(Introducción al libro Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia «soft» de Néstor Kohan)
Estas hipótesis de trabajo, de sociología de la cultura e historia intelectual, escritas, todas ellas, con una indisimulada intención polémica, giran en torno a tres problemas centrales.
En primer lugar, la problemática de la hegemonía y la contrahegemonía. Una vez más, como en algunos libros y antologías que publicamos previamente, reaparece en nuestra ayuda la figura de Antonio Gramsci.
No el Gramsci de la socialdemocracia, el posmodernismo y el “posmarxismo” (durante los últimos años de moda), sino el pequeño pero gigante pensador revolucionario de la Internacional Comunista, discípulo preferido de Lenin y militante clandestino durante muchos años.
Es precisamente Gramsci quien nos enseñó que ni el capitalismo ni el imperialismo pueden sobrevivir exclusivamente por su fuerza técnico-militar, por más poderosa e impactante que ella sea. Al mismo tiempo que amenazan y utilizan la fuerza, necesitan recrear, cotidianamente, su hegemonía. Desmoralizar, fragmentar y dispersar a sus enemigos. “Meterse en el bolsillo”, si es posible, sus categorías, sus símbolos y sus banderas, resignificadas, por supuesto, para volverlas funcionales a la dominación capitalista y la vigilancia imperial. Crear no sólo ideas y programas, pulidos en un escritorio de oficina del Pentágono, la CIA o el Departamento de Estado, sino estructuras flexibles de sentimientos, sensibilidades e identificaciones (colectivas e individuales) afines a la dominación del mercado, el dinero y el capital.
Es decir, convencer a mucha gente que es imposible vivir de una manera distinta al capitalismo y, al mismo tiempo, generalizar el triste y patético “american way of life” para todo el orbe. Ubicando en La Florida la tierra prometida para la comunidad latinoamericana. Allí donde se puede ser “norteamericano” sin saber hablar inglés, jugando al dominó en camiseta y escuchando música de salsa o reguetón.
Aún en medio de una crisis humanitaria, como la que se vive en el año 2021, que ha regado hasta el mes de marzo con más de medio millón de muertos la principal potencia de la tierra (superando, incluso, todos los muertos norteamericanos en ambas guerras mundiales, la de Vietnam, Irak, Afganistán, etc.).
Mucho antes de que el noble intelectual estadounidense, antiimperialista sincero, Noam Chomsky empleara el expresión “fabricación industrial del consenso”, Antonio Gramsci se había percatado que un buen programa ideológico-político nunca podría triunfar si no se hace carne en la vida cotidiana de las masas populares. Y que esa tarea jamás se logra por el mero fluir vaporoso de ideas atractivas y narrativas seductoras (sean falsas o verdaderas). Hacen falta además instituciones que empujen, presionen —en una u otra dirección— y faciliten que ciertas concepciones del mundo abandonen la pulcritud de su torre de marfil para ganar el corazón, la voluntad e incluso el inconsciente colectivo.
En el caso concreto de la histórica y legendaria lucha entre David y Goliat, entre la pequeña Cuba y el gigantesco imperialismo norteamericano, esas instituciones dedicadas al intento de fabricar consenso y crear contrahegemonía tienen nombre y apellido. En los trabajos de este volumen se recorren una por una. Fundación por fundación, ONG por ONG. Y seguramente nos faltaron abordar varias. Porque los aparatos de la contrainsurgencia imperialista no se reducen a la sigla más famosa en el cine de Hollywood que cuenta con tres letras: CIA.
En Estados Unidos, según la literatura especializada, existen no menos de veinte aparatos de inteligencia y contrainteligencia. A ellos se agregan un elenco interminable de fundaciones para-estatales y finalmente incontables ONG, que carecen completamente de autonomía. Ni la persona más crédula, desinformada e ingenua puede a esta altura aceptar que las ONG que inundan con sus dinerillos, no sólo Cuba sino el conjunto de nuestro continente, pertenecen a la burbuja incontaminada de una etérea y virginal “sociedad civil” globalizada (aquí podemos apreciar un buen ejemplo de cómo el imperialismo intentó apropiarse de la noción gramsciana de “sociedad civil” para terminar convirtiéndola en un comodín completamente funcional a su dominación).
¡Es un secreto a voces! Esas ONG y las fundaciones que siempre caminan a su par, son “tapaderas de la CIA”, sellos legales para transferir y blanquear dinero sucio, utilizado en la contrainsurgencia.
Por eso, el primer problema general que recorre todos los trabajos aquí reunidos, gira en torno a los intentos imperiales que pretenden minar la hegemonía socialista de la revolución cubana, tratando de crear artificialmente una jabonosa y falsa “izquierda” —todas las comillas incluidas—, no revolucionaria, ajena y reacia al legado inasimilable de Fidel Castro y el Che Guevara. Un intento de “aproximación indirecta” —como lo hubiera denominado el célebre estratega y capitán B.H. Liddell Hart— destinado a ganar la guerra sin combatir, minando la moral del enemigo. Es decir, esforzándose por construir una opción pretendidamente “democrática” —poner aquí, igualmente, veinte pares de comillas—, contra el proyecto comunista, al que se sigue calificando, con escasa originalidad, de “totalitario” (¿por qué no es original esa descalificación? Pues porque la cruzada “anti-totalitaria” proviene de la guerra fría y más precisamente del auge del macartismo —¡nacido hace nada menos que 70 años!—, al que capitularon ideológicamente desde la erudita y refinada Hannah Arendt hasta el marxista converso Karl Popper, por no hablar del empleado rentado de la CIA Isaiah Berlin, escritor de libros a sueldo y biografías por encargo contra Karl Marx).
