Por Ana Cristina Bracho.
Hace justo ochenta años este mes de junio que en San Francisco se firmó la Carta que rige a las Naciones Unidas. Un texto que entre sus primeros artículos señala que su objetivo es “fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, y tomar otras medidas adecuadas para fortalecer la paz universal” y que se supone rige las relaciones entre todas las entidades que existen en el mundo.
Es cierto que mirar atrás nos hará evidente que nunca hemos alcanzado un estado que nos permita decir que esto ha sido logrado, pero no deja de conmover despertar el verano de ochenta años después y descubrir cuán lejos estamos, quizás mucho más que al mismo momento en que esto fue firmado.
Las fotos de aquella época que encontramos con bastante facilidad nos muestran un mundo de barcos llegando de Europa hacia el sur buscando la oportunidad de construir la vida que la guerra les había robado y los puertos llenarse de muestras de bienvenida para aquellos infortunados. La imagen la podemos ver en nuestros puertos suramericanos y en los de toda la tierra palestina donde hoy se vive una situación que parece que incluso supera todas las que ameritaron que el mundo se llenara de cartas y declaraciones.
¿Supera? Si, las armas de hoy son mas potentes que las de ayer. La tecnología, la comunicación, el mundo que nos permite verlo en cualquier lugar en tiempo real, la existencia de organizaciones especializadas en la prevención, investigación y castigo sobre actos de esta naturaleza nos demuestra que se cometen con un grado mayor de inhumanidad.
54 mil asesinados y la ayuda humanitaria prohibida
Uno de los problemas de la información es la deshumanización que supone reducir la muerte a números. Cada persona es un sujeto dotado de una serie de condiciones que se centran en la garantía de su vida y de su dignidad. Los derechos no son más que la promesa de poder vivir como y entre los humanos. Cada vez que este número crece falla todo el derecho, pero además se destruye la vida de muchas mas personas entre las que quedaron heridas por los mismos hechos y las familias que nunca se recuperarán.
¿Cuánto son cincuenta mil personas? El número total de ciudades de algunas ciudades pequeñas. No muy lejos de lo que tiene la española Ponferrada o la totalidad de los habitantes de San Felipe, Carúpano o Tucupita entre las venezolanas.
Podría alguien ponerse a calcular y comparar con otros conflictos, pero al hacerlo tendría que considerar que en este número la inmensa mayoría son civiles, en especial mujeres y niños, así como los caídos pertenecen a un solo pueblo, develando que no podemos hablar de una guerra porque no hay dos bandos enfrentando sino uno ocupando, avanzando y otro resistiendo.
Al lado de las fotos de niños desnutridos que pueden y suelen ser comparadas con las tomadas en los guetos y campos de concentración en los años 40, han ido apareciendo otras que quizás nos resulten poco alarmantes frente al flujo constante de niños amortajados o en pedazos. Es la imagen de un pobre hombre muerto con tan sólo un puñado de arroz en sus bolsillos, una imagen que nos ilustra lo que significa que toda esa población, dentro de ella un millón cien mil niños se encuentran en un riesgo de hambre extrema según lo que ha estimado la Unicef. Siendo la conclusión global de las agencias de ONU que la situación de hambre en Gaza ha alcanzado el nivel de catástrofe.
Esto es un tema que genera que constantemente se esté denunciando las consecuencias del bloqueo sobre la franja y cómo incluye la totalidad de la ayuda humanitaria que necesita una población que no tiene donde producir, comprar o recibir comida. Así como las goteadas acciones permitidas han terminado en operaciones de exterminio.
Una imagen vista tantas veces que no impacta
¿Cómo es posible que todos podamos ver y que tantos sepan que esto ocurre y no haya reacciones? Este es un asunto que ha importado durante décadas a las ciencias sociales. Susan Sontag en su obra “Ante el dolor de los demás” cuestiona cómo parecemos acostumbrarnos a las fotografías y se pueden transformar en objetos de arte o trofeos para quienes apoyan una acción antes de conmover.
Los cerebros de una parte creciente de la humanidad además han sido acostumbrados a la violencia extrema de las películas y de los videojuegos que, como señala Dave Grossman, permiten normalizar la violencia y que las agresiones no se vean como una acción inadmisible que rompe todos los pactos de la humanidad. Ya una década antes, en 1985, Neil Postman había comenzado a trabajar estas ideas en “Divertirse hasta morir”, ideas que pueden acompañar perfectamente los posteriores pensamientos de Byung-Chul Han que tiene más de quince años denunciando cómo las redes nos muestran sólo lo que queremos ver y nos hacen insensibles hacia el resto de la experiencia humana.
Una impotencia que se profundiza
Acciones como la sufrida por la embarcación Madleen, que encarnaba un segundo intento civil e internacional de llegar a Gaza y que han sido objeto de una acción fuera de los límites del derecho internacional, al haber sido abordados en aguas internacionales, rociados con alguna forma de químico y detenidos hasta la deportación en Israel, buscan la normalización plena de lo que está ocurriendo así como mantener la idea que nada podrá evitar que sobre las ruinas y sangre de un pueblo pueda trazarse un balneario, una salida de gas o el proyecto mercantil que en definitiva triunfe.
Más allá de lo que se haya escrito en la Carta de la ONU y si esto ha podido proteger a la humanidad como se quiso, la vida humana es un sistema. La fraternidad, la dignidad, la solidaridad son parte de nuestras razones para vivir y unos escasos 10 mil kilómetros entre aquel lugar y nuestras ciudades latinoamericanas son demasiado pocos para que podamos creer que si esto pasa con tal normalidad y aceptación no pueda tocar luego en otro lugar ante la misma indiferencia.