Por Iñaki Gil de San Vicente.
Nota: Apuntes para el debate de formación en colectivos y grupos militantes, de cara a ver cómo el método dialéctico es el único que nos permite conocer y destruir el imperialismo. Está redactado en base a las lecciones extraídas de muchos debates. No es ni lo pretende, un estudio de esos llamados «académicos». Tiene 24 capítulos breves y en aras a la fácil comprensión, a veces se repiten de otra forma algunas de las ideas expuestas en otros capítulos.
1.- NECESIDAD DE LA DIALECTICA
2.- DIALECTICA DE LA VERDAD
3.- LA DIALECTICA Y LA OPCION POR LA LUCHA
4.- DEL ARMA DE LA CRÍTICA A LA CRÍTICA DE LAS ARMAS
5.- LEYES DEL VALOR Y DE LA PLUSVALÍA
6.- MERCANTILISTAS, CLÁSICOS Y RICARDIANOS
7.- FRACASO DE LOS RICARDIANOS DE IZQUIERDA
8.- NEOCLASICOS Y REACCIÓN SUBJETIVISTA
9.- EL MITO KEYNESIANO
10.- LEYES TENDENCIALES
11.- CONTRADICCIONES
12.- DIALÉCTICA DE LA CRISIS GENÉTICO-ESTRUCTURAL
13.- TRUMP
14.- INDUSTRIA DE LA MATANZA HUMANA
15.- EUROPA
16.- LENIN
17.- NUEVA POLITICA ECONÓMICA
18.- RUSIA
19.- UCRONAZIS, SIONAZIS Y OTAN
20.- CUATRO OBJETIVOS RUSOS
21.- CHINA POPULAR
22.- MARXISMO CHINO
23.- EL IMPERIALISMO LO SABE
24.- DIALECTICA DE LA TRANSICIÓN
En lugar del principio exclusi tertii, que es el principio del entendimiento abstracto, se debiera colocar el principio: Todas las cosas son opuestas. Nada hay, en efecto, ni en el cielo, ni en la tierra, ni en el mundo del espíritu, ni en el de la naturaleza, a que pueda aplicársele el o esto o aquello del entendimiento como tal. Todo lo que es, es un ser concreto, y por tanto contiene la diferencia y la oposición. La finidad de las cosas finitas consiste en que su existencia inmediata no corresponde a lo que son en sí. […] Lo que mueve al mundo en general es la contradicción, y es ridículo decir que ésta no se puede pensar. Lo que hay de cierto en esta opinión es que no es posible detenerse en la contradicción, y que ésta se suprime a sí misma. Pero la contradicción suprimida no es modo alguno la identidad abstracta, porque ésta no es ella misma, sino un lado de la contradicción. El resultado inmediato de la oposición puesta como contradicción es la razón de ser que contiene tanto la diferencia como la identidad como suprimidas y como simples momentos ideales.
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Hegel: Lógica. Edit. Ricardo Aguilera, Madrid 1973, p. 201.
En su forma mistificada, la dialéctica se puso de moda en Alemania porque parecía glorificar lo existente. Su aspecto racional es un escándalo y una abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios, porque en la concepción positiva de lo existente incluye la concepción de su negación, de su aniquilamiento necesario; porque, concibiendo cada forma llegada a ser en el fluir del movimiento, enfoca también su aspecto transitorio; no se deja imponer por nada; es esencialmente crítica y revolucionaria.
Marx: Palabras finales a la segunda edición alemana del primer todo de El Capital de 1872 https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/pfal72s.htm
Materia es la multiplicidad infinita de todos los fenómenos, objetos y sistemas existentes, es el sustrato de todas las diversas propiedades, relaciones, interacciones y formas de movimiento. La materia no existe más que en la infinita multiplicidad de formas concretas de organización estructural, cada una de las cuales posee diferentes propiedades e interacciones, una estructura compleja, y constituye un elemento de un sistema más general. Sería, por tanto, erróneo buscar la “la materia como tal”, una substancia primaria invariable, fuera de sus formas concretas. La esencia interna de la materia se revela a través de sus diversas propiedades e interacciones, cuyo conocimiento significa, precisamente, el conocimiento de la materia misma. Cuanto más compleja es la materia, tanto más distintas y diferenciadas son sus interconexiones y propiedades.
Rosental-Iudin: Diccionario de filosofía. Akal. Madrid 1978, p. 287.
El punto de vista del sentido común es el de la «indiferencia» y la «seguridad», «la indiferencia en la seguridad». La satisfacción con la realidad tal como aparece y la aceptación de sus relaciones fijas y estables hace al hombre indiferente a las aún no realizadas potencialidades que no están «dadas» con la misma certeza y estabilidad de los objetos de los sentidos. El sentido común confunde la apariencia accidental de las cosas con su esencia, y persiste en creer que hay una identidad inmediata de esencia y existencia.
Herbert Marcuse: Razón y revolución. Altaya, Barcelona 1994. Pp. 50-51
Pero en la ciencia económica, como sucede en la física teórica moderna, muchas teorías contradicen el sentido común.
Andrew Kliman: Reivindicando El Capital de Marx. Una refutación del mito de su incoherencia. El Viejo Topo. Barcelona. 2020. P. 170.
1). NECESIDAD DE LA DIALECTICA
El 17 de junio de 2022 se realizó en Barcelona una charla-debate sobre el papel de la industria de la matanza humana en el desarrollo y en la salida de las crisis capitalistas. Aquí ofrecemos el artículo publicado poco antes y que expone lo esencial de la charla1 porque facilita la comprensión del texto que ahora ofrecemos. Marx y Engels utilizaban la expresión de «industria de la matanza de hombres» en su correspondencia privada mientras escribían El Capital. Con ella hacían referencia al decisivo papel de las guerras y de las violencias justas e injustas en las sociedades explotadoras y especialmente en el capitalismo.
El debate sobre el papel de la guerra en las crisis del capitalismo es fundamental en la izquierda revolucionaria por su decisiva importancia práctica y por su relación con el resto de áreas de la totalidad, sobre todo y para lo que nos interesa en este artículo, con el pensamiento libre y crítico, con el método dialéctico-materialista. Pero a pesar de su importancia y del belicismo capitalista creciente, este debate empezó a debilitarse y casi extinguirse al menos en Europa entre finales del siglo XX y comienzos del XXI, aunque vuelve a renacer con mucha confusión todavía desde la gran crisis de 2007 y el endurecimiento de la brutalidad imperialista que alcanza niveles atroces a partir de entonces hasta ahora.
Decimos que renace confusamente porque en su recuperación ha de luchar contra enemigos muy poderosos, veamos al menos siete de ellos que actúan simultáneamente: Una, la pereza intelectual facilitada por las redes sociales. Dos, la ignorancia del método dialéctico por la militancia revolucionaria. Tres, la fuerza de la lógica formal y del «sentido común», una de sus expresiones. Cuatro, la fuerza del individualismo metodológico. Cinco, la fuerza demoledora del fetichismo de la mercancía. Seis, las censuras y otras formas represivas en el plano intelectual que combaten abiertamente la filosofía marxista, que no sólo su política, su crítica de la economía política y teoría de la cultura y el arte, además de su crítica radical del opio religioso. Y siete, las represiones materiales contra la militancia revolucionaria.
Contra estos y otros obstáculos debe luchar la militancia revolucionaria mientras debate sobre la naturaleza de clase der¡ la guerra imperialista de la OTAN contra Rusia en Ucrania y el Este de Europa, o del conjunto de presiones y amenazas del imperialismo contra China Popular, o del derecho/necesidad del pueblo palestino y de cualquier otro pueblo oprimido a defenderse del invasor, o sobre el sentido de la «guerra arancelaria» yanqui, o sobre el contenido emancipador de la resistencia iraní y de Nicaragua, Venezuela, Cuba o cualquier otro pueblo agredido por el imperialismo, o sobre el avance del fascismo y del autoritarismo, o sobre los logros y límites de la llamada «multipolaridad» y del BRICs, y por no extendernos, sobre la verdadera gravedad de la crisis actual del modo de producción capitalista y las consecuencias que ello tiene sobre la militarización imperialista.
Pero no solamente se trata de esta confusión, sino de algo peor: la desertización intelectual que golpea a la izquierda del capital, la sequía ética consustancial al pacifismo y la marginación cuando no la represión desde hace casi dos siglos de la dialéctica, en la que todo vale, ha hecho que la actual militancia revolucionaria apenas tenga idea de la teoría marxista del conocimiento, incluso crea que no existe o que es inútil. Todo ello hace que esa militancia se hunda en la perplejidad y desconcierto ante los rápidos cambios que se están dando en el mundo desde antes incluso del 2007. Y entonces, para intentar ver algo en ese pozo de ignorancia, se aferran a cualesquiera tópicos fáciles.
Nos hacemos una idea de la necesidad urgente de volver al método dialéctico cuando nos enfrentamos a todo lo que conlleva la militarización europea decretada dictatorialmente por la burguesía. Veamos solo ocho ejemplos, cada uno de los cuales conlleva otras muchas ramificaciones que no podemos exponer:
Uno, el gigantesco gasto militar decidido por la Unión Europea que golpeará brutalmente al proletariado. Dos, el presupuesto militar actual de la Unión Europea casi cuadriplica al de Rusia, y la UE exige que ascienda a como mínimo el 5% del PIB. Tres, la militarización de la ciencia con grandes inversiones que atañen a la producción industrial en armas y equipos de alta tecnología. Cuatro, la uniformización de carreteras, puentes, túneles, vías férreas, puertos y almacenes para abaratar la producción militar, facilitar la logística y acortar tiempos de transporte y despliegue. Cinco, la preparación de hospitales para grandes masas de heridos y almacenes de alimentos, petróleo, gas, así como una red de internet y eléctrica segura. Seis, se organiza en secreto el restablecimiento del servicio militar total o parcialmente obligatorio. Siete, paquetes de supervivencia ante una guerra total que no sirven para nada excepto para provocar miedo y pánico social que refuerza el poder reaccionario. Y ocho, ataques a los derechos sociales y democráticos en la UE para asegurar la militarización y el orden sociopolítico que ella exige.
En apariencia, comprender estos cambios urgentes para militarizar plenamente Europa en poco tiempo no requeriría muchos esfuerzos intelectuales, pero en realidad se trata de una reestructuración casi total de su sistema productivo, infraestructuras básicas y burocracias estatales. Por ejemplo: se comenta que las empresas alemanas que puedan fabricar armas –Volkswagen ya ha anunciado que lo va a hacer–, deben informar de la nacionalidad de sus conductores de camiones porque la mayoría son eslavos y la minoría alemana, y la OTAN cree que los eslavos no son de fiar en una próxima guerra, mientras que los alemanes sí lo serían. Se trata de una de tantas medidas de planificación socio-militar cargada de racismo que exige un estudio minucioso de la población, lo que se está haciendo mediante leyes y medios técnicos que destruyen derecho a la intimidad y a la libertad, y que en muchos casos necesitarán de la colaboración de patronos, sindicatos, etc., pudiendo llegar a la colaboración de las iglesias cristianas como en el nazismo.
Tanto la crisis del capitalismo, como las ochos innovaciones que se deben realizar y los ejemplos sobre Alemania, es interpretada por la mayoría de la militancia revolucionaria recurriendo a una mezcolanza de lógica formal y «sentido común», tópicos del reformismo progresista, dogmatismo ciego al ser incapaz de comprender que el imperialismo actual tiene algunas diferencias con respecto al de 1917 e ignorancia supina del método dialéctico. De todas estas limitaciones, la última es la peor porque determina a las anteriores. Por tanto, vayamos al grano.
2.- DIALECTICA DE LA VERDAD
En una época tan temprana como 1899 un joven Lenin publicó El desarrollo del capitalismo en Rusia, un estudio muy riguroso justamente considerado como la mejor investigación hasta el momento. Lenin había leído seriamente El Capital y las obras de Marx y Engels publicadas hasta entonces y con ellas estaba adaptando el método dialéctico a un contexto tan complejo como el de la Rusia zarista. A la vez había estudiado filosofía y leído a Hegel en una primera y temprana fase, esfuerzo digno en su época teniendo en cuenta el magma de indiferencia y desprecio por la dialéctica de la gran mayoría de intelectuales progresistas y del grueso de los políticos y teóricos de la II Internacional.
Obviando por falta de espacio varios años y centrándonos en la teoría del conocimiento, en 1908-1909 Lenin publicó el importante Materialismo y empiriocriticismo, que adquiere más actualidad en la medida en que aumentan los negacionismos y otros ataques a la capacidad creativa del pensamiento humano, del método científico. Tenemos que esperar hasta que en 1914 Lenin empiece un estudio implacable de la Lógica de Hegel en el que nos advierte que si no entendíamos este imprescindible libro no entenderíamos El Capital de Marx y por tanto, añadimos nosotros, se resentirá nuestra práctica revolucionaria y, lo que es peor, apenas sabremos qué socialismo y comunismo queremos.
Frente a la excusa de los reformistas y de quienes niegan la necesidad de la dialéctica aduciendo a su favor que Marx no dejó escrita la obra sobre Lógica que había anunciado, Lenin también nos recuerda que en El Capital Marx desarrolla la teoría del conocimiento, la lógica y la dialéctica. Es decir, nos ofrece el método de pensamiento que llega a la raíz del capitalismo, que descubre y ataca al capital en su misma esencia vital: la teoría de la plusvalía, del valor y del trabajo abstracto como base del resto que resumiremos en este artículo.
Por teoría del conocimiento se entiende el conjunto de procesos de pensamiento elaborado socialmente con el fin de resolver las necesidades a las que se enfrentan las sociedades. La teoría está en permanente movimiento para responder al movimiento objetivo de lo real, cuyas contradicciones determinan el conocimiento, impulsándolo, estancándolo o haciéndolo retroceder en situaciones determinadas. Aun así, visto a escala histórica larga, el conocimiento humano va desarrollándose pese a todo porque responde a y está provocado por la dialéctica objetiva de la naturaleza, teniendo un apoyo sustancial en la ley de la negación de la negación que veremos en su momento. La ley tendencial de la productividad del trabajo es un ejemplo de ello.
La práctica es la base de la teoría que a su vez ilumina el camino de la práctica lo que permite llegar a la verdad objetiva, es decir y por ejemplo, a saber organizar una huelga y una manifestación contra la explotación. Esta verdad objetiva, la lucha de clases y de liberación nacional, es por ello verdad concreta porque la violencia injusta de las fuerzas represivas produce dolor físico, psíquico y económico, cuando no termina asesinando a personas, o porque si vence obtiene conquistas materiales concretas, innegables porque redundan en el aumento de la felicidad y la salud humana. La verdad concreta es a su vez verdad absoluta en su encuadre, en su proceso concreto de existencia: toda la vida de las personas explotadas que han hecho la manifestación y que han sido golpeadas, toda esa vida se juega su futuro de libertad o de opresión en esos momentos objetivos y concretos, por tanto es una verdad absoluta en esos instantes precisos. Pero todo lo absoluto es a la vez relativo si ampliamos el campo de mira por lo que la verdad objetiva, concreta y absoluta de esa huelga es a la vez verdad relativa porque depende de su interacción y concatenación con otros procesos objetivos, concretos y absolutos en sus límites precisos.
La práctica es el criterio de la verdad. La humanidad tardó milenios en saber que la tierra es esférica. Eratóstenes (-276/-194) demostró que lo es pero la contrarrevolución idealista y el terror religioso reprimieron esa verdad por mucho que la evidencia diaria sugería hipótesis cada vez más plausibles pero siempre temerosas de la represión, hasta que bajo el impulso de las necesidades económicas y militares del capitalismo del siglo XVI, quedó demostrada la esfericidad de la Tierra. Sin embargo, el negacionismo la rechaza y con ella otras muchas verdades –vacunas, derechos colectivos como el de la revolución socialista, crisis socioecológica, necesidades objetivas como la de reducir las horas de trabajo, etc.-con excusas frecuentemente basadas en la supuesta «verdad subjetiva» del esoterismo, videncia, misticismo y religiones, «verdad» que no existe ni puede existir.
Quienes creen que existe la «verdad subjetiva» dicen que algunas personas tienen apariciones sobrenaturales, hablan con los muertos, predicen el futuro, mueven objetos con la mente, viajan es el espacio/tiempo, sanan enfermedades mortales con la imposición de manos, descubren conspiraciones que nadie ve, etc. La «verdad subjetiva» se cree en el derecho a rechazar el examen científico públicamente contrastable de lo que dice sin prueba alguna. Dice que es prueba suficiente su sola creencia individual e intransferible a ninguna otra persona. Todo esto niega directamente la necesidad de la lógica y sus capacidades cognitivas.
Cuando Lenin sostiene que en El Capital está desarrollada la Lógica se refiere a sus dos expresiones: la formal y la dialéctica. La primera, la formal, sirve para hundir la práctica totalidad de la «verdad subjetiva» porque su irracionalidad niega toda contrastación con la realidad y no resiste el examen de la lógica formal que además de en India y China, en Grecia adquirió forma con Aristóteles (-384/-322). Las exigencias productivas fueron enriqueciendo la lógica formal para demostrar la corrección de práctica relacionando conceptos hasta elaborar juicios ciertos. Sus tres principios — identidad, no contradicción y tercero excluido– son válidos en estos niveles sencillos y simples de la realidad, lo que se llama «sentido común».
Pero a la vez, sus limitaciones se hicieron más agudas conforme resurgía la economía mercantil desde el siglo XIV, sobre todo desde el XVII en adelante, con su impacto en la lucha de clases, en las guerras, en la filosofía y en las ciencias. Desde entonces la lógica formal ha desarrollado lógicas específicas para resolver problemas particulares del conocimiento científico en todas sus áreas enriqueciendo la matemática. Pero Los problemas de la lucha de clases, del mecanicismo en la ciencia incapaz de entender lo que algunos llaman «lógica difusa», del colonialismo económico-militar, etc., fueron resueltos mal que bien y cada vez peor por la lógica formal hasta comienzos del siglo XIX, dejando en el aire muchas respuestas, vacíos que permitieron que científicos y filósofos de renombre malvivieran intelectual y éticamente en la contradicción irresoluble entre su materialismo acobardado, su agnosticismo vergonzoso y su público idealismo religioso.
3). LA DIALECTICA Y LA OPCION POR LA LUCHA
El «sentido común» es uno de los responsables de que las burguesías creyeran que la IGM duraría dos o tres meses, que la revolución bolchevique de 1917 sería derrotada en menos de un mes, que la URSS sería derrotada por los nazis a lo máximo en dos meses, que Vietnam nunca ganaría, que las guarimbas fascistas vencerían en Venezuela… Con el tiempo los límites insalvables de la lógica formal aparecieron al ser desbordada por la complejidad imparable de las contradicciones del capitalismo. Ahora mismo, por ejemplo, el «sentido común» aseguraba que Rusia sería vencida por la OTAN en poco tiempo, que la rebelión palestina de octubre de 2023 apenas aguantaría, que China Popular se iba a arrodillar ante EEUU, y por no aburrir, ahora el «sentido común» está perplejo, desconcertado ante la fuerza científico-militar del pueblo de Yemen y su ideario antiimperialista, que solo se explican con la dialéctica del desarrollo desigual y combinado.
La lógica formal y el «sentido común» hacen creer a muchas izquierdas que desprecian la dialéctica que estamos en una «guerra interimperialista» al estilo de la de 1914, que China Popular es imperialista, que el gobierno ruso es una feroz dictadura oligárquica similar a la fascista –«Putin=Hitler»–, que hay que impulsar su derrota para llevar la «democracia» al interior de Rusia y asegurar la «libertad» al criminal régimen ucronazi aunque fuera dentro de la OTAN de facto como ahora y de iure en la Unión Europea en un futuro.
Deliberadamente hemos recurridos a algunos ejemplos político-militares, que podríamos multiplicar por centenares de casos científicos, culturales, económicos y otros, porque como sostenemos en el artículo de 2022 arriba citado la guerra y los ejércitos tienen una función que puede llegar a ser determinante en la evolución capitalista, y desde luego son imprescindibles para acabar con la dictadura del capital. Además, si algo demuestra la historia de las guerras justas e injustas, es que el «sentido común», la lógica formal, conduce casi siempre a la derrota mientras que la victoria exige de una capacidad siquiera embrionaria del método dialéctico: Lenin se dio cuente de la dialéctica interna en la obra de Clausewitz (1780/1831) nada más empezar a leerla.
La lógica dialéctica empezó a formarse en la mitad del siglo XIX pero partiendo de la dialéctica elemental que venía del siglo –VIII y de los presocráticos del –VI, como veremos. Había que integrar el movimiento, las interrelaciones de las partes en la totalidad, los cambios y formas de contenido es esas partes, la aparición de lo nuevo y la permanencia de formas anteriores en eso nuevo que no existía antes… Sobre todo había que definir de nueva forma la realidad objetiva siempre en movimiento contradictorio, es decir, una ontología que partiera del automovimiento de la material, de su inmanencia y automotricidad; una epistemología o teoría del conocimiento que respondiera a esa inmanencia cargada de tensiones y choques de contrarios, y una axiología o norma de valores éticos y morales que defendiera el derecho/necesidad de la lucha revolucionaria y, como síntesis, del ateísmo marxista.
La lógica dialéctica aprendía de y explicaba las tensiones científicas y filosóficas, la tendencia al alza de las revoluciones y contrarrevoluciones, la ferocidad colonialista y la claudicación procapitalista del reformismo. La alta estima de los marxistas por la ciencia desde la mitad del siglo XIX afirmando que es una fuerza revolucionaria pero afirmando también que la burguesía la integra en el capital constante como arma contra el proletariado y contra la competencia, esta postura contradictoria en el pensamiento y en la acción política y filosófica expresa a su modo la misma contradicción objetiva que existe entre el potencial emancipador del método científico y el uso burgués de la tecnociencia. La lógica formal y el «sentido común» no pueden llegar a tal nivel de sofisticación. La salida a esta contradicción innegable es clara: la toma del poder por el proletariado. Hoy esta solución es más necesaria que nunca.
La cuestión del poder nos lleva de inmediato a la dialéctica de El Capital. Aquí debemos releer la cita arriba expuesta recogida de la segunda edición alemana de la obra de Marx. Se piensa que las primeras referencias escritas a la dialéctica aparecen en la Grecia del siglo –IIIV y hacen referencia al proceso de qué hacer en un momento crítico: luchar o rendirse. La dialéctica lleva a luchar por la libertad, por el poder en términos actuales. Semejante método que prima la contradicción, el cambio y la finitud fue marginado y perseguido desde el siglo –V reapareciendo tímida e indirectamente después hasta que desde finales del siglo XVIII el idealismo alemán empezó a pensarlo, retrocediendo con miedo ante sus efectos sociopolíticos: Kant (1724/1804) negó el derecho/necesidad del pueblo oprimido a la revolución y Hegel (1770/1831) suavizó la radicalidad de su idealismo desde 1818 cuando fue ascendido de puesto en la Universidad de Berlín.
Una ignorancia que hace mucho daño al método dialéctico es no saber descubrir cuando se pasa dentro de un proceso de la diferencia entre sus partes, a la oposición entre ellas, y después a su contradicción. Es decir, conocer qué es la diferencia, qué es la oposición y qué es la contradicción. La fuerza revolucionaria de la dialéctica marxista radica en que nos demuestra que no hay más remedio que optar por seguir para adelante o retroceder ante cualquier problema que haya llegado al nivel de lucha de contrarios. Mientras existan solo diferencias internas esta necesidad extrema no se presenta porque son solucionables ya que no afectan a la esencia e identidad del problema que tratamos. La situación se complica un poco cuando las diferencias saltan a oposiciones internas porque ello indica que han surgido ya fricciones más o menos fuertes en esas diferencias creando tensiones e incertidumbres sobre su devenir posterior. Pero la cuestión definitiva surge cuando la oposición, que puede ser solucionada con más o menos dificultades, se transforma en contradicción antagónica.
Saber distinguir la evolución de esas fases es decisivo en todos los sentidos, por ejemplo: debemos saber qué diferencias superficiales existen en el bloque imperialista y qué diferencias existen entre Estados que obedecen al imperialismo. Más importante aún es saber cuándo surgen oposiciones que pueden hacer que algunos de estos Estados se distancien del imperialismo y piensen en unirse a los BRICs e incluso pasar a apoyar tímidamente a pueblos como el cubano, a todo el Sahel, a Rusia, a Venezuela, etc. Pero lo realmente decisivo es el salto a la contradicción entre esos pueblos y el imperialismo yanqui al que antes obedecían, esa contradicción consiste en superar esa sumisión y posicionarse contra EEUU dentro del llamado Eje de la Resistencia, o dentro de las alianzas antiimperialistas.