Este supuesto “descubrimiento ultra novedoso”, que vendría a rellenar los presuntos agujeros vacíos del socialismo y el comunismo, donde las palabras “democracia” y “república” se enarbolan sin nombre ni apellido, sin referencias de clase ni determinaciones históricas, sociales ni geopolíticas, no es tan nuevo como se postula.
Quizás por picardía o, mucho más probablemente por simple ignorancia, se hace tabla rasa con la historia intelectual de los debates socialistas y comunistas frente a la tradición liberal. (1)
No es malo intentar innovar, porque el marxismo no puede quedarse petrificado en la historia, pero para eso hay que tomarse el trabajo de conocer en profundidad la historia intelectual de los problemas que pretenden abordarse (eso que en los estudios académicos suele denominarse “el estado del arte”). Cuando ese trabajo falta, la ignorancia, siempre perdonable y comprensible si es inocente y desprevenida, se transforma en imperdonable altanería y petulancia. Y si a eso le agregamos el financiamiento de instituciones que de ningún modo están interesadas en el conocimiento sino, lisa y llanamente, en derrocar a la revolución cubana, perdón, en lograr “la transición”, el problema se complica aún más.
Durante aproximadamente cincuenta años el profesor italiano Norberto Bobbio [1909-2004] intentó convencer a los marxistas, socialistas y comunistas de todo el mundo, que debían zambullirse en la tradición del liberalismo para volverse más “democráticos”, esto es, para que acepten por fin las instituciones de la dominación burguesa como universales. Puede reconstruirse esa tozuda y persistente tarea desarrollada por Norberto Bobbio en su libro de 1999: Ni con Marx ni contra Marx (México, Fondo de Cultura Económica). Allí recopila sus prolongados y numerosos intentos de convencer a los marxistas de que abandonaran por fin la radicalidad política de Lenin y se aproximaran a Marx desde la suavidad y el terciopelo del social-liberalismo.
¿Tesis central, e insistente hasta la obsesión, de Norberto Bobbio? Marx no tendría una teoría del poder, tampoco de la política ni del Estado. Por lo tanto a la izquierda revolucionaria no le cabría otra opción que, primero, dejar de ser revolucionaria y segundo, buscar “lo que le falta a Marx” en… las instituciones representativas (y los pensadores) de la tradición liberal. De esta manera, podríamos adquirir, ¡era hora!, certificado de “democráticos”. (Cualquier parecido con los tímidos escritos del “republicanismo” cubano de los últimos meses del año 2020… e incluso con el neokantismo madrileño que asomó la nariz en las polémicas cubanas simplemente para ajustar viejas cuentas personales… sin comentarios).
Las respuestas que recibió Bobbio fueron varias (las conozcan o no los grandes descubridores de la pólvora y los fideos con salsa, poco importa). La más dura le recordó simplemente un “pecadillo” de juventud, sumamente incómodo, desde ya. Resulta que el periodista Giorgio Fabre publicó en un periódico italiano la humillante carta enviada el 8/7/1935 por el gran “experto en democracia” al dictador fascista Benito Mussolini, donde Norberto Bobbio le declara y confirma en varias ocasiones “la madurez de mis convicciones fascistas” (sic). ¡Justo cuando Antonio Gramsci padecía los apremios carcelarios del Duce! Y el asunto no quedó allí. Tres años después, en 1938, un tío de Bobbio intercedió ante Benito Mussolini para facilitar un concurso burocrático de la carrera académica de su sobrino, devenido años más tarde en “el gran maestro” que pretendía enseñarles lo que significaban la democracia y la república a los marxistas (Bobbio no tuvo manera de ocultar ambas cartas, publicadas en la prensa italiana. Las comenta, con no poca vergüenza, en su Autobiografía del año 1997 [Madrid, Taurus, 1998: 48 y 57]).
Seamos piadosos y generosos. “Perdonémosle” a Bobbio su lastimoso servilismo ante el jefe del fascismo italiano, mientras Antonio Gramsci agonizaba en la cárcel.
Pasemos entonces al eje de sus reflexiones teóricas, que es lo que aquí nos interesa. Allí, en ese rubro, le tocó el turno al filósofo italiano Galvano della Volpe recordarle a Bobbio que la tradición liberal y la tradición democrática no sólo no son hermanas ni novias y menos que menos mellizas ni gemelas. Son dos corrientes opuestas y contradictorias en la historia intelectual de la teoría política. Mientras el liberalismo permaneció toda su vida prisionero del individualismo posesivo y convivió alegremente con la esclavitud y el capitalismo, hasta el día de hoy, la tradición democrática en cambio vio florecer lo más genuino de su belleza, primero, con la Comuna de París, bajo el poder de la dictadura del proletariado (cabe recordar que en la tradición marxista, tanto en los escritos de Marx sobre la Comuna de París como en El Estado y la revolución de Lenin, la expresión “dictadura del proletariado” no es sinónimo del poder totalitario, opresivo ni absolutista sino, por el contrario, condensa la participación popular y la decisión democrática de las amplias mayorías de las clases trabajadoras ejercida contra la minoría explotadora) y, en segunda instancia, con los Soviets, en la fase fundacional de la revolución bolchevique. Puede corroborarse la demoledora respuesta de della Volpe a Bobbio en Galvano della Volpe (1965): Rousseau y Marx y otros ensayos de crítica materialista (Buenos Aires, Platina): 1-88.
