jueves, noviembre 21, 2024
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LECCIONES QUE DEJÓ EL GRUPO DE LIMA A SEIS AÑOS DE SU CREACIÓN.

Tras el estrepitoso fracaso que supuso la estrategia de cerco diplomático contra Venezuela diseñada en Washington y que gravitó entorno al Grupo de Lima, los cuatro años de existencia de este esperpento y mal recuerdo del multilateralismo hegemónico nos demanda analizar las enseñanzas que nos lega.

A NIVEL REGIONAL
El multilateralismo debe ser una aspiración que se construye en el marco del principio de igualdad soberana de los Estados. Más allá de los tintes ideológicos de los gobiernos, priva el reconocimiento del Estado como parte de una comunidad internacional que trabaja colectivamente sobre problemas comunes.

Las iniciativas regionales que se enmarcaron en ese blackout diplomático, al que se pretendió someter a Venezuela, no llegaron a nada y paralizaron durante años la cooperación internacional, indispensable para el abordaje conjunto de problemáticas comunes. Ejemplos como los del Pacto de Leticia sobre la Amazonía y el estancamiento de algunos mecanismos de integración como la CELAC evidencian tal afirmación.

El Pacto de Leticia surgió como una respuesta, sin Venezuela, a la ola de incendios que sacudió vastos sectores del Amazonas durante el año 2019 y que representaba riesgo para todos los países que comparten soberanía sobre el llamado pulmón del planeta. Lo paradójico es que la exclusión de Venezuela por las razones esgrimidas en tiempos del Grupo de Lima excluyó también de manera indirecta a la Organización del Tratado de Cooperación Amazónico (OTCA), de la que es Estado fundador y a la que convocó para el abordaje conjunto de la crisis.

Dicho pacto se convirtió más en una declaración de buenas intenciones que en cooperación efectiva para abordar la crisis amazónica del momento (incendios generalizados) y que persiste con otros matices en nuestros días.

Tras 14 años sin una convocatoria al más alto nivel, los presidentes de la OTCA se encontrarán en la ciudad de Belém du Para, Brasil, los próximos 8 y 9 de agosto, a fin de abordar la compleja problemática de la Amazonía; la idea es que puedan establecer rutas de acción conjunta, con nuevos enfoques de cooperación y relanzando la única organización socioambiental que posee la región: la OTCA, de la que Venezuela siempre ha sido parte y que ha sido propuesta recurrente del presidente Nicolás Maduro.

La CELAC surgió como un foro de concertación política entre países exclusivamente latinoamericanos y caribeños y su conformación, consolidación y desarrollo, sobre todo en los primeros años de existencia, se realizó sin atender mayores diferencias más allá de las surgidas por la propia dinámica internacional en donde se conjugan intereses nacionales, regionales y mundiales. No obstante, el recambio político iniciado en 2015 y que se extendió por algunos años sumergió a la CELAC en un estado de coma del que todavía no despega completamente.

No es casual que este limbo coincida con el intento de cercar política y diplomáticamente a Venezuela en la región, proceso que inició con su suspensión del Mercosur, continuó con los intentos infructuosos de aplicación de la Carta Democrática Interamericana en el marco de la OEA y se «materializó» con el Grupo de Lima.

Es que varios mecanismos de integración o foros de concertación política llevan irremediablemente (para algunos) el sello de Venezuela y el timing político experimentado en el país condiciona el devenir de estos; no es una pretensión petulante o grandilocuente sobre la importancia del país en la región, pero sí un reconocimiento al impulso que desde Venezuela se les ha dado.

Por eso, en tiempos del Grupo de Lima, la integración, como se vino configurando a inicios del siglo XXI, se frena como en el caso de la Celac (que duró cuatro años sin encuentros presidenciales) o de plano se estanca como en el caso de la Unasur que prácticamente murió, no logrando reactivarse a pesar de la tan cacareada nueva progresía que ha llegado al subcontinente en estos últimos años.

EN VENEZUELA

El Grupo de Lima fue la prueba de oro en la que Venezuela demostró su vocación planetaria, donde corroboró que la diversificación de las relaciones internacionales, más que un asunto de moda, es garantía de existencia para los Estados del Sur Global, que sabiendo tejer relaciones diversas (políticas, militares, económicas, comerciales y financieras) sortean los chantajes que los centros de poder occidental imponen.

El tejido y construcción de estas relaciones no plantea la renuncia a consolidar espacios de integración en nuestras áreas de relacionamiento natural (América Latina y El Caribe), pero sí exige la apuesta a generar una institucionalidad regional que evite que los procesos de integración dependan de los vaivenes de la política nacional de los países y una revisión seria de las implicaciones que para el Estado trae asumir compromisos internacionales en entornos volátiles y complejos.

En este punto, Venezuela debe plantearse su oposición a la aplicación de cláusulas de suspensión de membresía que muchos tratados constitutivos contemplan, fundamentalmente porque estas representan un riesgo de que las mismas puedan ser instrumentalizadas por países o grupo de países que, manteniendo un doble rasero, aplican selectividad y politización sobre los criterios de aplicación, que casi siempre hacen referencia a los «derechos humanos» y la «democracia».

Escenarios ideologizados como los del Grupo de Lima pueden repetirse en un futuro cercano contra Venezuela. Solo el próximo año El Salvador, México, Panamá, República Dominicana, Uruguay y Estados Unidos elegirán presidentes cambiando probablemente la política exterior que vienen aplicando.

Incluso, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca es cada vez una probabilidad más cierta que pudiera reeditar la política de «máxima presión» y, ante esa posibilidad, Venezuela solo puede diversificar sus relaciones.

PREPARARSE ANTE LO INCIERTO

Es evidente que el Grupo de Lima nunca tuvo la intención de aportar una solución política al impasse entre oposición y gobierno venezolano, como sí lo habían hecho varias iniciativas en el pasado. Por el contrario, su objetivo siempre consistió en presionar y acorralar al gobierno buscando su fractura e incentivando el descontento en la población.

Su muerte, al igual que su nacimiento, dependió de los ciclos políticos de los países que lo integraban, por lo que su resurrección sigue condicionada a esos escenarios, que se agudizarán en la medida en que los conflictos internacionales adquieran matices de Nueva Guerra Fría y los chantajes en política exterior se hagan más evidentes.

No obstante, a pesar de los efectos negativos de ese blackout diplomático que se le impuso al país, la imagen de un buque iraní entrando a aguas venezolanas transportando gasolina o la del ministro de comercio de Türkiye anunciando el interés en profundizar el intercambio comercial con Venezuela, nos demuestra cómo, más allá del chantaje euroestadounidense, la multipolaridad y la consolidación de relaciones diversas, sobre todo con potencias emergentes, sigue siendo el camino para el establecimiento de una política exterior independiente y soberana.

Fuente: Misión Verdad

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