócrata con Joe Biden a la cabeza no alcanza a vislumbrar siquiera que es necesario dar otra orientación a dicho mecanismo, y menos se muestran dispuestos a ofrecer ciertos gestos que apunten a un nuevo arreglo de los lazos diplomáticos y de la disposición geopolítica continental. Muy al contrario, la primera y definitoria señal consistió en excluir de la invitación oficial al evento a tres países (Cuba, Venezuela y Nicaragua), por la supuesta razón de no cumplir con los códigos de una conducción gubernamental democrática, cuando en realidad se trata de una exclusión por tratarse de gobiernos que no son del agrado de Washington.

Lo cierto es que este comienzo estuvo atado a las condicionantes de la política interna de los Estados Unidos de Norteamérica, pues ya todo se orienta con vistas a las elecciones intermedias del martes 8 de noviembre de 2022, en que se renovará el congreso y se disputaran casi un tercio de las gubernaturas de aquel país. La previsión de que la pequeña mayoría demócrata se modifique o que la tendencia avasallante de Trump sobre el partido republicano se sostenga, convirtieron a ese acto de exclusión en una imperiosa señal de firmeza por parte de Biden, ante los electores de aquella nación. Lo de decretar la condición de democrático o no a determinado país no es una prerrogativa que, en los tiempos actuales, los Estados Unidos se puedan arrogar en automático, y que las y los mandatarios de otras naciones deban atender con presteza.

“La posición del presidente mexicano […] pareció deslucir los alcances de la Cumbre cuando otras y otros mandatarios expresaron simpatías por dicha posición ‘disidente’, y se fueron sumando al reclamo por una completa inclusión”

Fue así como, ante ese gesto, vino en respuesta la reacción del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, planteando su inconformidad ante tal unilateral exclusión, manifestando que habría llegado el tiempo para pensar en otro tipo de integración continental, sin exclusiones ni injerencismos por parte de naciones que en actos de poder pretenden influir en el curso soberano de otros países. La objeción que López Obrador presentaba no hacía sino regirse por uno de los más preciados principios de la política exterior mexicana (el derecho a la autodeterminación de las naciones, y el rechazo al intervencionismo)2, y elevaba la proyección de su proposición al asegurar que no asistiría al encuentro de persistir en la actitud de no invitación a la representación gubernamental de todas las naciones de América Latina y el Caribe, hecho que finalmente cumplió, y enaltece el valor conferido a la palabra.

La posición del presidente mexicano, en un determinado momento, pareció deslucir los alcances de la Cumbre cuando otras y otros mandatarios expresaron simpatías por dicha posición “disidente”, y se fueron sumando al reclamo por una completa inclusión, en lo que parecía augurar un rumbo de un cierto boicot al cónclave organizado por Joe Biden. Con posterioridad, algunos de aquellos mandatarios fueron suavizando el tono de sus declaraciones y finalmente (quizás atendiendo a algunos señalamientos de las embajadas estadounidenses de sus respectivos países, o a otros artilugios de los intereses materiales que se ponen en juego en las relaciones bilaterales) encontraron justificado, por razones casi consuetudinarias, acudir al encuentro, por el contrario, la y los representantes de otros países (decididamente fue el caso de Xiomara Castro, presidenta de Honduras, y de Luis Arce, presidente de Bolivia, quienes se manifestaron coincidentes con las observaciones expuestas por el mandatario mexicano), se sostuvieron en la decisión de no presentarse al encuentro y figurar en la foto que, al final del encuentro, consignaría la declaratoria de cierre.

Merece subrayarse que la posición de México se enmarca en una lectura histórica de largo plazo que López Obrador permanentemente esgrime para la conducción de sus actos como encargado del Poder Ejecutivo, y ello para esta ocasión revelaba una dimensión de crítica a la histórica intromisión estadounidense sobre los asuntos domésticos del subcontinente como el factor que ha imposibilitado la genuina construcción republicana de nuestros países, luego de haber obtenido nuestras independencias en el ciclo de reivindicaciones emancipatorias respecto al poder colonial español, entre 1810-1830, y precedidas por la revolución haitiana (de 1791-1805) que cimbró el poderío colonial francés, en el trance de los siglo XVIII al XIX.

Baste recordar que el declive imperial español signó el ascenso del nuevo hegemón -visto en retrospectiva igualmente peligroso- con la guerra hispano-cubana-estadounidense que le arrebataría a España sus posiciones en los territorios del mar Caribe (Cuba y Puerto Rico) y del mar Pacífico (Filipinas),3 extensiones oceánicas que le fueron necesarísimas a Estados Unidos para su nueva expansión de dimensiones globales y proyección hemisférica a todo el espacio continental. Plantear, simbólicamente, en la postura indeclinable de no asistencia a la IX Cumbre de Las Américas, el engarce de esa unilateral exclusión de tres naciones hermanas con todo un ciclo de intervenciones estadounidenses sobre la región,4 se constituyó en un proceder elegante pero firme para señalar, en primer lugar, que ha sido ese intervencionismo estadounidense el que ha impedido el despliegue de mejores condiciones para el ejercicio de la soberanía y para la construcción de sociedades más democráticas en el continente y, en segundo lugar, para vislumbrar la ruta del posible nuevo ciclo de la liberación de nuestros pueblos, toda vez que, en los meses siguientes se puede desarrollar, de obtenerse el triunfo en las elecciones de Colombia, con Gustavo Petro, y del Brasil, con el retorno de Lula, en el marco de un nuevo oleaje del progresismo latinoamericano, una inédita articulación, en el subcontinente que comienza en el Río Bravo, de una mayoría de gobiernos cuyos principios se enuncian como antineoliberales y sus proyectos pueden llegar a construir instituciones de lo que se ha denominado posneoliberalismo.5

Si en el arranque del siglo XIX se puso al día la necesidad, y se obtuvo, de la primera emancipación latinoamericana y caribeña respecto al colonialismo español, ahora en la tercera década del siglo XXI se ponía en el orden del día la ansiada emancipación respecto al imperialismo estadounidense y a los regímenes republicanos de la colonialidad del poder, elevando a consigna de nuestro tiempo la actualización de esa gesta hoy bajo la forma de una segunda emancipación latinoamericana y caribeña, respecto al poderío hegemónico declinante de los Estados Unidos, a casi dos siglos de haber sido declarada la Doctrina Monroe,6 y a más de un siglo del denominado Corolario Roosevelt de 1904.7 Ramificaciones geopolíticas ambas que son encarnaciones del ideario del Destino Manifiesto, que ligó el curso de esa nación-imperio a la incesante expansión en busca de recursos, al arrebato colonial, y al exterminio de poblaciones.

En este tiempo de crisis civilizatoria, de pandemias y pospandemias,8 y de amenazas de escalamiento en la confrontación bélica, la obtención de condiciones para la autodeterminación de nuestras naciones se dirime en la obtención de nuevos términos para la relación con la potencia del norte de nuestro continente. Muchos de los problemas sobresalientes, algunos que incluso apenas fueron mencionados muy al paso, son de carácter global o regional y requieren esfuerzos de atención en esa escala, por ejemplo, la crisis climática (mejor formulado por John Saxe Fernández como colapso climático capitalogénico, CCC) y los enormes incendios en varias partes del continente que atentan contra la biodiversidad, el resguardo de las culturas originarias, el franco declive de la fauna y las áreas silvestres, el problema de los flujos migratorios y su relación con las rutas del trasiego de la droga y la operación de grupos delictivos, que operan al Sur pero lavan el dinero en las plazas financieras del norte o en los paraísos fiscales, donde también van a dar los dólares fugados; la obtención de mejores condiciones al seno de nuestras economías y el rescate de infraestructuras para constituir polos para el despliegue de los mercados internos y no simplemente para la rapaz colonización de recursos. Todos son temas que requieren de una urgente atención con nuevas miradas.

Pero, muy al contrario de lo que se plantea en la agenda política y geopolítica de los Estados Unidos, arraigar mejores condiciones para la supervivencia de nuestros pueblos, para la construcción de condiciones de equidad, de justicia social, esto es, de una genuina democracia, no va en exclusivo beneficio del Sur del continente, y en detrimento de las posiciones de los grupos de poder en el vecino del norte, sino que es ya un requisito, en el marco de la época a la que hemos ingresado, para encontrar un cierto acomodo, un nuevo arreglo hemisférico, que es también conveniente para los Estados Unidos, toda vez que hay condiciones materiales inesquivables que hacen muy difícil para los Estados Unidos mantenerse en una disposición de mirar al mundo como si se fuese la superpotencia indeclinable, varios episodios documentan el declive, no sólo el potencial económico de China, la propia crisis de las instituciones sanitarias y de servicios sociales al interior de los Estados Unidos, la simbólica retirada de Afganistán, etc. Sin embargo, el papel desempeñado para la ampliación de la OTAN en territorio europeo y del Asia Central, dando pie a un conflicto que puede escalar hasta el uso de armamento nuclear no permiten avizorar las mejores perspectivas, sino la continuación de las políticas anteriores, que han de ser ratificadas en la próxima Cumbre de la OTAN.

“Los resultados que se consignan en la Declaratoria Final de la Cumbre de las Américas no solo dan cuenta de unos pírricos resultados […] sino que expresan una persistente racialización en el trato dispensado a Latinoamérica y el Caribe”

Por ello, la divulgación de un par de noticias simultáneamente a los días en que se desarrolló el encuentro en Los Ángeles, ofrecen un ángulo que ilumina los magros resultados según consigna la Declaración Final. Por un lado, la condena, a diez años de prisión, en Bolivia, para la golpista Jeanine Añez (aunque el buscador de Google la designe erróneamente como presidenta interina de aquel país), por otro lado, la confirmación de una suerte de cerco legislativo, que pudiera derivar hacia un esquema de mayor punición judicial sobre los partidarios del ex presidente Donald Trump que, en el marco de la toma del Capitolio de esa nación, el 6 de enero de 2021, revelarían las maniobras del magnate para anular la certificación del triunfo electoral de Joe Biden, y bosquejarían el curso de esos hechos como la intención por desarrollar un golpe de estado, al interior de la nación que se ostenta como la voz indisputable para decretar la democracia en el resto del mundo.