El liberal Bobbio amagó responderle al marxista della Volpe pero nunca llegó a elaborar una respuesta coherente del mismo calibre o tenor similar al de aquella punzante crítica recibida. No por falta de ganas ni por haberse convencido de que el marxismo revolucionario era superior a la ideología convencional de la revolución burguesa en su fase ascendente que él tanto admiraba, sino por su apego dogmático al “modelo iusnaturalista” [sustentado en la teoría de los supuestos derechos naturales de los individuos], reivindicado por Bobbio como la gran panacea y la plataforma de sustentación de la “democracia moderna” (Bobbio (1985): Estudios de historia de la filosofía. De Hobbes a Gramsci (Madrid, Debate): 73-150). Es decir, permaneció prisionero de una reivindicación acrítica de Thomas Hobbes, John Locke e Immanuel Kant, en la cual las diferencias internas y las notables contradicciones entre todos estos pensadores de la revolución burguesa europea occidental tienden a borrarse y diluirse en aras de la apología poco disimulada de la república liberal.
No conforme con quedar expuesto y en clara desventaja, Bobbio ensaya otro ataque frente al marxismo intentando oponer al “economista” Marx frente al “culturalista” Gramsci, aplanando toda la riqueza conceptual y reduciendo la profundidad política del marxismo restringiéndola a un pequeño y reducido texto: el prólogo de 1859 a la Contribución a la crítica de la economía política. Elige dicho prólogo como clave de bóveda de toda la teoría crítica marxista, ya que en sus escasas páginas figura la famosa y siempre citada metáfora arquitectónica del esquema “base-superestructura” (la misma que adoptaba como núcleo exclusivo del marxismo el liberal Isaiah Berlin, por pereza mental, en su biografía escrita a sueldo y por encargo [Berlin, Isaiah [1939] (2000) Karl Marx. Su vida y su entorno (Madrid, Alianza)], en lugar de estudiar a fondo el conjunto de la obra de Marx). Si la compleja teoría crítica del marxismo se descifra tan fácilmente, a través de un brutal esquema dicotómico, “base-superestructura”, Marx se convertiría entonces en un torpe y limitado teórico del “factor económico” mientras Gramsci sería exactamente lo opuesto, un refinado pensador de las “superestructuras culturales”. ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Altísimo! ¡Al fin quedaría todo resuelto!
Pero la tradición liberal-republicana que promovió y alentó el profesor Bobbio (y sus variados discípulos, muchas veces vergonzantes, al no reconocer las deudas con su maestro), no pudo tampoco saborear esta “solución mágica” que resultó demasiado precaria y endeble.
El erudito venezolano, intelectual crítico y revolucionario, Ludovico Silva desmenuzó al detalle la ridiculez de intentar reducir la concepción materialista y multilineal de la historia y la crítica marxiana del fetichismo del Mercado y las instituciones políticas de la sociedad capitalista a una simple metáfora, explorando el conjunto de la obra de Marx —tarea fatigosa que los impugnadores liberales y socialdemócratas del marxismo y el comunismo rara vez han acometido—, llegando a la conclusión que esa metáfora edilicia elegida por Bobbio para demostrar “los vacíos de Marx”, llevando aguas al molino liberal-republicano, Marx la empleó en no más de dos o tres ocasiones a lo largo de sus decenas de miles de páginas, publicadas e inéditas (Ludovico Silva [1971] (1980): El estilo literario de Marx. México, Siglo XXI: 52-90; 101-115). Por lo tanto, resulta inválido y disparatado adoptar como “núcleo duro” del conjunto de hipótesis, categorías y teorías marxistas una metáfora literaria que, por si ello no alcanzara, es empleada en escasísimas ocasiones por su autor.
No fue este golpe el último recibido por el exagerado reduccionismo con que Bobbio (y su corriente liberal-republicana) se ocupa de Marx. A su turno, el pensador marxista francés Jacques Texier le recordó al académico impugnador del comunismo que para Gramsci no existe dicotomía posible entre economía y política —como sí la había en la obra de los pensadores burgueses, contractualistas y partidarios del modelo del derecho natural, idealizados por Bobbio— pues ambas dimensiones se articulan en los Cuadernos de la cárcel a través de una noción inexplorada (probablemente desconocida) por Norberto Bobbio: la de “bloque histórico” (Jacques Texier (1975): Gramsci: teórico de las superestructuras. México, Ediciones de Cultura Popular: 21-37).
Aunque en su empecinada pelea de box contra el marxismo Bobbio obtuvo un respiro parcial, ganando por puntos un solo round, en la segunda mitad de los años ’70, cuando de la mano del exhausto, agotado y desinflado eurocomunismo, Louis Althusser bajó la guardia ante su adversario, declarando que “el marxismo no tiene una teoría de la política” (de esa capitulación típicamente eurocomunista de Althusser bebieron y se nutrieron durante décadas Massimo Cacciari, Michel Foucault y Ernesto Laclau, entre varias otras firmas prestigiosas de la farándula académica), años después los esquemas liberales y republicanos de esta tradición volvieron a recibir una nueva sacudida. ¡Los marxistas revolucionarios no pierden el aliento ni quedan exhaustos tan fácilmente!
