La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) se instituyó como mecanismo de diálogo político, tendiente a consolidarse en un espacio de discusión entre los 33 países de la región, a fin de abordar asuntos de interés comunes. Estos objetivos contravenían la agenda estratégica de Estados Unidos, que siempre ha visto el área, más que una zona de influencia, como un anexo o patio trasero.
En el primer lustro de funcionamiento y fiel a ese objetivo, la Celac facilitó el abordaje de un buen número de temáticas que afectaban, de forma diferenciada, a Latinoamérica y El Caribe y permitía, con base en eso, la construcción de posiciones que reflejaban el espíritu no de un país, o grupo de países, sino de una región específica, particular.
Hoy, a pesar de la «renovación» del escenario político regional con la incursión de gobiernos de tendencia más a la «izquierda» o al «progresismo», se evidencia, con la convocatoria a conferencias regionales fuera del mecanismo, la poca importancia que se le sigue dando como plataforma para el diálogo regional, lo que mantiene la política de la derecha en años recientes y le hace el juego a Estados Unidos.
EL VACIAMIENTO DE LA CELAC
En noviembre de 2022, tras un encuentro bilateral en Ciudad de México, los presidentes de Colombia y México anunciaron a través de un comunicado conjunto que los dos países convocarían a una «Conferencia Internacional de mandatarios de Latinoamérica con el objetivo de rediseñar y replantear la política de drogas» (punto 13), sin hacer mención alguna a la Celac como espacio natural para discutir el tema.
Meses después, pero en un encuentro de cancilleres, se conoció mediante otro comunicado conjunto que ambos gobiernos trabajarían en la convocatoria de una Conferencia Latinoamericana sobre Migración y otra sobre Drogas; en esta ocasión se hizo una brevísima mención a la VII Cumbre de la Celac, que acababa de celebrarse en Buenos Aires, Argentina, y que tocaba el asunto migratorio.
Tal omisión en la convocatoria de estas conferencias se hace a sabiendas de que, durante otras presidencias pro tempore, se realizaron reuniones de Alto Nivel sobre Migraciones y Drogas, y teniendo presente que el punto 70 de la Declaración de Buenos Aires de enero de 2023 refiere expresamente la importancia de la «reactivación de las Reuniones sobre Migraciones de la Celac».
Colombia y México podían reactivar esas instancias al solicitar a la presidencia pro tempore de la Celac, hoy en manos de San Vicente y las Granadinas y dirigida por el Primer Ministro Ralph Gonsalves —líder comprometido además con estos temas—, la reactivación de las reuniones antes mencionadas, pero parecieron privilegiar un enfoque que invisibiliza el mecanismo regional y hace juego con la política estadounidense, diseñada de forma interesada.
MÁS ALLÁ DE LAS RAZONES
Resulta difícil ubicar las razones de tal omisión en el simple descuido de las cancillerías colombianas y mexicanas —en la región son herederas de un riguroso servicio exterior, junto a la brasileña y argentina—; quizás pudo incidir también la selectividad estratégica que mantiene el Estado —colombiano, mexicano, todos—, a través de sus instituciones, que termina favoreciendo posturas conservadoras (incluso en política exterior) y que privilegia escenarios, como la OEA, y relaciones tradicionales como con Estados Unidos.
Si se analizan los hechos, surge la dependencia que dichos países mantienen con Estados Unidos al abordar la materia «regional», siempre direccionada, amparada y patrocinada por la Casa Blanca, manifiesta o solapadamente, ignorando a la Celac y con ello su peso histórico, político y simbólico.
NO SE ESTÁ PENSANDO EN LA CELAC COMO CENTRO GRAVITACIONAL DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
Lo anterior viene al caso porque Estados Unidos aparece como un actor involucrado en la realización de dichas conferencias, sin que quede claro el papel que jugará, pero sí su participación en ambas, quizá de forma más directa en la de migración, en la que se inserta en la lógica ya expuesta en la Declaración sobre Migración y Protección de Los Ángeles —realizada al margen de la IX Cumbre de las Américas y firmada solo por 20 países, entre los que aparecen Colombia y México— que en la Drogas, en la que la conferencia pareciera insertarse en la Coalición Global para Abordar las Amenazas de las Drogas Sintéticas, propuesta por el Departamento de Estado.
Migraciones y drogas son temas de alto interés para la política de seguridad nacional estadounidense; pensar en que se abordarán posibles soluciones de forma bilateral con Estados Unidos es negar la dimensión y complejidad del fenómeno. Por el contrario, asumirlo de forma regional facilitaría tareas, posturas y propuestas. Recordemos que la agenda estadounidense y la latinocaribeña no las configura, ni las configurará, la misma realidad.
SEÑALES QUE DEBEN ALERTARNOS
Más allá de que se puedan considerar como valiosas las iniciativas de conferencias realizadas por Colombia y México, hay un hecho político que no solo debería generar suspicacia sino más bien encender las alarmas: no se está pensando en la Celac como centro gravitacional de América Latina y el Caribe, lo cual no es un dato menor.
La Celac es el único espacio regional hecho por y para los latinocaribeños, llamado y convertido, hasta hace pocos años, en el principal foro regional donde América Latina y el Caribe abordaban y daban respuestas a los desafíos colectivos que se le presentaban, y así establecían voz propia y fijaban postura como bloque ante otras zonas geográficas.
Sustituir el ámbito natural de discusión en la región por una «Conferencia Latinoamericana y Caribeña» no solo le quita preponderancia a la reunión, vaciándola de interés en temas que son relevantes por ser comunes, sino que va socavando la legitimidad del espacio Celac, que tanto costó construir y consolidar.
Si bien a Jair Bolsonaro o a Iván Duque no se les podía exigir la defensa del espacio soberano latinocaribeño, a los gobiernos «progresistas y de izquierda» sí se les puede demandar su defensa, pidiendo dejar de lado la laxitud e ingenuidad política que viene caracterizando su posicionamiento internacional con relación a la región.
Sobre todo porque este accionar, intencional o no, podría estar revelando un nuevo dispositivo u operación en proceso con base en la cual Estados Unidos, de forma delegada, abona a la «irrelevancia» de la Celac como foro regional y tributa a la narrativas que la presentan como un club de amigos —actuación ya vista con la Unasur, que significó casi su extinción—, lo que también fomentan, en consecuencia, la apatía que terminará en su fosilización.
Aunque la forma en que los Estados asumen la Celac es materia de política exterior soberana de cada uno, es importante tener presente que la defensa de este espacio depende necesariamente del empoderamiento de los países a través de su vinculación con las actividades propias del concierto internacional; invisibilizarla, omitirla e ignorarla es colaborar con el abandono. Es estratégico dentro de una concepción soberanista de la región latinocaribeña apelar en todos los foros a esta plataforma de concertación política.
Mucho más cuando la presidencia pro tempore por primera vez en la existencia de la Celac está en manos de una nación del Caribe oriental, perteneciente al ALBA-TCP y dirigida por Ralph Gonsalves, líder que viene apostando a la integración latinocaribeña.
Fuente: Misión Verdad