Cuatro casos entre miles: Una, Rusia mostraba abiertamente sus diferencias con la OTAN desde 2007, el golpe fascista en Ucrania organizado por la OTAN en 2014 y las trampas de la falsa negociación de Minsk hicieron que las diferencias crecientes saltasen a oposiciones cada vez más tensas hasta que la contradicción en forma de guerra defensiva rusa contra el imperialismo surgió en febrero de 2022. Dos, la burguesía de Cuba tenía diferencias entre ella y además con sus amos yanquis pero les obedecía alegremente. Conforme la situación económica y sociopolítica se encrespaba por el avance revolucionario se debilitó la unidad política de clase y las diferencias se agudizaron surgieron oposiciones políticas dentro de ella que facilitó la formación del primer gobierno revolucionario tras su victoria. Pero esta situación no duró mucho porque por su propia dinámica la revolución se declaró socialista en abril de 1961 surgiendo una contradicción antagónica con el capitalismo.
Tres, que vamos a resumir en dos ejemplos: Uno, en la primera mitad del siglo XVI M. Servert (1510/1553) hizo severas y muy razonadas críticas al dogmatismo católico lo que le obligó a huir de la Inquisición. Prosiguió sus investigaciones y la Inquisición, avisada por Calvino (1509/1564), quemó su efigie en ausencia de su cuerpo porque sus tesis sobre la circulación de la sangre y algunos dogmas cristianos eran totalmente inaceptables. Detenido por los calvinistas fue procesado y tras un duro encarcelamiento fue asado como un cerdo durante dos horas hasta morir.
Otro, Giordano Bruno (1548/1600) fue un dominico que aportó innovaciones e hipótesis valiosas a la ciencia y filosofía de su época, acercándose a la dialéctica de la unidad y lucha de contrarios, también defendió en la práctica derechos y libertades inaceptables por la dogmática del momento lo que multiplicó sus diferencias con la Iglesia. Para 1576 las oposiciones con el poder eran tales que tuvo que huir de Roma. En 1579 rompió con los dominicos viajando por toda Europa propagando sus ideas revolucionarias para la época. Fue detenido en 1593 por la Inquisición con lo que su vida daba el salto al antagonismo radical con el poder, a la contradicción irresoluble entre él y el dogma. Rechazó las ofertas de salvar la vida si se arrepentía y fue quemado vivo en 1600.
Y cuatro, la ciudad de Troya tenía fuertes diferencias con otras ciudades-Estado que llegaron a oposiciones inquietantes por diversas razones que terminaron en una contradicción antagónica solo resoluble con la guerra. En un momento crítico de supervivencia o muerte, los troyanos debatieron qué hacer y decidieron aceptar un combate singular a muerte: en la Ilíada del siglo –VIII se denomina dialéctica a ese momento de optar por matar y/o morir en defensa de la libertad, como hemos dicho.
Esta mismas situaciones críticas se ha presentado frecuentemente de la lucha de clases, y allí donde se han dado determinadas condiciones objetivas y subjetivas, los pueblos y clases explotadas han sabido seguir adelante bien gracias al empleo de la dialéctica espontánea y empírica que alimenta todo pensamiento, o bien gracias al empleo sistemático del método dialéctico desarrollado teóricamente. Los ejemplos sobran. Sin poder ahora analizar la dialéctica en y de El Capital, etc., sí nos detendremos en dos momentos: la revolución rusa y la china.
Al margen de las obvias diferencias espacio/temporales entre los cuatro ejemplos, existe un hilo rojo que los recorre y une, es el hilo de la praxis que objetivamente se mueve entre tensiones y problemas, estancándose, avanzando, retrocediendo pero viéndose temprano o tarde en la inevitabilidad de tener que optar por una salida u otra. En los cuatro casos, optaron por defender su libertad aun a costa de la derrota y/o la muerte, pero en otros muchos casos, como el de la claudicación de Galileo (1564/1642) al ver los instrumentos de tortura, se termina cediendo. Una vez le preguntaron a Marx, espiado por todas las policías, por qué había dedicado tanto tiempo y sacrificio a escribir El Capital, y respondió que porque no quería ser un buey. ¿Cuántos trabajadores de la ciencia obedecen las órdenes de sus empresas y de sus Estados, limitando o abandonando su potencial creativo, para no ser apercibidos, sancionados, despedidos o hasta encarcelados?
4).- DEL ARMA DE LA CRÍTICA A LA CRÍTICA DE LAS ARMAS
¿Por qué siempre que aplicamos el método dialéctico a un problema serio terminamos frente a la disyuntiva de luchar o no luchar? Nos referimos a problemas graves que nos exigen asumir responsabilidades arriesgadas ante las que no podemos excusarnos detrás de la ignorancia o de la obediencia debida a la autoridad, al sargento chusquero, al «derecho» del banco a expropiarnos la vivienda sin resistirnos, al miedo a cualquier «ser superior» que nos amenace con el infierno eterno o nos prometa la eterna felicidad si nos arrodillamos. La respuesta es muy simple: porque la primera ley de la dialéctica, la de la unidad y lucha de contrarios, nos descubre no sólo la dureza objetiva sino también el papel de nuestra subjetividad en ese choque de antagonismos. Y si no tenemos una sólida conciencia teórica y éticamente formada, es muy posible que nos echemos para atrás.
La unidad y lucha de contrarios es la ley universal del movimiento de la materia en cuanto categoría filosófica que expresa la totalidad de lo objetivo. La unidad y lucha de los contrarios es un proceso continuo en el que el momento de lo estático, de la quietud, es relativo, muy breve y fugaz, transitorio, mientras que la lucha, la pugna, es lo absoluto. Esto hace que el conocimiento siempre vaya por detrás del movimiento de la realidad, aunque haya hipótesis que sean posteriormente validadas. Semejante retraso hace que cuando la lucha se encorajina sea muy frecuente que la mente humana empiece a sentir temor por lo que acontece, y tienda a refugiarse en el «sentido común», en la lógica formal, cobardía moral muy frecuente y de la que ya hemos hablado.
Desde las primeras expresiones de la dialéctica marxista a comienzos de la década de 1840, siempre se advierte que la crítica radical debe serlo también con ella misma, que la persona crítica debe autocriticarse porque si no es imposible el avance de la dialéctica; más aún, se insiste en que siempre llega un momento en el que el arma de la crítica como arma teórica, debe dar paso a la crítica de las armas como crítica práctica, material y política tendente a la destrucción del sistema explotador. Ello es debido a que, si continúa el proceso de diferencia/oposición/contradicción, si no es detenido o revertido por alguna otra causa, tarde o temprano todo aumento en cantidad produce una nueva realidad inexistente con anterioridad, es decir, se produce un salto cualitativo con la irrupción de lo nuevo.
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Excepto en las áreas de la dialéctica de la naturaleza no afectadas aún por la acción humana siquiera indirecta y lejana, en el resto de la realidad la acción humana siempre repercute de algún modo en el desarrollo de la ley del aumento cuantitativo y del salto cualitativo, siendo la crisis sociecológica entre tantas otras, una demostración aplastante sobre cómo la irracionalidad capitalista genera desastrosas devastaciones que, por la misma ley dialéctica, multiplican exponencialmente la debacle socioecológica. Hace un tiempo, las presiones populares y las razones científicas obligaron a la burguesía a hacer tímidas leyes proteccionistas, pero a la primera oportunidad que ha tenido ha vuelto al desarrollismo depredador ciego e impulsa la persecución y represión de las luchas por el ecosocialismo y sobre todo por el ecocomunismo. Exactamente lo mismo debemos decir sobre la unidad y lucha de contrarios entre la salud burguesa y la salud socialista.
La respuesta popular se va acercando a lo dicho sobre que el arma de la crítica debe dejar paso a la crítica de las armas, entendiéndolas aquí, en un primer momento, como más movilizaciones sociales con argumentos sólidos, más organización y coordinación para resistir las agresiones represivas, más insistencia práctica en la necesidad de destruir el poder burgués y a la vez construir Estado que, como el caso de China Popular y otros, que están avanzando mucho en la recuperación de la unidad de la especie humana con la naturaleza, y en una sanidad tendente al concepto socialista de salud. En un segundo momento, la crítica de las armas ha de actuar en su pleno sentido para lograr esa destrucción del poder capitalista, de su Estado. Disponer del poder estatal anticapitalista es, como en todo, decisivo porque impide la contraofensiva burguesa, coordina e impulsa los avances revolucionarios al respecto y potencia el internacionalismo antiimperialista.
Ninguno de los pueblos que ahora sí combaten efectivamente la crisis socioecológica y desarrollan una sanidad antagónica a la capitalista, además de otras conquistas, han avanzado planificadamente en esas tareas si antes no han destruido el poder político y socioeconómico del capital con una revolución armada más o menos violenta según los casos. En todos ellos la crítica de las armas ha superado los límites insalvables del arma de la crítica. La efectividad de la crítica de las armas permite que el momento crucial del salto cualitativo a lo nuevo que no existía antes, el poder socialista basado en el pueblo en armas, sea lo menos violento posible y lo más corto y eficaz posible. Hemos puesto el ejemplo extremo, pero en el nivel de la dialéctica social y del pensamiento, la acción humana siempre interviene más o menos en el aumento cuantitativo y especialmente en el salto cualitativo a lo nuevo. Esta es una de las razones sobre lo decisiva que es la praxis revolucionaria para el desarrollo pleno del método dialéctico.
Otra es que la praxis es aún más importante para la tercera ley de la dialéctica, la de la negación de la negación, según la cual en la cualidad nueva se conservan subsumidas las partes aún valiosas de la anterior, de modo que lo nuevo integra parte de lo viejo pero supeditado a la esa cualidad nueva. No desaparece todo lo viejo sino que algo que él se integra subordinado como parte en la nueva totalidad. El desarrollo del pensamiento y del lenguaje, de la cultura y de la libertad, y muy concretamente el de la ley tendencial de la productividad del trabajo muestran la vigencia de la negación de la negación. Incluso la lucha de clases, en la que las represiones sistemáticas de las clases dominantes tienen como uno de sus objetivos básicos destrozar la memoria de resistencia, la memoria militar de los y las oprimidas para que no puedan actualizarla en sus nuevas condiciones, también en esta lucha decisiva la negación de la negación logra ayudar al avance revolucionario a pesar de las cuasi infinitas barreras que debe superar.
Un ejemplo: la formación del marxismo se hizo integrando lo mejor de las antiguas conquistas prácticas y teóricas de luchas anteriores aunque fueran derrotadas; el actual desarrollo marxista se hace integrando experiencias incluso anteriores al capitalismo entre ellas la relacionadas con la defensa de los bienes comunes, de las formas horizontales de democracia preburguesa, entre otras. Otro ejemplo, la victoria Rusia contra la OTAN en Ucrania se basa en buena medida en el mantenimiento del sistema industrial soviético de producción de armas, sistema planificado estatalmente parcialmente destruido por el saqueo que permitió la nueva burguesía rusa creada desde finales de la década de 1980 muchas veces desde el interior de la burocracia, de la «nomenklatura», pero reconstruido enteramente por decisión estratégica de la Duma. La creciente añoranza de la URSS en el pueblo ruso surge la memoria de sus logros innegables y de la necesidad de actualizarlos. Ambos ejemplos muestran la vigencia de la ley de la negación de la negación, ley renombrada por Marx en El Capital.
Hemos intentado sintetizar muy brevemente cual es el núcleo de la dialéctica y de su esencia revolucionaria, su capacidad para revelar lo invisible, lo oculto a los ojos que como decía Demócrito (-460/-370) es donde se encuentra la verdad. Para descubrir lo oculto a los ojos hay que empezar por la superficie, por la forma externa y luego ir bajando al fondo, a la esencia. Para saber lo que es un reloj, por ejemplo, primero debemos saber para qué sirve, qué función cumple y para qué está hecho. Pero un reloj no es un cuchillo ni una cama, ni una picana para torturar palestinos: ¿qué les une? Que se fabrican para ser vendidas en el mercado en beneficio del capital porque tienen un valor de uso: precisar la hora de bombardear aldeas de las Repúblicas Populares del Donbass por los ucronazis dirigidos por la OTAN; un cuchillo para trocear langostas en las orgías oligárquicas; una cama para violar niñas migrantes…
Si la cama, el cuchillo, el reloj, la picana o lo que fuera, el napalm por ejemplo, no son del agrado de los amos, pueden cambiarlas por otras mejores como las armas biológicas, o por mazmorras profundas bajo tierra con tortura blanca, con vacío sensorial sin ruidos ni oscuridades o modernizar con sensores electrónicos los látigos de piel de hipopótamo que eran los mejores para despedazar la piel humana, según los romanos. Estas y otras maravillas científicas de la modernidad se pueden intercambiar porque además de ser valores de uso también son valores de cambio ofrecidos en el mercado de la santa civilización del capital, es decir son mercancías producidas por la industria de la matanza humana. Ahora bien, en cuanto mercancías con valor de uso –el terror- y valores de cambio en el mercado, deben tener alguna cualidad oculta que permita comprarlas y venderlas en beneficio del capital, esta cualidad invisible pero decisiva es el valor.
El método dialéctico de Marx en El Capital y en toda su obra, empezaba por lo inmediato sensible, la mercancía, para luego profundizar en sus contradicciones esenciales, en sus interacciones y en sus diversas fases: producción, circulación y realización o momento de la crisis, aunque ésta recorre en sus varias formas y amenaza a todo el proceso en su conjunto por la simple dialéctica de la totalidad. La mercancía nos remite a otro secreto más profundo el de la ley del valor. Veamos por tanto qué es eso.
5). LEYES DEL VALOR Y DE LA PLUSVALÍA
La ley del valor sostiene que el valor de una mercancía corresponde al tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Dicho muy básicamente, el «precio justo» debería lograrse cuando una mercancía que requiere una hora de trabajo se intercambiara por otra que también requiriera esa hora de trabajo: habría ganancia cuando se cambiase por otra que requiriese más tiempo, y hay pérdida si se cambiara por otra que requiera menos tiempo. Ello es debido a que según el grado de explotación y de tecnología, una empresa o país producirá en una hora de trabajo social 11 panes, otra hará 10 y una tercera 9. Siempre dentro de los límites de este ejemplo, la primera puede reducir precios y vender más ampliando sus beneficios porque tiene más productividad; la segunda podría mantenerse un tiempo sin pérdidas serias ni ganancias porque se movería dentro de los márgenes de los precios del mercado, pero la tercera sí perdería dinero porque no podría competir con otros precios al tener menos productividad, a no ser que haga trampas.
Dicho de otro modo: es la lay de la productividad del trabajo dialécticamente unida a la ley del ahorro de energía, vulgarmente llamada del mínimo esfuerzo, la que a medio y largo plazo da poder o quita poder. Bajo el capitalismo, la ley de la productividad está sujeta a la dictadura del máximo beneficio burgués, lo que exige aumentar la explotación del pueblo trabajador, saquear y esquilmar pueblos, monopolizar el desarrollo tecnocientífico utilizando sólo aquellos avances que benefician a la burguesía, especialmente los militares para las guerras injustas. Bajo el Estado obrero que planifica la economía según criterios socialistas en beneficio del pueblo obrero, esta ley ahorra y racionaliza el trabajo, aumenta la libertad y el tiempo libre,
La ley del valor es inseparable de la ley de la plusvalía, que dice que ésta es la ganancia total, lo que se dice ganancia bruta, que obtiene el patrón después de haber vendido las mercancías producidas por «sus» obreros: un explotador vasco lleva su fábrica a Marruecos presionado por la ley del valor y porque otras empresas tienen mayor productividad. Antes ha cerrado su empresa en Euskal Herria dejando en la precariedad angustiada a los trabajadores en paro, a sus familias y a los puestos de trabajo indirectos. En Marruecos apenas hay derechos sindicales, leyes medioambientales, los impuestos son mínimos y la represión policíaco-judicial muy alta. El empresario contrata a mujeres que además cobran menos, mujeres que enlatan una tonelada de tomate al día en jornadas agotadoras. Al cabo de un mes la venta de esas 30 toneladas le han dado al propietario de la empresa 300.000 euros de ganancia bruta. Le descuenta los minisalarios de las trabajadoras, los pocos impuestos que debe pagar y el dinero adelantado en corromper a la administración, también descuenta todos los gastos restantes y, al final, ve que la ganancia «limpia» es 100.000.
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La tasa de ganancia, que es lo que realmente vale al capital porque muestra cómo va el negocio, es el resultado último y definitivo de comparar el beneficio final, esos 100.000, con el total del capital inicial invertido, esos 300.000; en el ejemplo del explotador vasco, esa tasa de ganancia llega a un 30%: en definitiva, por cada 3 euros que ha invertido el empresario obtiene 1 euro de ganancia «limpia» aunque esté repleta de dolor humano. Es un ejemplo muy simple, en la realidad un 30% de tasa de ganancia es mucho porque algunas investigaciones históricas al respecto muestran que, en promedio, la tasa de ganancia ha caído de un 35% en 1868 a un 10% en 2009. Otros, criticando los errores del reformista Piketty (1971), indican que la tasa ha bajado del 45% en 1855 al 5% en 2007, y los hay que sostienen que ha descendido del 10,3% 1967 a menos del 6,8% en 2019, no faltando quienes sostienen que ahora mismo ronda el 5%.
Más adelante, cuando hablemos de la dialéctica de las leyes generales y de las leyes particulares en la evolución humana, explicaremos el porqué de estas diferencias menores entre los resultados de muchas investigaciones, diferencias que parecen dar la razón a los que atrapados por el «sentido común» y la lógica formal rechazan esta ley tendencial, ley que en realidad confirman la validez del materialismo histórico y de su crítica de la economía capitalista. Luego veremos por qué y cómo se produce esta tendencia larga a la caída de la tasa media de ganancia, por qué hay que definirla como tendencia y qué importancia tiene la lucha de clases y de liberación nacional en ello. Aquí, en este descenso al infierno de la ruina burguesa, se encuentra la razón última de toda ferocidad imperialista y de sus guerras cada vez más devastadoras. Luego veremos por qué y cómo se produce esta tendencia larga a la caída de la tasa media de ganancia, por qué hay que definirla como tendencia y qué importancia tiene la lucha de clases y de liberación nacional en ello.
La ley del valor y la de la plusvalía son uno de los pilares del capitalismo. Cada capitalista ha de explotar a la humanidad trabajadora lo más posible dentro de los límites impuestos por la resistencia corporal, por la lucha obrera y/o por la represión estatal, para obtener la ganancia más alta. Sin mayores precisiones, la plusvalía es la ganancia que el patrón obtiene después de haber vendido en el mercado lo producido por «sus» trabajadores, que al final del proceso de trabajo cobran un salario siempre menor a la ganancia del patrón: la diferencia entre la miseria salarial y la ganancia patronal es el plusvalor. Después de descontar de lo obtenido en el mercado todo lo invertido en energía, instalaciones, servicios, materias primas, márquetin, salarios, etc., el capitalista hace números y ve cuánto ha ganado: el plusvalor se ha convertido en plusvalía, y ésta en ganancia neta al final del proceso entero de explotación y realización. Su felicidad, la del capital, aumentará proporcionalmente a la ganancia obtenida.
Por tanto, el nudo gordiano del problema radica en la necesidad de acabar históricamente con la ley del valor y con la de la plusvalía que, bajo la burguesía, justifican que sea la necesidad de ganancia la que determine en qué negocios más rentables se invierten los capitales, qué negocios menos rentables son abandonados echando al paro a sus trabajadores, por qué y hacia dónde tienen éstos que migrar para no morirse de hambre, qué países hay que sobreexplotar para aumentar la tasa de ganancia imperialista y/o cuales hay que arruinar o destruir para que no sean competitivos, qué derechos y libertades hay que restringir o prohibir para que el proletariado y los pueblos oprimidos no puedan defender sus derechos, qué represión hay que aplicar para destruir sus organizaciones y paralizarlos con el miedo. En resumen: la ley del valor «manda» más que todas las bravatas de Trump y de cualquier otro siervo del capital.
En lo que concierne a la guerra injusta, la ley del valor y la de la plusvalía explican por qué hay que dotar de más tecnología letal a la industria de la matanza humana, aplicando los mismos criterios básicos de rentabilidad comercial al exterminio humano que a la fabricación de yates de lujo. Por ejemplo: varios miles de niños palestinos despanzurrados por bombas sionazis «producen» el beneficio suficiente para comprar un superyate fondeado en la costa gazatí arrancada a sangre y fuego a Palestina. La ley del valor y la de la plusvalía explican lo esencial de por qué el imperialismo necesita exterminar al pueblo palestino para quedarse con sus recursos, sus tierras, su gas, sus costas con su pesca y con la industria del turismo para multimillonarios que quieren montar sobre las ensangrentadas ruinas que ocultan miles de cadáveres.
La ley del valor-trabajo, como también se la denomina, fue tomando cuerpo a la par de la mercantilización de las relaciones socioeconómicas cada vez más dominadas por los intereses egoístas de la propiedad privada que iba arrasando y destruyendo la propiedad común de la tierra y los bienes comunales. La ley del valor va dominando la sociedad en la medida en que a la vez ésta se rompe en clases sociales antagónicas, entre explotadores y explotados. Las mujeres fueron las que primero sufrieron la crueldad de esta ley ciega porque fueron deshumanizadas como mercancía antes que nadie. Luego fueron los pueblos esclavizados los que la sufrieron, y sus mujeres las que más duramente la padecieron y padecen. Les siguieron las clases trabajadoras de la sociedad dominante que empleaba y emplea su Estado de clase como arma imprescindible.
6). MERCANTILISTAS, CLÁSICOS Y RICARDIANOS
Según se van descubriendo más restos arqueológicos se va enriqueciendo y ampliando la tesis de Engels de finales del siglo XIX de que la ley del valor actuaba al menos hace más de 6000 años, también se va confirmando que las resistencias a esta ley de los pueblos con propiedad comunal, sistemas de reciprocidad y ayuda mutua fueron más prolongadas y duras de lo que se creía hasta ahora, manteniéndose y hasta recrudeciéndose en el presente.
En el siglo –IV al menos el griego Aristóteles (-384/-322) y el chino Mencio (-372/-289) se acercaron a las primeras versiones de la teoría del valor y de la plusvalía, debido a que en ambos países la economía, el comercio y la utilización del dinero había alcanzado un mínimo suficientes como para provocar tensiones socioeconómicas que exigían un intento de solución teórica, pero no pudieron avanzar más porque las condiciones objetivas no daban para seguir adelante. En el esclavismo grecorromano y en la economía tributaria china la dominación política y militar tenía, cuando menos, la misma importancia que el poder económico, la ganancia que daba la producción y el comercio apenas se dedicaba para ampliar la producción tal como se hace en el capitalismo, sino para ampliar la ostentación y poder político-militar. Además, todavía había mucha economía de trueque en los mercados campesinos, y el dinero se usaba en los grandes mercador urbanos. Por esto, las guerras eran de saqueo, para obtener esclavos, tributos, mujeres, ganadería, armas…
Debido a esto no se podía pensar siquiera en los secretos ocultos de la mercancía, del dinero y del capital, por no hablar de la unidad de contrarios entre valor de uso y valor de cambio, valor y precio… porque se desconocía el concepto de trabajo asalaria y más aún el de capital como relación social de explotación. En la Roma antigua por «trabajo» se entendía el instrumento de tortura llamado ‘tripalium’, base del aspa de la Cruz de San Andrés en la que se ataba al esclavo por cualquier falta y sobre todo por no trabajar hasta agotarse. Tampoco existía el concepto de «libertad» en el sentido burgués, sino en el de la Antigüedad: para ser libre había que saber usar el arma que se tenía. Esta «libertad» armada antigua, tan cercana en su esencia al concepto socialista de libertad, es inaceptable por la burguesía.
Ahora no podemos extendernos sobre la evolución socioeconómica de estos inmensos territorios hasta los siglos VIII-XII en los que se desarrollaron brillantes civilizaciones como la musulmana, con sus invenciones técnicas y científicas, sus debates filosóficos. Sobre lo que nos interesa, los conceptos económicos, la civilización musulmana buscaba una moneda estable basada en el oro y prohibiendo la usura y la especulación, al igual que lo hacía el catolicismo hasta ese momento aunque cada vez con menos insistencia. La usura era la forma que tenían los propietarios para aumentar sus riquezas mediante el cobro de intereses muy altos por los préstamos que hacían: una forma de sobreexplotación indirecta y de extracción camuflada del máximo beneficio posible. La usura no anula la ley del valor ni la de la plusvalía, sino que las oculta y por ello las facilita en la práctica.