Fue entonces cuando el historiador marxista británico Perry Anderson inició un largo intercambio epistolar con Bobbio, en ademán sutil pero abiertamente polémico, en el cual no sólo desnudó que tras la apariencia de imparcialidad “académica” (condensada por ejemplo en el tono impostadamente “neutral” de su famoso Diccionario de política, publicado por primera vez entre 1981 y 1982 ([1995], México, Siglo XXI. Tomo I y II),la pluma del profesor italiano escondía una simpatía difícil de disimular por el liberalismo. Como Perry Anderson se ocupó de estudiar toda la obra de Bobbio en su idioma original, al profesor italiano le resultó muy complejo, por no decir imposible, hacerse el distraído. No le quedó más remedio que reconocer su filiación liberal.
Haciendo trastabillar a su interlocutor polémico a través de un simple intercambio epistolar de carácter público, el marxista británico arremetió sin piedad impugnando el abandono y la exclusión de cualquier referencia a la mera posibilidad de “revolución” en los regímenes políticos representativos de las repúblicas capitalistas occidentales. Toda persona, mínimamente informada y con elemental cultura política, puede darse cuenta que si se tacha y se excluye la posibilidad teórica y práctica de la “revolución” del debate político y su agenda de discusiones, entonces el marxismo queda automáticamente anulado en su propio ADN. Y eso no fue un invento retórico, forzado por Perry Anderson para ganar la discusión de manera tramposa. Respondía al eje central del pensamiento de Marx que tanto el liberalismo de Bobbio como la socialdemocracia y el eurocomunismo pretendieron esconder debajo de la alfombra, en nombre de “la democracia”, “la libertad” y “la república”.
Recordemos que en Nuestra América, más de medio siglo antes de que se desarrollara esta discusión pública entre Anderson y Bobbio, el peruano José Carlos Mariátegui había identificado en su carácter revolucionario la especificidad propia y el corazón mismo del marxismo en cuanto tal. Por eso escribió: “El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario —vale decir, donde ha sido marxismo [énfasis de N.K.]— no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido” (José Carlos Mariátegui (1982): En defensa del marxismo, en J.C.Mariátegui: Obras. La Habana, Casa de las Américas: 157-159. Tomo I).
En su última carta contra Bobbio, refiriéndose a las llamadas democracias representativas y capitalistas occidentales, Perry Anderson remató tomando clara posición sobre una problemática que anduvo flotando en las redes de internet en la reciente discusión cubana. “El ordenamiento jurídico”, señaló Anderson, “representa el resultado de una relación entre fuerzas sociales que ha implicado diferentes combinaciones de fuerza predominante y de un consenso electoral concomitante o sucesivo” (Perry Anderson: “Carta a Norberto Bobbio” del 17/5/1989. En Norberto Bobbio-Perry Anderson: “Epistolario”. Reproducido en El cielo por asalto Nº2, Año 1, Buenos Aires, otoño 1991: 96). A diferencia del fetichismo jurídico defendido por Bobbio, donde la ley emergería, incontaminada y equidistante, a partir de “un contrato” (siguiendo puntualmente un modelo contractualista), para Perry Anderson el ordenamiento jurídico y la constitución de cualquier sociedad contemporánea, serían el resultado de un enfrentamiento entre fuerzas sociales, es decir, de la combinación de coerción y de consenso. En lenguaje más sencillo. La ley no constituiría un punto de partida “sagrado” ni un axioma apriorístico concebido como el demiurgo creador de la sociedad, sino… un resultado de luchas entre fuerzas sociales.
Bobbio no pudo contestar. A partir de allí, en la polémica se llamó a silencio. Nadie le faltó el respeto con linchamientos mediáticos (más bien todo lo contrario). Nadie lo amenazaba. Nadie lo perseguía. Nadie lo acusaba. Nadie lo vigilaba. Publicaba lo que quería y le venía en ganas en cualquier lugar del mundo. No se podía victimizar como otros personajes más cercanos. Simplemente se quedó con la boca abierta y la máquina de escribir detenida, sin respuesta.
Era relativamente fácil demonizar al marxismo desde la contrainsurgencia y su gigantesco aparato de propaganda, guerra psicológica y manipulación de la opinión pública; becas, subsidios, “pasantías académicas”, viajecitos y muchas otras formas de cooptación intelectual. Y con la complicidad de la Academia. Mucho más difícil fue sostener el debate teórico de fondo. Porque si los “maestros” mundiales del liberalismo republicano no pudieron más que balbucear, desorientados los ojos y la mirada perdida, sin poder articular una respuesta sólida y una argumentación contundente, ¿qué les queda a sus epígonos y ventrílocuos (vergonzantes) que reciclan y presentan en bandejas relucientes comidas viejas, varias veces recalentadas?
Pero la polémica entre la tradición marxista revolucionaria y el liberalismo “republicano” continuó. Lo sepan o no los campeones propagandísticos de la “democracia sin apellido” o los eurocomunistas españoles, neokantianos, “ilustrados” y cada día más parecidos al PSOE.
El turno le tocó entonces a una pensadora revolucionaria marxista de renombre mundial que dio clases durante décadas en Estados Unidos y también en Canadá, además de formar parte del staff más prestigioso de la New Left Review [revista Nueva Izquierda, de Inglaterra]. Ellen Meiksins Wood. Insospechada de constituir “una fanática y recalcitrante stalinista”, una primitiva representante de los dinosaurios dogmáticos o un agente secreto de la seguridad cubana. No. La profesora Ellen Meiksins Wood forma parte de los cerebros más refinados y selectos de la intelectualidad anglosajona.
Atención. No una integrante de la Fundación Ford ni una empleada a sueldo de George Soros, sino una compañera de ideas y militancia política de Paul Sweezy y Harry Magdoff, de Ralph Milliband, Perry Anderson y Leo Panitch.
