domingo, junio 1, 2025
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Nazis de ayer y de hoy: Eternos perdedores.

Por Néstor Kohan / Cátedra Ché Guevara.

Una de las fotografías que más amo en la vida es aquella que retrata el momento
preciso en que combatientes del Ejército Rojo soviético plantan la bandera del
comunismo en el corazón de la Alemania hitleriana. No fue un sueño. Sucedió en la
realidad (aunque yo soñara durante años con algo similar, ingresando a los campos
genocidas de exterminio de la ESMA y Campo de Mayo en la Argentina de la dictadura
de 1976-1983). Siento la misma emoción al ver el tanque vietnamita ingresando a la
Embajada estadounidense en Saigón.


Los mismos “machotes”, “inexpugnables”, “superhombres”, derrotados y
humillados ante el pueblo simple y humilde, organizado e insurgente.


Treinta años después de la derrota de los nazis, uno de aquellos combatientes
del glorioso Ejército Rojo que colgó aquella bandera en el corazón nazi, visitó la
Argentina. Ya era un señor mayor. Si no recuerdo mal, fue en 1973. Lo acompañó y
cuidó un militante argentino, el padre de un antiguo amigo mío. El combatiente del
Ejército Rojo era una persona de carne y hueso. Ningún “superhéroe” de las películas.
Ningún fisiculturista. Ningún musculoso de poster. Gente común. Pero con ideales, con
una ética inquebrantable, insobornable, dedicada a lo que el Che Guevara denominaba
“los ideales más nobles de la especie humana”.


¿Por qué hoy se vuelve tan significativo y emotivo aquel recuerdo? Porque los
elementos más concentrados del poder capitalista multinacional, que basan su poder en
la superexplotación de los pueblos oprimidos, la deslocalización de sus grandes
unidades productivas, la financiarización del capital ficticio y digital, pretenden reflotar
las nostalgias malolientes del nazismo, el fascismo, el franquismo y las dictaduras
contrainsurgentes de Videla, Pinochet y toda la banda de lúmpenes que los
acompañaron en sus respectivos genocidios. La extrema derecha, autopercibida como
“nueva” pero más apolillada que un souvenir de baja calidad de hace ochenta años, se
siente y se presenta “envalentonada”. Creen, con no poca ingenuidad y no menor
ignorancia histórica, que les llegó la “hora de la revancha”. Van a morder el polvo
nuevamente. Pero quizás esta vez sea peor. El que avisa no traiciona.


Una mirada política superficial, meramente periodística y anecdótica, sospecha
que los extremismos de ultraderecha, nostálgicos del nazismo y sus derivados, gozan
de renovado prestigio en la tercera década del siglo XXI porque han sabido canalizar
el descontento popular frente a una política burguesa que se presenta como “progre”
pero somete a la clase trabajadora a una geométrica pauperización, proceso
comprobable incluso en las clases populares de los países capitalistas imperialistas, por
no hablar de las formaciones económico sociales del Sur Global.


Sin embargo, lo que esas lecturas periodísticas nunca se animan a mencionar es
que la base económico-social del nazismo alemán, el fascismo italiano y el franquismo
español, por no hablar del pinochetismo y el videlismo, quedaron absolutamente
impunes después de 1945.


El Ejército Rojo quebró el espinazo y le partió el cuello a los “invencibles”
nazis, que capitularon y se humillaron sin pena ni gloria, como buenos cobardes que
eran, en mayo de 1945. Pero las empresas que los apoyaron fueron protegidas por el Occidente capitalista (ese mismo que las innumerables películas de Hollywood siguen
presentando en sus pantallas como “vencedores de la segunda guerra mundial” (sic) en
cuentos fantasiosos que no son creíbles ni para la infancia de los primeros años de la
escuela primaria).

Como bien explica el formidable libro Negocios son negocios. Los empresarios
que financiaron el ascenso de Hitler al poder del escritor judío Daniel Muchnik, el
nazismo alemán no fue una “anomalía”.