Mucha gente perdía lo poco que tenía al no poder satisfacer los altos intereses. Prohibir la especulación y la usura venía de las antiguas resistencias campesinas contra el acaparamiento de riqueza por una minoría; frente a esta resistencia los poderes no tuvieron más remedio que imponerle restricciones para reducir los conflictos sociales. Lo hicieron recurriendo a las leyes religiosas y a los castigos divinos. La Iglesia condenó la usura desde 314 pero fue suavizando esa condena a partir de 1139 precisamente cuando se iniciaba la economía dineraria impulsada por la joven burguesía mercantil; luego se fue olvidando de ella conforme crecía el poder del capital financiero desde el siglo XV para terminar aceptándola aunque cambiada de nombre en 1830.
Pero tanto en Europa como en los países musulmanes estas medidas no pudieron impedir las luchas populares, de resistencia nacional precapitalista y entre Estados por el simple hecho de que tales leyes ni podían ni querían acabar definitivamente con la propiedad privada que imponía en la práctica su explotación y engullía a la propiedad comunal pese a que las resistencias populares.
En la Europa del siglo XIII, el italiano Tomás de Aquino (1224/1274) se acercó a las tesis de Aristóteles sobre el dinero y por tanto del valor al hablar sobre todo del «precio justo» que debía resultar de la totalidad de gastos y trabajo realizado, pero supeditando su valoración a la subjetividad humana, a la del rey en especial, adelantando así uno de los ataques básicos de la respuesta burguesa a la crítica marxista del capitalismo, la tesis reaccionaria de la «preferencia subjetiva» del marginalismo desde el último tercio del siglo XIX. No hace falta decir que Aristóteles, Mencio y Tomás eran miembros de la clase dominante.
Entre el siglo –IV y el XIII la economía dineraria, mercantil precapitalista, vivió muchos altibajos pero los logros del estudio sobre lo que mueve a la economía que acabamos de ver –el problema crítico de la ganancia para aumentar la propiedad privada– tomaron velocidad desde finales del siglo XIV cuando bajo la dirección del rey Ricardo II de Inglaterra (1367/1400) empezaron a surgir las primeras ideas mercantilistas porque los Estados necesitaban dinero, mercados y expandir el comercio. El mercantilismo consistía en comprar barato y vender caro lo que exigía la intervención de un Estado fuerte capaz asegurar la balanza comercial y monetaria para lo cual era necesario también el poder militar.
El mercantilismo tenía el límite objetivo del capitalismo comercial, por eso desde que en el siglo XVII surgieron los primeros talleres de producción no tardó en aparecer una joven teoría económica representada sobre todo por W. Petty (1623/1687), que usaba la matemática, la estadística, al registro de datos ordenados pensando en términos de trabajo, valor, precio, dinero, eran los fisiócratas que se acercaron más que los anteriores a la teoría del valor aunque con muchas limitaciones como la de no resolver la relación entre precio y valor, sobrevalorar la agricultura, sobrevalorar el dinero y minusvalorar la formación de capital, etc. Pero los fisiócratas hicieron aportaciones inestimable como la aproximación a la teoría del valor-trabajo y el intento de encontrar las leyes de la economía capitalista. Quesnay (1694/1774) demostró que el dinero por sí sólo, sin la fuerza de trabajo humano, no producía más dinero, adelantando una de las críticas más demoledoras al capitalismo financiero-especulativo tan actual. Turgot (1727/1781) luchó contra el despilfarro de la nobleza, potenció la industria, combatió la especulación y, entre otras cosas más, defendió una política de inversión social en beneficio de las clases trabajadoras más empobrecidas, todo lo cual le originó muchos problemas aunque no lo hacía para provocar una revolución sino para lo contrario, para evitarla aplacando la creciente ira popular mediante reformas caritativas.
Mientras tanto, en el último tercio del siglo XVIII el desarrollo productivo inglés hizo surgir la teoría económica clásica, representada por A. Smith (1723/1790). Su burguesía necesitaba exportar lo que producía y el proteccionismo mercantilista se había convertido en una camisa de fuerza: necesitaba el «libre comercio» que diera salida a la producción manufacturera y luego industrial. Para imponer y proteger el «libre comercio» eran necesarias fuertes marinas de guerra y ejércitos capaces de invadir países y continentes. La violencia colonialista, salvaje en grado extremo, era la otra cara de la libertad burguesa de comercio. El actual genocidio palestino es la continuidad del genocidio del pueblo herero africano por Alemania a comienzos del siglo XX, que a su vez aplicó los métodos terroristas del ejército francés contra la Comuna de París de 1871, que a su vez conectaba con «el terrible terror inglés» contra los pueblos resistentes, que, y por no extendernos, conectaba con la ferocidad esclavista de los Boers holandeses en Sudáfrica desde el siglo XVII: la ley del valor recorre a todos ellos.
Pues bien, las necesidades colonialistas y de explotación interna de la burguesía europea del momento, le obligó a conocer mejor cómo era la obtención de plusvalía en su propio país, ya que a diferencia de los fisiócratas que creían que la ganancia provenía de la agricultura, en Inglaterra empezaron a darse cuenta que provenía de la industria. Pero A. Smith creía que la ley del valor no actuaba en el sistema capitalista, lo que adelantaba otra de las críticas burguesas a la teoría marxista. Para solucionar el embrollo de negar la ley del valor pero justificar la ganancia, Smith mejoró la versión burguesa de la plusvalía, que según él y otros más no surgía de la explotación social sino de las virtudes empresariales.
Es decir, tuvieron que estudiar las contradicciones de la producción para aumentar la tasa de ganancia, y se aproximaron en un principio aún más a la ley de la plusvalía: ésta no viene sólo de la renta agraria sino de todas las ramas de la producción que producen beneficios y rentas. Pero se negaron a relacionar la plusvalía con la explotación social ya que la justificaron mediante las cualidades morales del empresario y su sacrificio personal para ahorrar y no dilapidar la ganancia en vicios y lujos. Pero para comienzos del siglo XIX la teoría clásica de A. Smith necesitaba drásticas mejoras porque la revolución industrial era ya imparable, porque la lucha de clases estaba entrando en una nueva fase y porque Inglaterra necesitaba más y más recursos económicos, militares y científicos.
D. Ricardo (1771/1823) aportó esas mejoras especialmente en la ley del valor al explicar que el valor de una mercancía viene determinado por el trabajo necesario para producirla, con lo que se acercaba a una interpretación de la ley de la plusvalía cercana a la marxista, pero, como indicó Marx, aquí él y el resto de ricardianos tuvieron algo parecido a un instinto de clase que les advertía que era peligroso ahondar en el candente problema de los orígenes de la plusvalía. Marx tenía razón: la justicia británica condenaba incluso con el destierro a Australia a los ricardianos de izquierda que divulgaban su ya peligroso coqueteo con lo que más adelante sería la crítica marxista de la explotación social. Este temor y otras limitaciones de Ricardo, como su incapacidad para desarrollar el potencial crítico del movimiento de la tasa media de ganancia, etc., hicieron que rechazara las crisis de superproducción, defendiendo la eternidad del capital.
7). FRACASO DE LOS RICARDIANOS DE IZQUIERDA
Sin embargo, sólo dos años después de su muerte en 1823 estallo la primera crisis de superproducción, el famoso y terrible «pánico de 1825», cuando Marx tenía siete años. Fue una de las detonantes de las huelgas y protestas que confluyeron en la fase revolucionaria de 1830, fecha del fracaso irreversible de la teoría ricardiana, al decir de Engels. Pero aun así y debido a que la lucha de clases estaba entrando en una nueva fase en la que todavía no se habían desarrollado todos sus contenidos, lo que sucedería definitivamente en el período 1848-1871, aún quedaban teóricos del llamado «socialismo ricardiano» que junto al socialismo utópico y al anarquismo, también impulsaron la revolución de 1830.
De entre los socialistas utópicos y anarquistas que criticaban al capitalismo en base a la ley del valor en sus expresiones premarxistas, destaca Sismondi (1773/1842) que denunció con fuerza cómo la concentración y centralización de capitales destruía las pequeñas empresas y empobrecía al pueblo; fue uno de los primeros que planteó algunas ideas sobre las crisis capitalistas, pero siempre desde una política reaccionaria para dar el poder a la pequeña burguesía y a un grupo de técnicos que dirigieran la sociedad. También tenemos a los «socialistas ricardianos» o ricardianos de izquierda como W. Thompson (1785/1833), un gran terrateniente convertido al cooperativismo de Owen.
Para entender qué es el cooperativismo y qué relaciones tiene con las leyes del valor y de la plusvalía, es decir si es cooperativismo revolucionario o reaccionario, debemos tener en cuenta la dialéctica de lo diferente/opuesto/contrario. El cooperativismo es una antigua práctica social que se remonta a la antigüedad babilónica, manteniéndose después con diversas envolturas de utopías religiosas hasta que en 1769 aparece una cooperativa de consumo para abaratar los precios en Escocia. Owen (1771/1858) dio cuerpo teórico al cooperativismo utópico, reformista, que negaba la lucha de clases y sostenía que una red de cooperativas crearía la sociedad paralela que suplantaría gradualmente al capitalismo gracias a su eficacia socioeconómica, su pacifismo y su pretendida superioridad moral. Tal vez fuera el fracaso continuado de sus intentos prácticos y de su ideario político lo que le llevó a dejar la vida pública y tras crear un movimiento a favor de las «religiones racionales» se refugió en el espiritismo hasta su muerte.
Mientras tanto en 1844 surgía la versión reformista por excelencia del cooperativismo que elaboró los principios de Rochdale que no cuestionan la lógica capitalista sino que buscan crear islas de paz social dentro de las cooperativas desentendiéndose de la salvaje realidad exterior. Un año antes, en 1843, un cura italiano había creado el término de «justicia social» que unido a los de «salario justo», «salario digno» y otros, niegan de raíz las leyes del valor y de la plusvalía porque hacer creer a los y las explotadas que puede existir igualdad entre el beneficio empresarial y el salario obrero. La crítica de la economía burguesa demuestra que todo salario es injusto –en el sentido marxista de justicia– y explotador en mayor o menor medida dependiendo fundamentalmente de la fuerza de la lucha de clases. De esta forma se expandía una ideología reformista en la forma pero reaccionaria en la práctica porque tanto el cooperativismo de Rochdale como la «justicia social» de la Iglesia eran contrarias a la lucha de clases.
En efecto, en 1864 el papa Pio IX condenó el socialismo y creó la base de la llamada «doctrina social católica» en la que el cooperativismo cristiano tenía una tarea importante. Pero la objetividad de la lucha de clases opera al margen y en contra de los piadosos deseos subjetivos: para entonces el comunismo marxista ya empezaba a arraigar en el proletariado compitiendo con el anarquismo, el socialismo utópico y comunismo utópico. Uno de los debates más áspero era el del cooperativismo, por eso los marxistas, tras impulsar la creación de la I Internacional en 1864, hicieron especial insistencia en el cooperativismo como arma de lucha anticapitalista.
La teoría marxista del cooperativismo se vio confirmada con su decisivo papel en la Comuna de París de 1871 y en el resto de contrapoderes obreros y populares que surgieron en el Estado francés. La II Internacional creada en 1889 siguió inicialmente esta línea que volvió a ser validada por la conexión entre el cooperativismo socialista y los soviets en la revolución de 1905. La III Internacional desde 1919 desarrollará aún más el papel del cooperativismo en la lucha de clases de modo que desde entonces todos los avances al socialismo integran el cooperativismo en su estrategia.
Por ejemplo, sistemas autoritarios, dictatoriales y fascistas, así como el cristianismo social, han apoyado y apoyan cooperativas integradas en el capitalismo, que se declaran apolíticas, etc. Democracias burguesas permiten cooperativas incluso progresistas con tal de que se opongan de algún modo al socialismo y al comunismo. Un ejemplo mixto lo tenemos en la cooperativa vasca MCC de Arrasate-Mondragón, creada por la Iglesia bajo el franquismo que le libro de toda persecución y hasta condecoró a su sacerdotes fundador mientras otros sacerdotes estaban encarcelados, que casi siempre evitó participar en la lucha de liberación nacional de clase y que ahora es uno de los referentes ideológicos del interclasismo de EH Bildu. Por el contrario el cooperativismo socialista insiste en que es unos de los medios más eficaces para atacar el capitalismo demostrado que la sociedad puede funcionar sin patronos y puede y debe dedicar sus ganancias para acelerar la victoria socialista.
Pensamos que era imprescindible dar esta rápida explicación del cooperativismo que no combate ni ley del valor ni la ley de la plusvalía, ni se enfrenta al poder burgués ni se solidariza con la humanidad explotada, porque la ideología de este cooperativismo era entonces y es ahora un soporte muy efectivo de la dominación del capital, todo lo cual nos permite comprender mejor las limitaciones insalvables del «socialismo ricardiano» como el de Th. Hodgskin (1787/1869), un anarquista pacifista contrario a la lucha política, pero radical en su crítica utópica al capitalismo. J. Grey (1799/1850), un empleado de comercio que defendía que la dirección política debía llevarla la pequeña burguesía. J. F. Bray (1809/1895), obrero encuadernador que critica la propiedad privada y propone un período de transición entre capitalismo y socialismo durante el cual la clase obrera ha de crear organizaciones sociales y económicas que impulsen su concienciación.
Los cuatro autores denunciaban la propiedad privada, menos J. Grey que sólo atacaba a la gran propiedad capitalista. Los «socialistas ricardianos» aceptaban la versión de D. Ricardo de la ley del valor y defendía la creencia del salario justo negando directamente la teoría marxista de la plusvalía. De los cuatro, los tres últimos vivieron lo suficiente como para ver la revolución de 1848 y la Comuna de París de 1871, así como la agudización de las luchas anticoloniales y de liberación nacional así como del feminismo socialista, lecciones todas ellas definitivas que atestiguan pese a las derrotas ensangrentadas de muchas de ellas, la corrección del marxismo y las limitaciones de la teoría económica burguesa clásica, incluido el socialismo utópico y su corriente ricardiana.
8). NEOCLASICOS Y REACCIÓN SUBJETIVISTA
En 1867 se publicó el Libro I de El Capital, en 1871 estalló la Comuna de París y en 1873 la primera Gran Depresión de la historia capitalista. Ya se habían producido otras crisis no tan importantes desde una de las primeras registrada, la burbuja especulativa de 1634-37, y recordemos la crisis de sobreproducción de 1825 antes citada. Para entonces el marxismo ya había elaborado lo esencial de la teoría de la crisis, una teoría dialéctica por excelencia lo que exige y permite su constante enriquecimiento, como veremos. Ahora mismo es la única teoría que explica lo que está sucediendo en el mundo: la burguesía se asemeja al brujo que con sus conjuros ha desatado fuerzas infernales que luego no puede controlar, nos advierte Marx desde 1848 en los inicios de la teoría de la crisis; y Engels añade en 1877 cuando esa teoría lleva tres décadas de mejora: el capitalismo se asemeja a la locomotora que va hacia el precipicio pero cuyo maquinista no puede alcanzar la palanca del freno…
En estas condiciones sociohistóricas intelectuales y políticos burgueses endurecieron su ataque al marxismo pero también a la seriedad científica de la economía burguesa clásica que la veían como peligrosa porque se había atrevido a hablar de la posibilidad de crisis sociales, adelantando el grueso de la actual justificación imperialista de sus atrocidades. Para 1871 ya aparecieron en las librerías dos obras fundamentales para la cosmovisión burguesa en decadencia: K. Menger (1840/1921), fundador de la escuela austríaca y W. Jewons (1835/1882) fundador de la escuela matemática inglesa. Para lo que nos interesa a nosotros, las diferencias superficiales entre ambas escuelas burguesas y antimarxistas no deben tapar su identidad en lo decisivo: el rechazo de la ley del valor y de la plusvalía, o sea negar la existencia de su sistema explotador que periódicamente desencadena crisis que a su vez pueden avanzar a situaciones prerrevolucionarias.
La escuela austríaca abandona el limitado principio de objetividad aplicado por A. Smith, D. Ricardo y otros estudiosos de la economía como los ricardianos de izquierda y algunos socialistas utópicos. Este principio de objetividad estaba limitado por el escaso desarrollo de la ideología burguesa y del capitalismo, pero expresaba su inquietud científica en un marco intelectual que aún no podía descubrir las contradicciones y leyes tendenciales del sistema del capital en desarrollo. La inquietud aumentaba al acumularse tensiones de toda índole que rebelaban progresivamente los límites de la sociedad burguesa inherentes a la ley del valor y de la plusvalía a partir de las cuales surgían otras contradicciones que se agravaban por momentos.
Las primeras luchas obreras y populares contra las máquinas entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX -el ludismo-, dieron paso a resistencias mejor organizadas y más sostenidas violentamente reprimidas, y a revoluciones ahogadas con salvajismo. También se endurecieron las luchas de liberación nacional y anticolonial desde ese mismo finales del siglo XVIII en adelante como Haití, Nuestramérica, Irlanda, Polonia, Balcanes, India, China, Oceanía, África y un inacabable etcétera. Las mujeres sobreexplotadas luchaban también contra la explotación esclavista infantil y por derechos concretos que el sistema patriarco-burgués se negaba fanáticamente a reconocer porque mermaban su tasa de ganancia y su orgullo machista. Por tanto, la escuela austríaca se refugió en el subjetivismo más reaccionario huyendo de una realidad cada vez más insoportable.
La mejor forma de huir de la verdad escondiéndose en la cueva de la ignorancia era la de negar el marxismo en su núcleo: rechazar la ley del valor y de la plusvalía, rechazar el método dialéctico e histórico y el carácter social, colectivo y objetivo -teoría de la verdad- del conocimiento humano, por ello contrastable y validable mediante la práctica. Por el contrario, la escuela austríaca se protegió en el principio de subjetividad, es decir, es la personalidad del sujeto aislado, su mundo subjetivo, sus caprichos de consumo individual, los que deciden las compras y los precios de las mercancías que adquieres. La escuela austríaca reconoce la existencia de leyes económicas pero las reduce a las que regirían la psicología individual del consumidor, lo que es coherente con su idea del «valor subjetivo» de la mercancía para una persona aislada mientras que el «valor objetivo» es el que rige en los mercados. Esta separación se refuerza al abandonar los conceptos de valor y de mercancía para utilizar los de «valía» y «bien económico» que anulan toda carga de explotación social contenida en los dos marxistas.
La escuela matemática inglesa usaba mucho más los análisis cuantitativos en base a fórmulas matemáticas que la austríaca, pero al igual que esta rechazaba la ley del valor y de la plusvalía entre otras razones porque ambas exigen del método dialéctico para ser plenamente entendidas y por tanto de sus leyes de unidad y lucha de contrarios, aumento cuantitativo y salto cualitativo así como de la negación de la negación. Nada de ello es comprensible sin el empleo de la categoría de calidad/cantidad, tan menospreciado por la escuela inglesa, la lógica formal y el «sentido común». La dialéctica insiste en que en todo proceso cantidad y calidad interactúan permanentemente y cambian se sentido, pasando la calidad a cantidad y viceversa, a la vez que se debe analizar la complejización creciente de la realidad. Un ejemplo lo tenemos en la dialéctica de la ley tendencial de caída de la tasa media de ganancia, en la que interactúan muchos procesos en cambio permanente, de ahí su tendencialidad.
Aunque ideas semejantes a la de K. Menger fueron defendidas por el suizo L. Walras (1834/1910) y entre otros por el italiano Pareto (1848/1924), uno de los primeros ideólogos del fascismo italiano, queremos terminar este apartado viendo las reaccionarias y curiosas ideas del inglés W. Jewon sobre la lucha de clases y las crisis capitalistas y las de Böhm-Bawerk (1851-1919), ministro de Hacienda del Gobierno austríaco durante nueve años. Según el inglés el trabajador recibe el total del salario que le corresponde por el trabajo que ha realizado, no existiendo por tanto explotación social ni plusvalía en beneficio del empresario, sumándose a la tesis de que el capitalismo está mayormente equilibrio al no sufrir contradicciones que provoque crisis peligrosas. La lucha de clases atenta contra ese equilibrio por lo que hay que prohibir las huelgas y otras resistencias obreras que merman las ganancias del capital rompiendo el «equilibrio social»: hay que prohibir los sindicatos porque al luchar contra los esquiroles, organizar huelgas, etc., atacan la libertad económica capitalista.
Para adelantarse a las huelgas, a los justos y necesarios piquetes obreros que defienden con la violencia justa y defensiva la acción de los esquiroles protegidos por la violencia injusta de las fuerzas represivas, Jewon propone que la burguesía reparta entre aquellos parte de su ganancia, ganándose su aprecio por lo que redoblarán su esfuerzo laboral beneficiando mucho más al empresario que al trabajador. Pero esta astuta ferocidad reaccionaria se sostiene sobre una visión irracional de las causas de las crisis del capital que no estallan cuando el aumento cuantitativo de sus contradicciones genera un salto cualitativo que es la crisis, sino cuando el clima cambia debido a las alteraciones solares que repercuten en desastres ambientales, hambrunas y enfermedades que preparan las crisis. El ecofascismo y el capitalismo verde actuales están muy contentos con esta idea de Jewon que exime de toda responsabilidad a la catástrofe socioecológica actual a la burguesía y se la echa al Sol.
Böhm-Bawerk también era un reaccionario de tomo y lomo obsesionado por que el Estado gastase lo menos posible en obras públicas que pudieran mejorar de algún modo la vida de la clase trabajadora. Acusaba a Marx de que había optado por la teoría del valor porque al venir de A. Smith y D. Ricardo podía ser empleada en favor del socialismo, aunque fuese totalmente falsa como él y toda su corriente política sostenían. También aquí aplicaba la idea del «valor subjetivo» al sostener que era la subjetividad política de Marx la que le llevaba a elegir entre teorías contrarias, no su «valor objetivo», pero lo que hacía con esa falsificación que denotaba ignorancia o mala fe era ocultar que la teoría de Marx era un salto cualitativo, una novedad revolucionaria de alcance universal.
Otra obsesión de Böhm-Bawerk era demostrar contradicciones entre los Libros I y III de El Capital entre otras cosas con el importante problema de la competencia, que el austríaco reducía a un simple deseo subjetivo de las personas por imponerse a las demás, subjetividad trasladada a la economía. Para Marx, la competencia responde a la necesidad material objetiva de liquidar otros negocios para aumentar la propia ganancia, necesidad que surge de la ciega ley del valor y de la plusvalía, de las leyes de concentración y centralización de capitales y de la lógica misma del sistema. Sobre todo y como síntesis de su entera ideología burguesa, el austríaco exigía acabar con la lucha obrera en especial con las huelgas y plantes porque mermaban las ganancias empresariales, lo que no le suponía ningún problema porque aseguraba que la teoría de la plusvalía era falsa, que no existía explotación social en el capitalismo.
Se han dado varios nombres a estas escuelas austríaca e inglesa ferozmente antimarxista, que también arraigaron en Alemania e Italia y en otros países: marginalismo, escuela neoclásica, preferencia subjetiva, coloquio Lippmann en 1938, sociedad Mont Pelerin de 1947, monetarismo, escuela de Chicago de 1950, Chicago Boys de 1970, neoliberalismo, Consenso de Washington de 1989, globalización… Lo que identifica a todas ellas es entre otras cosas también el rechazo de la dialéctica marxista, identidad reaccionaria que volveremos a ver en el keynesianismo, sin que tengamos tiempo para extendernos en la lógica formal y en el «sentido común» que impiden que los análisis cuantitativos de Piketty y otros reformistas puedan dar el salto cualitativo a una mejor crítica del capitalismo.
Desde las primeras ideas marxistas allá por el inicio de la década de 1840 aparecen unidas la dialéctica y la economía formando parte de la concepción comunista del mundo, pero la reacción antimarxista de las escuelas austríaca e inglesa surgió cuando ya estaba editado el Libro I de El Capital en 1867. Es decir, si tuviéramos que poner unos años decisivos en los que podrían haberse gestado las obras reaccionarias que aparecieron desde 1871 nos remitiríamos a la profundización crítica iniciada desde 1857 y que dio sus frutos desde 1859 con la publicación de la obra de Marx Contribución a la crítica de la economía política y su célebre Prólogo, y 1867 con la publicación del Libro I de El Capital, haciendo hincapié en 1864, año de la fundación de la I Internacional, de la Asociación Internacional del Trabajo.