El declive se constata también porque, en días recientes, autoridades del poder judicial han decidido mantener en vigor el Título 42, una disposición que habilita a las autoridades a deportar migrantes sin mayor trámite, y que promovió Donald Trump, con el pretexto de la pandemia de Covid 19, cuando en esa nación se ha casi decretado el fin de la emergencia sanitaria. De la misma manera, el retroceso de los derechos, afecta a las mujeres estadounidenses, ya que el Tribunal supremo estadounidense se preparaba para derogar el derecho al aborto, que había sido conquistado por las luchas feministas en ese país en 1973, lo cual hizo que la emblemática pañoleta verde que el movimiento feminista en Argentina enarboló con éxito, ondeara y se paseara en varias ciudades del imperio.

En el marco de estos indicios de un mundo en constante disputa por el campo político, cobran relevancia las intervenciones de los mandatarios que una vez que aceptaron participar del evento (destacadamente ese fue el caso, en los discursos de Alberto Fernández, de Argentina, o de Gabriel Boric, de Chile), al menos aprovecharon el foro para denunciar las condiciones del actual arreglo geopolítico para nuestros países, criticando a instituciones anteriormente de mayor calado hegemónico (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional), o llamaron francamente (como fue el caso del canciller mexicano) a poner fin a la OEA, y buscar otros esquemas que plantean una especie de panamericanismo crítico, que merecería, para otro trabajo, una reflexión más amplia (puesto que no renunciaría a incluir a los Estados Unidos, en su condición de una nación pluricultural, sino que aspiraría a persuadirlo a la implementación de nuevas formas menos desiguales de integración). Los resultados que se consignan en la Declaratoria Final de la Cumbre de las Américas no solo dan cuenta de unos pírricos resultados por las dimensiones de ciertos recursos comprometidos a determinados fines, sino que expresan una persistente racialización en el trato dispensado a Latinoamérica y el Caribe, según queda consignado en el resumen que la editorial del periódico La Jornada, ha ofrecido del evento, con lo que cerramos estas notas:

“el monto de la ayuda para migrantes supone menos de uno por ciento de lo que destinará en un solo paquete de apoyo para continuar las acciones bélicas en Ucrania, y la cantidad de refugiados latinoamericanos a los que abrirá las puertas es una quinta parte de los ucranios a los que recibirá. Igualmente brutal es el contraste entre la raquítica admisión de refugiados y la marea humana que busca integrarse a la sociedad estadunidense para huir de la violencia, el hambre o la falta de oportunidades”.9


Referencias:

2 Conceptos que fueron elevados a Doctrina de política exterior desde el 27 de septiembre de 1930, por el, en aquel entonces, Secretario de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada Félix.

3 No era fortuito que, en el mero inicio del siglo XX, en pleno colapso del imperio español, en los diarios de aquel país se consignaba un tono de pesadumbre ante la pérdida de posiciones, como un ejemplo recordemos como describía la situación el periódico El Correo, en su edición del 7 de febrero de 1901: “Todo está roto en este desventurado país … todo es ficción, todo es decadencia, todo ruinas…” Citado en Balfour, Sebastián. El fin del imperio español (1898-1923), Barcelona: Crítica, 1997, p. 9.

4 Ampliamente documentadas en la monumental obra de Gregorio Selser. Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina, México, UNAM, Tomo I, 1776-1848 (1997), Tomo II, 1849-1898 (1997), y Tomo III, 1899-1945 (2001).

5 Véase Emir Sader. Antineoliberalismo y posneoliberalismo, Página 12, 22 de mayo de 2022. Disponible en https://www.pagina12.com.ar/423295-antineoliberalismo-y-posneoliberalismo

6 Expresada en la alocución presidencial de James Monroe, del 2 de diciembre de 1823, ante el Congreso norteamericano.

7 Documento pronunciado por el entonces presidente Theodore Roosevelt el 6 de diciembre de 1904, en respuestas al bloqueo naval que sufrió Venezuela entre 1902 y 1903 por parte de los Imperios británico, alemán y el Reino de Italia, posición que reforzaba el reclamado lugar exclusivo del imperialismo norteamericano (respecto a otros pretendidos colonialismos) sobre las otras partes de América (insultantemente denominada, America’s Backyard, el patio trasero de los Estados Unidos) e inauguraba su nueva etapa, la conocida como “El gran garrote” (The Big Stick), que se caracterizaría por acompañar la persuasión diplomática con episodios de violencia, alternando, según conviniera a sus intereses, la firma de pactos y convenios con intervenciones militares (de fugaz o larga duración).

8 Véase Gandarilla, José y García Bravo, Haydeé. Atravesar la pandemia. Ensayos a cuatro manos, Ciudad de México: CEIICH-UNAM, Col. El mundo actual, 2021.

9 Editorial. Cumbre de las Américas: magros resultados, La Jornada, 11 de junio de 2022. Disponible en https://www.jornada.com.mx/2022/06/11/index.php?section=edito

Fuente: Alai

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