Tomando al toro por sus cuernos y hundiendo el dedo en lo más doloroso de la llaga, Meiksins Wood se puso a discutir sobre la presunta panacea capitalista occidental de la “democracia representativa”, en plena década de los años ’90 (después que el triste perestroiko Gorbachov se hincaba de rodillas ante Ronald Reagan y Margaret Thatcher; una vez que el anciano eurocomunismo eliminaba definitivamente la bandera roja de sus símbolos políticos y la socialdemocracia europea ingresaba alegremente en la OTAN, supuesta garantía del pluralismo y “la civilización ilustrada”. Cuando Jürgen Habermas celebraba las guerras neocoloniales del imperialismo occidentalista en nombre de “la razón comunicativa”; mientras Nolte y Furet relativizaban el genocidio nazi y “los nuevos filósofos” franceses aplaudían las masacres sionistas contra el pueblo palestino. En ese instante, Ludolfo Paramio, extasiado, miraba las nubes, desde el estado español).
En ese preciso momento, en ese contexto tan difícil y especial, esta valiente intelectual revolucionaria llamó públicamente la atención y extendió críticamente un manto de sospechas sobre aquello que Bobbio y sus amigos venían predicando desde mucho tiempo atrás. Sus interrogaciones se volvían por demás inquietantes: ¿Es realmente democrática la llamada “democracia norteamericana”? ¿Quién define lo que significa “democracia”? ¿Tiene acaso nombre, apellido y sobrenombre la democracia o es un tipo de procedimiento meramente formal e instrumental sin determinaciones sociales, ajena a la lucha de clases, la geopolítica y las relaciones de fuerza?
Sus respuestas son demasiado extensas y detalladas como para citarlas completas. Remitimos a su obra, en particular a su capítulo “La redefinición estadounidense de la democracia”, uno de los más audaces y corrosivos. Sintetizando su aguda, punzante y abrumadoramente erudita exposición, Ellen Meiksins Wood sostiene que el Estado norteamericano y sus ideólogos han redefinido “la democracia” con una clara función oligárquica, elitista, clasista y anti popular (por no hablar del racismo y la misoginia). El carácter “representativo” de la democracia capitalista tiene por función interponer “un filtro” (sic) entre la voluntad y el poder popular, por un lado, y las elites propietarias del gran capital, por el otro. La representatividad de la democracia capitalista (burguesa) no aspira a fortalecer el poder de la multitud gobernada, sino a diluirlo hasta el infinito en beneficio de una minoría plutocrática, propietaria de las grandes empresas capitalistas. De su extensa exposición, seleccionamos un párrafo minimalista altamente significativo: “Fueron los vencedores antidemocráticos en los Estados Unidos los que dieron al mundo moderno su definición de democracia, una definición en la que la dilución de poder popular es un ingrediente esencial […] El experimento estadounidense ha dejado este legado universal” (Ellen Meiksins Wood [1995] (2000): La renovación del materialismo histórico. Democracia contra capitalismo. México, Siglo XXI: 250).
¿Una heroína sola y aislada contra el mundo? De ninguna manera.
El persistente ataque contra el marxismo, el socialismo y el comunismo, también fue cuestionado por Georges Labica en Francia y por un compatriota de Bobbio, el filósofo italiano Doménico Losurdo. Este último demostró, con una biblioteca descomunal en la espalda, que el liberalismo no sólo no defendió “la libertad negativa” (como le gustaba repetir a Isaiah Berlin) ni la “Sociedad Abierta” (según el slogan de la guerra fría de Popper, repetido más tarde por Soros) sino que fue cómplice del extremo opuesto más radical de la libertad humana que cualquier persona se puede imaginar: la esclavitud. La compra-venta de personas como si fueran cosas.
Para demostrarlo, Doménico Losurdo nos invita a recorrer los estantes de una biblioteca interminable y una cantidad de bibliografía inabarcable. Pero, de esa inmensa masa documental, elegimos quedarnos con “un clásico”, profundamente nuestro: Simón Bolívar. Haciendo gala de una ruptura encomiable con la mentalidad y los hábitos convencionales en los pensadores de la academia euro-occidentalista, Losurdo reconstruye la trayectoria de Simón Bolívar y demuestra cómo en sus escritos la defensa de la libertad se entrecruza con la revolución social anti-esclavista de Haití, por oposición al liberalismo estadounidense donde “la libertad” del liberalismo convive tranquilamente y sin ningún cargo de conciencia ni problema con “la república esclavista” (Doménico Losurdo (2005): Contra-historia del liberalismo. Madrid, El Viejo Topo: 153-154).
Sirva este pequeñísimo recorrido de historia intelectual (que podría profundizarse hasta el infinito, pero no es éste el lugar) para volver observable que “los grandes descubrimientos ultra novedosos” que pretenden, Soros y Ebert mediante, introducirse con fórceps en los debates cubanos, ni son tan novedosos ni son tan nuevos o inéditos. Más bien todo lo contrario.
Y si algún académico madrileño pretende legitimar desde una capital de Europa occidental esta ensalada con un condimento prestigioso simplemente por su marca de origen, la ensalada sigue siendo ensalada y el condimento continúa teniendo un gusto desabrido. Porque mezclar a Marx con la Ilustración de Kant tampoco resulta algo nuevo. Ya lo intentó hacer, con mucha más erudición y calidad, el abuelo del reformismo, Eduard Bernstein, en su clásico [1899] 1982: Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia (México, Siglo XXI). Si vamos a estudiar y a profundizar en el reformismo, acudamos a las fuentes de calidad y erudición, no a las copias piratas y repeticiones en diferido presentadas como “estrenos de avant première”.