Es plausible pensar que en estos años la burguesía europea tomara conciencia por diversos caminos de la necesidad de una sistemática guerra teórico-política y a la vez ética contra el marxismo, elaborando una visión contrarrevolucionaria de la historia y de la naturaleza humana con el denominador común que hemos resumido tan rápidamente, visión con matices formales diferentes pero nunca opuestos y menos aún contrarios. Muchos han sido y son los ideólogos de esta contrarrevolución global que surgió como reacción burguesa al marxismo y a la lucha de clases desde la segunda mitad del siglo XIX como se aprecia en las obras de sus autores más conocidos como los que comenzaron sus tesis antes de 1871 y las publicaron en ese año y posteriormente, hasta algunos que lo hicieron poco antes de la IIGM hasta el presente, como von Mises (1881/1973), A. Rüstov (1885/1963), von Hayek (1899/1992), M. Friedman (1912/2006), A Harberger (1924…)
9). EL MITO KEYNESIANO
Lenin se quedó impresionado en 1919 por el odio al socialismo, al bolchevismo, de Keynes (1884/1946), tenido por la prensa reformista como un punto equidistante entre el reaccionarismo de las escuelas marginalistas, neoclásicas, de la preferencia subjetiva, etc., que acabamos de ver y el dogmatismo comunista lanzado a destruir la ley del valor y de la plusvalía. En realidad Keynes, que rechazaba la ley del valor, reforzó el programa reaccionario de las corrientes anteriores con programas que implicaban la intervención del Estado precisamente para salvar al capitalismo. Las diversas escuelas marginalistas, de la preferencia subjetiva individual, etc., defendían la exigencia de «menos Estado» creyendo que la capacidad de elección racional del individuo burgués llevado por su equilibrado egoísmo serviría por ella misma para mantener y reforzar la capacidad autorreguladora del mercado.
Keynes creía esto en parte pero añadía con un tono de realismo impuesto por las duras lecciones históricas, que era necesario involucrar al Estado burgués en esa tarea, sobre todo el tres cuestiones decisivas: amaestrar y adormecer al proletariado, subvencionar generosamente a la patronal y reactivar la economía por todos los medios dando un papel relevante a su militarización. Pero su ignorancia y/o desprecio de la dialéctica le llevó a difundir la ilusión del «equilibrio social» dentro del capitalismo, asumiendo de mala gana que en determinada situaciones excepcionales y muy breves podían aparecer momentos fugaces de «desequilibrio social», por lo que era necesaria la intervención del Estado para evitarlas o aminorar sus efectos negativos. Siguiendo estos criterios logró evitar por dos veces sendas bancarrotas financieras que hubieran acelerado la descomposición de ese Imperio Británico que tanto amaba.
En 1919 aún se reprimían los intentos revolucionarios que siguieron a la victoria de la URSS en 1917, y aún seguía la invasión del país soviético por catorce ejércitos burgueses. En 1923 el fascismo se impuso en Italia, en el Estado español se impuso una dictadura militar, en Alemania la lucha de clase no había sido derrotada definitivamente…, es decir los hechos negaba el desarrollo armónico y equilibrado del capitalismo. Si bien los «felices veinte» fueron reales para la burguesía, el proletariado se benefició muy poco y la catástrofe socioeconómica de 1929 volvió a hundir la lógica formal y el «sentido común» que hacía loas a la armonía social. Para 1936 Keynes tuvo que replantear sus ideas anteriores pero sin cambiarlas en lo esencial.
Siguió siendo fiel al idealismo subjetivo de la «ley psicológica fundamental» que antepone la subjetividad de la persona a la materialidad objetiva de las contradicciones, lo que le servía para salir de cualquier problema irresoluble con la excusa de la psicología individual. Sería largo exponer todas las veces que Keynes hizo el ridículo, por lo que solamente nos vamos a centrar en dos problemas cruciales: el empleo y el papel del Estado. El desempleo se combate, según Keynes, haciendo que el Estado intervenga potenciando el consumo sobre todo de la burguesía y en mucha menos medida del proletariado, vigilando que las inversiones de capital sean lo más rentables posible como en la industria militar, en la industria de la matanza humana, que potenciaba lo máximo y controlando la cuota de interés.
Su militarismo no sólo era industrial sino a la vez político-cultural e imperialista porque sabía que Gran Bretaña necesitaba un ejército poderoso para mantener el saqueo abierto o encubierto de medio mundo. Desde finales del siglo XIX y en respuesta al inicio de su decadencia económica, Londres había desarrollado un sistema de control de muchas de sus colonias dándoles alguna autonomía dentro del poder económico-militar del imperio para lo que necesitaba una marina de guerra efectiva y costosa pero muy rentable por las ganancias que garantizaba. Pero desde 1919 este orden empezó a agrietarse sobre todo en cuestiones de subordinación militar de las colonias al imperialismo británico, porque los pueblos coloniales estaban cada vez menos dispuestos a que decenas de miles de jóvenes perdieran la vida o quedasen lisiados para siempre en las guerras que Londres iniciaba por lo que la metrópoli tuvo que renegociar desde 1926 y 1931 más urgentes aún por la segunda Gran Depresión de 1929-40 que impulsaba un desesperado rearme. Keynes era muy consciente de todo ello.
La ideología reaccionaria de Keynes es muy conocida por sus ataques al socialismo y al movimiento obrero, también por su desprecio a los laboristas británicos que de izquierdas no tenían absolutamente nada, eran la «leal oposición de Su Majestad». Su ideología queda también al descubierto cuando ponía como ejemplo a seguir para aumentar el consumo suntuario de la burguesía nada menos que al inhumano Malthus (1766/1834). Era experto en costosas joyas y obras de arte, tema sobre el que aconsejaba a la monarquía británica; especulaba en bolsa con los negocios que tenía pero se arruinó dos veces de las que se recuperó gracias a los contactos que tenían y a los chanchullos.
Para que su estrategia sea efectiva propone que se reduzcan los salarios, que los créditos a las empresas sean a interés reducido y que sea el presupuesto estatal, el dinero público, el que financie a los empresarios. Keynes tiene uno poco de razón cuando dice que el Estado puede hacer algo para instaurar el equilibrio social, pero yerra en lo decisivo: El Estado burgués es sobre todo el centralizador estratégico de los múltiples instrumentos represivos y de las palancas de la ley para beneficiar en todo a la burguesía, lo que es incuestionable, pero no puede impedir el accionar de las leyes tendenciales y las contradicciones antagónicas que minan por dentro el modo de producción capitalista.
El keynesianismo, en unión del taylorismo y de las políticas de recuperación rápida e interclasista de las inmensas destrucciones de las guerras de 1914-45, era válido para las burguesías de Estados-nación imperialistas en la mitad del siglo XX, entrando el declive desde la segunda mitad de década de 1960 hasta ser abandonado oficialmente en el Consenso de Washington de 1989. Los cambios profundos acaecidos en el capitalismo desde entonces hasta ahora muestran que no puede volver el keynesianismo porque ya no es necesario para la acumulación de capital. ¿Por qué? Antes de responder tenemos que aclarar que son las leyes tendenciales generales y particulares, las leyes de desarrollo y las contradicciones antagónicas.
10). LEYES TENDENCIALES
Todas las leyes que surgen de y se refieren a diferencias, oposiciones y contradicciones sociales son de desarrollo tendencial, dependen en primer lugar del resultado del choque entre las diferencias y las oposiciones, pero en última y definitiva instancia de las luchas de contrarios que se dan en su interior. En segundo lugar dependen de las presiones que reciben del exterior; y en tercer lugar, del conjunto de factores que se mueven y chocan dentro de la totalidad concreta que analizamos en ese problema. Para entender mejor lo que vamos a explicas sobre leyes y contradicciones aconsejamos que se relea el concepto de materia expuesto al inicio del artículo.
Dicho sin mayores explicaciones, la leyes generales son las que muestran lo esencial de los diversos modos de producción habidos en la historia humana: comunismo originario y sociedades comunales, modo de producción tributario con sus variantes asiática, india, mesopotámica, inca, maya, azteca, etc.; modo de producción esclavista; modo de producción germánico; modo de producción feudal; modo de producción capitalista y modos transicionales entre ellos, en especial el que corresponde al de la actual transición al socialismo con sus logros y derrotas, avances y retrocesos. Por la importancia práctica de esta cuestión volveremos sobre ella al estudiar China Popular.
En estas leyes generales se distinguen tres saltos cualitativos: Uno, la imposición de la propiedad privada precapitalista destruyendo las muchas formas de comunismo primitivo. Dos, la irrupción de la propiedad capitalista desde los siglos XVI-XVII destruyendo las formas anteriores pero integrando algunos de sus componentes subsumidos en la lógica del capital mediante la negación de la negación; y tres, la transición revolucionaria a la propiedad comunista en la segunda mitad del siglo XIX que subsume partes de las utopías igualitaristas y milenaristas, del socialismo utópico, del anarquismo y del comunismo utópico.
Las leyes particulares son las que conciernen específicamente a cada uno de esos modos de producción pero condicionadas por la esencia común de la propiedad privada que les recorre a todos ellos, desde el tributario hasta el capitalista. Es decir, las leyes particulares, además de ser concretas para cada modo de producción concreto, están también unidas por la naturaleza explotadora de toda propiedad privada. Las clases propietarias tributarias en Sumer, Egipto, India, China, Mesoamérica, Inca, Azteca, etc., así como las posteriores esclavistas en Grecia, Roma, etc.; como las medievales ulteriores y las capitalistas actuales, todas ellas, tienen una identidad básica criminal: la explotación, opresión y dominación de la minoría propietaria sobre la mayoría, que aunque varíe en sus formas sociohistóricas se basan de un modo u otro en la dictadura de la propiedad privada. Sólo el comunismo escapa a esta ley inhumana porque ha vencido a la propiedad privada en cualquiera de sus expresiones.
Estas leyes se interconectan e influencian en diversos grados según los períodos y sus contradicciones, lo que siempre exigen el empleo del método dialéctico materialista. Debemos insistir en que la quietud absoluta no existe como tal sino como instante relativo en el movimiento permanente que la engloba: a su escala propia las leyes científicas, como la verdad, son objetivas, concretas, relativas y absolutas, aún más las que surgen y reflejan las contradicciones de la sociedad y del pensamiento. Veámoslas intentando exponerlas en su secuencia histórica y lógica, aunque interactúan entre ellas dependiendo del contexto histórico de cada país:
10-1) La tendencia a la proletarización asalariada de las clases trabajadoras, sobre todo campesina desde inicios del capitalismo, seguida después por el artesanado y luego por la ruina de la pequeña burguesía absorbida por las grandes empresas. Esta ley continúa actuando en la actualidad y es una ley del desarrollo tendencial capitalista aunque puede sufrir altibajos, estancamientos y acelerones por varios factores. La tendencia a la proletarización es innegable en la evolución económica mundial como lo confirman todos los estudios, y es debida principalmente a la presión objetiva de las leyes del valor-trabajo y de la plusvalía que van destruyendo economías precapitalistas, economías solidarias y de reciprocidad, cooperativas socialistas que luchan contra la dictadura del salario, etc.
10-2) La tendencia a la centralización y concentración de capitales que aunque analítica y técnicamente se refieren a procesos diferentes en la forma en su esencia son lo mismo: empresas grandes tienden a comerse a pequeñas forzadas por la ley de la competencia. Desde el origen del capitalismo aumentan las grandes aunque disminuyen en número y disminuyen las pequeñas muchas de las cuales sobreviven como filiales de las grandes, dependiendo de sus pedidos y cumpliendo sus exigencias. Las grandes empresas recurren a artimañas legales inscribiendo como «empresas libres» sus propios departamentos para evadir impuestos, intensificar la explotación en sus trabajadores, o para cerrarlas o venderlas cuando les conviene. Estas y otras trampas crean la sensación de que aumenta el número de empresas, pero en realidad el capital se concentra y centraliza cada vez más y con ello refuerza su poder oligopólico aunque parece que no. El «sentido común» suda tinta para comprender esta dinámica.
10-3) La tendencia a invertir más y más capital en la compra y mantenimiento de nuevas máquinas para aumentar la producción y con ella la ganancia a costa de rebajar los salarios obreros y también la cantidad de trabajadores. El capital invertido en nuevas máquinas es capital constante porque permanece en todo momento aparte de gastos menores en mantenimiento. Pero la clase obrera tiende a protestar contra la congelación o reducción salarial impuesta para comprar máquinas que además explotan más a la clase obrera porque facilitan los despidos y el empobrecimiento. Con esas movilizaciones obreras el salario puede aumentar con lo que nos encontramos ante una variabilidad determinada por la lucha de clases y por otras cuestiones menores. Por esto se llama capital variable al dedicado a pagar salarios. La relación entre capital constante y capital variable se llama composición orgánica de capital y tiende a crecer más y más, a aumentar la inversión en tecnología y a reducir los salarios.
10-4) La tendencia a la caída de la cuota media de ganancia, de la que hemos hablado antes, y que surge como efecto de que al aumentar el gasto en máquinas y al reducirse el gasto en salarios, bajan las ganancias. En efecto, sólo la fuerza de trabajo genera valor, sólo la clase obrera explotada fabrica las mercancías que, al venderse, producen plusvalía. Las máquinas no nacen de los árboles como las manzanas, ni caen de las nubes como la lluvia, ni funcionan solas por muy «inteligentes» que aparenten ser, sino que deben ser fabricadas por los obreros mediante otras máquinas, y debe ser utilizadas, dirigidas y mantenidas por trabajadores. Las máquinas son «trabajo muerto», la clase obrera es «trabajo vivo» que es la única que crea valor. Al final del análisis sobre el origen de la plusvalía siempre encontramos a la explotación salarial.
Por tanto y dicho coloquialmente, cuanto más se invierte en capital constante, en máquinas, y menos se invierte en salarios, en capital variable, más tiende a bajar el beneficio último, el llamado «limpio» o neto, porque de las ganancias totales, brutas, obtenidas al final del proceso hay que descontar cantidades crecientes de inversiones previas que reducen la ganancia «limpia». Cuantos más gastos previos se descuenten de las ganancias totales iniciales, más tiende e bajar el beneficio último, definitivo. Para retrasar o incluso revertir esa tendencia durante un tiempo, la burguesía recurre a varias contratendencias: aumentar la tasa de explotación; reducir salarios; reducir el costo de las máquinas; crear nuevas ramas productivas y ampliar la militarización; aumentar el desempleo para debilitar la resistencia obrera explotándola más fácilmente; cerrar empresas y reabrirlas en países más baratos con trabajadores sumisos; saquear países; obtener ganancias extras en el mercado financiero y especulativo de alto riesgo; aumentar la «economía criminal», el narco capitalismo, el sexo capitalismo, la trata ilegal de fuerza de trabajo, el comercio ilegal de materias primas en agotamiento y otros métodos que aumentan conforme tiende a caer la tasa media de ganancia.
Aun así la tendencia a la caída de la tasa media de ganancia continúa activa con más o menos intensidad, pero activa a pesar de las masas de capital obtenidas con los métodos que acabamos de citar ya que, lo decisivo, es la producción de valor. Esas ganancias extras son pan para hoy pero hambre para mañana mientras no reactiven la producción de bienes de producción, que es de lo que se trata. Otra lección que se extrae de esta ley y de las anteriores, es el papel creciente que adquiere el Estado burgués y su ejército para contener la tendencia a la caída de la tasa de ganancia que, como hemos visto arriba, retrocede desde la década de 1860, lo que nos lleva a la teoría marxista de la crisis y por extensión al contexto actual que veremos más adelante.
10-5) La tendencia a la socialización productiva que no sólo a la mundialización de la ley del valor, que es otra cosa relacionada pero supeditada a los avances al socialismo. La socialización de la producción quiere decir que las empresas están compelidas a estrechar lazos para sobrevivir a la competencia, a la lucha de clases y a la caída de los beneficios, tendencia relacionada con la concentración y centralización de capitales arriba vista. Primero se relacionaban a nivel regional, luego estatal y continental. La telecomunicación moderna permite y exige las relaciones intercontinentales en todos los sentidos, sobre todo el del movimiento de masas impresionantes de capital financiero en tiempo real y de los grandes flujos de mercancías y de valor en el menor tiempo posible. La socialización productiva capitalista también conlleva obligatoriamente la de su ideología y cultura reaccionaria, a la vez la socialización de la lucha de clases y la cada vez más rápida interconexión de las crisis en todos los sentidos, como se vio con la pandemia en 2022 y en 2025 con la propagación instantánea de los efectos de la «guerra arancelaria» declarada por EEUU a prácticamente todo el mundo.
11).- CONTRADICCIONES
Por contradicción debemos entender la fuente interna del movimiento de los procesos del pensamiento, de la sociedad y de la naturaleza. La contradicción es inmanente a todo proceso, no es un acontecimiento o fuerza externa que influye desde fuera, sino esa fuente interna, automotriz, del autodesenvolvimiento de la materia en cualquiera de sus expresiones. Las leyes de desarrollo tendencial del capitalismo arden debajo de las calderas de la producción capitalista haciendo bullir sus contradicciones, las que junto a las leyes vistas determinan su esencia e identidad. Veamos esas contradiccione.
11-1) La contradicción entre el capital y el trabajo es la expresión suma de la totalidad de problemas insolubles que minan al capitalismo, es el resultado de la unidad y lucha de contrarios, del aumento cuantitativo y salto cualitativo, y de la negación de la negación. Esta contradicción empezó a formarse con el origen de la propiedad privada, del Estado y de las clases sociales. Los sucesivos modos de producción basados en la propiedad privada de los medios de producción han añadido componentes nuevos hasta llegar al grado actual de antagonismo e irracionalidad burguesa que lleva a la humanidad al borde de la hecatombe. Esta contradicción se hace cada vez más explosiva. La contradicción entre el capitalismo y la naturaleza, o como está de moda, «con la vida», es el antagonismo sumo que ya venía siendo advertido por el marxismo desde 1845 en la Ideología alemana al criticar e integrar parte de la dialéctica hegeliana en la marxista: llega el momento en el que las fuerzas productivas devienen en fuerzas destructivas.
11-2) La contradicción entre por un lado la irracionalidad estructural e inevitable del capitalismo en su conjunto, y por otro lado por la muy limitada racionalidad de empresas y negocios, de Estados y otras instituciones que, en sus áreas de acción, intentan mantener un orden mínimo de funcionamiento que facilite el beneficio y la estabilidad del sistema. Pero si el equilibrio desaparece rápidamente desplazado por el desequilibrio y desorden consustancial a todo proceso no dirigido conscientemente, también la exigua racionalidad parcial es aplastada por la irracionalidad global creada por la competencia ciega, por las exigencias feroces de máximo beneficio individual, por la misma lucha de clases. No hace falta decir que el irracionalismo causa males, derroches y problemas insolubles por todas partes. Esta contradicción se hace cada vez más explosiva.
11-3) La contradicción entre por un lado la gigantesca capacidad de progreso equilibrado que podría desarrollarse si la producción, la ciencia, la educación, la tecnología, la sanidad, etc., estuviera dirigida planificadamente por el Estado obrero, por la racionalidad socialista; y por otro lado, los costos crecientemente insostenibles y sinérgico causados por la irracionalidad capitalista inseparable de la ley del valor y de la plusvalía, der la dictadura del mercado y de la multiplicación de las guerras injustas. Esta contradicción se hace cada vez más explosiva.
11-4) La contradicción entre por un lado la tendencia capitalista a desarrollar las fuerzas productivas por las presiones mismas de la necesidad objetiva del máximo beneficio, y por otro lado, la imposibilidad de hacerlo por varias razones como son, por ejemplo, la incapacidad de la sociedad y sobre todo del proletariado para consumir lo que se podría producir ya que la búsqueda de la máxima ganancia exige restringir los salarios y la capacidad de compra; además, la necesidad de mantener el poder obliga a la burguesía a no desarrollar las fuerzas productivas liberadoras, que las hay ya pero puede haberlas muchas más, sino sólo las que refuerzan su poder, es decir volvemos al contenido reaccionario de la irracionalidad dominante. Esta contradicción se hace cada vez más explosiva.
11-5) La contradicción entre por un lado la socialización objetiva de la producción y por otro la apropiación privada de los medios de producción, de los bienes y de la ganancia. Esta contradicción es la síntesis de las anteriores y de los efectos terribles de las leyes de desarrollo tendencial arriba vista. La contradicción ya fue directamente citada por Marx en el Prólogo de 1859 que venía a decir que llega un momento en el que el avance de las fuerzas productivas choca con las relaciones de propiedad, en este caso con las burguesas, iniciándose una fase de revolución social. Esta contradicción se hace cada vez más explosiva y, junto a los demás problemas vistos, nos lleva directamente a la teoría marxista de la crisis y al papel de las violencias múltiples en ella, especialmente de las guerras imperialistas.
12). DIALÉCTICA DE LA CRISIS GENÉTICO-ESTRUCTURAL
La comprensión de las leyes que reflejan el movimiento de las contradicciones de la realidad tarde o temprano se encuentra frente al problema de que ésta le desborda porque va por delante del pensamiento. Aunque la inmensa mayoría de las veces no nos cercioremos al instante siempre aparecen matices y formas nuevas que, bien analizadas, indican que se intensifican las diferencias, oposiciones y contradicciones en el interior de los procesos. La materia está en complejización permanente aunque no lo percibamos, lo que nos hace creer que la quietud, el equilibrio y la inmovilidad es lo constante, ceguera que nos reconforta y tranquiliza, y que a lo sumo nos permite intuir cambios muy lentos, tan lentos, aislados y superficiales que no nos inquietan porque no cuestionan el «sentido común» ni ponen al descubierto los límites de la lógica formal en cualquiera de sus ramas.
En realidad esta tranquilizadora miopía que degenera rápidamente en dogmatismo, es la manera que tiene nuestra ideología burguesa, ignorancia y miedo a la verdad cruda que nos descubre la existencia objetiva y al margen de nuestra subjetividad de la unidad y lucha de contrarios. Sufrimos una especie de castración mental que nos han introyectado desde la primera educación reaccionaria que hemos sufrido y que nos la refuerzan en todo momento. Por esto, cuando intuimos que empiezan a surgir «problemas», eufemismo que oculta la inquietante proximidad de crisis diversas cuya confluencia sinérgica puede terminan en una crisis sistémico-estructural que amenace nuestra plácida existencia de rebaño, entonces, por lo general tendemos al conservadurismo.
La teoría marxista de la crisis, que es parte de su teoría del conocimiento, insiste en la urgente necesidad de formar a la militancia en concreto y al proletariado en general, en el método dialéctico-materialista porque es el único que asume que la crisis, cualquier crisis, es inherente a la propia lógica del método, es decir, que está inserta en sí mismo, que es un componente necesario de la teoría, sin la cual ésta dejaría de ser teoría degenerando en ideología. Pensar dialécticamente en pensar que en cada instante se están gestando o agudizándose pequeñas diferencias, oposiciones y contradicciones, que el «sentido común» llama «problemas», que interactúan hasta saltar a verdaderas crisis que pueden destrozarnos la vida; pensar dialécticamente es conocerlas a la misma vez que intervenimos en ellas para orientar su desarrollo en la medida de nuestras posibilidades y necesidades. Y sobre todo pensar dialécticamente es actuar en ellas desde el mismo momento en el que sospechamos, intuimos o detectamos el «problema».
Las fuerzas desencadenantes de las crisis decisivas, cada vez más devastadoras e interconectadas, que estallan con intervalos menores, las encontramos sintetizadas en dos famosas leyes expuestas en El Capital: la ley general de la acumulación del capital y ley tendencial a la caída de la tasa de ganancia. Llegados a este punto, recomendamos que se lean apartados segundo y tercero del artículo de junio de 2022 arriba ofrecido. Lecturas economicistas de la teoría de la crisis, que las hay, se limitan a presentar un listado de cuatro causas generalmente aisladas pero que a partir de cierto momento pueden interactuar en diversos grados en el desarrollo de las crisis: descenso de los beneficios, sobreproducción, subconsumo y desproporción entre la producción de bienes de producción o sector I y la producción de los bienes de consumo o sector II.
Cada una de ellas en aislado tiene parte de razón y en su unidad las dos primeras, por este orden, aportan los argumentos más importantes. Lo decisivo es descubrir la totalidad concreta de la que forman parte, es decir, hacer el análisis concreto de cada crisis concreta y descubrir en ella cómo la ley general de la acumulación y la ley tendencia de caída de la tasa de ganancia provocan una crisis de superproducción ayudada en mayor o en menor grado según los casos por el subconsumo y la desproporción. Desde 1914 Lenin leía intensamente a Hegel y su categoría de «totalidad general» también traducida como «universal» fue decisiva en la praxis leninista porque confirmaba la idea de Marx de lo concreto como unidad de múltiples determinaciones, elementos y relaciones. Fue en 1920 cuando dijo que el alma del marxismo es el análisis concreto de la situación concreta. Al poco tiempo, Lukács escribiría sobre la «totalidad concreta» como categoría imprescindible.
El afán típico del individualismo metodológico burgués por la invención de términos nuevos, que no conceptos, que den una corta fama a quienes los crea, hace que ahora se emplee el término de «policrisis» que se referiría a una crisis compuesta por muchas más. Cada una diferente y todas apelotonadas lo que permite hablar de todo sin apenas decir nada porque no se expone la lógica de las contradicciones de cada una de ellas, sus formas de interacción y los cambios que sufren tanto cada una de ellas como la totalidad de ese apelotonamiento.
