lunes, agosto 4, 2025
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Otros opios del pueblo.

Por Fernando Buen Abad.

En las condiciones de la miseria histórica de los pueblos, pocas estructuras han tenido el poder de codificar, retener, amortiguar y redirigir el sufrimiento con tanta eficacia como la religión y los monopolios mediáticos. Karl Marx, en uno de los pasajes más vilipendiados de su obra, condensó una potencia crítica que exige ser recuperada, no como fórmula vacía ni como provocación panfletaria, sino como piedra angular de una crítica semiótica del sufrimiento convertido en sentido. Escribió Marx en 1844: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como el espíritu de unas condiciones desalmadas. Es el opio del pueblo”. 

Este pasaje del manuscrito Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie. Einleitung no es un exabrupto. Es una crítica al modo en que los sistemas simbólicos son colonizados para volver tolerable lo intolerable. No es un ataque primario a la espiritualidad ni a la necesidad del esparcimiento colectivo, tampoco una burla contra la fe y la recreación de los pobres. Es una crítica al dispositivo ideológico que reordena el dolor como promesa, la alienación como virtud, la pobreza como vía sagrada y la ingenuidad del espectador común como estupidez. 

Esta operación ideológica es, según nuestra filosofía de la semiosis, un proceso de producción, circulación y naturalización de signos, en que el sufrimiento y la fantasía son reorganizados simbólicamente para convertir la impotencia histórica en sumisión ritual. Analizar la frase de Marx con el rigor semiótico que merece, exige una relectura filosófica crítica sobre el modo en que las estructuras de sentido –en particular la religión y el espectáculo– operan como tecnologías simbólicas de amortiguamiento del conflicto de clases. 

Contra todas las vulgarizaciones no se reduce la religión a una simple farsa ni al aparato de dominación mediática se lo trata con ligereza. Lejos del tono iconoclasta trivial, lo que se denuncia es el papel del hipnotismo de masas como forma semiótica reactiva. Contra todo simplismo no se condena la confianza popular como fenómeno sicológico o cultural, sino que devela la función a que es sometida en el metabolismo ideológico del capitalismo. 

Tal manipulación de masas opera como dispositivo semiótico de traducción, especialmente, del sufrimiento en lenguaje, y del lenguaje en formas de aceptación. Tal como sucede en cualquier semiosis ideológica, los signos no son neutros: son campos de disputa, investidos de historicidad. En este sentido, la frase “el opio del pueblo” no denota sólo alienación: denota una función narcotizante del sentido. El opio no sólo adormece; también reconforta, palia, distiende. Por eso, no se puede leer esa frase sin entenderla en su conjunto dialéctico: como crítica y como explicación. 

Desde la perspectiva de una filosofía de la semiosis, los signos no son simples representaciones: son construcciones materiales de sentido dentro de estructuras de poder. Esto significa que las anestesias ideológicas, como conjunto de signos, rituales, narrativas, imágenes, liturgias y doctrinas, participa de la economía política del sentido subordinado. 

Sus aparatos ideológicos son también aparatos semióticos. La religión y el show business no funcionan sólo como doctrina, sino como código y forma de vida. Esto implica una reproducción del capital simbólico que organiza el tiempo, el cuerpo, la muerte, el sacrificio y la redención. En otras palabras, establecen una economía del signo, donde la realidad se convierte en mercancía simbólica. 

En la matriz semiótica de ese opio, todo signo apunta a la reconciliación con el mundo tal como es. La oración, el sacrificio, el arrepentimiento y la resignación son signos funcionales a la reproducción de un orden desigual entre aplausos. No son neutrales. Son formas simbólicas que ocultan las condiciones materiales de existencia y las reinscriben en el campo de lo trascendente. Y pasan publicidad. 

Ese opio sella con aura lo que el capital impone con violencia: transforma la necesidad en virtud y la explotación en voluntad divina y entretenida. 

¿Qué significa exactamente que la religión y los mass media sean “opio”? Marx no utiliza una metáfora cualquiera. El opio, en el siglo XIX, era un analgésico legal, prescrito para calmar el dolor físico y emocional. No es veneno, es paliativo. Esa distinción es clave. 

Lo que se critica es la función simbólica de la evasión como estructura anestésica que no suprime el sufrimiento: lo vuelve tolerable. La semiosis no elimina la injusticia: la nombra con eufemismos, la reviste de sentido, la transfigura en prueba o redención. 

Así, la semiótica de esta operación es clara: hay un signo que traduce el padecimiento histórico en lenguaje sedante. Este signo organiza una cadena de sustituciones: el hambre se convierte en penitencia, la pobreza en humildad, la muerte en tránsito. Todo se redirecciona hacia un horizonte de redención simbólica, cuya estructura semántica está desmaterializada. Nuestra crítica radical consiste en descomponer esa cadena de equivalencias, interrumpir la secuencia simbólica, desmontar el artificio semiótico que transforma el sufrimiento real en metáfora espiritual. La crítica se dirige a los usos semióticos de la ilusión como emboscada de legitimación. 

Toda manipulación intelectual y afectiva organizada como mercancía produce un dispositivo complejo si se la usa como gestión de la esperanza. Ese dispositivo transforma el sufrimiento en símbolo, el símbolo en ritual, el ritual en comunidad, y la comunidad en aceptación. Se construye así un régimen de signos cuya arquitectura está diseñada para traducir el mundo real en una promesa de otro. 

Pero en ese tránsito, se clausura la transformación del mundo real. La esperanza se privatiza. La injusticia se eterniza. Y la potencia histórica del sujeto se disuelve en contemplación. El “opio” no es el error. Es la forma ideológica de metabolizar el dolor sin tocar sus causas. 

Recuperar la crítica al “opio del pueblo” implica hoy desenmascarar todas las formas en que el capitalismo sigue operando como productor de sentidos narcotizantes: desde los medios de comunicación hasta las religiones del mercado. La semiótica del consuelo sigue funcionando, más diversificada que nunca. 

En tiempos de guerra cognitiva, fake news y entretenimiento masivo, el “opio del pueblo” se ha multiplicado. Pero el núcleo de la crítica sigue vigente: sin transformación material de las condiciones, toda semiosis de la esperanza será un aplazamiento del poder emancipador. 

El trabajo filosófico que exige Marx es radical: desmontar los signos del “consuelo”, producir signos de insurrección.

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