Pero incluso en esta curiosa combinación apelamos una vez más a la historia intelectual. Porque en Nuestra América se han producido obras mucho más elaboradas, refinadas y sugerentes —aunque discrepemos con ellas— como la que produjo nuestro entrañable amigo y compañero el comunista brasilero Carlos Nelson Coutinho, quien ya en 1980, ¡hace 40 años!, había teorizado, siguiendo fielmente el derrotero del eurocomunismo italiano, sobre “la democracia como valor universal” (Carlos Nelson Coutinho [1980] (2000): Contra a corrente. Ensaios sobre democracia e socialismo [Contra la corriente. Ensayos sobre democracia y socialismo]. São Paulo, Cortez Editora: 21-29). A Coutinho, al ser profundamente gramsciano y lukacsiano, jamás se le ocurrió desligar la cuestión de la democratización del socialismo, de las relaciones de fuerza entre las clases. Para él, incluso un ferviente admirador en aquella época (1980) del eurocomunismo italiano, la democracia siempre tenía nombre y apellido. Un abismo teórico y político frente a planteos mucho más primitivos, simplotes y rudimentarios, como hemos visto circular por las redes de internet en las recientes discusiones de Cuba (fines del año 2020).
Batalla prolongada, en consecuencia, entre la hegemonía socialista y la contrahegemonía en la cual, hasta ahora, el imperialismo y sus ideólogos criollos siguen mordiendo el polvo, mal que les pese.
Por eso las instituciones de la “sociedad civil” cubana que van creando artificialmente… se disuelven en corto tiempo, cambian repentinamente de nombre, se visten y se desvisten con demasiada urgencia y elaboran trabajos de apuro y para la ocasión. Una escena más bien lastimosa y, por si no alcanzara, repleta de gestos vergonzantes. Porque un día nos escriben con entusiasmo: “¡la «Open Society Foundation» apoya siempre movimientos progresistas!” … y al día siguiente, después de recibir una respuesta con citas precisas de los libros redactados por el mismo Soros (profundamente macartistas), vuelven a escribirnos, sin rubor: “¡Yo no tengo nada que ver con Soros!”. ¿Pero en qué quedamos? Demasiada liviandad, incluso en tiempos de posmodernidad y amor líquido.
Este libro que presentamos constituye, entonces, un microscópico granito de arena en la lucha, renovada, por la hegemonía socialista y en defensa de la revolución cubana. Escrito de forma voluntaria (léase GRATUITA y por convicción propia), sin los subsidios “altruistas” de las fundaciones de Soros, Ford o la Ebert ni mediante la zanahoria de las promesas de alguna “pasantía académica” para pasear por la capital del imperio del mundo o las renombradas ciudades europeas. Sin la ansiedad banal de tomarse una fotografía en algún lugar prestigioso de la vieja Europa para luego publicarla en las redes y mostrarse como un “winner”.
Hablemos claro: sin visa norteamericana en el bolsillo.
¿Se entiende?
El segundo gran problema que atraviesa todos los escritos de este pequeño volumen es la teoría del imperialismo. (2)
Dejando a un lado el desarme moral —como lo denominaba el teórico de la guerra Karl von Clausewitz— de quienes rifaron alegremente sus trayectorias político culturales previas, abonadas con un trabajo de décadas, ensuciándose las manos con dinerillos del Imperio (lo reconozcan o no, posen de “ofendidos” o no, da igual, allí están los sitios públicos de internet donde las fundaciones norteamericanas reconocen abiertamente que pusieron dinero para crear instituciones que trabajen por “la transición” —cambio de régimen político— en Cuba), sólo dando por finiquitada la teoría del imperialismo se pudo dar esos pasos en falso.
¿Que la teoría del imperialismo está demodé? ¿Que Toni Negri ya la dejó atrás? ¿Que Nigel Harris, Bill Warren y todos los ensayistas anti-dependentistas ya la dieron por muerta? Bueno… cada uno hace lo que puede.
Nosotros consideramos que el imperialismo sigue existiendo. Y como ha ingresado en su fase de ocaso crepuscular, se ha tornado más agresivo que nunca. Alcanzaría con mirar, de vez en cuando, el noticiero y enterarse de los bombardeos en el norte de África y medio Oriente, las invasiones en Asia, las bases militares extraterritoriales (y los asesinatos selectivos en Colombia, por ejemplo), los golpes de estado y las vejaciones a pueblos sometidos (en particular a las mujeres indígenas, como en el golpe de estado de Bolivia de 2019 o compañeras afrodescendientes, como en Brasil).
Ahora bien. Dejando al costado la evidencia empírica y cotidiana (que en el caso cubano se palpa diariamente con el criminal bloqueo, ya sexagenario) en el campo de las ciencias sociales la teoría del imperialismo sigue estando en el centro de la agenda.
¿Que eso quedó allá lejos, recluido en tiempos de Hobson, Hilferding, Rosa Luxemburg, Bujarin y Lenin? No lo creo. Hoy en día proliferan las discusiones sobre el concepto teórico de “superexplotación” (en las obras de Jaime Osorio, Adrián Sotelo, Claudio Katz, Andy Higginbottom, etc.), ya no reducido a los países dependientes, sino extendido también a los países imperialistas.