Si cualquier sub-crisis o crisis parcial debe ser estudiada dentro de la totalidad que le determina y que a su vez está dentro de otra totalidad concreta más amplia, las grandes crisis de acumulación de capital a escala mundial, o crisis genético-estructurales, exigen indefectiblemente partir de esa totalidad mundial para luego, al final del buceo en los fondo abisales donde se entremezclan las leyes y las contradicciones al calor volcánico de la lucha de clases entre el capital y el trabajo, ascender de nuevo a la totalidad mundial armados con una capacidad revolucionaria muy superior a la que teníamos inicialmente. Y una de las cosas que siempre se aprende en esta inmersión a lo todavía desconocido es la importancia decisiva de la conciencia proletaria como fuerza política material, lo que se llama «factor subjetivo transformado en fuerza objetiva».
Las interpretaciones economicistas y sobre todo las que niegan la ley del valor y de la plusvalía rechazan el papel de la subjetividad en las crisis, o dicho de otro modo, el papel de la política reaccionaria o revolucionaria y de la lucha de clases en la génesis y en la agudización de las crisis. Rechazan la dialéctica entre lo «endógeno» y lo «exógeno» siempre dentro de la totalidad concreta en la que actuemos. Por «endógeno» se entiende la economía analizada sin apenas relaciones con la política, la presión obrera, las presiones externas, es decir, abandonada a las leyes y contradicciones vistas, cosa que funciona por muy poco tiempo porque, como decimos, lo determinante es la totalidad, es decir, la intervención de múltiples fuerzas de entre las que destacan las leyes del valor y de la plusvalía. Por «exógeno» se entiende el conjunto de fuerzas y contradicciones sociales, políticas, culturales, históricas, ambientales y ecológicas, etc., que aunque tienen ritmos propios impactan en la dinámica «endógena» porque forman parte de la misma totalidad concreta.
Un componente «exógeno» muy importante aunque dependiente de la totalidad, es la corriente político-económica dominante en la burguesía: monetarismo estricto, socioliberalismos y neokeynesianismos varios, etc., que pueden agravar la crisis desde 2007-08 como resultó en la Europa o suavizarla transitoriamente como en EEUU. Por no extendernos tenemos el agravamiento de la decadencia yanqui que está provocando en solo tres meses la política económica financiera e imperialista de la Administración Trump, contra el pueblo americano y contra todo el mundo: quiere anexionarse Canadá y Panamá, quiere quitarle Groenlandia a Dinamarca, se ha quedado con el grueso de la riqueza de una Ucrania reducida a base militar de una OTAN derrotada por Rusia, y preparar expoliar y dominar plenamente Nuestramérica, por no seguir.
En otro nivel de los factores «exógenos» tenemos la estructura psíquica y el individualismo de la clase burguesa, sobre todo de sus dirigentes corruptos hasta la médula. Estamos hablando de una cuestión importante estudiada a fondo por el marxismo: el papel del individuo en la historia, relacionado con la teoría de la crisis. Tras la derrota de la revolución de 1848, Marx realizó en 1850 y 1852 sendos y brillantes análisis sobre las luchas internas entre facciones burguesas y sobre frontales choques entre personalidades del poder a cada cual más maquiavélica y pérfida, relacionándolas con el ascenso de la capital financiero. Hoy la podredumbre capitalista confirma aquellas premonitorias críticas al papel reaccionario de pútridos burgueses en el desarrollo económico.
No podemos dejar de citar el papel de la resistencia de los pueblos en defensa de su independencia en la dialéctica de lo «endógeno» y lo «exógeno» dentro de la totalidad concreta. Veamos cinco casos que más adelante nos iluminarán sobre la importancia de la lucha antiimperialista de Rusia, China Popular, Irán, etc.: Una, en 1622-25 la desesperada lucha de ciudades como Bergen op Zoom y Breda rompieron la ya frágil economía española obligándole a cambiar de estrategia, precipitando su derrota irreversible en 1648. Dos, la resistencia de los sioux desde 1871-73 a la construcción de vías férreas quebrando a la poderosa compañía Northem Pacific Railway provocando el «gran pánico de 1873» con una depresión económica que duro hasta 1879. Una de las medidas para salir de la depresión y reactivar la tasa de ganancia fue endurecer la guerra contra los indios para arrebatarles sus tierras.
Tres, la persistente resistencia nacional del pueblo rifeño a la ocupación española llegó a un punto crítico con la rebelión dirigida por Abd-el-Krim que aplastó al ejército español en Annual en 1921, una de sus derrotas más humillantes. La situación política española era desastrosa entre otras cosas porque los enormes gastos militares asfixiaban a su débil economía golpeada a la vez por la crisis internacional de esa misma época. El desastre de Annual tensionó todas las contradicciones estatales hasta el punto de que en 1922-23 se libró una áspera pugna entre sectores opuestos de las clases dominantes, uno de los cuales planteaba profundas reformas económicas –aranceles de 1922, etc.,-, políticas y militares. Cuatro, el campanazo de inicio público de la decadencia de EEUU fue su humillante derrota militar a manos del pueblo trabajador vietnamita en 1975, que llevó al presidente Carter en 1977 a conceder poderes especiales a la Casa Blanca frente a crisis económicas graves, sin pasar por el Congreso, acelerando la tendencia al presidencialismo que ahora Trump lleva al máximo.
Y el quinto ejemplo es mucho más aleccionador porque afecta a la totalidad de la dialéctica de la naturaleza, por tanto de la especie humana y de la lucha de clases: la zoonosis, el salto cualitativo de enfermedades de una especie a otra, como la Covid. La marcha angustiosa del capitalismo en su crisis desde 2007-08 se vio súbitamente agravada de una manera impensable por esa cualidad de la naturaleza que es la zoonosis. Al margen de otras hipótesis poco o nada sustentables, lo cierto es que la ley del valor y de la plusvalía fuerza la destrucción de la naturaleza, rompiendo barreras de miles de siglos que servían de salvavidas relativos a la especie animal humana. El capitalismo entero empeoró con la zoonosis de la Covid en una muestra innegable del movimiento permanente de la dialéctica entre el todo y de sus partes.
Cuando veamos el debate sobre la naturaleza imperialista o antiimperialista de Rusia y de China Popular, tendremos que volver a estas experiencias históricas sobre la importancia de las luchas de resistencia nacional de los pueblos en el devenir del colonialismo y del imperialismo. Para quienes sostienen la naturaleza imperialista de ambos países, esta capacidad de interrelacionar las diferencias, oposiciones y contradicciones, así como las múltiples dialécticas concretas, parece muy difícil de lograr. Un estudioso ruso contemporáneo de Marx, comentó tras su atenta lectura del Libro I de El Capital que su autor tenía el mérito de desenvolverse con gran efectividad por entre problemáticas muy diferentes, a lo que Marx respondió agradecido que efectivamente era así debido al poder analítico y sintético que tiene el «método dialéctico», palabras empleadas por él mismo.
13). TRUMP
Donald Trump, que en su primer mandato se enriqueció sobremanera abusando de su cargo con negocios de ingeniería financiera ilegal realizada por medio de empresas-tapadera que utilizaban las burocracias estatales e internacionales yanquis para sus negocios. Es así como se comprende que ahora mismo, Trump se enfrente a más de veinte causas judiciales cuatro de ellas muy graves. Pero lo más significativo es que, primero, Trump se ha enriquecido aún más en los tres meses de su actual presidencia sobre todo manipulando las criptomonedas; y segundo, la práctica totalidad de su camarilla formada por los oligarcas de las nuevas tecnologías se han enriquecido aún más que él lo que no había sucedido nunca a tal escala y con tanto descaro en la historia yanqui. La corrupción de Joe Biden y de su hijo conectada con la casta ucronazi fue menor que la de Trump.
Pero estos factores «exógenos» reflejan sólo una parte de la totalidad concreta de la crisis de acumulación porque en ella también existen otros componentes importantes como las diferencias y de oposiciones sociopolíticas entre las facciones de la clase dominante tanto a escala estatal como internacional con otras burguesías competidoras, sin olvidar la presencia siempre amenazante de la resistencia y de la lucha proletaria y de liberación antiimperialista a escala mundial.
Se dice que EEUU está atrapado en una «economía burbuja» sometida a los caprichos de la «economía de casino» capitalista actual; que está sufriendo la peor situación desde la segunda Gran Depresión, la de 1929-40, sin tener en cuenta cómo ha evolucionado en estos 96 años; que por suerte ralentiza su caída gracias a la dictadura del dólar y del Swift cada vez más cuestionada; que el desarrollo de otras economías como la de China están frenando a la yanqui y que otros Estados que hasta la década de 2010 obedecían al imperialismo empezaron a desligarse e incluso oponerse a él; que su lenta pero continua desindustrialización hunde su competitividad y dificulta la reparación de equipos militares gastados y la creación de nuevas armas; que los problemas de salud, la obesidad y mala alimentación, la epidemia de opiáceos y otras drogas, el analfabetismo funcional al alza y otros problemas sociales incapacitan a crecientes sectores de la juventud para alistarse en el ejército, reduciendo la calidad de sus tropas, y así un largo etcétera.
Una a una, estas y otras explicaciones unívocas tienen parte de razón en el tema muy limitado y concreto que estudian, pero no sirven cuando se trata de descubrir la razón de fondo de la decadencia yanqui, es más, aisladas de la totalidad conducen al error. Pero de lo que se trata, y para referirnos a un solo problema de los muchos que asfixian a Washington, es saber por qué EEUU ha llegado a la angustiosa situación actual en la que en 2025 deberá refinanciar 9,2 billones-$, el 25,4% de su deuda total que asciende al 124% del PIB. El FMI calcula que se seguir así las cosas para 2028 la deuda pública yanqui habrá llegado al 130% del PIB. Por tanto, a Washington se le va acabando el tiempo, sobre todo el inmediato porque en el primer semestre ha de refinanciar nada menos que el 70% de lo correspondiente a este año.
El panorama se agrava al aumentar la desconfianza mundial ante la debilidad yanqui, reduciéndose los compradores de Bonos del Tesoro, una de sus bazas fundamentales: en 2008 el 30% de la deuda la habían comprado extranjeros, ahora el 23%, son 7 puntos de caída que representan decenas de miles de millones, a los que hay que añadir que en aquél 2008 el dólar representaba el 65% de las reservas mundiales bajando al 58% en 2024. Un ejemplo contundente: en el primer trimestre de 2025 bajo la Administración Trump la economía yanqui se ha contraído nada menos que 0,3 puntos por el aumento de las importaciones y el descenso del consumo popular. La contracción es mucho peor que el estancamiento y además de esos dos grandes factores destacan la deliberada política económica global de Trump llamada «guerra arancelaria» juega un papel clave pero no único.
Ya hemos hablado del empobrecimiento del proletariado y la caída de su capacidad de compra, el aumento de sus deudas al tener que recurrir a las tarjetas de crédito, también ha ayudado a esa contracción. Los sobrecostos generados por el deterioro de las infraestructuras como puentes, ferrocarriles, carreteras y túneles, puertos y aeropuertos, etc., lastran la tasa media de ganancia al aumentar los costos de transportes. Los costos del desplome del puente de Baltimore a comienzos de 2024 suponían 700 millones-$ a la semana, por ejemplo. Estas infraestructuras han sido dejadas al egoísmo de las empresas privadas que apenas invierten en su mantenimiento. La reducida red ferroviaria es otro freno al aumento de la producción. La raquítica sanidad pública no logra mantener la salud social que retrocede en promedio de vida, en estatura, con un aumento de las enfermedades psicosomáticas y adictivas, todo lo cual tiende a debilitar la productividad del trabajo. Otro tanto debemos decir con respecto a los severos recortes en educación pública y en investigación científica subvencionada por el Estado.
En realidad, ha sido el descenso de la productividad del trabajo, de la tasa media de ganancia, del incremento imparable del capital constante, es decir, de la composición orgánica de capital, de la incapacidad de superar la creciente competencia de otras economías con los efectos negativos que ello conlleva, etc., lo que hizo que una gran parte de la oligarquía yanqui empezara a cerrar sus industrias abriendo otras en el extranjero o no abriéndolas sino invirtiendo sus capitales en las muchas formas de especulación cada vez más sofisticadas y arriesgadas, de modo que ya no se producía tanto valor como antes aunque se lograban ganancias financiera que, empero, carecían de un sustento material, productivo.
De este modo, EEUU se lanzó desde la década de 1970 a endeudarse comprando en el exterior lo que no producía en el interior, pagando con un dólar «de papel», sin reservas que lo sustenten y sobrevalorado artificialmente, surgiendo un abismo cada vez más hondo debajo de sus pies. Por ejemplo, el déficit comercial yanqui apareció con peligro creciente desde la mitad de esa década. Al principio este déficit no suponía peligro, pero gigantesco crecimiento posterior sí lo es. Otros informes sostienen que en las dos últimas décadas el PIB per cápita se ha reducido a la mitad.
Veamos un poco de historia: La Administración Clinton desde enero de 1993 se ufanaba de poder mantener simultáneamente «dos guerras y media» en el mundo, pero ahora mismo, un tercio de siglo después, su país no puede vencer a un pueblo como el yemení. Durante esa década y hasta aproximadamente e2010, EEUU mantuvo «guerra menores» contra «guerrilleros descalzos» a la vez que provocaba «revoluciones naranjas» para justificar la creciente presión contra Rusia fundamentalmente. Pero la realidad es terca y traslucía las crecientes debilidades del imperialismo, como se entrevió en la guerra contra Irak de 2003 victoriosa al comienzo pero derrotada al final. Obama en el cargo desde 2009 organizó la destrucción de Libia en 2011 pero necesitó del apoyo de otras potencias, lo mismo que lo necesito para atacar a Siria en ese mismo año.
La Administración presidida por Obama, premio Nobel de la «paz» imperialista, activó todos los medios secretos, oscuros y corruptos a escala internacional para crear una red de ejércitos terroristas cohesionados ideológicamente alrededor de una falsificación descarada y atroz del Islam. Estos ejércitos, que no meros «grupos terroristas», tenían y tienen mandos y equipo militar, reciben apoyo de inteligencia y de logística por parte de la OTAN, y se sostienen gracias a grandes suma de dinero que chorrea sangre. Cambian de nombre según las circunstancias, no atacan intereses occidentales y cuando lo hacen es según planes dictados por los servicios secretos con determinados fines antidemocráticos. Su brutalidad en Siria es legendaria pero una vez conquistado este país gracias al total apoyo imperialista, sus dirigentes formalmente perseguidos por la justicia burguesa han sido rehabilitados oficialmente con total cinismo y recibidos oficialmente por altas autoridades imperialistas.
Simultáneamente a esto, sectores yanquis recuperaron desde finales del siglo XX sus planes expansionistas de poco antes de la IIGM para apropiarse del caucho amazónico vital para la guerra que se avecinaba. Para 2006 se imprimían mapas en libro de escuela primaria en los que la Amazonía no estaba dentro de Brasil y de otros Estado del área, sino aparecía como espacio libre que debía ser protegido y administrado por instituciones internacionales. Con el tiempo, ha llegado a hablarse de «Estados irresponsables» que ni pueden ni quieren ni saben utilizar los recursos que tienen en bien de la civilización occidental. Se trata, según EEUU, de obligarles a que cedan sus recursos a estas instituciones, las únicas que saben administrarlos. No hace falta mucha imaginación para descubrir qué potencias han ideado este plan y para qué.
Este plan se extiende a los fondos marinos continentales cercanos a EEUU, que podría reivindicarlos para sí. Sin apenas información pública, este plan ha ido perfilándose hasta que, con Trump, EEUU propone abiertamente cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América, el del Canal de la Mancha por el de Canal de Eisenhower, anexionarse Groenlandia, Canadá, Panamá y Gaza, controlar militarmente la frontera con México, establecer sus bases militares en los acuíferos del Gran Paraná, los más grandes del planeta, rearmar y «proteger» a Taiwán, «comprarle» a Ucrania los recursos que le quedan, etc. La base ideológica profunda de este imperialismo total no es otra que el cristianismo calvinista y de otras corrientes cristianas que desde mediados del siglo XVII afirman ser la designada por su dios para dirigir y salvar al mundo.
Sumido en esta vorágine y creyéndose instrumento de dios, EEUU, consciente de que las cosas empeoraban, organizó el golpe fascista en Ucrania en 2014 para introducir de facto la OTAN en el país aplicando el terror contra las Repúblicas Populares del Donbass en donde asesinó a más de 14.000 personas hasta 2022, obligando al exilio a 1.500.000. Un año después, en 2015 Obama amenazó a Venezuela tras declararla un «peligro» para la seguridad yanqui, pero sin intentar invadirla al carecer de fuerzas suficientes. Poco después se reunió con el ejército y con la alta burguesía prometiendo que EEUU siempre sería la potencia dominante en el mundo. Obama, ordenó un plan de cerco militar y económico contra China que exigía que el 60% de la marina y la aviación imperialista rodease las costas coreanas, chinas y rusas, creándose el «frente indopacífico». Luego Trump amplió esa promesa y Biden dijo que EEUU era la «potencia necesaria» para dirigir el mundo.
Uno de los golpes más duros a la creencia yanqui de su «destino manifiesto» fue el informe «Tendencias Globales: paradojas del progreso» del Consejo Nacional de Inteligencia de inicios 2017 que aseguraba el fin relativamente próximo del dominio de EEUU como potencia incontestada, es decir, de la «unipolaridad». Otro golpe fue que en 2018 una investigación afirmaba que la tasa de ganancia del capitalismo yanqui había caído de poco más del 36% en 1946 a poco más del 24% en 2015, y del 24,4% en 2015 al 29,9% en 2017. Trump llevaba muy poco tiempo en la Casa Blanca y a esos golpes se le añadió el asestado por la radiografía realizada a la salud del ejército norteamericano: un viejo enfermo. Tal vez fuera por todo ello, que justo al inicio de 2019 se conociera que en un tuit borrado precipitadamente el comando nuclear yanqui dijo que estaba preparado para «dejar caer algo» donde hiciera falta.
No debe sorprender entonces que la derecha más conservadora redactara en 2023 el «Proyecto 2025» que plantea que la autoridad debe estar centrada en el presidente, que los restantes órganos de poder y administraciones deben estar supeditados al presidente, reforzando así la tendencia al centralismo presidencialista –una forma encubierta de dictadura– que Trump emplea masivamente con su política de decretos y sus ataques a la justicia.
Ahora Trump se enfrenta a situaciones críticas en todos los aspectos: la reciente derrota en el Mar Rojo sufrida ante un Yemen con una apreciable potencia militar aprendida de Eurasia, vuelve a confirmar la necesidad vital del imperialismo de rearmarse hasta los dientes. Para entender este impresionante cambio histórico debemos recurrir a la dialéctica del desarrollo desigual y combinado, como luego veremos.
Viendo esto, es comprensible que la totalidad de la oligarquía yanqui apoya la política desesperada de Trump para recuperar en parte la gloria imperialista mediante una estrategia con varios puntos: reducir al máximo el gasto social y público aunque crezca el empobrecimiento; fortalecer la ideología imperialista y racista, expulsando migrantes para imponer desde arriba una reorganización del proletariado yanqui que lo debilite estructuralmente durante años; bajar impuestos a los ricos, desmantelar leyes sociales y ambientales y aumentar las ayudas a las empresas para atraer los capitales que se marcharon al exterior; aumentar los aranceles para enriquecer a la burguesía aunque empobrezcan al proletariado; depurar el aparato de Estado, la justicia, la ciencia, la educación… privatizándolos; depreciar el dólar y reducir las tasas de interés para ganar competitividad; amenazar al mundo con su fuerza militar y financiera para que negocie a la baja las exigencias yanquis; preparar a EEUU y a sus aliados para una nueva guerra mundial diferente a las anteriores, guerra que es la única salida del imperialismo occidental dirigido por EEUU, si no la provoca irá perdiendo poder hasta quedar en simple potencia regional con un descenso inaceptable de su tasa de ganancia.
Si bien la oligarquía yanqui está de acuerdo en los objetivos trumpianos, también es cierto que tiene diferencias menores y electoralmente oportunistas con medidas económicas como las que le enfrentan a J. Powell, presidente de la FED, y algunos más; sobre las formas de utilizar lo que queda de democracia burguesa y las presiones a la justicia; la reducción a casi la mitad los presupuestado por el Congreso para tareas internacionales y la reducción del Departamento de Estado; la reducción de alrededor del 55% en sanidad mundial; las formas de expulsar a migrantes y de sobreexplotarlos; la reducción drástica de los gastos sociales, los ataques a los derechos sindicales y a las universidades; las ayudas a las organizaciones de extrema derecha y apoyo incondicional al sionismo…
Son diferencias menores, ninguna de ellas son oposiciones tensas y en modo alguno, en absoluto, son ni serán contradicciones irresolubles en el seno del imperialismo. Tenemos el caso del juez que ha rechazado la mayoría de los aranceles decretados por Trump porque, dice, incumplen las leyes norteamericanas. La prohibición ha sido bien recibida por otros burgueses yanquis que ven sus negocios golpeados por esos aranceles, pero ninguno de ellos renuncia a las ganancias imperialistas. Pero la realidad es que en la medida en que el capitalismo yanqui se deteriora, las diferencias interburguesas tienden a aumentar y también lo hacen a su ritmo la exigencias de los Estados más ricos de la Unión para pagar menos al fondo federal del que se benefician los Estados más pobres.
Veamos lo que pasa al respecto con las agencias crediticias que son grupos imperialistas de presión que velan por los intereses generales del capital transnacional cuyo centro sigue siendo EEUU. Standard & Poor’s le retiró la más alta calificación en 2011. Fitch lo hizo en 2023 y Moody’s en 2025, quiere esto decir que una facción cada vez más amplia del capital transnacional está inquieta por el panorama, que se ve agravado además por el previsible caos generalizado que puede provocar el estallido de la «bomba fiscal» encendida por Trump y por el «terremoto financiero» que se está gestando en el subsuelo de la economía japonesa, por citar dos casos.
A nadie debe sorprender, por tanto, que el panorama también inquiete a crecientes sectores trabajadores pero por razones totalmente contrarias, por el agravamiento de sus condiciones de vida y trabajo. Las movilizaciones obreras venían creciendo desde la anterior Administración Trump y tomaron impulso ante el incumplimiento de las promesas de grandes reformas realizadas por Biden. La gravedad del ataque de Trump está impulsando nuevas luchas pero constreñidas aún a las defensa economicista de lo alcanzado o a la recuperación reformista de lo perdido, con una visión política y organizativa débil por ahora. La resistencia internacional que ha encontrado, más firme y coordinada de lo que esperaba, unida a la lucha social interna, le ha hecho retroceder en bastantes aspectos, a la espera de contraatacar más adelante.
14) INDUSTRIA DE LA MATANZA HUMANA
En el artículo de junio de 2022 recomendado arriba expusimos el papel de la guerra en las crisis capitalistas. Hasta ahora hemos detallado sucintamente algunas características del método dialéctico para guiarnos por entre la cada vez más enrevesada y agravada complejidad de la actual tercera Gran Depresión. Leyes y contradicciones, leyes de la dialéctica, desarrollo desigual y combinado, universal/particular/singular, totalidad concreta…, nos han servido y nos servirán como Hilo de Ariadna, pero debemos decir algo sobre la categoría de lo lógico e histórico antes de continuar. La historia es lo que acontece realmente, aunque sea también en el plano ideológico porque es sabido que la ideología o la conciencia, sin precisar sus diferencias, se tornan en fuerzas materiales muy decisivas en la práctica histórica. La lógica es el pensamiento abstracto extraído como síntesis «pura» de la materialidad histórica. La interacción entre ambos polos se realiza en la praxis. Aunque lo histórico es lo decisivo, lo lógico es un componente interno de la praxis. Veamos cómo interactúan ahora mismo.
En el siglo IV Vegecio sostenía que si se quiere la paz había que prepararse para la guerra, y en el siglo XXI el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, explica que si se quiere la paz hay que prepararse para defenderla. Estamos ante una lógica impecable basada en la reiteración de guerras y violencias en sociedades basadas en la propiedad privada de las fuerzas productivas, sociedades explotadoras. La teoría, la explicación lógica de las contradicciones sociales que general guerras, está abalada por la historia. La categoría de lo lógico/histórico, aplicada al tema que tratamos, nos lleva a la verdad irrefutable –acordemos de la teoría de la verdad concreta, relativa, absoluta y objetiva– de que el pacifismo a ultranza sólo beneficia a la minoría explotadora.
La experiencia histórica nos muestra que malvivimos en la época de la evolución humana de mayor simultaneidad de conflictos, violencias y guerras de diversas intensidades, extensión y letalidad, todas ellas intrínsecamente conectadas con la agudización de las crisis del capital. Centrándonos en el presente, antes y después del estallido de la tercera Gran Depresión, podemos rastrear al menos seis crisis parciales desde la década de 1970, siendo la última y cualitativamente más grave hasta ahora la de 2020, a partir de la cual se confirma teóricamente la lógica de las contradicciones de la dialéctica de la naturaleza en su expresión material: la zoonosis. La categoría lógico/histórica muestra su máxima operatividad en el movimiento de la dialéctica de la naturaleza.
