A la memoria del Tambero,
compañero querido y entrañable
Y llegó la hora nomás. Durante estos días, escuché y leí de mis
amigas y amigos latinoamericanos, muchos de ellos más ateos que yo,
“¡ojalá haya un milagro!”. Yo también sentí esa necesidad. Desde Cuba
a Chile, desde Venezuela a Bolivia, desde Uruguay a la Argentina. Pero
no. Se nos vino encima la tristeza previsible. Una avalancha de
mensajes nos anunciaba su partida, después de resistir tanto en el
hospital, contra el cáncer y el covid, al mismo tiempo. El golpe en el
pecho duele igual, aunque ya sabíamos. El legendario líder histórico del
MLN-Tupamaros, Jorge “el Tambero” Zabalza [Uruguay, 1943-2022], se
había ido. En la noche. Quizás para pasar desapercibido y no perder la
costumbre de tantos años de clandestinidad.
Cuando nos encontramos personalmente por última vez, hace
siete años, ya tenía cáncer. El médico que lo atendió en Brasil dijo,
según recuerda su gente querida, “este hombre es un tractor”. Casi una
década batallando contra esa enfermedad demoníaca. Pero no fue su
única batalla. Fue tan sólo la última de una lista interminable.
Recuerdo un “asado” que comimos la última vez en Montevideo, donde
el Tambero pudo ingerir tan sólo unas rodajitas de zanahoria. Pero sin
quejarse. Con una dignidad absoluta. La noche anterior habíamos
presentado junto al músico Daniel Viglietti, el escritor Samuel Blixen y
sus innumerables compañeros y compañeras de militancia uno de sus
últimos libros, del cual copio a continuación el prólogo que me pidió.
Para mí fue un honor. Y lo sigue siendo. No sólo ese pedido sino haberlo
podido conocer.
Lo había había visto por primera vez varios años antes, en
Buenos Aires, en el Hotel Bauen (recuperado y gestionado por su clase
trabajadora, experiencia hostigada hasta el cansancio por diferentes
administraciones políticas y jueces de Argentina que no se aguantaban
ese ejemplo de rebeldía obrera de trabajar sin patrón). Allí, en una sala
gigantesca del Hotel Bauen cedida generosamente por su gente
trabajadora, presentamos desde la Cátedra Che Guevara su biografía
política. Una multitud de jóvenes de las tendencias ideológicas más
diversas (que muchas veces ni se hablan entre sí) se encontraron y
fueron a verlo con una admiración compartida que me cuesta describir
en palabras. La misma que volví a ver y sentir años más tarde en
Montevideo, cuando Daniel Viglietti le rindió homenaje y las y los
“gurises” hacían fila para que él les firmara su libro.
2
Lejos de la fascinación por las cámaras, las luces y la farándula
(que tanto han seducido a otros viejos compañeros suyos, al punto de
terminar aceptando elogios envenenados de los neoliberales más
rancios), el Tambero Zabalza se movía entre los jóvenes con una
naturalidad de un muchacho de barrio. Porque eso era. No casualmente
trabajó años en una carnicería y vivió hasta el final de su vida en uno
de los barrios más pobres y humildes de la periferia de Montevideo.
Pero su simpleza, su frugalidad y su práctica de no robar
(compartida por otros ex tupamaros mucho más “famosos” que llegaron
a la presidencia de Uruguay y a altos cargos frente a las Fuerzas
Armadas), para Zabalza no alcanzaban. ¡No es suficiente “ser honesto”!
¡No alcanza con “no robar”! Las carmelitas descalzas y la Madre Teresa
de Calcuta no son nuestro faro ni nuestra guía para terminar con las
injusticias del capitalismo, el imperialismo y la dependencia.
La clave está en mantener en alto, con un claro sentido del
momento histórico y sin perder la brújula, la coherencia de la
perspectiva revolucionaria. Porque si un militante político “no roba”,
tranquilamente y sin ningún problema puede convertirse en modelo de
“eficiencia de gestión” y “buena administración” para la Embajada
norteamericana, para los capitalistas más gordos, para los neoliberales
más salvajes y la derecha más troglodita. ¿O no? En cambio, si la
simpleza y la honestidad personal van acompañadas de la persistencia
en la lucha antiimperialista y el proyecto anticapitalista, ahí la cosa
cambia 180 grados. Y los poderosos lo saben.