David Harvey publicó su célebre trabajo sobre el imperialismo hace pocos años, reactualizando la herencia de Rosa Luxemburg con datos actuales.
Y por si ello no alcanzara, la Monthly Review de los mismos Estados Unidos, publicó en 2016 una obra fundamental sobre El imperialismo del siglo XXI del autor inglés John Smith, quien actualiza esta teoría siguiendo la metodología de El Capital de Marx y la obra de Lenin, pero atendiendo a las cadenas productivas globales de teléfonos celulares inteligentes, computadoras de última generación y otras mercancías de nuestro mundo actual. Por lo tanto, el imperialismo sigue existiendo, en la vida real y también en el mundo de las investigaciones de las ciencias sociales teóricas. Sólo al precio de desconocerlo, alguien puede trastabillar para terminar resbalándose por la pendiente ruinosa de una “socialdemocracia republicana”, mal digerida, que se parece demasiado al social-liberalismo de antaño, oxidado y apolillado.
El tercer problema que recorre como un hilo rojo estos papeles polémicos es una actualización de la teoría de la contrainsurgencia.
Desde las viejas doctrinas nazis de “noche y niebla”; las francesas de los “Escuadrones de la muerte” y los campos de tortura masivos, empleados por los franceses en Indochina, primero, y luego en Argelia; pasando por la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN) que Estados Unidos aplicó en el cono sur con su Plan Cóndor y las Escuelas de contrainsurgencia “clásica” en Panamá y La Florida, llegamos a la nueva contrainsurgencia del siglo XXI.
Analizada críticamente desde Nuestra América por Gilberto López y Rivas, tomando como base manuales de ciencias sociales empleados por las Fuerzas Armadas norteamericanas, la nueva contrainsurgencia es teorizada por varios personajes como Steve Bannon o el tristemente célebre Gene Sharp, el renombrado estratega de los “golpes blandos”, “revoluciones de colores” y el “soft power”.
El imperialismo norteamericano ha combinado ambas doctrinas en el continente americano. Para sofocar y aplastar la revolución cubana ha recurrido desde la colocación de explosivos en aviones civiles, bombas en hoteles y el tenebroso recurso genocida de la desaparición de funcionarios de embajadas cubanas en otros países (como los cubanos desaparecidos en Argentina), hasta la contrainsurgencias “soft” y el “poder blando e inteligente”. Desde las épocas de la triste “radio Martí” emitida desde Miami hasta la compra y el soborno de desertores de la revolución.
Con la articulación de este doble accionar no inventa nada. Hace ya medio milenio que Nicolás Maquiavelo, reconocido florentino fundador de la ciencia política moderna, recomendaba combinar “el león” (la violencia extrema y ejercicio de la coerción) con “la zorra” (el consenso y la persuasión).
En el caso específico de la revolución cubana, aceptar la manzana envenenada del “diálogo” asimétrico entre una gran potencia imperialista (en su fase crepuscular, más agresiva que nunca) y una pequeña isla marcada por su revolución socialista de liberación nacional, tercermundista, del Sur Global, sometida a seis décadas de bloqueos, “períodos especiales” y falta de acompañamiento de otras revoluciones socialistas a escala continental, presupone aceptar el caballo de Troya ya empleado por perestroikos en la Europa del este y otras experiencias bochornosas similares.
Normalizar relaciones diplomáticas, comerciales y políticas sería, desde ya, lo más racional y esperable del mundo. Pero eso no implica bajo ningún concepto aceptar la agenda de problemas, los requisitos establecidos y los términos impuestos por la gran potencia del Norte. Por ejemplo: ¿por qué para establecer relaciones diplomáticas normales se le exige “democracia” (¡comillas, por favor!) a la revolución cubana, cuando cuenta con un gobierno elegido por voto mayoritario de su población, mientras se mantiene un silencio cómplice frente a los desvaríos extremistas de quienes toman por asalto el Capitolio norteamericano, desfilan armados por las calles de Washington, ostentando símbolos neonazis y neofascistas, siempre supremacistas, que en cualquier sociedad civilizada serían automáticamente puestos fuera de la ley y enviados a prisión?
Hasta donde tenemos noticias, la autodenominada “disidencia cubana”, no ya la extremista y terrorista de Miami sino incluso la que posa de “socialdemócrata” y “republicana” no ha escrito medio renglón condenando la furia neofascista de Washington. ¿Una casualidad? Si escriben en contra de sus altruistas mecenas… ¿se acaba el oportuno subsidio? ¿Se termina la beca? ¿Se cancela toda posibilidad de “pasantía académica”? Preguntas incómodas que los supuestos “dialoguistas” y “republicanos” eluden con una picardía bastante torpe y carente de la más mínima honestidad intelectual. ¿Preguntar por el dinero recibido, la visa pagada, los billetes de avión, los hoteles, las comidas, los paseos y todas las prebendas incluidas, implica “asesinato de reputación” o ejercer un mínimo de honestidad intelectual a la hora de conversar?
Esta última interrogación nos lleva a la motivación de estos textos.
Habiendo enumerado tres de los principales problemas aquí tratados (la hegemonía, el imperialismo y la contrainsurgencia), no podemos ni queremos concluir esta escueta presentación escondiendo nuestra subjetividad.
