Leo en el periódico Folha de São Paulo que los comités populares pro Lula han lanzado un nuevo plan de lucha comunicativa, en la Central de Mídia das Frentes, paralelo y complementario a la estructura de la campaña oficial del mayor líder popular de Brasil. En este plan, quieren «la difusión de la experiencia viva del pueblo, con narraciones hechas de esa delicada materia prima que es la esperanza en una vida plena y digna, amparada en los derechos». ¡Gran iniciativa!
Por lo tanto, envío el testimonio de este hermoso momento en el barrio de mi infancia en Recife, cuando vi, escuché y sentí el valor de Lula en el seno del pueblo:
Ante a lo que fue el Cine Império, se iba a inaugurar la primera sucursal del Banco Azteca en Brasil. El lugar elegido fue el barrio de Água Fria, en Recife. Hombres, mujeres, y niños ocuparon la plaza, como en los naños 60 invadieron el mismo lugar para bailar el frevo. Pero el 27 de marzo de 2008 no vinieron para el carnaval, y mucho menos para asistir a la inauguración de una pequeña y lujosa sucursal bancaria. «Él viene. Lula viene. Lula viene a inaugurar el Banco», era el eslogan que corría.
Por eso se reunieron tantas personas, tantas y tantas, con curiosidad y aflicción. Las masas periféricas sueñan, les falta una vida mejor, dinero, como a Suzana, la señora gorda con ojos rasgados de indio, con la que hablé.
– ¿Qué quieres de Lula? le pregunto.
– ¿Ud. es de su grupo?
– No… (he tenido ganas de decirle «pertenezco a tu grupo», pero me callé)
– Quiero 150 reales.
– ¿Qué?
– Para comprar mortalela, pan, carbón, gaseosa, cerveza, queso, maíz, luego hago pamoña, manguza…
– ¿Todo eso con los 150 reales?
– Es sólo una pequeña ayuda. Ya tengo un carrito para vender bocadillos. Es sólo una ayuda….
Apreta en sus manos una hoja de cuaderno doblada con su pedido al Presidente de Brasil. Estamos al otro lado del borde, formado por caballetes de hierro que estaban alrededor de todo el Largo de Água Fria. Los reporteros pasan y no se dignan a dirigirnos una mirada, a merced de la atención. ¡Qué conscientes son de que su importancia está en proporción directa a su distancia de esta masa de gente! De los periféricos, de los que están al otro lado del borde, aplastados entre chavales y caballetes. Un reportero, muy joven, se dirige hacia dos autoridades, eso deben ser, porque son gordos, altos, blancos y llevan trajes cuadriculados. Su fotógrafa se acerca, y cómo no puede quedarse todo el tiempo siguiendo una conversación que no le atañe, le da las espaldas y se pone a dialogar con su teléfono móvil. Bonitas fotos tendremos.
Lula tarda en llegar. Para una inauguración prevista para las 15 horas, ya son las 16 horas. Chicos con trajes negros, con un calor de 38 grados, hacen la seguridad. Parecen estatuas, con miradas vacías de bronce.
– ¿A qué horas has llegado? le pregunto.
– Desde las nueve de la mañana.
– ¿Con ese traje negro?, ¿bajo este sol?
– Es bronca.
– ¿A cuánto asciende la tarifa diaria?
– Veinticinco reales más la comida.
Veo que un supervisor le trae un caramelo. De café. Es bronca. Vez en cuando, en una parte de la multitud, se oyen gritos y aplausos. Los guardias de seguridad miran en dirección a la conmoción. Es sólo un bromista que anuncia: «¡Lula está aquí! Si dejo mi asiento, aquí junto al caballete, perderé mi asiento, mis pies. Me pregunto cómo estos jóvenes han permanecido impasibles desde las nueve de la mañana. Catorce horas y treinta minutos. Hay una conmoción general. Hay una ola que me empuja, hay una corriente de electricidad que traspasa cada cuerpo. Mi mujer, la fotógrafa, que hace su estrena en la cámara y en la profesión, me despierta: los soldados de la Policía Militar toman posición de sentido.
– ¡Mira al batidor! ¡Mira los batidores!
Luego llega un coche oscuro, que pasa por la «cancela» de caballetes, y sólo se detiene ante a lo que será el Banco Azteca.
– Pensé que Lula iba a pasar por aquí. Pero él va a bajar en la agencia bancaria.
Una señora detrás me enseña: «Lula no hace eso no». Así que adoptamos una posición más tensa. De pronto hay un estallido, no de fuegos artificiales, ni de manada. Hay una habladuría que crece, que se vuelve incontrolable, que recuerda a un orgasmo colectivo. Sufrido, deseado y esperado: ¡es Lula! ¡Es Lula! Todo el mundo grita. Los gritos se vuelven más fuertes, ensordecedores. Mujeres, niños, hombres, llaman la atención del Presidente, quieren llamarle, y él no sabe por dónde salir del borde de caballetes. En ese momento se me ocurre una idea terrible: si cayera un rayo aquí, todos morirían felices. Pero esta idea no alcanza a las palabras. Lula viene a nuestro lado. Es él. Mi fotógrafa se olvida absolutamente de mí, la reportera, y avanza hacia el estrecho círculo en el que todos quieren tocar su mano. Gritando. Llorando. Empujando. A la fuerza, aunque contenida y reprimida por los jóvenes de traje negro.
La última vez que vi algo similar en Água Fria fue en 1965, en el tercer día de carnaval. Vassourinhas tocó y no hubo fuerza que contuviera la alegría de la multitud enfurecida.
Ya sin frevo [danza de origen pernambucana], sin orquesta, esta vez el público delira como si estuviera ante una estrella del pop. El presidente da la idea de santo, porque tiene poderes para ayudar a los que sufren, y de fascinación, porque muestra lo importante que puede ser un hombre del pueblo. Por eso las mujeres gritan «¡Lula, mi bella!», por eso los hombres le dan la mano, con fuerza y calor, por eso los niños levantan la cabeza, todos los niños levantan la cabeza. Entonces me doy cuenta de que los periféricos no sólo se emborrachan con alcohol y frevo. También nos emborrachamos con Lula. Como el carnaval de Água Fria en 2008, cuando llegó Lula. Ese día, nuestro barrio se convirtió en la capital de Brasil.
Urariano Mota es escritor brasileño, autor de la novela “A mais longa duração da juventude”.
Traducción: el autor.
Fuente: https://vermelho.org.br/coluna/lula-no-meio-do-povo-do-bairro-de-agua-fria/ y Rebelión
Tomado: Resumen Latinoamericano