Por Leonardo Boff.
Considerando las declaraciones del Secretario General de la ONU, António Gutérrez, vemos que en todos los grandes encuentros con autoridades estatales y empresarios, los tonos sombríos de sus advertencias se van agravando cada vez más: llama la atención acerca de que o asumimos todos nuestra responsabilidad común frente a la degradación ecológica del planeta o si no conoceremos un suicidio colectivo.
Sus palabras tienen un peso especial pues, por su función en un organismo mundial, acompaña el día a día del curso del mundo y la gravedad de los problemas. Se da cuenta, con clara conciencia, de que como colectividad no estamos haciendo lo suficiente ni lo necesario para enfrentar los cambios que están ocurriendo en el planeta Tierra. Como nunca antes en la historia, el destino está en nuestras manos. No es que la Tierra se vaya a acabar. Podrá acabar o ser letalmente afectado el mayor milagro de la evolución, la vida en su inmensa diversidad, incluida la nuestra. La vida visible, así como la conocemos, corre peligro de desaparecer, tal como ocurrió en las extinciones del pasado cuando el 75-90% de la carga biótica desapareció. Pero nosotros no estábamos allí. Solo millones de años después entramos en el escenario de la historia evolutiva. Ahora la crisis es planetaria. Estamos profundamente inmersos en la extinción en masa de organismos vivos, incluidos nosotros. Se habla de una nueva era geológica, el antropoceno, el necroceno y, finalmente, el piroceno.
A mí me impresionan los testimonios de dos figuras de la mayor seriedad científica. El primero es de Max Weber (1864-1920) poco tiempo antes de su muerte. Eximio conocedor de cómo funcionan las sociedades, al enfrentarse al conjunto de su obra y con algunas intuiciones del marxismo (en fin), nos advirtió:
“Lo que nos aguarda no es el florecimiento del otoño, nos aguarda una noche polar, gélida, sombría y ardua (Le Savant et le Politique, Paris 1990, p. 194). Él acuñó la expresión fuerte que alcanza el corazón del capitalismo: éste está encerrado en una “jaula de hierro” (Stahlhartes Gehäuse) que no consigue romper y, por eso, nos puede llevar a una gran catástrofe (cf. el pertinente análisis de M.Löwy, La jaula de hierro: Max Weber y el marxismo weberiano, México 2017).
El otro testimonio nos viene de uno de los mayores historiadores del siglo XX, Eric Hobsbawn (1917-2012) en su conocido libro-síntesis La Era de los Extremos (1994). Concluyendo sus reflexiones pondera:
«El futuro no puede ser la continuación del pasado… Nuestro mundo corre peligro de explosionar e implosionar… No sabemos hacia dónde vamos. Sin embargo una cosa está clara: si la humanidad quiere tener un futuro que valga la pena, no puede ser prolongando el pasado o el presente. Si intentamos construir el tercer milenio sobre esta base, vamos a fracasar. Y el precio del fracaso o sea, la alternativa al cambio de la sociedad es la oscuridad» (p.562). No estamos realizando ningún cambio paradigmático de la sociedad.
Convengamos: tales juicios de personas altamente responsables deben ser escuchados. Con acierto afirmó el Papa Francisco en su encíclica dirigida a toda la humanidad y no solo a los cristianos Sobre el cuidado de la Casa Común (2015): «Las previsiones catastrofistas ya no se pueden mirar con desprecio e ironía. Podemos dejar demasiadas ruinas, desiertos y basura a las próximas generaciones… nuestro actual destino de vida, por ser insostenible, puede desembocar en catástrofes» (n.161). En la encíclica Fratelli tutti (2020) radicaliza su advertencia al afirmar:«estamos todos en el mismo barco; o nos salvamos todos o no se salva nadie» (n.34). Y no hay un barco paralelo al que saltar y salvarnos.
En este contexto siniestro han sido elaborados, entre otros menores, tres documentos que buscan, en medio de la oscuridad, infundirnos una luz de esperanza: La Carta de la Tierra (2000), las encíclicas del Papa Francisco Sobre el cuidado de la Casa Común (2015) y la Fratelli tutti (2020).
La Carta de la Tierra, fruto de una amplia consulta mundial sobre valores y principios capaces de garantizarnos la vida en el futuro, afirma con esperanza: «Nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales está interligados y juntos podemos forjar soluciones incluyentes (Preámbulo d). Y apunta caminos y medios de salvación. En la encíclica Sobre el cuidado de la Casa Común el Papa nos recuerda que somos Tierra (n.2), con el imperativo ético de escuchar simultáneamente el grito de la Tierra y el grito del pobre (n.49); nuestra obligación es comprometernos en la preservación y en la regeneración del planeta, pues «todo está relacionado y todos nosotros, seres humanos, caminamos juntos como hermanos y hermanas en una peregrinación maravillosa que nos une también con tierno afecto al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la Madre Tierra» (n,92). Nuestra misión es guardar y cuidar esta herencia sagrada, hoy amenazada.
En la encíclica Fratelli tutti seconfrontan dos paradigmas, el del dominus (dueño) con el del frater (hermano/hermana). Por el dominus, el ser humano se considera fuera y encima de la naturaleza, como dueño yseñor de ella; usando el poder de la tecnociencia ha hecho más cómoda la vida, pero al mismo tiempo, ha llevado a la crisis actual devastadora de los ecosistemas y al principio de autodestrucción con armas capaces de liquidar la vida en la Tierra. Frente a este paradigma el Papa presenta en el de la fraternidad universal de todos nosotros seres humanos, hermanos y hermanas, coma junto con todos los seres de la naturaleza creados por la Madre Tierra y en medio de ella, cuidándola y garantizando su regeneración y perpetuidad en beneficio de las generaciones presentes y futuras. Esa fraternidad universal se construye de forma sostenible desde el territorio (biorregionalismo), por lo tanto de abajo hacia arriba, garantizando algo nuevo y alternativo al sistema dominante que desde arriba impone una doble injusticia, contra la naturaleza, devastándola y contra los seres humanos, relegándolos en su gran mayoría a la pobreza y la miseria.
¿Esto garantiza un lugar para la esperanza? Es lo que creemos y esperamos. Pero el hecho doloroso es que, como decía Hegel (1770-1831), aprendemos de la historia que no aprendemos nada de la historia, pero aprendemos todo del sufrimiento. Prefiero la sabiduría del africano San Agustín (354-430): la vida nos da dos lecciones, una dura, la del sufrimiento, y otra agraciada, la del amor que nos lleva a realizar actos creativos e inusitados. Probablemente vamos a aprender del sufrimiento que vendrá, pero mucho más del amor que “mueve el cielo y todas las estrellas” (Dante Alignieri) y nuestros corazones. La esperanza no nos defraudará, así nos lo prometió San Pablo (Rom 5,5).