Los jerarcas políticos, militares e ideológicos del nazismo son conocidos:
además de Adolf, el austríaco de cabello negro y sin cargo militar alguno,
“autopercibido” como alemán; desfilan por el tren fantasma Hermann Göring, Joseph
Goebbels, Ernst Röhm, Alfred Rosemberg, Ulrich F.J.von Ribbentrop, Heinrich
Himmler, Rudolf Hess, Gottfried Feder, Josef Mengele, entre otros. Pero el Occidente
capitalista (europeo-estadounidense) protegió con una vehemencia digna de mejores
causas a los empresarios beneficiarios-cómplices, socios de intereses, aliados o
colaboracionistas del nazismo en Alemania.


La lista es larga y tiene muy feo olor. Entre otros Daniel Muchnik (un escritor
que no pertenece a la tradición marxista ni a nada parecido) incluye a las empresas
Siemens (eléctrica), a BMW y Volkswagen (automotrices), a Fritz Thyssen (industrial
siderúrgico que murió en 1951 en Buenos Aires), a Gustav Krupp (dueño del gigante
del acero alemán), a Ernst Heinkel (desde 1938 “führer económico-militar”) y a Emil
Kirdorf (empresario del carbón). Estos empresarios, recuerda amargamente Muchnik,
aun habiendo utilizado mano de obra esclava de los prisioneros judíos, comunistas o
gitanos fueron protegidos en los juicios de Nuremberg… ¿Una mera casualidad? No. El
capitalismo cuida de su familia.


¿Acaso hoy en día —vuelve a preguntarse Muchnik— no siguen operando con
total impunidad empresas de origen nazi (derivadas de la IG Farben, que fabricaba el
raticida de las cámaras de gas de exterminio genocida) como la Bayer (entreverada con
Monsanto), la Hoesch o la BASF, demandadas por sobrevivientes del genocidio nazi?


Muchnik aporta entonces una cantidad enorme de datos sobre la colaboración
sistemática, los negocios o incluso la simpatía ideológica que mantuvieron con Hitler
—aún durante la segunda guerra mundial— empresas como la General Motors
(asociada con IG Farben), la General Electric, la Brown Boveri (filial de Westing
House), el británico Unilever, la Shell, la United Steel, el Chase Manhattan Bank de
Rockefeller (protector personal de la “escuela austríaca” de economía vulgar), la
Standard Oil, la TEXACO, la ITT (la del golpe de estado de septiembre de 1973 en
Chile), el National City Bank, el grupo editorial Bertelsman, dueño de RCA y otrora
accionista mayoritario de American On Line (el principal proveedor de Internet de
EEUU hasta hace pocos años) y la inefable Ford (primero con los nazis, luego con la
CIA). ¡Todos ellos se llenaron de dinero con el nazismo y hoy, en pleno siglo XXI,
siguen abultando sus cuentas bancarias y sus acciones con total impunidad! Muchas de
estas empresas financian los grupos, grupúsculos y movimientos políticos de la extrema
derecha neofascista en Europa, en Estados Unidos y América latina. ¿El neonazi
Zelensky, que saltó de la TV a la defensa de los batallones con la svástica tatuada como
el batallón Azov, no recibió apoyo y aliento del complejo militar-industrial de Estados
Unidos y Europa Occidental? ¿Los petroleros estadounidenses no financiaron primero
a Murray Newton Rothbard (autor del pasquín titulado “Manifiesto Libertario”) y luego
al presidente argentino?


No es casual que el jefe de la inteligencia de Alemania occidental (antes de la
reunificación) haya sido un alto oficial SS, luego al servicio de la CIA. Lo mismo puede
decirse de Klaus Barbie en Bolivia: de las SS a la CIA.

Hitler se propuso gobernar mil años y Fukuyama, lamiendo la bota de sus
patrones del Departamento de Estado, pronosticó nada menos que el “fin de la historia”
(sic). No obstante, el mundo unipolar que los nazis alemanes de antes soñaron, fue
hecho pedacitos por el glorioso Ejército Rojo. Es altamente problable que en el Siglo
XXI, por más envalentonados que se presenten, los neofascistas volverán a comer tierra
y a lloriquear en las confrontaciones contemporáneas.


Quiero terminar estas cortas líneas recordando una anécdota adjudicada a
aquella entrañable francotiradora del Ejército Rojo, llamada Liudmila «Liuda»
Mijaílovna Pavlichenko, quien, cuando le preguntaron cuántas personas había fusilado
en la guerra, respondió “¿Personas?, ¡ninguna!; nazis y fascistas: 309”.


Buenos Aires, 8 de mayo de 2025

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