Por Fernando Buen Abad.
Resultó batidillo, sensiblero y cursi, la educación sentimental pergeñada por las oligarquías, especialmente durante el siglo XX y lo que va del actual. Sálvense las excepciones por honrosas. Un día se percataron de que era necesaria cierta formación y transmisión de “valores”, “emociones” y “sensibilidades” (sentido común), para configurar esa identidad y cultura que produce personas fieles al “síndrome de Estocolmo semiótico” en un sistema económico al que “no se le toca un pelo” ni con “el pétalo de una rosa”. Les agarró la urgencia y ante el miedo de depositar tal tarea en los modelos educativos públicos, algunos de ellos sospechosos de excesivamente revolucionarios, dejaron todo, o casi todo el trabajo en manos de las mafias del espectáculo. Masificaron la ideología de la clase dominante y sus aberraciones sensibleras. Sniff, sniff.
Supusieron que el sentimentalismo burgués produciría prácticas culturales y educativas capaces de influir en la construcción de una conciencia social, afectiva basada en la fidelidad dogmática al sistema económico, político y moral dominante protegiéndolo con emociones, no importa cuán ridículas o pastelizadas resultaran. No faltaron las ayudantías rentables de algunas plumas doctas emocionadas con la idea de que a la población se la puede manejar, también, sentimentalmente. Armonizar al individuo con la sociedad y consigo mismo mientras anestesia emocionado sus rebeldías o inconformidades de clase. Patria, familia y trabajo como catedrales emocionales de la subordinación. Rencores, celos y venganza.
Acabamos “admirando” y “queriendo”, como ídolos sentimentales, a los terratenientes, sus familias, sus propiedades y canciones. Con mariachis y con tríos y boleros, en el altar y en el arado. No hay problema con los sentimientos, el problema es el esperpento en que los convirtió la ideología de la clase dominante. Todo compendiado en los cancioneros, en la filmografía, en las radionovelas, telenovelas y fotonovelas que han transitado con toda impunidad e impudicia por los territorios de la Patria Grande. Tierras de diversidades originarias, de multi-culturalidaes y de, al menos, cinco civilizaciones extraordinarias. Algunos, como Emilio García Riera, estiman más de dos mil películas producidas al ritmo de 50 a 100 por año sólo en la primera parte del siglo XX. Machismo, racismo, supremacismo.
Es responsabilidad de la educación toda, y sus irrenunciables políticas democráticas e igualitarias, la praxis de una construcción consensuada, histórica y dinámica de la conciencia crítica y de la educación sentimental de los pueblos. La educación toda, incluida la ciencia y la tecnología, deben ir más allá del conocimiento teórico o técnico e imbricarse para formar sujetos conscientes capaces de comprometerse emocional y éticamente en la transformación social. Presentar batalla crítica al modelo monopólico de los medios de comunicación mientras se desarrolla una semiótica emancipadora que reformule íntegramente la educación sentimental de las masas, cuestionando cómo el capitalismo configura la sensibilidad colectiva al servicio de la esclavitud psicológica, incluso. “Los ricos también lloran” era el título de una telenovela.
Necesitamos una educación sentimental para la descolonización, priorizando las emociones y la conciencia contra la opresión de terratenientes y clérigos, nos urge la reeducación sentimental en la que los pueblos reconstruyan su identidad y dignidad con una semiótica crítica renovada y mostrando cómo los sentimientos son presa de emboscadas para moldear comportamientos y facilitar el desarrollo de valores acríticos de subordinación e individualismo, mercantilismo y belicismo. Convertir la educación sentimental en una categoría central en la filosofía de la praxis que permite articular una conciencia colectiva sobre la manipulación de deseos y valores de las personas abandonadas a la industria cultural, que utiliza los medios de comunicación para manipular las emociones y deseos de las personas. Bajo el capitalismo los sentimientos no son un espacio de creatividad libre, sino un mecanismo de control que moldea los gustos y emociones, que distraen y desvían la atención de las injusticias estructurales e influencia la formación de los deseos y en el inconsciente colectivo. Imponen formas de represión y exteriorización de emociones o de energía libidinal, confundida con el consumismo. Amor al dinero.
No importa si son jornadas de “Lucha Libre” o series de Netflix, cuando se manipulan los sentimientos se explotan comercialmente las personalidades que son moldeadas para distorsionar las identidades de clase y reaccionar sentimentalmente en contra de la propia realidad y la realidad propia. Coagulan las aspiraciones y frustraciones comerciando con temas y problemas, creando mitos que naturalizan sus valores moldeados por una estructura semiótica para exponer las formas con que el sistema mercantiliza y explota los sentimientos implantados en los pueblos, cómo las redes sentimentales se fabrican y convierten en una mercancía. Las relaciones sentimentales y sus deseos, sometidos por las lógicas del consumo.
También los aparatos de dominación política construyen sus formas de dominación con emociones y deseos manipulados y explotados con algoritmos y plataformas digitales. Es el capitalismo digital que afila sus armas opresoras en un contexto de mercantilización profunda de la vida sentimental. Es la disputa tecnificada por el sentido en el marco de la conciencia de clase, la alienación, y el papel de la ideología en la formación de la subjetividad. Netflix ha producido cerca de cuatro mil series. Violencia, odio y anti-política.
Es fundamental presentar batalla semiótica a las condiciones de explotación, medios, modos y relaciones de producción actuales. No sólo una comprensión racional, también mirada crítica a las formas de “sensibilización” fabricadas para la opresión de la clase trabajadora. Las emociones no son sólo una condición del corazón, ni sólo un trance mental, porque producen hechos con sentido de identidad, satisfacción y conexión sensible de los individuos para borrar la realidad que los oprime. Sólo Televisa produjo más de 800 telenovelas en la segunda mitad del siglo XX.
Hacia una ética para la estética. Si el sentimentalismo burgués funciona como un sistema que limita la capacidad crítica ante las condiciones de explotación, ese sentimentalismo moldeado para odiar todo proceso emancipador y todo lo que los pueblos identifican como motor de conciencia, debe ser derrotado. Derrotar lo que hace invisible la alienación con sentimientos de desconfianza y odio a las organizaciones de base, derrotar obstáculos sentimentales que impiden a los pueblos revolucionarse para construir una sociedad auténticamente humana. Urge cultivar, entonces, sentimientos no como un trance individual, interno, solipsista, sino, principalmente, como producto colectivo, social, de resistencia ética y moral capaz de construir, con alegría, nuestra Revolución de la Conciencia, sin cursilerías. Sin odio.