sábado, mayo 24, 2025
InicioPensamiento Crítico¿Hacia el fascismo, hacia la guerra nuclear o hacia el socialismo?.

¿Hacia el fascismo, hacia la guerra nuclear o hacia el socialismo?.

Por Marcelo Colussi.

El escenario mundial está hoy más complicado que nunca. El proceso de
globalización -que, en realidad, comenzó con la llegada de los europeos al
continente americano a fines del siglo XV, pero que alcanzó su punto máximo con
las políticas globalizadoras del neoliberalismo de las pasadas décadas- no tiene
retorno; hoy día, hasta la más remota aldea de cualquier punto del planeta está
integrada en este mercado-sistema-red comunicacional mundial, del que nada ni
nadie puede estar ausente. Eso ha tornado la dinámica político-social mucho más
compleja que años atrás.

¿Quién manda en el mundo? ¿Quién es el propietario de las megaempresas que encontramos hasta en esa remota aldea? (muy probablemente allí habrá un cartel de Coca-Cola, o de Marlboro, y quien la atiende usará un teléfono celular inteligente, quizá marca Nokia; y cuando enferma, si no recibe hierbas de la medicina tradicional, tomará algún medicamento de Pfizer).
¿Quiénes son los “buenos” y quiénes los “malos” en la actual película?

Durante la Guerra Fría las cosas parecían estar más claramente dibujadas; hoy, no tanto.
Está claro que sigue habiendo explotadores y explotados en términos económicos:
eso no ha variado desde que existe, con la agricultura, propiedad privada (“el
primer robo de la historia”, según el anarquista francés Joseph Proudhon). La
cuestión es que ahora las cosas están más complejas de analizar, y por tanto, de
cambiar. Los megacapitales que mueven el mundo, como diría Marx, “no tienen
patria”. Los fondos de inversión, por ejemplo, se trasladan a velocidad vertiginosa
de un punto del planeta a otro, y solo algunos, una pequeña élite -nunca se sabe
exactamente quién- es el propietario de ellos (¿quién se beneficia realmente de
Coca-Cola, de Nokia o de Pfizer?).

Una oligarquía financiera internacional, en general del norte -rubia y de ojos celestes- se aprovecha de ello, además de grandes empresas productoras. La noción de un “patrón” bien vestido que asiste todos los días a controlar su fábrica quedó largamente en la historia. Pero sigue estando claro, más allá de la composición del capital, que hay dueños y, en oposición, una enorme masa trabajadora. Eso no ha variado. Masa trabajadora
que ya no sabe bien lo que es un trabajo fijo, que desconoce -cada vez más- las
prestaciones laborales: seguros de salud, de desempleo, jubilaciones, vacaciones
pagas-. La situación de explotación no cambia, pero sí la forma en que se va
realizando (o profundizando, mejor dicho, hoy en día).
En la actualidad la robotización, al menos en el mundo capitalista, en vez de ser
un beneficio para la gran mayoría de la humanidad, solo sirve para beneficiar a
unas pocas grandes empresas. Las tecnologías digitales, si bien abren infinitas
posibilidades positivas (por ejemplo, leer estas líneas en cualquier parte del
globo), sirven básicamente como mecanismo de control social.

El mundo se complejizó de tal manera que en este momento un texto de la extraordinaria
profundidad como los de Marx, escrito en el siglo XIX, si bien no ha perdido
vigencia, debe ser actualizado para ayudar a entender -y actuar- en esta
inmensamente compleja realidad político-social del siglo XXI.

