Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí.
Augusto Monterroso
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Cuentan que tuvo en su faz/ lo que salva y lo que aterra/ rayo de muerte en la guerra/ y arcoíris en la paz. Así imagina Tomás Ignacio Potentini el rostro del Libertador, cuyos retratos sólo se parecen entre sí por la penetrante mirada con la que sus ojos nos interrogan. Bolívar quería hacer una Revolución; algunos de sus seguidores un negocio. Por eso mientras estuvo en vida siempre se les impuso.
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El Presidente José Antonio Páez se revuelca en su lecho. Desde hace años su alma se desgarra entre la admiración y el odio hacia el patiquín que se le fue por encima en aquello de terminar como Padre de la Patria. No sólo lo sobrepasó a él, caudillo de los lanceros que doblegaron al Pacificador Morillo, sino que se fue quién sabe dónde, a la Nueva Granada, a Pichincha, al Chimborazo, al Potosí, a destronar virreyes, fabricando patrias de la nada. Los espías de Páez lo enteran de todo. El Congreso del Perú ofrenda al Libertador un millón de pesos oro, y éste lo rechaza. Le otorga sueldo de quince mil pesos anuales como Presidente, y el Libertador lo declina, alegando que ya recibe estipendio como primer mandatario de Colombia. El Congreso en Bogotá otorga el jugoso monopolio de la navegación por el río Magdalena a un inglés, Bolívar lo rescinde y prohíbe que sobre las riquezas de la Patria se otorguen monopolios a extranjeros. Páez intenta separar a Venezuela de la Gran Colombia, Bolívar regresa a Caracas y basta una mirada suya para acabar con la conjura. En la ceremonia de bienvenida, una niña le ofrece dos coronas de laurel. Bolívar arroja una al Ejército Libertador, otra al pueblo. En ese instante, consigna el cónsul inglés sir Robert Ker Porter, “Vi lágrimas en los ojos de su Excelencia”.
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Pero dicen que Bolívar murió y lo enterraron con camisa prestada. Borrarlo es librarse de su mirar hiriente. Ahora puede Páez hacerse el hombre más rico del país. Confiscar los cultivos de tabaco dispuestos por el Prócer para pagar la Deuda Externa, y rematarlos a precio vil. Despedazar la Gran Colombia. Encadenar de nuevo los esclavos liberados por Bolívar. Regresar los indios a la servidumbre. Retrasar el cumplimiento de los títulos del reparto de tierras entregados a los soldados, hasta que éstos los vendan por centavos a la nueva oligarquía. Desterrar la moneda nacional creada por el Prócer, para que circulen libremente el dólar y la libra esterlina. Negociar con España la devolución de todos los bienes confiscados a los realistas, para que las monarquías absolutas nos reconozcan. Quizá, hasta dar monopolios sobre el Orinoco, sobre La Guaira, sobre Puerto Cabello, sobre tantas cosas que están mejor en manos de extranjeros. Borrar por siempre obra y memoria del Libertador sería escapar por fin de la pesadilla.
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Cuando despertó, Bolívar seguía allí.
II.-FRUTO
Un armonioso bienestar se experimenta al visitar las edificaciones diseñadas por el Gran Arquitecto del Universo José Fructuoso Vivas, o más bien Fruto Vivaz, como lo llamábamos todos. Militante del entusiasmo, de él decía Alfredo Chacón que no entendía cómo alguien podía vivir en un estado de exacerbación permanente. Más difícil es comprender que se pueda existir de otra manera.
Para Fruto todo era objeto de maravilla o bien de airada condena. Antes de graduarse de arquitecto ya diseñaba y hacía construir audaces estructuras colgadas al borde de abismos o coronando colinas caraqueñas. Por ese camino hubiera podido consagrarse como magnate del brutalismo, esa política del concreto armado fundada sobre el sacramento de lo masivo que agobia nuestras ciudades de clima paradisíaco.
La vida es la morada que disponemos para nuestro espíritu. A veces nos conformamos con los prefabricados tristes que nos impone el sistema; a veces la dejamos florecer por las vías de la invención hasta abarcar el esplendor de las posibilidades. Fructuoso decidió transitar veredas de utopía en vida y obra, que en los grandes hombres son una sola y misma cosa. Eligió la única germinación posible, la Revolución. De arquitecto favorito del poder pasó a perseguido por su militancia de izquierda, la cual lo llevó por los caminos duros de la clandestinidad, el exilio y la marginación a su regreso a Venezuela.
En nuestro país hubo una canción de protesta, pero no una arquitectura protestataria, salvo las baladas habitables de Fruto Vivas. Tras el virtuosismo geométrico de acero y concreto pasó Fruto a postular una arquitectura integralmente revolucionaria en las viviendas individuales, no sólo por la disposición extrovertida de los espacios, que unen sala, comedor y cocina en el ágora familiar, sino además en el retorno al patio interno, a los materiales tradicionales de la teja, la madera e incluso el bahareque, expuestos a veces sin remilgo de frisos. Imitó la naturaleza en sus casas árbol o en la Gran Orquídea del pabellón venezolano en Hannover, manejó las corrientes de aire para la ventilación natural en el Hotel La Cumbre de las colinas de Ciudad Bolívar, y la luz solar para calentar residencias en el Valle Grande de Mérida.
Pero lo que interesa a Fruto, más que el resultado, es el proceso. A veces deja secciones de sus proyectos para que los habitantes terminen de disponerlas a su gusto. En otras oportunidades, logra que las comunidades populares mismas edifiquen sus viviendas, con desechos o con los materiales tradicionales, como un acto de suprema solidaridad. En otros casos de sus talleres salen módulos para que los usuarios dispongan libremente los espacios habitables.
No aprovecharon a plenitud ninguna de las sucesivas autoridades los espléndidos talentos de Fruto. La India llamó a Le Corbusier para que le diseñara Chandigar; Brasil comisionó al camarada Niemeyer para que proyectara Brasilia. En Venezuela la urgencia dejó a veces que nos transáramos por una arquitectura de puertos, que importó desde los planos hasta los equipos laborales para levantar edificaciones.
Ello no nos quita la libertad de soñar una Venezuela Nuestra diseñada por Fruto, con espacios acogedores, casas árboles, villas jardines y ciudades leves como bosques, tan libres como nuestras vidas. Fruto Vive. La Utopía sigue.
TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO