martes, diciembre 3, 2024
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Infierno en el paraíso capitalista. Por Renán Vega Cantor 

“Era como un lanzallamas en la ciudad. Era como si una persona o un ser mítico tuviera un soplete y se estuviera llevando por delante a todo el pueblo”. (Habitante de Lohaima)

El verano de 2023 en el hemisferio norte ha sido un infierno abrasador. En julio se ha registrado la temperatura promedio más elevada en la historia humana, lo cual se expresa en prolongadas sequías e incendios forestales. Las llamas se han expandido por diversos lugares del mundo, arrasando bosques en Canadá, Europa, China, Estados Unidos…

El fuego se ha encargado de comprobar que, al hablar de brutales modificaciones climáticas y de un eventual apocalipsis, no se hace referencia a algo hipotético, sino a un proceso en marcha, con incidencias por ahora localizadas. Eso se acaba de comprobaren Mauri, una de las islas del Archipiélago de Hawái, territorio insular de los Estados Unidos. Esto indica que el apocalipsis ha llegado al paraíso capitalista.

Mauri y Lahaina: del paraíso capitalista al infierno climático

Mauri es una de las nueve grandes islas y atolones que conforman el Archipiélago de Hawái, situado en el océano Pacífico, a unos 3000 kilómetros del territorio continental de los Estados Unidos. Mauri es la segunda isla en extensión, con 1883 kilómetros cuadrados y está habitada por 160 mil personas, aunque anualmente recibe a dos millones de turistas. Lahaina es uno de sus principales centros urbanos, con doce mil habitantes y 40 mil en ciertas épocas del año por la afluencia de turistas.Fue en el siglo XIX capital del Reino de Hawái y centro de la industria ballenera del mundo.En 2012, el periódicoThe Gurdian catalogó a Maui como uno de los cinco mejores lugares del mundo para vivir.

En Mauri existen dos Hawái: el de los ricos, residentes y turistas, y el de la mayor parte de la población, pobre que trabaja para los turistas.La propiedad inmobiliaria es muy costosa y las casas y condominios se cotizan hastaen cinco millones de dólares. Lahaina, en lengua hawaiana significa «sol cruel», haciendo referencia a un clima seco y cálido, una denominación que adquirió una dramática actualidad por lo sucedido el 8 de agosto, cuando el supuesto paraíso se transformó en un verdadero infierno.

Verano infernal en el paraíso

Antes del 8 de agosto se decía, lo cual parece un chiste cruel, que en Hawái se encontraba el mejor sistema de alertas al aire libre del mundo, al contar con 400 sirenas repartidas por todo el archipiélago. En 2022, el Estado de Hawái catalogó de poco probable el riesgo de incendios forestales en su territorio. Los sucesos del día mencionado demuestran que esas afirmaciones parecían propias de los guiones propagandísticos de Hollywood.

En Mauri se juntaron los elementos de un infierno perfecto: maleza invasiva, seca e inflamable, traída por los europeos desde el siglo XIXque cubre un cuarto de las islas; ráfagas de viento seco que producen los rayos secos (tormentas eléctricas sin lluvia); aumento de la temperatura a escala local, como efecto del calentamiento global; sequía acentuada en las últimas décadas; urbanización de las áreas rurales (interfaz urbano-forestal que genera nuevas fuentes de ignición); turismo de masas…Todos estos ingredientes se combinaron el miércoles 8 de agosto en las horas de la tarde cuando vientos de 130 kilómetros por hora se precipitaron sobre Maui, como efecto del huracán Dora ‒a unos 800 kilómetros al sur‒ y de un sistema de alta presión al norte de Hawái. Los vientos descendieron desde las montañas del oeste de la isla y, a medida que bajaban, se hacían más secas, succionaban la poca humedad de la vegetación y la convertían en leña, que solo requería de una chispa pare prenderse. Eso no tardó mucho tiempo en acontecer yel primer incendio rápidamente se propagóy generó brazas de fuego, llegando a las zonas urbanizadas. Lo único que detuvo el fuego fue el océano.El desastre fue amplificado por la nula capacidad de respuesta de las autoridades locales y la inoperancia de entidades, como la de electricidad, que no cortó el suministro de energía, lo cual aceleró los incendios.

El resultado de los incendios es devastador: 120 personas muertas, mil desaparecidas, 17 mil casas calcinadas, centenares de automóviles en cenizas. De Lahaina que existía el día anterior solo queda el recuerdo.Es el peor incendio que ha asolado un territorio de los Estados Unidos en los últimos 100 años.

El colapso del American Way of Life

Los incendios colapsaron todas las instituciones civiles (electricidad, teléfono, gas, escuelas, hospitales, asistencia médica…), arrasaron con archivos físicos y virtuales. Esto último dificulta la identificación de los muertos y calcinados porque se quemaron los archivos de los hospitales y de los servicios de identificación. Se calcula que esa labor de identificarlos muertos va a tardar décadas.En un abrir y cerrar de ojos quedó demostrado lo fácil que es el colapso de sociedades complejas, ante la dependencia inmovilizadora de lossistemas tecnológicos. Así, esos sistemas dejaron de funcionar porque los vientos derribaron los sistemas eléctricos e interrumpieron la comunicación virtual lo que bloqueo a los celulares -a través delos cuales se debían enviar y recibir las alertas. Y la gente, tan dependientede esos artefactos, ni siquiera reaccionaba ante la proximidad del fuego. Incluso, muchos habitantes y turistas tomaban selfis o filmaban, suponiendo que las llamas estaban lejos y bajo control en las zonas boscosas aledañas, sin atinar a imaginar que las llamas penetraban en forma rauda en las zonas urbanas, a pocos metros de sus narices; obnubilados con las aplicaciones de celular ni siquiera oteaban el fuego que crepitaba a la vuelta de la esquina.

El automóvil ‒ese distintivo del modo americano de muerte‒ demostró su inutilidad en esta catástrofe. Cuando las llamas estaban devorando las viviendas, sus residentes abordaron sus infaltables coches privados, lo que agravó la situación porque se congestionó la vía principal de entrada y salida a la ciudad. El resultado fue fatal, porque en sus carros murieron calcinados decenas de personas. En este caso, los vehículos automotores se convirtieron en féretros ardientes.

En lugar de existir sistemas colectivos de emergencia, el sálvese quien pueda propio del individualismo estadounidense comprobó su carácter criminal, porque cada uno quedó librado a su propia suerte. Algunos se salvaron porque se arrojaron al océano, que termino siendo el último refugio.  Otros, como si el asunto no fuera con ellos, disfrutaban de la playa y saboreaban un coctel, tomaban selfis y así les llegó la hora final.

Los negocios después del apocalipsis

Pocas horas después del incendio, los turistas seguían como si nada hubiera pasado a pocos kilómetros de la catástrofe, esparcidos en la playa disfrutaban del paisaje y exigían que se cumplieran de manera estricta sus itinerarios programados en el viaje turístico. Paris Hilton, junto con sus criados, disfrutaba de sus vacaciones en otra isla paradisiaca, no lejos de Mauri.

Otra es la vida de los trabajadores locales de los hoteles, que han quedado sin casa o han perdido a alguno de sus seres queridos en los incendios. Ellos tienen que seguir, en medio del dolor, trabajando para que los turistas disfruten de su paradisiaca estadía.

Los trabajadores y habitantes locales están hondamente preocupados porque creen que los incendios puede ser aprovechados por inversores inmobiliarios para comprar los terrenos calcinados y construir grandes torres hoteleras, con lo cual se ampliarán todavía más las desigualdades sociales. Les aterra que en lugar del desaparecido poblado histórico de Lahaina se levante otro Waikiki, la elegante avenida marítima de Honolulu (capital de Hawái), repleta de rascacielos y tiendas de marca.

Esto demuestra que para el capitalismo hasta con las cenizas que deja el trastorno climático se pueden hacer negocioso,parafraseando al fallecido pensador marxista Mike Davis, a estas conflagraciones que genera el infierno climático del capitaloceno podría llamárseles “incendios de clase”.

Pero estos “incendios de clase” no son un desastre natural como catalogó el gobernador de Hawái y el presidente de Estados Unidos al incendio de Lohaina. Son por el contrario un resultado normal del capitaloceno, cuyo epicentro son los Estados Unidos.

Fuente: Rebelión

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