Por Fernando Buen Abad.
Ni las derechas ni sus cómplices, algunos de ellos disfrazados de izquierdas, tienen un “plan” serio para garantizar a la humanidad una salida civilizatoria del infierno humillante en que se ha convertido el capitalismo. Solo tienen plan de negocios y sólo aspiran a que la inmensa mayoría de los pueblos oprimidos sirvan de corifeos aplaudidores ante el espectáculo horrendo del saqueo de recursos naturales y mano de obra esclavizada. Un tóxico fenomenal de tal decrepitud de ideas es la corrupción inherente del capitalismo. Todo en ellos es crueldad y es odio. Pruebas al canto.
Lloriquean la muerte de sus últimos referentes intelectuales porque se quedan huérfanos de ese prestigio-farándula fabricado para tutelar canalladas. Van quedándose en la anosmia de su propia fábrica de naderías. Se congregan para exhibir, entre payasadas y ridiculeces, sus miserias ideológicas, porque no les fluye una sola perspectiva de futuro digno para la especie humana y para el planeta. Es muy peligrosa su incapacidad para elaborar categorías propias, dependen de retóricas recicladas (anticomunismo, “libertad”, “familia tradicional”, “patria”). Derrochan pobreza filosófica y son bobalicones para el pensamiento crítico, escandaliza su falta de profundidad teórica y el desprecio explícito por el conocimiento complejo.
Sus intelectuales hoy son un sujeto político sin reflexión humanista. Su idea de sociedad se reduce a una entidad obediente y no deliberativa. Reemplaza su responsabilidad crítica por mantos de “influencer”, arlequines mediáticos sin formación rigurosa y chantajistas emocionales. Sus “tanques de pensamiento” sólo repiten dogmas neoliberales y egolatrías intoxicadas con frases vacías y eslóganes: “no te metas con mis hijos”, “el mérito lo es todo”, “los impuestos son robo”. Rechazan la ciencia cuando no sirve a sus intereses y son negacionistas tarifados para esconder, como pueden, el cambio climático, los derechos sexuales y reproductivos, memoria histórica.
Semejante inanición intelectual desespera a sus matrices financieras que, por su parte, sufren una incapacidad galopante para pensar, con marcos propios, lejos de sus baratijas ideológicas neoliberales y fracasadas. Por eso se aferran a su moralismo reaccionario aposentado en lo “bueno” y lo “malo” que sus herencias paupérrimas les ofrecen como autoayudas religiosas o empresariales. Entonces desnudan su violencia simbólica, disfrazada de “razón”, la envuelven con el celofán burgués de su “libertad de expresión”. Apelan a la provocación antes que al diálogo, generando escándalo como forma de visibilidad. Es el éxtasis de “rating”.
No producen teoría satisfactoria para las necesidades sociales, ignoran el conflicto de clases y la contradicción capital-trabajo porque se complacen con la desconexión entre sus “ideas” y los efectos concretos que estas tienen en la vida de las mayorías. En sus acartonadas manifestaciones contemporáneas, la derecha se consume también en su raquitismo intelectual. Este empobrecimiento no es meramente accidental, sino estructural. No se trata de una falta coyuntural de ideas, sino de la imposibilidad misma, histórica y filosófica, de pensar críticamente el mundo para bien de todos los seres humanos.
A diferencia del pensamiento emancipador, que nace de la contradicción social, del dolor de los pueblos y de la lucha por la dignidad, el pensamiento de derecha sólo conoce la praxis mercantilista como fundamento existencial. Su razón de ser no es comprender el mundo para transformarlo, sino conservar los privilegios de la explotación y el saqueo existentes, justificarlos y reproducirlos con el ropaje de una supuesta racionalidad rentable. Por eso, su esfuerzo intelectual no es creativo, sino reactivo. No busca descubrir lo nuevo, sino restaurar lo viejo. No problematiza, dogmatiza.
No piensan, repiten. No construyen categorías, las fanatizan y las importan. No interpretan la historia, la falsifican. Su marco conceptual es anacrónico y anecdótico, se alimenta de una mitología neoliberal y religiosa que se presenta como natural, eterna y autoevidente. Así, conceptos como “libertad”, “familia”, “patria”, “propiedad” u “orden” son esgrimidos no como objetos de reflexión, sino como trincheras simbólicas de poder dictatorial. No se formulan preguntas, se repiten fanatismos rentables.
Basta escuchar a sus voceros más visibles, periodistas, “analistas”, influencers políticos, para advertir un patrón de chatarra ideológica plagado con estereotipos, vacíos, generalizaciones moralistas, falacias ad hominem y apelaciones constantes al miedo, a la violencia y a la desorganización de todo lo que no les deja ganancias. Convierten todo en farándula de odio, ignorancia y superficialidad. No forma ciudadanos, sino súbditos que obedecen proactivamente. Culpa a los pobres, a las mujeres, a los migrantes, a los críticos. Reproduce las injusticias como si fueran “el orden natural”.
Desconfían de la filosofía transformadora, de la universidad crítica, de los libros que incomodan, del arte que cuestiona. Odian que los pobres piensen, que duden, que se vuelvan autónomos y se organicen. Una de las formas más ofensivas del raquitismo intelectual de las derechas es el negacionismo sistemático. Son sus genocidios, su dictadura patriarcal, su operación violenta con la realidad que se opone a sus intereses. No argumentan, censuran. No contrastan datos, los desacreditan. No corrigen errores, los multiplican con arrogancia. Las derechas latinoamericanas imitan discursos del norte global, especialmente del neofascismo estadounidense. Importan sin filtro conceptos como “ideología de género”, “globalismo”, “marxismo cultural”, o “libertad de mercado”, sin el menor análisis crítico ni conocimiento histórico. Son todos anticomunistas furibundos.
Su pensamiento no es soberano, es servil. Se arrodilla ante el capital financiero internacional. Cuando hablan de “valores humanos”, piensan sólo en filantropía de eslogan, para olvidar la humanidad real. ¿Qué clase de “humanismo” es aquel que justifica la exclusión, el racismo, el machismo y el clasismo? ¿Qué clase de “amor por la vida” defiende un modelo económico que produce muerte y miseria a escala planetaria? No es humanista, es utilitarista, selectiva y profundamente anti-humanitaria. Mientras dice defender la vida, promueve políticas que matan. Mientras enarbola la familia, rompe los lazos sociales. Mientras grita libertad, encadena cuerpos y conciencias. Su raquitismo intelectual es consecuencia lógica de su proyecto histórico. No puede haber pensamiento profundo en una política que niega la dignidad universal, que teme a la verdad, que desprecia la justicia. Por eso, superarla no puede ser tarea sólo política o económica, es una lucha también simbólica, epistemológica, ética, estética y semiótica. Frente a su pobreza intelectual, urge la fertilidad del pensamiento crítico. Frente a su dogma, la dialéctica. Frente a su odio, el humanismo de nuevo género. Frente a su obediencia, la rebeldía de pensar.