Esa diferencia política, básica y fundamental, separó aguas,
océanos y mares entre los “rehenes históricos” de la antigua dirección
del MLN-Tupamaros.
El “Bebe” Raúl Sendic [1925-1989], principal líder y estratega
revolucionario, no era sólo “un señor honesto que no roba”. Mantuvo
hasta sus últimos días, incluso cuando al salir de la cárcel casi no
podía hablar por los sufrimientos padecidos durante más de una
década de cautiverio y torturas, una coherencia revolucionaria a prueba
de todo. No le temblaba el pulso para solidarizarse con las insurgencias
más radicales de Nuestra América. Defendía la Revolución Cubana,
abrazaba a Fidel y admiraba al Che como cuando tenía 20 años. Y Ruy
Mauro Marini [1932-1997], el principal intelectual de la teoría marxista
de la dependencia, le prologó uno de sus libros.
El Tambero Jorge Zabalza era de la misma escuela irreductible
del “Bebe” Sendic.
Al igual que su joven hermano (al que siempre llevaba en el
corazón), caído en combate cuando recién empezaba la lucha
insurgente en Uruguay y ambos eran apenas unos muchachos.
El Tambero jamás hubiera compartido sumisamente un asado
con el presidente Bush para “agasajarlo” (mientras Hugo Chávez lo
enfrentaba, asimilándolo con picardía al diablo por “el olor a azufre” que
el presidente estadounidense dejaba tras de sí…). No se le hubiera
ocurrido amagar con fracturar el MERCOSUR haciendo guiños a la
geopolítica del imperialismo norteamericano. Nunca hubiera perdonado
a los torturadores y violadores seriales del terrorismo de Estado, en
3
nombre de “la gobernabilidad”. Nos duela o no reconocerlo, entre los
nueve “rehenes históricos” había diferencias de fondo, nada folclóricas,
por cierto. En Uruguay eso ha tenido y tiene consecuencias políticas
hasta el día de hoy (23 de febrero de 2022).
Más allá de comparaciones, valoraciones diversas y balances
posibles, lo central es destacar que Zabalza deja encendida la fogata, la
llama o la chispa insumisa de Sendic. Todas sus intervenciones
provocadoras, sus libros, sus entrevistas, tenían un objetivo claro: las
juventudes de Uruguay y el Cono Sur latinoamericano. No intentaba
“convencer” a aquellos viejos compañeros que ya habían decidido
marchar para otro lado y caminar por la vereda de enfrente. El Tambero
apuntaba a la gente joven, es decir, al futuro. Más allá de sectas,
capillas o grupúsculos.
Esa obsesión por rescatar la historia, por rechazar la
manipulación de quienes pretendían borrar las rebeldías que marcaron
profundamente la sociedad en Uruguay (“el que maneja el presente,
maneja el pasado”) en nombre del pragmatismo, el posibilismo y la realpolitik,
era, es y será uno de sus principales legados. Nunca le movió un
pelo una candidatura a diputado, o “la fama” ni rodearse de alabanzas
de “gente decente” y trajes caros. Por el contrario. Apostaba al
resurgimiento de nuevas rebeldías. Por eso el subtítulo de su libro era
casi como una confesión: “pensando en futuras insurgencias”.
Como el Bebe Sendic, como las canciones-himnos de Daniel
Viglietti que nos acompañaron desde la adolescencia, el flaco Zabalza, el
Tambero, quedará en la memoria popular de su país, del Cono Sur y de
toda Nuestra América. Ojalá una nueva generación se anime a
desobedecer y retome su camino.
Para que Uruguay deje de ser la corrupta y obsecuente “Suiza de
América” y el paraíso fiscal de los millonarios argentinos, lúmpenes y
mediocres, que fugan capitales. Para que “el paisito” (como lo denomina
irónicamente el propio pueblo uruguayo) vuelva a ser, por fin, la tierra
orgullosa y desbordante de dignidad que gritó ¡Libertad o muerte! y nos
dejó el ejemplo imborrable de los fogones de Artigas.
Brindo con un mate amargo, como el nombre de la revista
tupamara que dirigías, por tus enseñanzas, tu amistad y tu entrañable
memoria, querido Tambero.
¡Hasta la victoria siempre!
Buenos Aires, 23 de febrero de 2022
Fuente: Resumen Latinoamericano