Hemos hablado arriba de la totalidad concreta y de la interacción entre los «endógeno» y lo «exógeno» y aquí tenemos otro ejemplo: la irracionalidad capitalista destruye la naturaleza y hace que las enfermedades de especies animales no humanas «salten cualitativamente» a la especie animal humana agudizando mucho más las contradicciones totales del capitalismo. Desde la pandemia de 2020 se ha acelerado, extendido e integrado las diferentes expresiones del antagonismo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de propiedad burguesa, tal cual la enunció Marx en 1859. La lógica de este antagonismo histórico teorizado hace 166 años se confirma a diario en la guerra social, en la lucha de clases dentro de los Estados y en las guerras convencionales. De hecho, la guerra social está siempre dentro de toda guerra convencional, los intereses antagónicos entre explotadores y explotadas siempre interactúan en ambas formas de guerra condicionando cada una de ellas: una vez más, el principio dialéctico del análisis concreto de la situación concreta –el «alma del marxismo», según Lenin- es imprescindible para el empleo correcto de la categoría lógico/histórico.
La unión entre guerra social y guerra convencional actúa abierta o solapadamente en las guerras imperialistas aquí expuestas cronológicamente desde contra Irak, Yemen, Libia, Siria, Líbano, Mali, Congo y Centro África, Sudán del Sur, Irak, Ucrania, Libia, Palestina, Yemen, Azerbaiyán, Chad del norte, Mozambique, Golfo Pérsico, India vs China Popular, Alto Karabaj, Sahara, Guerra de Tigray, Sudán, Birmania, Palestina, Azerbaiyán, Afganistán, Ucrania, Armenia, Sudán, Afganistán, Palestina…
En estas y otras «guerras menores» la responsabilidad imperialista ha sido directa y abierta o indirecta y soterrada, bien mediante presiones de sus embajadas y otros aparatos de Estado, bien mediante grandes corporaciones que tienen acceso a ejércitos privados y que, siempre, están en contactos con sus gobiernos imperialistas. Por ejemplo, las guarimbas y provocaciones armadas fascistas contra Venezuela, Nicaragua y otros pueblos, organizadas por EEUU con la ayuda de la derecha internacional, son también «guerras» aunque la terminología burguesa lo niegue. Dejando su citar las muchas «batallas» obreras y populares en la guerra social entre el capital y el trabajo agudizada desde 2007-08, lo cierto es que 2024 ha sido el año con más conflictos violentos generados por el capital desde 1945 y 2025 parece que va a superarlo en cantidad y desde luego ya lo ha superado en el clima prebélico que anuncia una posible guerra mundial que debe ser analizada no según los criterios del pasado sino a partir del grado previsible de mortandad mundial alcanzado por la industria de la matanza humana.
En El Capital Marx sostiene que cuando en la lucha de clases chocan dos derechos iguales decide la fuerza y que la violencia es la partera de la nueva sociedad. ¿Pueden existir «derechos iguales», no es esa contradicción? Sí, es una contradicción que rompe en mil pedazos en «sentido común» y la lógica formal. Sí existen en la realidad social «derechos iguales» en un antagonismo permanente impulsado por la ley de la unidad y lucha de contrarios. Desgraciadamente ahora no tenemos espacio para desarrollar la lógica que explica por qué a partir de la propiedad privada la historia es, en síntesis para lo que aquí nos interesa, la permanente lucha entre el derecho/necesidad de la minoría opresora a dominar a la mayoría oprimida y explotada, y el derecho/necesidad de ésta a sublevarse y a utilizar cualquier medio revolucionario para acabar con la dominación, opresión y explotación que sufre. Justo nos queda espacio para ver cómo la dialéctica de las guerras y de las violencias co-determina la historia y el presente de la Unión Europea, Rusia y China Popular.
15). EUROPA
¿Ha «fracasado Europa»? Esta pregunta, frecuentemente enunciada como afirmación, es tramposa y sólo beneficia al euroimperialismo supeditado a EEUU, a la vez que permite al reformismo divagar con sus abstracciones. La Unión Europea actual es el producto de la lucha de clases y de las guerras interestatales, coloniales e imperialistas desde la formación del capitalismo en el siglo XVI. Es un instrumento de explotación. No es un «proyecto democrático» en modo alguno, sino el resultado siempre transitorio y traicionado de pactos firmados bajo la presión de las guerras que intentaban desatascar las sucesivas crisis que frenaban el desarrollo capitalista. La dialéctica de la guerra tiene en la sangrienta Europa una confirmación más.
Una especie de protocapitalismo tomó fuerza en el siglo XIII gracias a la explotación del campesinado y de los pueblos «evangelizados» a la fuerza, con torturas y masacres, así como a las leyes de los Estados en beneficio de la burguesía mercantil, impulsaba cierta acumulación. Servía cualquier violencia y atrocidad: El reino de Navarra fue troceado e invadido en fases desde 1200 hasta el siglo XVII. Constantinopla fue pasada a cuchillo en 1204 por los cruzados venecianos por encargo del papa Inocencio III para quitarle sus inmensas riquezas. El mismo papa lanzó en 1209 la cruzada contra los herejes cátaros, progresistas y democráticos para su época, en el sureste de Francia, repartiendo las ganancias ensangrentadas entre París y Roma. Desde 1212 los reinos cristianos peninsulares, ayudados por mercenarios europeos, redoblaron el exterminio de Al-Ándalus, base de la expansión colonial esclavista desde finales del siglo XV.
El siglo XIV fue una sucesión de desastres, revueltas y rebeliones campesinas, guerras injustas e interestatales que no podemos resumir aquí; su final y el inicio del s. XV fue testigo de dos guerras esenciales para entender la lucha de clases hasta el presente: la irrupción de la lucha urbana antiburguesa en la Florencia de 1378 y la guerra de liberación nacional y social husita en la Bohemia de 1419-34. Aunque transcurrieran cuarenta años de la primera a la segunda, ambas mostraba ya la esencia de la guerra en el capitalismo al margen de las múltiples formas que irán desplegándose hasta ahora: la guerra social como base de la rebelión de las clases explotadas italianas y la larga rebelión armada por la independencia nacional bohemia que a la vez era lucha de clases interna entre la burguesía y la clase trabajadora, la primera negoció con el invasor aplastando a su propio pueblo.
Saltándonos muchas brutalidades consustanciales al capitalismo, la dialéctica entre lo «endógeno» y lo «exógeno» dentro de la totalidad concreta que era Europa se empezó a mostrar en los grandes Congresos, Tratados y Acuerdos impuestos por potencias vencedoras en guerras sucesivas, determinando parcialmente el futuro aunque aquellas firmas saltaban hechas añicos debido a la objetividad de la ley del valor y de la plusvalía, de las leyes tendenciales y de las contradicciones sociales. La historia europea ha estado surcada por reordenaciones en la jerarquía de poder interestatal que imponen nuevas leyes y normas mercantiles, monetarias, políticas, jurídicas, militares y culturales, además de militares, imposiciones dictadas por la potencia ganadora en una guerra importante.
La primera reordenación fue la del Tratado de Westfalia de 1648 tras una guerra de ochenta que derrotó al imperio español ya en decadencia imparable y dio el poder a Inglaterra y Holanda, decisiva para el colonialismo y para la formación de las burocracias estatales. La segunda reordenación tuvo lugar tras los quince años de las guerras napoleónicas el Congreso de Viena de 1815 dio el poder a Inglaterra, Prusia y a otro nivel a Rusia; pero ya para entonces y desde 1813 surgió la pugna entre el zarismo e Inglaterra que ahora, en otra fase del capital, puede obligar a Rusia a endurecer la guerra defensiva iniciada en 2022. La tercera reordenación, como veremos, será la impuesta entre 1944-48, y la cuarta se está librando desde la implosión de la URSS.
Desde 1815 el capitalismo se expande poderosamente aplastando las revoluciones de 1830 y 1848 y 1871 a la vez que vampiriza colonias enteras, cuya sangre alimenta al monstruo que, pese a todo y forzado por sus límites «endógenos» entra en la primera Gran Depresión de 1873-96. Recordemos que en esta época la economía británica era aún la más poderosa por lo que nos interesa hacer un breve seguimiento de sus planes militares más importantes. Hemos visto cómo ya en 1813 sus tensiones con el zarismo eran serias porque empezaba a estar en juego el control de las incontables riquezas de la India y la llegada al Océano Índico de Rusia y el control de Caucasia y Asia Central, lo que era una amenaza mortal para Londres. Uno de los puntos críticos para ambas potencias era Afganistán y en llamado «Gran Juego» se mantuvo desde 1837 hasta 1907. A la vez, desde 1860 Gran Bretaña maquinaba para constreñir al zarismo en un espacio lo más aislado posible, y en la década de 1920 negoció con Japón para que le presionara en Siberia Oriental como sucedió con la guerra de 1932 en adelante.
Desde 1917 la URSS era el enemigo mortal a destruir. Por eso, en agosto de 1941 EEUU y Gran Bretaña firmaron la Carta del Atlántico a borde de un acorazado yanqui. La Carta fijaba los puntos ideológicos y propagandísticos mínimos obligados para legitimar «democráticamente» la reorganización del imperialismo occidental desde ese momento. La URSS llevaba menos de dos meses defendiéndose de la invasión del ejército internacional nazi, y la opinión general era que se rendiría en otoño, aunque ya para entonces algunos generales alemanes empezaban a pensar que solo derrotarían al Ejército Rojo en 1942, con un poco de suerte. El observador militar japonés en el ejército nazi comunicó a Tokio en otoño de 1941 que Alemania estaba en dificultades. La Carta se fue olvidando conforme el imperialismo veía cómo el Ejército Rojo, el Kuomintang y el PCCh derrotaban al nazismo y al imperialismo japonés. Era urgente reaccionar y asegurar el control del mundo tras la IIGM, no dando tiempo al avance comunista.
Tras la liberación del este de Europa por el Ejército Rojo, el imperialismo se vio sacudido por el miedo a una revolución en el occidente europeo por la fuerza de la guerrilla dirigida por organizaciones comunistas, por la radicalización de la clase obrera que exigía castigar a la burguesía colaboracionista con los nazis expropiando sus capitales, así como reformas profundas tendentes al socialismo, siempre con la admiración al Ejército Rojo. En muchos sitios la justicia revolucionaria aplicada por el pueblo autoorganizado castigaba a los colaboradores con el nazismo. Esta fue una de las razones por las que se desechó el plan de atacar a la URSS al poco de rendirse los nazis, irónicamente denominado «Plan Impensable». El miedo a que la rebelión de masas en la retaguardia occidental en protesta a que ese ataque a la admirada URSS diera el salto a una revolución, era patente, también pesó el cansancio en los ejércitos occidentales y los conatos de desobediencia y hasta de creación de algunos comités de soldados ansiosos de volver a casa y contrarios a una agresión a la URSS.
Mientras tanto en 1943 se había celebrado la reunión de Teherán entre la URSS, EEUU y Gran Bretaña, en la que se decidió abrir el frente occidental para atacar al nazifascismo desde todos los lados. Esta reunión sentaba las bases para la tercera reordenación europea, siendo la dos anteriores las de Westfalia en 1648 y Viena en 1815. Otras dos reuniones más se realizarían en 1945: la de febrero en Yalta en la que se habló sobre cómo debía ser y actuar la ONU, sobre la división de Europa, etc., pero ya quedó patente el choque entre las potencias capitalistas y la URSS, que conocía al detalle el proyecto fallido de atacarla con el «Plan Impensable» ya visto. Luego vino la de julio en Potsdam en un ambiente tenso y frío en la que se negoció la reordenación definitiva de Europa porque Alemania ya se había rendido y en la que sobrevolaba la amenaza de la bomba nuclear yanqui que se «estrenaría» contra Japón en agosto. Todo indica que la URSS ya estaba de su existencia.
Pero EEUU tenía su propio proyecto de dominación de Europa y del mundo y entre 1943 y 1945, ideó e impuso sus intereses de muy largo plazo. En julio de 1944 en la ciudad yanqui de Bretton Wood y poco después del tardío desembarco en Normandía, EEUU aparentó que negociaba con los aliados el plan de remodelación del marco de relaciones internacionales vigentes hasta ese momento. Además de otras imposiciones, EEUU decidió crear el FMI y el BM para 1946, y un poco después el GATT que se transformaría con el tiempo en la OMC cuya tarea consistió y consiste en impedir que los pueblos se protejan con leyes propias de la impunidad del «libre mercado» dirigido por el imperialismo. Pero ninguna de estas «armas económicas» sería eficaz sin la orden de que dólar no fuera la moneda de referencia internacional, orden que se cumplió y se obedece para mayor desgracia humana.
Los acuerdos de Yalta y Potsdam de 1945 se ceñían a Europa mientras que Bretton Wood tenía un alcance mundial e imponía el dólar como una auténtica «moneda de guerra» para la expansión imperialista. Con estos instrumentos en la mano, EEUU aparentó que negociaba en 1947 el Plan Marshall cuyo objetivo era crear una Europa Occidental obediente, reactivar su economía y con ella el consumismo alienante base de la «democracia», preparar el rearme de las potencias vencidas por los nazis, ayudarles a aplastar las luchas independentistas de sus colonias para volverlas a saquear –Gran Bretaña, Francia, Holanda, Países Bajos- integrándolas en la lucha anticomunista mundial, asumir la disciplina militar y los planes guerreristas de la OTAN dirigida por EEUU, ocultar el masivo perdón dado a los criminales nazifascistas y su reintegración en aparatos decisivos como la misma OTAN, en las policías, jueces y prensa, y en los servicios secretos anticomunistas. Especialmente, dar salida a los grandes capitales excedentarios yanquis generados con las sobreganancias obtenidas en la IIGM.
Con estas imposiciones EEUU se hizo dueña de Europa Occidental a la que ya controlaba mediante la deuda contraída por las grandes potencias para comprarle armas y otros recursos desde la IGM. Las dos guerras mundiales determinaron el nuevo orden europeo bajo la dirección yanqui. Aparte de la dependencia económico-financiera, la burguesía de Europa Occidental comprendió desde 1945 que necesitaba vitalmente la fuerza militar de EEUU para sobrevivir en caso de revoluciones internas. La burguesía europea lo mismo que la yanqui sabía perfectamente que la URSS no iba a declarar ninguna guerra, no iba a invadir Europa, sólo defendía las fronteras negociadas con los aliados burgueses. La burguesía europea sabía que la OTAN sí preparaba el bombardeo nuclear de la URSS y por eso necesitaba una excusa ante sus pueblos.
La burguesía europea estaba de acuerdo con la destrucción de la URSS –como ahora lo está con la de Rusia– pero no se atrevía a dar el primer golpe por miedo a la respuesta soviética y a la respuesta de la clase obrera europea. La bomba nuclear soviética creada en 1949 salvó a la URSS y a otros muchos pueblos del salvajismo de la civilización occidental. Con la implosión de la URSS el imperialismo creía que ya podría arrasar el enorme país dedicando el botín a la recuperación de su poder y a la reordenación del mundo de manera definitiva: se hablaba del «siglo norteamericano» en el que Europa sería una potencia subimperialista beneficiada por el poder de su «hermano mayor». Pero veremos que las cosas salieron al contrario de lo que se esperaba a pesar de en la década de 1990 todo indicaba la victoria segura.
Peor aún, en medio de la tercera Gran Depresión, se conocieron informes secretos que advertían que para 2030 países como Alemania tendría serios problemas de suministro energético. El ascenso económico de otros países, la pérdida de competitividad del capitalismo europeo y la decadencia yanqui empezaban a inquietar sobremanera. En 2015 Alemania afirmó que quería tener el ejército más poderoso de la Unión Europea, justo después del golpe de Estado fascista en Ucrania de 2014. A la vez, el neofascismo avanzaba con resultados electorales. Obama ya había exigido a la UE que aumentara su gasto militar y lo mismo haría Trump en su primer mandato.
La idea de que la recuperación del capitalismo europeo sólo se podría lograr colonizando Eurasia, además de sobreexplotar a su proletariado, cogía fuerza desde hacía unos años: Ucrania sería la primera base de ataque a Eurasia pero no la única porque la expansión de la OTAN hacia las fronteras de Rusia desde el norte polar hasta Caucasia tiene como objetivo disponer de más puntos de ataque. Pekín y Moscú, también Teherán y otras muchas capitales de países de los BRICS+ y de la llamada multilateralidad lo comprendieron inmediatamente. Además la UE pensaba en recuperar las colonias perdidas en África, reestablecerse en las de Asia y no seguir perdiendo posiciones en Nuestramérica.
El proyecto de un ejército europeo subimperialista que aleteaba desde hacía un tiempo fue tomando forma pero siempre admitiendo que las decisiones estratégicas y casi todas las tácticas las designaría la OTAN, es decir, EEUU. Para el Pentágono, cada vez más desbordado a escala mundial, este proyecto era y es un respiro necesario porque sabe que solo él controla sus palancas de mando decisivas: poder nuclear, armas de alta tecnología y bioquímicas, control espacial y de telecomunicaciones, escuadra de superficie y submarina, bases militares por casi todo el mundo, ejércitos criminales privados, apoyo de la extrema derecha mundial, recursos energéticos y muy especialmente el «arma del dólar» como parte esencial de la panoplia imperialista.
Aun así, Washington quiere atar aún más en corto a la UE asfixiándola energéticamente de modo que no pueda tomar ninguna iniciativa seria sin la llegada de petróleo y gas controlado de algún modo por EEUU. La destrucción de los gaseoductos Nord Stream en septiembre de 2022 que surtía a gran parte de Europa con el barato gas ruso, es un ejemplo de esa decisión estratégica, así como los planes para destruir u obturar otros oleoductos y gaseoductos que surten a Europa cuando la Casa Blanca lo estime necesario, indican lo mismo. Otra forma de sujetar a la UE es la actual «guerra arancelaria».
La pregunta de su ha «fracasado» Europa es una trampa porque hay varias Europas, porque la unidad y lucha de contrarios la recorre a todas ellas. La Europa del gran capital no ha fracasado, le ha servido para capear temporales sin que se hundiese más aún su tasa de ganancia, para idiotizar y dopar al reformismo logrando su colaboración en la alienación de masas con el mito de la defensa de la «democracia europea», para dar una imagen falsa en el escenario internacional embelleciendo el subimperialismo europeo, para gracias a todo ello reforzar silenciosamente el nazifascismo hasta que ha decidido impulsarlo a modo de amenaza brutal si el proletariado europeo no sigue arrodillado.
Esta Europa sabe que se juega su futuro como potencia subimperialista a las órdenes de EEUU y nunca se va a enfrentar al amo porque sabe que, en última instancia depende de él, y también en otras muchas cuestiones secundarias pero necesarias. Bajo el paraguas yanqui, ella es la realmente dominante y la que ordena a las demás Europas lo que deben hacer y cómo deben claudicar ante sus exigencias, sobre todo se lo ordena con la represión y se lo impone «democráticamente» al proletariado.
16) LENIN
Hemos repasado rápidamente la situación europea. Todo debate sobre el supuesto imperialismo ruso y también chino nos lleva al debate sobre la dialéctica. Una de las pruebas más demoledoras del escaso conocimiento del método dialéctico por la intelectualidad progresista y también por la militante, es el debate de lo relacionado con el imperialismo y en especial con la aportación de Lenin. Los principales iniciadores de la teoría del imperialismo, Hobson, Hilferding y Bujarin tenían un nulo o muy débil dominio de la dialéctica, sólo Rosa Luxemburg dominaba el método pero, hasta donde se sabe porque la mitad de su obra ha sido destruida o está inédita, tiene escritas muy pocas ideas sobre la dialéctica en comparación a Lenin, consciente de la necesidad de que su método apareciese explícitamente expuesto.
También en esto Lenin seguía el método marxista tal cual se podía conocer entonces. Aunque en las izquierdas aún no se hablase de imperialismo sino de colonialismo, Marx y Engels exponían brillantemente su interacción con la opresión nacional, con el papel del Estado y la guerra injusta. La simultaneidad de sus diversos temas de estudio, desde las crisis políticas hasta la aridez de las matemáticas, pasando por la historia de la filosofía y de los recientes avances científicos, sin olvidarnos del estudio riguroso de las revoluciones y del papel del sindicalismo, así como el análisis de las guerras, todo ello enseñaba que no se debían asilar e incomunicar las diversas partes de la realidad y que el análisis y la síntesis formaban una unidad.
Sus artículos sobre el colonialismo como medio de acumulación y aumento de la competitividad en el mercado mundial, adelantan puntos centrales del método ampliado por Lenin de modo de los integra en una nueva totalidad gracias a la ley de la negación de la negación. Importancia especial tiene el hecho de que es la década de 1860 cuando ambos amigos teorizan el papel de la industria de la matanza humana en el capitalismo, entre otras cosas para aumentar la competitividad económico-militar en un mundo zarandeando por las guerras. Esta visión integral de los problemas apenas aparece en los primeros teóricos del imperialismo, pero sí en Lenin aunque con una debilidad a la que ya nos hemos referido –la ley del valor– que él mismo corregirá a la primera posibilidad. Ahora veamos las cinco características que él escribe en 1916, aunque el libro de publique sin algunas partes por miedo a la censura antes de la revolución de octubre de 1917:
Primera: los monopolios se han formado por la concentración del capital y de la producción, adquiriendo tanto poder que son decisivos en la vida económica con claras implicaciones políticas. Segunda: se fusionan el capital bancario y el industrial creando el capital financiero y su facción burguesa. Tercera: la exportación de mercancías cede ante la exportación de capitales que adquiere una importancia grande. Cuarta: surgen así los monopolios capitalistas que se reparten en mundo. Y quinta: las grandes potencias terminan del repartirse el mundo.
Analizadas en aislado, rotas sus relaciones entre ellas y entre ellas y la lucha de clases real, estas características han sido y son criticadas con facilidad, sin tener en cuenta que siempre deben ser estudiadas como partes de una totalidad concreta en movimiento, tanto con respecto a las leyes tendenciales y las contradicciones, como al Estado y la guerra están siempre presentes. Por ejemplo, ya en marzo de 1915 mientras escribía el borrador, Lenin reseñaba aprobatoriamente un artículo de The Economist en el que se advertía que la guerra podría terminar en un «caos revolucionario». Del mismo modo, la tendencia a la extensión de las guerras antiimperialistas no sólo recorre su libro y el enorme librote en el que recogen sus cientos de apuntes y comentarios sobre el tema, sino toda su obra especialmente desde 1912-13. Una vez más, nos topamos con que la dialéctica de lo «exógeno» -la guerra- con lo «endógeno» -el capital- puede dar el salto al «caos revolucionario» como efectivamente ocurrió en 1917. La totalidad concreta consiste aquí en estudiar el todo y sus partes como el causante de la agudización de la lucha de clases desde 1916 y de las revoluciones desde el año siguiente.
Desde esta perspectiva las críticas que se hacen a su teoría, centradas sobre todo en cuatro cuestiones que nos remiten a su supuesto olvido de la ley del valor, son parciales. Veámoslas: una, que ahora la competencia está mucho más exacerbada y que por tanto los monopolios no tienen ya tanto poder; dos, que el concepto de capital financiero es válido en parte porque hay muchas grandes empresas que en las que la fusión entre su capital industrial y su capital bancario está poco desarrollada; tres, que ahora la exportación de capitales sigue teniendo importancia pero está aumentado mucho la inversión extranjera para crear industrias en el país afectado; y cuatro, no ha vuelto a haber grandes guerras entre potencias imperialistas para a repartirse en mundo, aunque sí hay cada vez más «guerras menores».
Lo esencial de estas críticas se hizo antes de que el imperialismo forzara por todos los medios posibles, sobre todo guerras multifacéticas, la entrada a una nueva fase capitalista, la actual, que ha re-actualizado la importancia de los conflictos y de la violencias, pero también del Estado como forma político-militar del capital. Las «guerras menores» se incrementan y a la vez se refuerza la posibilidad de una «guerra mayor».
Del mismo modo que la teoría de la crisis nos exige comprender el papel determinante de la ley general de la acumulación de capital y de la ley tendencial de la caída de la tasa de ganancia en el proceso de otras fuerzas menores desencadenantes de crisis parciales, como el subconsumo y la desproporción entre sectores; de la misma forma la teoría mejorada en 1919 del imperialismo nos permite entender su valía a pesar del lógico e inevitable movimiento de las formas capitalistas referidas en esos cuatro puntos, de este mismo modo debemos tener siempre en cuenta la teoría de Lenin integra cuatro componentes: opresión nacional, método dialéctico, imperialismo y Estado. Aislarlos, incomunicarlos y centrarnos sólo en una de las partes y no en el todo, es un craso error.