Hay infinidad de nuevas problemáticas que reclaman respuestas novedosas: la catástrofe
ambiental (eufemísticamente llamada “cambio climático”), la capacidad destructiva
de los actuales armamentos, la edificación de un mundo del Norte próspero y un
Sur empobrecido tan tajantemente separados, la distancia sideral entre un lado y
el otro con años (décadas) de diferencia en sus desarrollos, la aparición de nuevos
frentes de lucha como, por ejemplo, la crítica al patriarcado, una presencia
omnímoda de los medios masivos de comunicación -potenciados más aún por el
internet- que moldean las conciencias en forma cada vez más profunda (ya se
habla de “neuroarmas”), una cultura de la virtualidad que está redefiniendo la
modalidad de la vida (teletrabajo, sexo virtual, educación virtual, consultas
médicas a distancia, etc.), la explosión de la diversidad sexual y nuevas formas de
familia (¿se puede concebir una reproducción cada vez más en términos de
inseminación artificial?, cada vez la gente se casa menos, y cada vez se congelan
más óvulos), trabajadores nómadas digitales que no tienen lugar fijo de residencia
(por tanto, que no están sindicalizados. ¿Existen los sindicatos todavía?),
posibilidad -ya muy cercana- de salir y vivir fuera del planeta, y un etcétera que
abre interrogantes, a veces inquietantes.


La idea de una revolución socialista en un solo país, salvo una gran superpotencia
-como eventualmente podrían ser hoy solo China, que ya la hizo y la está
profundizando, y Rusia, que ya la hizo y ahora la revirtió- se ve muy compleja, por
el grado de interdependencia que existe con los grandes centros de poder
capitalista, que deciden la vida planetaria en términos económicos, tecnológicos y
militares. ¿Puede concebirse un proceso revolucionario exitoso, que se mantenga
en el tiempo y se pueda profundizar, en países como, por ejemplo, Haití, Senegal,
Myanmar, o incluso uno desarrollado europeo? La pregunta implica una respuesta
complicada, más bien tendiente al no. Recordemos los infinitos mecanismo de que
disponen los megacapitales para imponerse y marcar el ritmo.


Lo que está claro es que Estados Unidos, como gran potencia hegemónica,
lentamente está cayendo. Para evitar su caída apelará a cualquier cosa: ¿guerra
comercial que desembocará en guerra militar finalmente? Y el sistema capitalista
en su conjunto, fundamentalmente las potencias del Norte, están trabadas, sin
terminar de superar plenamente la crisis del 2008, con crecimientos económicos
pequeños: de alrededor del 1%, o menos, muchas ya en recesión. El principal
crecimiento está dándose en el área BRICS+, que busca la desdolarización, con
una India que muestra índices de gran pujanza (crecimiento del 6%) y muchas
naciones que, sin ser socialistas, buscan nuevas perspectivas de comercio no
regidas solo por la noción de lucro (léase: comercio más solidario).


Ante la crisis, vemos varios escenarios. Uno, que ya ha comenzado, es el retorno
de posiciones fascistas, distintas a las de un siglo atrás y con nuevas
características, pero en sustancia no muy diferentes: disciplinamiento de las clases subalternas, regímenes autoritarios, evitación a toda costa de los estallidos
sociales. Muchos países europeos, algunos latinoamericanos y la gran potencia
estadounidense ya caminan por esa senda, con posiciones ultra conservadoras,
xenofóbicas, patriarcales, con motosierras en la mano y haciendo recordar
hogueras inquisitoriales de vieja data (y con un asesor presidencial como Elon
Musk que saluda con el símbolo nazi).


Igual que ocurrió hace un siglo, las ideologías fascistas desembocan siempre en
procesos de exclusión de algún chivo expiatorio (ayer judíos, ¿hoy inmigrantes?),
militarizando en extremo las sociedades, todo lo cual deriva hacia el uso de la
violencia, de la fuerza bruta. Hoy estamos viendo procesos de derechización y
aumento de la represión (pensemos en el furioso ataque a la marcha de los
jubilados en Argentina, por ejemplo), o fuerzas armadas custodiando cada vez
más celosamente las fronteras. Los gastos bélicos y policiales suben sin parar:
¿preámbulo de algo? Ese, por supuesto, es un escenario aterrorizador para el
campo popular, pues recuerda que luego vienen los campos de concentración.
La guerra comercial que inicia Trump está buscando hacer retornar la industria
estadounidense que migró al exterior (buscando condiciones más leoninas de
explotación en el Tercer Mundo) hacia el propio territorio. “Hacer grande a Estados
Unidos de nuevo”, es la consigna. Pero la forma en que se planteó esta política
está trayendo más problemas que soluciones. “Ya ha afirmado que bajará
sustancialmente los aranceles a China una vez que sus “amigos” empresarios le
apretaron las tuercas y le dijeron que con China no podían y que iba a provocar
una catástrofe en la economía estadounidense. En mi opinión, ha visto que retar al
gigante asiático y a todos los demás, solo iba a servir para que más y más países
se acercaran a China. Es decir, que la transición hacia un escenario como China
como hegemón principal se acelerase. Lo de EUA como potencia mundial ha
acabado. Poco a poco tendrá que conformarse con que China la desbanque.
Quizás Giovanni Arrighi tuviera razón y por vez primera en la historia, ante un
cambio de hegemonía, por la profunda imbricación en el mercado mundial de
todos los países, nos salvemos de una gran guerra”, concluye Jon Illescas. Es un
escenario posible, donde vamos hacia un mundo multipolar, con un área
desdolarizada en el que se van formando bloques económico-políticos: los
BRICS+, capitalismo occidental sin tanta relevancia mundial con un Estados
Unidos alicaído y una Unión Europea sumisa a los dictados de Washington,
periferia que quedará ligada a algunos de estos bloques.