Como enseñaba el maestro León Rozitchner (filósofo argentino que supiera dar clases en la Universidad de la Habana en los años ’60, que publicara en la revista Pensamiento crítico, que fuera incluido en el film “Memorias del subdesarrollo” de Tomás Gutiérrez Alea durante nada menos que cinco minutos), nuestro pensamiento, nuestra escritura y nuestra práctica constituyen “un marxismo con historia y con sujeto”. Así formulaba su conocida expresión, utilizada en su trabajo célebre “La izquierda sin sujeto”. Siguiendo sus enseñanzas, no renunciamos ni escondemos nuestra subjetividad, nuestros sentimientos, nuestros afectos, nuestros valores. Lejos de nosotros la falsa “neutralidad valorativa” de Max Weber, la “ausencia de ideología” de la familia (neo)positivista y el tramposo “profesionalismo equidistante” de la prensa estadounidense.
Nosotros escribimos estas líneas desde la solidaridad y con indignación.
Somos solidarios con la revolución cubana porque ella, su pueblo, sus militantes y sus varias generaciones han brindado enorme generosidad con todos los pueblos del mundo, especialmente con mi país, Argentina. No sólo porque han abierto sus escuelas de medicina a cantidad enormes de jóvenes humildes que allí se formaron. Además de eso (lo más conocido), no nos olvidamos que en tierras argentinas cayeron luchando por nuestra revolución continental Hermes Peña (escolta personal del Che y combatiente del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) de Jorge Ricardo Masetti) y entregaron su vida varios revolucionarios cubanos. Tampoco podemos olvidar la enorme solidaridad con el movimiento insurgente argentino (en todas sus tendencias) brindada por la revolución cubana en los mejores años de la rebelión popular argentina. Y, por supuesto, no queremos tampoco dejar pasar como algo anecdótico a los funcionarios de la embajada cubana en Argentina secuestrados y desaparecidos durante la feroz dictadura genocida del general Videla y el almirante Massera. Cuba siempre le dio una mano al pueblo argentino. Es hora de devolverla. Porque el futuro de la revolución cubana nos toca el cuerpo y nos afecta muy de cerca.
Pero no escribimos sólo por solidaridad. Confesamos que cuando vimos circular textos y manifiestos manipuladores, en el momento preciso que se postulaba para el Premio Nobel a la brigada médica internacionalista cubana, sentimos profunda indignación.
Sobre todo cuando algunos de los autores de dichos manifiestos eran viejos amigos nuestros. Nos dolió en el alma. Nos partió el corazón. Y todavía estamos intentando “masticar” y reflexionar las razones que llevaron a gente valiosa y querible por ese camino tan lleno de olores malolientes, vinculados a la contrainsurgencia “soft”. No son sospechas paranoicas. Las páginas oficiales de las fundaciones y ONG declaran, públicamente y al acceso de quien quiera informarse, que han destinado dinero y han financiado estas movidas “cubanas”.
En el momento preciso y en el lugar preciso. A confesión de parte, relevo de pruebas. Las instituciones imperiales tienen tanta mala fe que incluso les han sacado ellos mismos fotografías y las publican con no poca perversión en la web para que no queden dudas de los vínculos de esta exótica “socialdemocracia republicana” con los gurúes y financistas más anticomunistas y ramplones.
Dejo en manos de Sigmund Freud la exploración de las razones profundas que han generado semejante altanería y exaltación del egocentrismo (pacientemente cultivado por la contrainsurgencia, que trabaja al detalle con cada personalidad singular a ser manipulada y/o cooptada, conociendo sus “debilidades” particulares y su irrepetible “talón de Aquiles” personal) en gente que luego se vanagloria en las redes de haber logrado “ser alguien” a los ojos del amo imperial.
Cuando en realidad el imperio, con la trampa de la supuesta “consagración”, utiliza y desecha, como material descartable, sin mayores escrúpulos. Así lo ha hecho toda la vida.
Corriendo a un costado la reflexión que el viejo Sigmund Freud nos podría aportar, me quedo con algo más simple y al alcance de la mano. Pienso sobre el enorme desagradecimiento de quienes se formaron de manera gratuita en la escuela primaria cubana…, de manera gratuita en el colegio secundario cubano…, de manera gratuita en la universidad… y cuando llega el momento de “devolverle a la sociedad”, en este caso, a la revolución cubana, todo el capital simbólico y los saberes que éstas le proporcionaron, insisto: de manera gratuita; privilegian en cambio el cultivo de su agigantado ego, su “prestigio” académico y personal, sus efímeros y superficiales cinco minutos de fama, para así “aprovechar el momento”, elegir la beca extranjera, la “pasantía académica” que viene, acompañada de caricias seductoras del poder.
¡Qué distancia enorme con el joven cubano Hermes Peña [1938-1964], que luchó primero en Cuba junto al Che Guevara y luego combatió de forma anónima en la provincia argentina de Salta contra las fuerzas represivas del Estado argentino y sus maestros de la contrainsurgencia francesa y yanqui! Sin becas, sin financiamiento, sin visa norteamericana. Sencillamente por la revolución socialista latinoamericana y mundial.
Ojalá estas líneas, este libro y estos materiales contribuyan a formular preguntas en el mundo de la cultura y las ciencias sociales. Ojalá sirvan para poner en discusión el mainstream académico y la agenda política que nos quiere imponer de forma prepotente el imperio. Ojalá puedan contribuir en una nueva generación a mantener y aumentar aún más la llama de la rebeldía antiimperialista y anticapitalista que nos enseñaron Martí, Mella, Martínez Villena, Raúl Roa y Guiteras; Haydée Santamaría y Celia Sánchez; el Che Guevara, Camilo, Raúl y Fidel Castro.
Buenos Aires, 12 de marzo de 2021