Por José Tomedes Gutierrez.
«Si no somos capaces de comprender existencialmente lo que nos es común, la comunidad se disuelve en un mero dato teórico»
«A partir de los acontecimientos que marcan el escenario global, se hace urgente que nuestros procesos de pensamiento dejen de anclarse en referencias del pasado y asuman, con plena conciencia, que vivimos un mundo radicalmente distinto al que dio origen a las categorías y conceptos que hasta ahora nos resultaban familiares». Así lo expuso el filósofo boliviano Rafael Bautista, durante su participación vía telemática en el Foro de Comunicación Comunal para la Defensa Cognitiva.
A su juicio, la descolonización debe incorporar una comprensión profunda del paradigma posindustrial y poshumanista, que reconfigura no solo las condiciones materiales, sino también las formas de existencia.
«Desde que el discurso sobre la colonia —especialmente el articulado desde el Norte global— se ha puesto de moda, académicamente hablando, en insistir en una especie de desmontaje crítico acerca del pasado, del cómo han sucedido los procesos de colonización. A partir de esas referencias, se busca trazar líneas de continuidad con el presente. Sin embargo, suele dejarse de lado un hecho inobjetable: si habitamos un tiempo nuevo, en el que la colonización no sigue una trayectoria unívoca, sino que se reconfigura bajo el paradigma posindustrial y poshumanista, entonces la descolonización también tendría que tomar en cuenta ese nuevo tipo de referencias para reformular su propia batería de conceptos y categorías», apuntó.
Para el pensador latinoamericano, fenómenos como la inteligencia artificial o las nuevas tecnologías digitales de control subjetivo exigen repensar profundamente los marcos teóricos desde los cuales se comprende la colonización moderna.
«Es necesario hacer y describir los tránsitos categoriales que marcan nuestra época, porque no es lo mismo, por ejemplo, la guerra mediática que la guerra cognitiva. Mientras los medios, instalados en la lógica de la posverdad, representan la culminación de los efectos de la guerra mediática, la guerra cognitiva va más allá: no se trata solo de alterar percepciones, sino de reconfigurar por completo la subjetividad humana. Es decir: los procesos de colonización se han sofisticado de tal forma que uno necesita dotarse de un nuevo conjunto de conceptos que describan estos pasajes, para hacer evidente y hacer inteligible esta nueva realidad. Incluso, de modo virtual, se están apoderando de la subjetividad humana: lo que llamamos, sobre todo, la subjetividad social; es decir: el conjunto de individuos que constituyen una sociedad», reiteró.
Rafael Bautista advirtió sobre un error conceptual: la confusión entre sociedad y comunidad. «Muchas veces he reiterado la necesidad de no confundir sociedad con comunidad. Hoy, más que nunca, esa distinción se vuelve apremiante: de lo contrario, seguiremos atrapados en el paradigma liberal, cuyas consecuencias —como ustedes bien pueden observar— derivan directamente de esa confusión», destacó.
Desde su lectura, la colonización moderna actúa como una plataforma de formateo de la subjetividad social, a escala planetaria.
«Esta subjetividad se encuentra atrapada en un laberinto de incertidumbre y miedo: imposibilitada de imaginar alternativas que desmientan la idea de la modernidad y de Occidente como único mundo posible —otra categoría que también requiere ser precisada—. Si nuestros procesos no logran discernir estas diferencias, trazar pasajes epistemológicos y categoriales, y proyectar implicaciones políticas claras, corren el riesgo de reproducir ese mismo encierro», enfatizó.
El reconocido analista de la geopolítica mundial hizo un llamado explícito a la parte pensante de los procesos transformadores.
«De nada nos sirve andar pensando realidades sin ninguna implicación política. Esa, digamos, es también una de las imposibilidades reales que aparecen cuando nuestra propia deformación nos condiciona en la lógica sujeto-objeto, y de ahí no se puede salir simplemente remitiéndose a autores críticos; es algo que uno debe plantearse, incluso de modo existencial, como una superación en torno a su propia percepción de la realidad. No nos olvidemos —y siempre señalamos eso a partir de Hinkelammert— que los marcos categoriales inciden sobremanera en la forma de interpretar el mundo que uno tiene enfrente. Entonces, hoy día, como guerra cognitiva, lo que está sucediendo es una colonización, incluso ya no de la subjetividad de modo general, sino de las voluntades propias», aseguró.
«Una revolución no se hace sólo con verdades, sino con voluntades y con sueños»
En su ponencia «El diseño crítico del discurso político y la comunicación estratégica», Rafael Bautista afirmó que una revolución no se hace únicamente con verdades, sino con voluntades, deseos, sueños e incluso con no-verdades.