Insistir en que el imperialismo de Lenin tiene como base irrenunciable la ley de valor hace que debamos relativizar las críticas que se le hacen desde el mecanicismo lineal que tiende a ignorar las transformaciones ocurridas en casi 120 años, porque el debate se oscurece cuando se absolutiza el peso de los monopolios, otorgándoles una fuerza absoluta en todos los aspectos, resultando que, según esta tesis, desaparecen o quedan reducidas prácticamente a la nada las leyes y contradicciones genético-estructurales del capital, como la objetividad de la ley del valor y de la plusvalía, etcétera.
Para iluminar esa oscuridad podríamos recurrir a la interacción entre lo genético-estructural y lo histórico-genético. La génesis explica el surgimiento y evolución de un proceso en su identidad y la estructura muestra el ordenamiento interno de sus componentes. Por su parte, lo histórico indica los cambios en las formas externas de la identidad del proceso, del «código genético» por utilizar este lenguaje. Pero no utilizaremos esta categoría porque, a pesar de su poder explicativo y de su potencial heurístico, requeriría una explicación bastante más detallada. Por eso vamos a emplear la categoría de esencia/fenómeno más fácil de entender para las necesidades de nuestro texto.
El núcleo, la esencia del capitalismo es la explotación de la fuerza de trabajo para acumular ganancia, puede expresarse con varias formas diferentes pero necesarias para que se realice la acumulación. Una de esas formas son los monopolios que surgen en un determinado momento para impulsar la acumulación entorpecida por los límites inherentes al capital, límites que propiciaron la segunda Gran Depresión, la de 1873-96 y con ella el imperialismo y la IGM. Pero el capital, que recurrió a los monopolios, también los cambia, los adapta y hasta los limita en su poder según las necesidades de la acumulación, y para eso necesita el Estado y su ejército. Aunque la ley de la competencia es una ley objetiva sobre todo cuando está reforzada por el Estado, también ocurre que este la manipule para para facilitar una mejor competencia que impulse la acumulación y el desarrollo tecnocientífico favoreciendo nuevas industrias más rentables pero que estaban frenadas por el poder de algunos monopolios.
El ejemplo más actual es la llamada «guerra de los aranceles», que EEUU ha elevado a una verdadera «guerra económica» cuyo objetivo no es otro que el de aumentar la productividad yanqui manipulando la ley de la competencia. Para ganar esa «guerra» EEUU refuerza un nacionalismo negacionista, racista, filonazi y fundamentalista cristiano. Competencia y nacionalismo imperialista van unidos. Algo parecido había ocurrido con la xenofobia y luego el racismo antijaponés en EEUU tras la derrota rusa en la guerra de 1905. La burguesía yanqui veía con preocupación al avance imperialista japonés en Asia, que le quitaba mercados y propagaba un nacionalismo panasiático antioccidental: había que mentalizar al pueblo para que matara y se dejara matar por el dólar en una muy previsible guerra con Japón que EEUU preparaba meticulosamente con «guerras económicas» destinadas a debilitar lo más posible al imperio nipón de cara a la guerra que estallaría entre 1941-45. Tanto la rusofobia como la persecución de todo lo palestino juegan la misma función en nuestro contexto.
El movimiento de sístole y diástole del corazón es un símil válido para entender el accionar del capital y el papel del contradictorio nacionalismo abstracto en él. ¿Contradictorio? Sí, porque dentro del sentimiento nacional abstracto existe la unidad y lucha de contrarios: el sentimiento de la nación trabajadora antagónico al sentimiento de la nación burguesa. Por ejemplo, los voluntarios italianos y alemanes que lucharon y murieron en 1936-45 en la clandestinidad, en la guerrilla y el los frente de guerra contra en nazifascismo; o la gran oposición de masas populares yanquis a la guerra contra Vietnam, por poner un solo caso, indicaba la ruptura clasista en el interior de los mitos reaccionarios del «destino manifiesto» cemento ideológico inicialmente enunciado en 1630; o las huelgas obreras que obstaculizan las guerras injustas de sus burguesías para saquear otros pueblos. La versión actual del «destino manifiesto» es apoderarse definitivamente de Oriente Medio, de Bielorrusia y Rusia como trampolín contra China Popular.
La sístole es el momento en el que el corazón se contrae para impulsar la circulación de la sangre por el cuerpo, es decir, es el momento en el capital estatal se expande por otros países para aumentar su tasa de ganancia y con ella su acumulación ampliada. La diástole es el momento en el que el corazón se relaja para tomar fuerzas para otra sístole posterior, es decir, el momento en el que los beneficios obtenidos deben ser asegurados en el Estado-cuna, en las propias fronteras, para protegerlos de la competencia exterior mientras se preparan más y más inversiones en otros países, se dictan más aranceles y otras medidas de «guerra económica» -esa amenaza muy reciente del 50% de aranceles a la UE por parte de EEUU–, o se prepara una guerra más devastadora que las anteriores. Advertimos de que se trata de un símil, que la realidad capitalista es cualitativamente más compleja, pero al menos el símil nos facilita comprender mejor lo que se define en dialéctica como contradicción expansivo-constrictiva inherente al concepto simple de capital.
Para que la contradicción expansivo-constrictiva funcione ágilmente necesita lubricarse con la ideología nacionalista burguesa, que consigue la colaboración de sus clases explotadas tanto para que se dejen explotar internamente como para que luchen en las guerras injustas con las que tarde o temprano se asegura esa expansión o se defiende al Estado imperialista. Sin embargo no toda la clase trabajadora asume el nacionalismo burgués como hemos visto con los ejemplos anteriores, otros sectores se sienten nación trabajadora solidaria con otros pueblos, internacionalista y antiimperialista. La necesidad del Estado burgués aparece aquí en su pleno sentido porque sus burocracias educativas, intelectuales, militares, policiales, etc., son imprescindibles para fortalecer la ideología imperialista de la nación burguesa e impedir que la nación trabajadora desarrolle su proyecto socialista e internacionalista.
Pero el Estado en cuanto forma político-militar del capital también es importante para teledirigir o dirigir subrepticiamente, es decir, aparentando que existe «democracia», el conjunto de la industria político-mediática burguesa, negocio privado que produce grandes ganancias integrado más o menos en el capitalismo internacional, que fabrica la cultura de la élite burguesa y la culturilla de masas, alienadora y consumista; Estado que también teledirige la industria político-educativa burguesa, negocio igualmente privado con conexiones internacionales, en la que se prepara a la infancia y a la juventud burguesa para dirigir el sistema, y se introyecta la sumisión colaboracionista en la clase obrera, formada justo en el analfabetismo funcional adecuado a la media de la tecnociencia productiva. Son muchas las tareas visibles e invisibles del Estado que no podemos desarrollar aquí, aunque sí debemos reseñar por obvia importancia socioeconómica, represiva y terrorista de la llamada «economía ilegal», el narco-capitalismo, la trata de esclavas y esclavos, las mafias de toda índole, los ejércitos privados… Las cloacas del Estado profundo son imprescindibles para combatir la ley tendencial de caída de la tasa media de ganancia, razón decisiva del retroceso del capitalismo occidental.
17). NUEVA POLITICA ECONÓMICA
Aquí tenemos que volver a la categoría de totalidad concreta porque la ley tendencial de la caída de la tasa de ganancia, ley «endógena» en un país o región mundial, requiere de lo «exógeno» para ser plenamente comprendida en su alcance histórico. Por ejemplo, la decadencia yanqui está reforzada por el ascenso de otras potencias, de otros Estados que han llegado a hacer competencia en todos los aspectos e incluso a superarle en cuestiones decisivas y que representan un peligro mortal de clase, el del socialismo. Por ejemplo, ahora mismo y con diversos ritmos y características particulares y singulares los avances de China Popular, Vietnam, Cuba, Corea del Norte, el Sahel y otros pueblos que quieren caminar en ese sentido. Llegados a este punto tenemos que recurrir al empleo de la ley del desarrollo desigual y combinado y a la categoría de lo universal, lo particular y lo singular. El método dialéctico vuelve a ser necesario para entender la lucha de clases en sus momentos críticos.
La ley dialéctica del desarrollo desigual y combinado estaba operativa en los textos marxistas anteriores al leninismo pero sin explicitarla como tal, por poner dos ejemplos: la premonitora advertencia de Marx a comienzos de la década de 1870 de que la revolución empezaría por Rusia y Asia, y el debate de Marx en 1881 con los populistas rusos sobre la posibilidad de que la comuna campesina saltase al socialismo sin tener que sufrir la atrocidad capitalista. Sin ser enunciada, su acción se aprecia en el Qué Hacer de Lenin de 1902. Las revoluciones de 1905 y sobre todo la de 1917 crearon las condiciones materiales para que fuera sintetizada teórica y filosóficamente. Sin entrar ahora al debate abierto sobre si debiera ser considerada como la «cuarta ley» de la dialéctica, lo cierto es que su vigencia es innegable en la sociedad y en el pensamiento, y se estudia sobre si también realiza y cómo lo hace en la dialéctica de la naturaleza.
Esta ley dice que los procesos tienen un desarrollo desigual según sea su historia concreta, la de su lucha de clases, según las presiones internas y externas que han sufrido y sufren, etc. Pero añade al instante que los pueblos aplastados pueden avanzar mucho en poco tiempo, ahorrándose sufrimientos y esfuerzos porque aprenden de las lecciones de otros pueblos, reciben ayuda material, moral e intelectual que impulsa sus propios esfuerzos emancipadores, de modo que, con el tiempo, pueden llegar y llegan a constituirse en grandes fuerzas antiimperialistas. Las grandes crisis como la actual, dan vigencia a esta ley: Yemen es ahora mismo el ejemplo más actual, pero tenemos muchos más.
La revolución rusa de 1905 sorprendió a todo el mundo aunque en menor medida a Lenin pero no hubiera sorprendido apenas a Marx y Engels. Estalló porque el decrépito imperio zarista estaba al borde de hundimiento ya que no podía pagar la inmensa deuda adquirida, su atraso industria y campesino seguía siendo grande, las naciones que oprimía estaba descontentas y, por no extendernos, la derrota militar aplastante en la guerra con Japón de 1905 fue la chispa que hizo estallar la revolución. Un país atrasado abrió la fase de revoluciones socialistas que se mantendría con altibajos, derrotas y victorias hasta la contraofensiva nazifascista mundial destinada a aplastar esa oleada reforzada por la segunda Gran Depresión de 1929. La desigualdad del proceso revolucionario también se dio en el interior del zarismo, estallando en unas naciones y regiones antes que en otras, pero la corrección de la aún incipiente teoría leninista del partido, esencialmente dialéctica, facilitó en buena medida la combinación de las luchas.
La revolución de 1917 fue un desarrollo ampliado de la de 1905 pero con innovaciones cualitativas, y mostró de nuevo cómo el desarrollo desigual y combinado se acelera con las grandes crisis al impulsar una oleada revolucionaria en Europa y al radicalizar otras rebeliones obreras y campesinas en el mundo entero, generalmente anticolonialistas y antiimperialistas. A pesar de la implosión de la URSS, aquella impresionante experiencia sigue aportando cuando menos seis grandes lecciones muy necesarias para entender la decadencia imperialista porque todas ellas refuerzan el papel del «factor subjetivo» antes visto como conciencia revolucionaria organizada políticamente, lecciones que expondremos aquí en forma sintética:
La primera y última, la que recorre todas ellas y todo el leninismo es la cuestión del poder, de la destrucción del Estado como forma político-militar del capital y la creación del Estado obrero, socialista, que planifica su desarrollo con vistas a su autoextinción como se avanza al comunismo. Una de las garantías más sólidas que tiene el imperialismo en los últimos años de que puede detener su retroceso, hacerlo mucho más lento e incluso recuperar parte de sus fuerzas, radica en el abandono por la izquierda de la teoría del poder, de la lucha por la destrucción del poder imperialista allí donde se pueda. En las condiciones actuales, muchas movilizaciones antiimperialistas no llegan al momento crítico de pasar a la lucha política revolucionaria para construir el Estado socialista porque las fuerzas revolucionarias no se deciden a dar ese paso. La lucha contra la burocracia debe estar presente en todas las áreas del Estado, de la política y de la sociedad.
La segunda trata sobre la necesidad del partido revolucionario sin el cual no se puede luchar contra el Estado ni se puede impulsar la autooganización obrera y popular en todas sus formas, sindicatos, comunas, cooperativas, etc., explicando por qué cada lucha en el presente ha de prefigurar en la medida de lo posible los futuros soviets, consejos, sindicatos, cooperativas y movimientos insertos en la democracia socialista. Pero el partido ha de ser internacionalista y antiimperialista, integrándose en coordinadoras e internacionales revolucionarias.
La tercera trata sobre lo imprescindible que es que la izquierda recupere y actualice la teoría marxista de la guerra justa e injusta y de las violencias que les acompañan, virtud sostenida desde el comunismo utópico y parte del anarquismo. Teoría fundamental para explicar las victorias revolucionarias pero más aún para entender el porqué de tantas derrotas y de tantísimos momentos prerrevolucionarios exterminados en sangre o traicionados por el reformismo debido a su rechazo y/o ignorancia de esa teoría decisiva en todos los sentidos.
La cuarta trata sobre la necesidad de la formación de la militancia en la utilización del materialismo dialéctico dentro mismo de cada lucha, formación, debate, reunión… Por término medio y a pesar de las grandes limitaciones, los bolcheviques fueron los revolucionarios mejor formados en su época. Ahora, hiere a toda persona crítica la ignorancia de la izquierda o cuando menos su analfabetismo funcional, su empleo del «sentido común» en la cotidianeidad que no sólo en la acción sociopolítica, su dependencia incluso psicológica de las redes sociales capitalistas que son armas de la guerra cultural y cognitiva imperialista.
La quinta trata sobre el imperialismo y la liberación nacional, dos realidades en una sola que se tensionaban en extremos desde comienzos del siglo XX. Sobre lo que ya tenía realizado antes, el bolchevismo se lanzó a estudiarla con más ahínco desde 1913-14. Más adelante volveremos a este tema pero ahora debemos enmarcar la totalidad concreta que determinó el debate, lo que es necesario para no cometer el error de dogmatismo al calificar a Rusia como imperialista y a su guerra defensiva como «interimperialista». Veremos que la aportación de Lenin a la teoría del imperialismo consistió en sintetizar desde una perspectiva superior lo bueno de las teorías previas, integrando su síntesis en una totalidad concreta de modo que resulta imposible hablar de imperialismo sólo desde el plano estrictamente económico, siendo necesario siempre introducir la opresión nacional y la lucha de clases, es decir, el papel del Estado, todo ello integrado gracias al método dialéctico.
Entre 1913 y 1917, en plena IGM, se produjo un impresionante avance teórico en cuatro temas cruciales además de otros menores en los que no podemos entrar: liberación nacional, dialéctica, imperialismo y Estado. La ley del desarrollo desigual y combinado también aparece en este proceso: cada uno de los cuatro temas era analizado en aislado, de forma desigual, hasta que la situación extrema de la IGM forzó su combinación en una unidad superior, en un salto cualitativo como fue la praxis marxista como guía de la oleada revolucionaria internacional iniciada a comienzos de 1917. La acumulación desigual de avances teóricos en un contexto de contradicciones extremas, fue confluyendo bajo estas presiones objetivas en su combinación sinérgica dándose un salto cualitativo que determinó en buena medida en futuro humano: la oleada revolucionaria internacional iniciada desde principios de 1917 hubiera sido mucho más débil sin esa praxis marxista resultante
También la categoría de «totalidad concreta» vuelve a ser de nuevo imprescindible porque ninguno de los cuatros estudios en aislado –opresión nacional, dialéctica, imperialismo y Estado– se entiende plenamente sin los otros tres y todos ellos subsumidos en la totalidad sociohistórica de aquél contexto explosivo que terminaba de cerrar una fase del capitalismo y abría otra fase cualitativamente nueva, el surgimiento del socialismo representado por la URSS. Deberemos volver a esta categoría vital cuando veamos el papel de Rusia en la decadencia del imperialismo.
Y la sexta y última lección trata sobre algo incluso más trascendental que el debate sobre las cuatro cuestiones vistas arriba, incluso sobre el debate acerca del imperialismo porque trata sobre la Nueva Política Económica o NEP. En 1918 Lenin ya hablaba de «capitalismo de Estado» como etapa necesaria para el avance al socialismo teniendo en cuenta la pobreza de la URSS. En 1921 la situación socioeconómica y política de la URSS estaba a punto de entrar en una etapa de lucha contrarrevolucionaria interna por los tremendos costos, sacrificios y privaciones sufridas desde 1914: hambre, enfermedades, mercado negro, invasión de 14 ejércitos imperialistas, bandolerismo, protestas campesinas, debilitamiento del proletariado… Fue entonces cuando volvió a demostrarse el potencial liberador generado por el salto teórico dado en 1913-17 ya que no se dudó en abrir no sólo estratégico sino que podía debilitar los objetivos históricos por los que se luchaba tan desesperadamente: el socialismo.
Lenin definió la NEP en 1921 como «un paso atrás» para evitar el hundimiento de la URSS, para recuperar la economía, para obtener tiempo de respiro mientras se reforzaba la conciencia proletaria. En noviembre de 1922 Lenin volvió sobre la necesidad de la atapa del «capitalismo de Estado», defendiendo la NEP que llevaba casi un año implementando leyes entonces muy controvertidas porque facilitaban la recuperación burguesa: se permitió la libertad de mercado campesino e industrial, se devolvieron empresas socializadas a sus antiguos propietarios, se reguló estrictamente el derecho dc propiedad privada, se permitió que empresas extranjeras usaran empresas estatalizadas e invirtieran en el país, reapareció el mercado y el consumo de lujo, la ostentación burguesa volvió a contrastar la vida burguesa. Pero a la vez se crearon organismos y poderes estatales con participación obrera y campesina para impedir que la nueva acumulación de propiedad privada facilitara la recuperación política de la burguesía. La planificación estatal continuaba siendo decisiva, el comercio exterior era monopolio del Estado, etc.
Teniendo en cuenta la gran libertad de debate interno, en el PCUS se inició una discusión que en los años 1924-26 denominada el «gran debate»: ¿debe la revolución volver a prácticas burguesas para reactivar la economía devastada sabiendo que con ello es muy probable la recuperación de las fuerzas reaccionarias? ¿Hasta qué punto puede permitir la revolución que la impunidad de las leyes del valor y de la plusvalía pudra y aliene la conciencia obrera, enriquezca a la burguesía y refuerce su poder político? ¿Para qué sirve la planificación estatal y el poder obrero si no es para controlar al capital? ¿Qué condiciones hay que imponer a las transnacionales imperialistas para que abran fábricas en el país obrero, presten capitales, extiendas sus redes de dependencia económica, política, ideológica…? ¿Cuál debe ser el límite permitido de acumulación de capital privado, cuantos impuestos ha de pagar, qué cantidad de capital puede sacar al extranjero, podrá dejar en herencia lo acumulado mediante la explotación social…?
Desde entonces estas preguntas han reaparecido de una manera u otra en todos los países que han empezado el avance al socialismo; se han reforzado críticamente en todas las derrotas sufridas por estos países; se precisan con más experiencia histórica en los países que ahora transitan al socialismo y que pertenecer a los BRICS y a la multipolaridad; se plantean en las organizaciones de liberación nacional antiimperialista en el ahora mismo cuando debaten sobre cómo se puede alcanzar la independencia de sus pueblos en medio del salvajismo imperialista. Por tanto, volveremos a ellas cuando lleguemos a China Popular y tengamos que hablar de las fases de transición de un modo de producción a otro, del capitalismo al socialismo.
La actualidad de las seis lecciones soviéticas vistas así como toda la experiencia de la lucha de clases mundial nos llevan en directo a la categoría dialéctica de lo universal, lo particular y lo singular, en la que tanto insistieron Marx y Engels. Recurriremos entre otras, también a esta categoría para que nos guíe por el laberinto de las contradicciones contemporáneas en los apartados últimos de este texto, porque también la burguesía ha comprendido la importancia de esta categoría porque surge del movimiento de la razón ante el movimiento de las contradicciones.
Debemos concluir este apartado advirtiendo que aquél logro teórico realizado en 1913-17 fue realizado en condiciones muy duras: clandestinidad, presión policial y mediática, guerra, limitaciones de acceso a libros y documentos, exigencias urgentes de otros escritos necesarios para la coyuntura de la lucha de clases del momento… Por la misma dialéctica del conocimiento debemos asumir que el pensamiento es y debe ser móvil, estar en evolución permanente determinada por las contradicciones objetivas. El conocimiento estancado es conocimiento moribundo cuando no muerto ya.
Queremos decir que desde el mismo 1918 todas y cada de las áreas de esa cuádruple innovación unitaria empezaron a ser criticadas por los hechos, superadas en parte pero sobre todo enriquecidas, destacando Lenin en ese esfuerzo. Por poner unos ejemplos: en marzo de 1919 volvió sobre el imperialismo precisando que es una «superestructura» del capitalismo y que la ley de valor seguía rigiendo por lo bajo, desde el interior, la marcha de este modo de producción, en julio de ese año volvió sobre la teoría del Estado, y volvería muchas veces sobre la cuestión nacional y la dialéctica.
18). RUSIA
Un criterio básico en el marxismo, basado en la aplastante experiencia histórica, es que el escaso desarrollo de las fuerzas productivas es un fortísimo obstáculo para el avance al socialismo aunque el pueblo ya haya destruido el poder burgués y esté construyendo su Estado. La Internacional Comunista, fundada en 1919, pensaba que en los países imperialistas es muy difícil derrotar a la burguesía por las fuerzas represivas de toda índole que la clase dominante había acumulado con el apoyo del reformismo; pero sabía también que una vez derrotada la burguesía, el gran desarrollo de las fuerzas productivas en manos del Estado proletario facilitaría mucho el avance al socialismo. Ese no era el caso de la URSS en donde la pobreza y el hambre creciente empezaban a minar la revolución, lo que obligaría a implementar la NEP, como hemos visto.
La IC pensaba que los pueblos aplastados y empobrecidos tenían más facilidad para derrotar a su débil burguesía precisamente por eso, por su escaso desarrollo de sistemas represivos globales, pero tendrían muchas más dificultades para caminar al socialismo porque partían de nivel de pobreza e incultura mucho más bajo, a lo que habría que añadir a los criminales ataques inmediatos de la burguesía internacional para aniquilar cuanto antes esas conquistas impidiendo su propagación.
El acierto de la IC al reflexionar sobre este duro panorama venía avalado, como decimos, por la experiencia histórica. Según lo conocido hasta ahora en Occidente, la Liga de Corinto convocada por Filipo de Macedonia en -338 es la primera vez que las clases dominantes de varios Estados organizan un sistema represivo para aplastar el ascenso de la lucha de clases en la Grecia esclavista, una represión planificada que ahora se denomina contrainsurgencia. Desde entonces las clases dominantes han ido aprendiendo de los errores de los medios represivos anteriores, aplicando la ley de la negación de la negación para integrar siempre lo mejor de lo antiguo para la creación de su nueva doctrina de contrainsurgencia.
Se dice que von Bismarck, ‘Canciller de Hierro’ prusiano hasta 1890, sostuvo que la mejor forma de debilitar el zarismo era arrebatándole Ucrania. Desde 1904 Gran Bretaña había planteado la destrucción del imperio zarista y la conquista de Eurasia. El proyecto de balcanización de Rusia fue concretado en 1914 por el Departamento de Estado yanqui, 25 años antes de que el nazismo se lanzase el genocidio eslavo para colonizar sus tierras. Antes de acabar la IIGM, Gran Bretaña propuso a EEUU y al resto de aliados burgueses que nada más rendirse el nazismo atacaran a la URSS utilizando tropas alemanas que se habían rendido, fogueadas en el durísimo frente del Este. Obviamente no se le atacó pero la OTAN, creada en 1949, sí tenía pensada una guerra nuclear masiva contra las grandes ciudades soviéticas pero el miedo a la insurrección obrera interna y anticolonialista por el prestigio mundial de la URSS, y el miedo a su bomba atómica, le hicieron desistir.
La contrainsurgencia que, con sus adecuaciones, sirvió desde 1917 hasta 1990 para acelerar desde el exterior el hundimiento de la URSS minada por sus contradicciones internas, sirve en parte ahora para intentar aplastar definitivamente a la Rusia actual, a China Popular y a la humanidad digna. La nueva contrainsurgencia que subsume partes de la anterior, se fue creando en la mitad de la década de 1990 en adelante, siendo mejorada permanentemente. Su contenido universal consiste en que busca la victoria del imperialismo por cualquier medio; su contenido particular consiste en cómo la adapta a cada situación –Rusia diferente de Venezuela y ambas diferentes de Palestina, por ejemplo–; su contenido singular consiste en golpear a cada clase explotada de cada nación según su composición sociohistórica para que no siga resistiendo al imperialismo.