Pero también cabe la posibilidad de un planteamiento mucho más belicoso. Es
sabido que una guerra atómica total significa el fin de toda forma de vida en el
planeta. Nadie la quiere, sin dudas; pero en las afiebradas perspectivas de
algunos tomadores de decisiones de los capitales que hasta hoy fueron
hegemónicos existe la idea de una guerra nuclear limitada, como forma “heroica”
de no perder su sitial de privilegio. Por lo pronto, según una filtración, en una
reunión del grupo Bilderbeg -amos del mundo que sesionan a puerta cerrada con
un hermetismo total- se supo que un punto de agenda era la “gobernabilidad
global post guerra nuclear”. No es de sorprenderse que esa hipótesis esté presente y manejada por algunos. Como dato que complementa esto, sabemos
que tanto en Europa como en Estados Unidos se han disparado las
recomendaciones ante explosiones atómicas (qué hacer y cómo resguardarse) así
como la venta de refugios contra el apocalipsis de una guerra nuclear. De acuerdo
a una investigación de la consultora BlueWeave Consulting -con sede en Noida,
Uttar Pradesh (India)-, el público estadounidense gastó 137 millones de dólares en
2023 en la construcción de estos bunkers. ¿Será ese nuestro destino? Al mismo
tiempo, de acuerdo a una investigación del periódico estadounidense Financial
Times, a partir de imágenes satelitales que lo demuestran, la República Popular
China estría construyendo un monumental complejo militar cerca de su ciudad
capital, la “Ciudad Militar de Pekín”, de 1,500 hectáreas de extensión -es decir:
diez veces más grande que el Pentágono- destinado a albergar el alto mando de
sus fuerzas armadas en caso de un (¿cada vez más cercano?) enfrentamiento
nuclear.


La perspectiva de propuestas socialistas, como otro escenario posible, no parece
la más cercana. China, con un planteo de su singular “socialismo de mercado”, ha
obtenido grandes éxitos, pasando a ser una superpotencia dominante. De todos
modos, ese modelo muy difícilmente es replicable. ¿Podrían, retomando el
ejemplo anterior, Haití, Senegal o Myanmar repetir el modelo? Vietnam, en
cercanía de China, lo está haciendo. Cuba, en el patio trasero de Estados Unidos
y bloqueada, lo encuentra muy difícil. La perspectiva socialista no parece estar
creciendo en este momento. El campo popular, que sigue explotado, excluido de
los beneficios de ese fabuloso desarrollo que posibilitan las ciencias y tecnologías
actuales, no deja de protestar ante las injusticias. De todos modos, hoy no se
vislumbran caminos claros para salir de esa situación. La vía socialista, que no
está muerta, hoy sufre de parálisis. ¿Se la podrá reactivar? Por supuesto, eso
implica un enorme trabajo de puesta al día con todas estas nuevas aristas que
moldean el mundo actual. Pero ¿no vale la pena intentarlo? ¿O estaremos
condenados al exterminio total?.

RELATED ARTICLES

Más vistos