«Es decir: una revolución es un conjunto de un desiderátum que es capaz de congregar en sí mismo esa capacidad que tiene el ser humano de trascenderse a sí mismo. Y si uno no es capaz de describir la revolución como un hecho místico en sí —un hecho que pueda incluso abrirle a la propia subjetividad humana ese tipo de relación novedosa y, hasta revolucionaria, que uno podría tener, de modo fáctico, con “el otro” en términos mayores—, así como Emmanuel Levinas habla del “otro infinito”; es decir: de tener una relación con la eternidad (una vivencia que se produce en la propia experiencia y que es capaz de transformar la vida de uno de tal forma que, después de esa experiencia, uno no es el mismo nunca más)», entonces la revolución queda limitada, argumentó el filósofo boliviano.
Para Bautista, si la revolución no promueve ese tipo de experiencia subjetiva transformadora, corre el riesgo de quedarse encerrada en los márgenes de lo meramente político.
«Y ahora, eso para nosotros es uno de los puntos centrales: que, con el 50 % de la lucha política —lucha discursiva—, un diseño crítico del discurso político tiene que saber sacar a la política de su entrampe meramente pragmático, meramente político en el sentido de políticas, e instalarnos en el concepto mismo que define lo político de la existencia como aquel tipo de apuesta vital que hace posible transformar y darle contenido a la propia estructura moral de los actores y de los sujetos. Por lo tanto, cuando estoy hablando en estos términos, tendría que estar definiendo uno por uno todos los conceptos que estoy manejando, porque no los estoy usando en el mismo sentido con el que usualmente se entienden. Por ejemplo, el concepto de discurso, de discurso político, el concepto de crítica, de diseño crítico», expresó.
Reconoció, sin embargo, que el lenguaje disponible para expresar estas ideas sigue condicionado por un universalismo impuesto por la modernidad occidental.
«Necesito expresarme en esos términos porque, básicamente, ese es el lenguaje que se maneja en las ciencias sociales y en la filosofía. No podría hablarles con conceptos completamente nuevos, porque no me entenderían. Ese tipo de lenguaje sigue siendo, para nosotros, el lenguaje universalista, en el sentido de que fue impuesto por Occidente, por el mundo moderno, y no podemos evadirnos fácilmente de él. Pero sí podemos empezar a inyectarle nuevos contenidos, de modo que también el uso significativo de estos términos —su semántica— se convierta en trincheras de lucha. Así podremos producir, desde dentro de ellos, transformaciones categoriales que nos permitan hacer inteligible lo que realmente está aconteciendo en la realidad y que está, al mismo tiempo, transformando y trastornando la percepción que tenemos de esa misma realidad», platicó.
Citó como ejemplo al economista Yanis Varoufakis, junto con su noción de tecnofeudalismo y de la “nube” como nuevos campos de estudio.
«La realidad de la nube es un nuevo campo a estudiar, porque está transformando el mundo del mismo modo, o de un modo más esencial, del que produjo la Revolución Industrial. Actualmente estamos, básicamente, en una revolución posindustrial; es decir: el mundo que ha producido la industria y el capitalismo mercantil, el dinerario —digamos, el capitalismo en su auge, desde la modernidad temprana, pasando por la madurez hasta la modernidad tardía— se encuentra, en esencia, en un colapso inminente. Por lo tanto, si nuestros conceptos siguen atrapados en ese tipo de paradigmas, solo podrán referirse a un mundo que ya no existe», recalcó.
El filósofo descolonial boliviano Bautista insistió en que el giro posindustrial y poshumanista demanda nuevas categorías para pensar el presente.
«En esa medida, el nuevo tipo de mundo que, por ejemplo, nos abre el paradigma posindustrial requiere otro tipo de abordajes teóricos para comprender en qué sentido y con qué direccionalidad apunta el llamado nuevo orden mundial, y hacia dónde podría conducirnos este viraje posindustrial que, además, apadrina el giro poshumanista. Y aquí también hay que ser claros: el poshumanismo y la presencia de la inteligencia artificial nos están obligando a producir una nueva antropología, porque nos permiten describir que el humanismo producido por la modernidad es un humanismo negativo, selectivo; una clasificación antropológica que hoy se muestra sin ningún tipo de vergüenza, y en el que se nos está diciendo que los únicos seres humanos en este mundo son el individuo liberal. Y en ese marco, ya ni siquiera necesitan apelar a la diferenciación fenotípica: eso pueden pasarlo por alto», dijo Rafael Bautista.
En su reflexión sobre la necesidad de repensar las categorías desde las cuales se articulan nuestros procesos, Bautista insistió en que no basta con invocar la noción de comunidad como consigna política.
«Si no somos capaces de comprender existencialmente lo que nos es común —en este caso, la comunidad como estructura misma de la vida, que es básicamente lo que hace posible la expresión comunitaria de nuestros pueblos—, entonces, simplemente, la comunidad se disuelve en un mero dato teórico, aparecerá en nosotros solo como muletilla», advirtió.