¿Saben los estadounidenses y los europeos a quiénes apoyan sus gobiernos en Ucrania? ¿Conocen el porqué irrumpió el conflicto en Ucrania?
¿Se imaginan que solo una serena decisión del Gobierno estadounidense, de aceptar la exigencia rusa de no acercar las tropas de la OTAN a sus fronteras, hubiese evitado el inicio de la de la conflagración? Pero no lo hizo.
Sepamos, de una vez y por todas, que el mundo mediático occidental, en paralelo, ha desarrollado «otra guerra», la de la desinformación, con la que ha inundado cada rincón del planeta y todo ello para favorecer al único beneficiado: el complejo militar industrial estadounidense.
Mientras más tiempo demore el conflicto bélico –no importan los miles y miles que mueran–, es más dinero producido por los armamentos que el Pentágono envía a Kiev, luego de que el presidente Joe Biden firmara la asignación de cifras millonarias, la última de ellas por mil millones de dólares la pasada semana.
El gobierno de Washington, lejos de frenar la movilización de la OTAN hacia la frontera rusa, optó por retar a Moscú y no solo facilitar a Ucrania armamentos de todo tipo, sino presionar a los gobiernos europeos, muchos de los cuales han acudido a cerrar filas junto a Estados Unidos, brindar recursos militares y emprender sanciones contra Rusia, convertidas en un boomerang.
Al parecer, tenían tanta prisa algunos gobiernos en servir al imperio yanqui, que ni siquiera razonaron sobre dos posibles escenarios en su contra: Europa necesita del gas ruso en un alto porciento y, a la vez, los europeos son grandes importadores de alimentos provenientes de Rusia y Ucrania.
Tampoco se detuvieron a pensar las naciones del Viejo Continente, máximos afectados por las devastadoras guerras mundiales que, en la Segunda, fue Rusia, como parte de la Unión Soviética, quien derrotó al fascismo que mató a cientos de millones de habitantes de esa región.
Ahora apoyan a una Ucrania convertida en polígono militar en este experimento occidental contra Rusia, donde reverdecen residuos del nazismo, incrustados en las estructuras de poder y en sus fuerzas militares.
Los ejemplos se constatan en el llamado Batallón Azov, fundado por militantes de extrema derecha de la organización paramilitar Patriotas de Ucrania, que recluta a soldados y enarbola emblemas como el wolfsangel, símbolo heráldico alemán que recuerda a los de la división ss Das Reich.
Una acción fundamentalista se ha puesto en práctica en los últimos días, cuando el gobierno de Kiev ha ordenado quemar más de cien millones de libros –recordar lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial cuando los nazis lanzaron a la hoguera millones de textos–. Esta vez, por el solo hecho de aparecer en ellos algo relacionado con Rusia, ya sea que están escritos en lengua rusa –la que practica casi un 80 % de los ucranianos– o porque su contenido tenga algún atisbo de la nación vecina, es suficiente para incinerar los títulos.
Al respecto, la directora del Instituto del Libro de Ucrania, Oleksandra Koval, dijo que el objetivo de esa orden gubernamental es garantizar la destrucción de cien millones de textos que, en su opinión, «divulgan el mal».
Si faltaba algo, acudamos al diario The New York Times, que por estos días tituló: «Adiós, Chaikovski; adiós, Tolstói», al hacer referencia al proceso de rebautizar las calles, parques y otros espacios públicos que tengan nombres rusos. Lo mismo se llama enemigos a Catalina la Grande que a Iván Pávlov, premio nobel de Fisiología o Medicina en 1904, o Piotr Ilich Chaikovski, un compositor ruso del Romanticismo, y autor de algunas de las obras de música clásica más famosas.
Fuente: Granma