En 1990 la OTAN volvió a prometer a una URSS en implosión que no avanzaría hacia sus fronteras respetando la neutralidad de los Estados bajo su influencia. Se le prometió también que Alemania Oriental nunca tendría bases de la OTAN y tampoco bombas nucleares. No es objeto de este artículo desentrañar la maraña de razones que explican esa implosión, que explican la credulidad de una parte de la dirección soviética en las promesas imperialistas, y que explican la relativa facilidad con la que triunfaron. Lo cierto es que en 1991 se creó un plan para en poco tiempo integrar de facto en la OTAN a Hungría, Checoslovaquia y Polonia. Mientras tanto, como hemos visto, se lanzaba la guerra para destruir Yugoslavia llevando tropas occidentales más hacia el Este, acortando las distancias para poder bombardear Minsk y Moscú en pocos minutos. La larga guerra de destrucción de Yugoslavia (1991/2001) fue escalando el ataque a aliados de Rusia como Serbia; el bombardeo yanqui de la Embajada de China Popular en Belgrado en 1999 anunciaba lo que estaba por venir.
La facción prooccidental de la nueva burguesía rusa dirigida por Yeltsin presidente hasta 1999 que se enriquecía privatizando y robando grandes propiedades estatales sumiendo a la población en la pobreza, no hizo nada para detener esa guerra al no comprender que era el inicio de una presión que se ampliaría con el tiempo mientras permitía el saqueo sistemático de las riqueza rusa por el imperialismo. El «nuevo» capitalismo ruso era neoliberal al máximo, feroz en su obsesión de riqueza, la vida del pueblo fue sacrificada al beneficio privado, EEUU tuvo acceso a muchos de los secretos decisivos para la independencia de Rusia, pero en 2000 llegó Putin a la presidencia aupado por la reacción del sentimiento nacional ruso arto del deterioro de sus condiciones de vida y de tanta humillación y prepotencia occidental. La oligarquía y otros sectores que le apoyaban por entonces seguían deseando estrechar lazos con Occidente y la OTAN, creyendo que serían bienvenidos al club de los ricos. Conocían la situación real del capitalismo y despreciaban las advertencias de los comunistas rusos sobre la naturaleza feroz del imperialismo porque, como burguesía, sólo pensaban en enriquecerse lo más rápidamente posible recurriendo muy frecuentemente al crimen y a las mafias.
Entre 1994 y 2009 el imperialismo azuzó tensiones internas en Rusia provocando dos duras guerras en Chechenia, que al final perdió el imperialismo, lo mismo que perdió la guerra en Georgia de 2009. A su vez, en 2004 la OTAN se apropiaba militarmente de los países bálticos, Eslovaquia, Rumania y Eslovenia, y en 2009 de Albania y Croacia. Durante este tiempo, sectores del ejército, la ciencia, la educación, la cultura, la economía y especialmente del proletariado se organizaban para detener el hundimiento del país y derrotar la estrategia imperialista de balcanización de Rusia.
Los gobiernos presididos por Putin desde 2000 empezaron a reorganizar el capitalismo con medidas sociales, a perseguir a la oligarquía corrupta y mafiosa prooccidental que descapitalizaba el país, a reorganizar el ejército, etc. Se encarceló a oligarcas, pero la UE protegió a muchos de los que pudieron huir de la justicia rusa, alguno de ellos liberado de la cárcel por el juez Garzón para que no fuera devuelto a la justicia de su país. Está gravada aquella tensa reunión en 2001 en la que Putin obligó en persona y en público a un mafioso oligarca a firmar su renuncia a su fortuna acaparada desde 1991. Le obligó señalándole con el dedo, en voz alta y dándole el bolígrafo con el que firmase. Ante la resistencia del ladrón, Putin le volvió a exigir que firmase la devolución al Estado de las propiedades robadas. Lo hizo, pero al girar hacia su sitio en la mesa Putin le indicó que también devolviera el bolígrafo.
La prensa occidental ha ocultado que la clase trabajadora rusa logró mantener activas algunas formas productivas soviéticas, koljoses, cooperativas, etc., que no todo fue destruido, formas que más tarde el gobierno loaría como la planificada producción militar, espacial, científica, etc. Esta prensa comenzó a demonizar a Putin como representante de la recuperación rusa desde poco antes de 2000, intensificando los ataques desde 2001 al conocerse el estrechamiento de relaciones entre Rusia y China, y aún más desde 2007 cuando en su célebre discurso de Múnich denunció el imperialismo yanqui, el avance de la OTAN, la militarización del espacio, la inseguridad mundial creciente, la necesidad de nuevas relaciones internacionales adelantando puntos básicos de lo que ahora son los BRICs+ y la multipolaridad. Reafirmando esta línea, Putin visito Venezuela en 2010 manteniendo importantes reuniones con Chávez y su gobierno, año en el que se fundó el BRIC.
No hace falta decir que el giro de Rusia hacia China Popular y Venezuela, así como la creación del BRIC, por citar tres pasos «peligrosos» fueron serias alarmas para el imperialismo. No es casualidad que en 2011 apareciera en escena una ONG creada por la CIA dirigida por el reaccionario A. Navalni al que habían prometido el Kremlin, que decía luchar contra la corrupción Posiblemente la rápida derrota social del intento de «revolución naranja» en Rusia fuera otra de las razones que convencieron a la OTAN de aceleran el golpe fascista en Kiev en 2014 ya visto arriba, golpe reforzado por la primera oleada de sanciones a Rusia para debilitar su economía. Otra razón fue sin duda que en 2013 China Popular dio a conocer su Ruta de la Seda, abriendo un nuevo frente en la ya tensa guerra económica lanzada por EEUU y sus peones contra la humanidad.
El imperialismo creía que el oso ruso estaba enfermo y que las sanciones terminarían rematándolo al lograr por fin que sectores populares golpeados por la crisis que esperaban provocar con las sanciones, se sumasen a otra «revolución naranja» interna mejor organizada que la fracasada del proyanqui Navalni. Pero Rusia ya había recuperado para entonces una apreciable solidez nacional, y amplió sus relaciones internacionales con un marcado aire antiimperialista y comunista: en ese mismo 2014 Putin visitó Cuba y estableció una amistad profunda con Fidel Castro mientras que ampliaba sus lazos con China Popular. Para frenar el impacto negativo de las sanciones yanqui, Rusia toma medidas internas y amplía sus relaciones internacionales. En 2015 interviene militarmente en defensa de Siria atacada por los ejércitos terroristas de la OTAN arriba vistos que cometen crueldades inhumanas que estremecen al mundo conforme se supera la férrea censura mediática. Lo hace porque comprende que, en aquél contexto, la caída y troceamiento del país abriría una brecha entonces muy difícil de cerrar por la que penetraría toda la ofensiva del imperialismo sionazi para crear el mito del Gran Israel y lograr el control absoluto de Oriente Medio, lanzándose después contra Irán.
Las medidas burguesas para salir de la tercera Gran Depresión iniciada en 2007-08 habían dado un ligero respiro al capital pero para finales de 2016 se volvía a hablar del «sombrío futuro de la crisis». Nos hemos referido arriba al informe de la Inteligencia yanqui de 2017 sobre el final de la «unipolaridad». También en este mismo año quedó confirmado lo que ya se esperaba, que China Popular adelantara irremisiblemente a EEUU en todo lo relacionado con la cuantificación y que el triángulo estratégico formado por China, Rusia e Irán se estaba erigiendo como el «centro del mundo». Por no aburrir, ese mismo año Díaz-Canel y Putin inauguraron una estatua a Fidel Castro en Moscú. Sorprende que un país al que se acusa de «imperialista» como dicen algunos que es Rusia, levante una estatua al mayor antiimperialista contemporáneo y que al evento acuda el Secretario del PC de Cuba, y la pregunta es: ¿Será que Cuba también es «imperialista»?
Justo desde enero de 2019 empezaron a amontonarse los estudios que indicaban que la economía capitalista se precipitaba para abajo después de la leve recuperación lograda gracias a las duras políticas burguesas para contener y revertir la tercera Gran Depresión de 2007-08. Después, la dialéctica de la naturaleza demostró su poder –zoonosis- con la pandemia de Covid en 2020 y mediados de 2021 con efectos devastadores que ahondaron la gravedad de la tercera Gran Depresión, presionando más aún al capital para endurecer el militarismo imperialista. Los ataques terroristas de la Ucrania pro-otanista y nazi contra las Repúblicas Populares del Donbass como antesala para la invasión de Rusia, se intensificaron durante la pandemia. Rusia avisaba de que implantar la OTAN en Ucrania e invadir Donbass llegando a las fronteras rusas, le obligaría a iniciar una guerra defensiva -«operación especial»- como sucedió desde febrero de 2022. De inmediato la ‘izquierda’ reformista acusó a Rusia de potencia imperialista, agresora, obstinada en destruir la «democracia» ucronazi. ¿Es imperialista Rusia, lo era la URSS como también se decía? Antes de explicar por qué no lo es ni lo era la URSS, y para terminar este apartado, el pueblo palestino se levantó en armas contra el ocupante sionazi en octubre de 2023.
19). UCRONAZIS, SIONAZIS Y OTAN
Zbigniew Brzezinski (1928/2017) insistía frecuentemente a J. Carter, presidente de EEUU en 1977-81 en la necesidad de destruir y balcanizar la URSS, un proyecto pensado desde 1914, antes de que existiera la URSS. En 1977 el imperialismo sufría una crisis profunda agravada por la guerra del petróleo, por la derrota en Vietnam, por la lucha de clases interna, por la fuerza del anticolonialismo… Era por tanto urgente acabar con la URSS, trocearla y repartir sus pedazos entre empresas fundamentalmente yanquis aunque también de Europa Occidental apoyadas por colaboracionistas rusos a modo de Quisling, Pétain, Laval, Degrelle, Schalburg y tantos otros.
Por tanto había que debilitarla en todos los sentidos, sobre todo el militar y el económico pero también el teórico y moral. El imperialismo se lanzó a ello a lo largo del proceso acoso, cerco y derribo que hemos visto arriba. Las ganancias que obtendría el imperialismo desarrollando su plan de 1914 en el contexto presente serían al menos de tres tipos: una, las directamente económicas porque el Banco Mundial estima que más del 30% de los recursos naturales de la Tierra se encuentra en Rusia con un valor aproximado de 75 billones-$. Además, la fuerza de trabajo rusa tiene una alta cualificación, sus logros científicos son considerables, sus reservas de oro apreciables…
Dos, el botín militar también es decisivo porque, además del arsenal convencional y nuclear, además de su industria militar de alta capacidad científica y productiva, también Rusia tiene una impresionante red logística ferroviaria que permitiría a la OTAN reforzada por las conquistas y adquisiciones, también trasladas rápidamente enormes reservas hacia el Este, hacia la enorme frontera con Kazajistán, Mongolia y China Popular, en caso de presión militar contra ellas, e incluso de guerra. No hace falta decir que el control de las costas siberianas del Océano Ártico sería un botín militar y económico de incalculable valor.
Y tres, además de lo anterior, la destrucción y balcanización de Rusia sería un golpe de muerte para los BRICs+, en especial para Irán y China Popular, además de para el resto de Estados y pueblos que han firmado con Rusia muy ventajosos tratados de asistencia, sobre todo científico-militar, una de las mayores amenazas para el imperialismo. Treinta Estados africanos tienen relaciones alianzas militares con Rusia, por ejemplo, y correrían muy serios peligros si fuera aniquilada, lo que también le sucedería a Cuba, Nicaragua y en cierta medida de Venezuela. También desaparecería el antiimperialismo solidario que sostiene Rusia ayudando con asistencia técnica, medicamentos, comida, agricultura y abonos, etc. Igualmente, se debilitaría en extremo o desaparecería la esperanza que crece en el mundo golpeado por el imperialismo ante las tendencias de desarrollo de otras instituciones económicas, diplomáticas, científicas, ambientales, de defensa, en la que Rusia juega un importante papel.
Hacia 2010 EEUU aseguraba a gobernantes de la UE que Rusia estaba al borde del hundimiento por el efecto de las sanciones, del aislamiento y de las protestas sociales internas, y que bastaba un empujón para derribarla. Ese empujón sería el golpe fascista del Maidán en 2014 y la otanización de facto de su ejército, remodelado y fortalecido al máximo. En 2015 se celebró una reunión internacional en Minsk, Bielorrusia, para negociar un acuerdo con Ucrania sobre los derechos nacionales y democráticos de las Repúblicas Populares del Donbass, que se habían declarado independientes y que conservaban derechos sociales heredados de la URSS, derechos que Occidente y los ucronazis ya en el poder en Kiev necesitaban destruir porque eran antagónicos con la dictadura del capital, como los 42 sindicalistas quemados vivos en Odessa. Años más tarde altos cargos occidentales, incluida Merkel, canciller alemana, reconocieron tranquilamente que había sido un engaño para obtener tiempo mientras la OTAN armaba el mayor ejército europeo, junto con el de Turquía, y masacraba a la población del Donbass en medio del silencio plomizo de la prensa «democrática» occidental.
La OTAN actualizaba al contexto su primera doctrina de la segunda mitad de la década de 1940, sostenida en lo esencial desde entonces y reformulada varias veces, de guerra total contra Rusia. La panoplia de armas disponibles en el momento permitía a la OTAN integrar la guerra nuclear, bioquímica –Rusia descubrió laboratorios secretos en Ucrania dirigidos por la OTAN–, electrónica e informática, psicológica y cognitiva, etc., en una totalidad concreta adaptada a las necesidades actuales del imperialismo. Una de las tareas de la OTAN era la de entrenar unidades nazifascistas, con banderas, emblemas y tatuajes incluidos, que servirían de fuerzas de choque en el frente y de represión en la retaguardia, al igual que se habían creado en secreto después de la IIGM.
De nuevo, la categoría de esencia/fenómeno mostraba su efectividad. La URSS y las izquierdas revolucionarias advirtieron con mucha antelación de que el nazifascismo se preparaba para la guerra, proponiendo diversos planes para impedirla siendo todos ellos rechazados por Gran Bretaña, Polonia, Francia y otros países, que querían que Hitler y sus aliados destrozaran la URSS. Al final Moscú no tuvo más remedio que negociar con el nazismo a finales de agosto de 1939 para ganar tiempo y prepararse para una guerra que sabía que iba a ser a vida o muerte. Durante veinte meses, la URSS hizo un esfuerzo titánico sin el cual hubiera sido aniquilada.
Para 2016 era innegable que el acuerdo de Minsk era otra trampa imperialista para preparar la guerra contra Rusia lo que exigía destruir previamente las Repúblicas Populares del Donbass. Las cada vez más insistentes advertencias de Rusia de que no toleraría que Ucrania fuera la base de ataque contra ella, nos recuerdan a las de la URSS. Pero el capitalismo europeo posterior a la segunda Gran Depresión de 1929 en adelante, que no era el mismo en sus formas aunque sí en su esencia, que el de la tercera Gran Depresión de 2007-08. Incluso el actual ha llevado al extremo contradicciones insolubles que no tenía el de 1929. Ahora la OTAN es cualitativamente superior a la Wehrmacht en junio de 1941, momento de la invasión de la URSS.
Sabedora de todo eso, Rusia redobló su preparación desde 2015 a pesar de acudir en defensa de la Siria democrática atacada brutalmente por los ejércitos terroristas armados y dirigidos a distancia por la OTAN y el sionazismo. El imperialismo intensificó la guerra económica –«sanciones»– y la rusofobia mientras preparaba el asalto definitivo contra las Repúblicas Populares del Donbass y exigía a la UE un rearme intensivo. Rusia no quería cometer el error de ser sorprendida como lo fue la URSS en la guerra de 1939 por Japón y por Alemania en 1941. La crueldad impune del ucronazismo ya no golpeaba sólo al Donbass sino que la represión se intensificaba en Ucrania, envalentonada por el apoyo total de la OTAN y sus medios de manipulación de masas.
La dialéctica de la verdad concreta, objetiva, absoluta y relativa, antes vista, volvía a dar lecciones. Las derrotas iniciales de 1939 y 1941 no volverían a repetirse. Rusia tenía información de que la OTAN preparaba el asalto final al Donbass, llegando a sus fronteras para bombardear Minsk, Moscú y otras capitales en cuestión de minutos. En la Siria democrática de 2015 Rusia había adelantado su ayuda a petición del Gobierno sirio al saber que EEUU preparaba un bombardeo masivo con decenas de misiles –fuentes de prensa hablaban de alrededor de 200 misiles–, logrando que su acción legal impidiera el aplastamiento ilegal de lo que quedaba del país. En Europa, tras avisar reiteradamente de que no admitiría más provocaciones, corroboradas por el embajador de EEUU en Moscú, intervino en ayuda de las Repúblicas Populares del Donbass.
No ha existido nunca «invasión de Ucrania» por parte de Rusia, sino operación especial para acabar con el terrorismo ucronazi organizado por la OTAN contra la población del Donbass, repúblicas independientes que conservaban muchas de las conquistas sociales heredadas de la URSS. Estimaciones muy por lo bajo cuantifican en 14.000 las personas asesinadas por los ucronazis desde 2014 a 2022, siendo más de un millón las que se refugiaron en Rusia para huir de las matanzas. Desde el inicio de la operación Rusia propuso negociaciones inmediatas para resolver la situación y garantizar los derechos de la población del Donbass. El ejército ruso podía haber conquistado Kiev pero la creencia rusa de que esta vez el imperialismo cumpliría su palabra dada en presencia extranjera, le llevaron a no entrar en la capital ucraniana. En marzo-abril de 2022 hubo reuniones entre Ucrania y Rusia que estuvieron a punto de concluir en acuerdos pero el gobierno ucraniano mandó asesinar a su principal representante, Denis Kireev, y obedeció la orden de la OTAN de romper cualquier acuerdo con Rusia y seguir la guerra.
Pocas veces asistiremos a un espectáculo tan degradante como el de las «izquierdas» prooccidentales asumiendo y propagando las tesis imperialistas contra Rusia, diciendo a lo sumo que era una «guerra interimperialista» e incluso que había que derribar a Putin para restaurar la «democracia» en este país. Algunas de ellas han defendido también el «derecho de defensa» del sionazismo ante el «terrorismo» de la Palestina sometida a genocidio. Tampoco podemos extendernos en sus declaraciones cuando la destrucción sangrienta de Yugoslavia. Pero la verdad es terca e hizo falta muy poco tiempo para que se descubriera que las estrategias, la organización táctica y las órdenes de mando provenían de la OTAN en lengua inglesa, francesa, alemana y polaca, por este orden.
La represión de derechos y la rusofobia provocada por la industria cultural inundó Occidente: genios como Dostoievski, Pushkin, Tchaikovski, Gogol y otros fueron prohibidos y en junio de 2022 Ucrania pensó quemar 100 millones de libros en ruso. La represión se extendió a la práctica totalidad de la oposición, sobre todo a la comunista; las torturas y asesinatos proliferaron; se atacó a la religión ortodoxa que había rechazado el engendro artificial de una supuesta «religión ucraniana»; se persiguió a minorías étnicas como la húngara, la gitana y otras; se generalizó la corrupción y el nepotismo, y se suspendieron las elecciones hasta que no se ganase la guerra. Las masacres ucronazis eran achacadas a los rusos. Centenas de miles de soldados muertos se quedaban sin identificar para no retribuir a sus familias según estipulaba la ley: ¿Quiénes se quedan con el dinero? Hasta EEUU ha empezado con la boca pequeña a exigir algunos recibos de los gastos de los 114.000 millones-$ entregados hasta ahora, pero la UE no pregunta nada sobre sus 132.300 millones-$.
En mayo de 2022, a los tres meses de la guerra, se publicaron los resultados de una encuesta muy rigurosa sobre la opción sociopolítica de la población rusa, viéndose que el socialismo era ampliamente mayoritario. En respuesta en abril de 2023 la prensa occidental se lanzó a pontificar sobre la creciente debilidad rusa y la depuración de grupo Wagner en junio de ese año fue interpretada como el comienzo del fin de un Putin con cáncer según se decía. En agosto de 2024 se supo que aunque la inflación había subido un 8,6% sin embargo los sueldos reales lo habían hecho en un 14%. Ello fue posible porque las medidas económicas anteriores habían logrado una reserva que permitió que en 2022 y 2023 el gasto público aumentase un 15%, decidiéndose que fuera un poco menor para 2024. En noviembre de este año el FMI reconoció que Rusia era la cuarta economía del mundo en PIB por paridad de poder adquisitivo, un sistema mucho más fiable sobre la verdadera capacidad productiva y de consumo de un país. A finales de abril de 2025 el rubro alcanzaba su mayor valor desde 2023: 77,95 rubros por dólar,
20). CUATRO OBJETIVOS RUSOS
Efectivamente y como ya lo hemos dicho, Rusia es un país capitalista que desde 2000 empezó una depuración de las oligarquías corruptas y prooccidentales en medio de guerras sucesivas provocadas por el imperialismo, a la vez que hacía esfuerzos para mejorar las condiciones sociales, recuperar la ciencia, educación y sanidad, reorganizar la defensa y ampliar las relaciones internacionales. Para entender en su pleno sentido este tremendo esfuerzo popular dirigido en su parte oficial por una burguesía consciente del peligro mortal que le amenazaba cada vez más, debemos volver al Lenin de 1913-17, es decir a esa totalidad teórica formada por la sinergia entre la guerra de liberación nacional, el método dialéctico, la teoría del imperialismo, y la teoría del Estado.
El grueso, por no decir la totalidad de quienes sostienen que Rusia es imperialista y que estamos ante una guerra interimperialista, desconocen o rechazan la exigencia intelectual de movernos siempre dentro de la totalidad concreta. Para Lenin era imposible separar el imperialismo de la opresión nacional y del Estado burgués, sintetizando todo ello con el método dialéctico. Lo decisivo de esta exigencia es conocer las contradicciones que impulsan la crisis del imperialismo en la actualidad, es decir, de cómo la teoría marxista de la crisis explica que el imperialismo no tiene más remedio que sobreexplotar siempre al proletariado y saquear siempre a los pueblos, en especial sobre los que tienen más recursos –Rusia, China Popular, Irán, etc.– para recuperar su poder.
La contradicción expansivo-constrictiva inherente al concepto simple de capital nos ayuda a entender, además del sentido de los aranceles, también y sobre todo por qué el imperialismo está lanzando una ofensiva desesperada y por qué, en el sentido contrario, se le enfrentan cada vez más pueblos. La resistencia rusa es así parte de la de otros Estados y pueblos, no es un hecho aislado sino que estamos ante un conflicto mundial polícromo y multifacético en sus formas pero con una lógica esencial interna a esa policromía. Es cierto que no estamos en el contexto de la IGM cuando se teorizó parte de la teoría del imperialismo y del resto de aportaciones que hemos visto, porque la Gran Depresión de 1873-96 era más «simple» que la de 1929-40 que forzó el estallido de la IIGM. Es cierto que la de 2007-08 agravada sobremanera desde 2020 tiene componentes nuevos que agudizan al límite contradicciones esenciales del sistema. Todo eso es verdad, pero es más cierto aún que el capitalismo sigue teniendo un solo método para resolver la Gran Crisis: una violencia global que se plasma conflictos múltiples apenas imaginables hace medio siglo e inimaginables en 1945 por no retroceder más en el tiempo.
Ahora por ejemplo, el imperialismo en su conjunto y cada Estado en sí, tiene una serio de ejércitos del terror que intervienen en aislado o conjuntamente si es necesario. El terrorismo sionazi es un instrumento central de las agresiones a los pueblos, junto al fundamentalista creado por la CIA, sin olvidar el poder de las mafias y del narcoparamilitarismo, capaces de llevar cientos de mercenarios asesinoa donde el Pentágono lo decida. En especial el sionazismo tiene un poder de mortandad –alrededor de 400 bombas nucleares, sin contar otros arsenales– que para sí hubiera querido Hitler. Pero eso, siendo estremecedor, es una parte del problema ya que lo decisivo es que ahora, en 2025, el conglomerado ideológico nazifascista y ultrarreaccionario tiene al menos cuatro características inexistentes en 1923-45:
Una, está mucho más extendido en el mundo porque tiene mucho más apoyo burgués en todos los sentidos, sobre todo armas, servicios secretos, etc. Dos, tiene conexiones más estrechas con otros terrorismos como el fundamentalista, mafias internacionales, organizaciones paramilitares lo que multiplica su fuerza. Tres, obedecen a un mando internacional dirigido por el imperialismo, lo que no existía en 1923-45, lo que justo empezó a existir con la OTAN en la guerra fría, y lo que ya es innegable en el presente. Cuatro, esta capacidad muy ampliada es justificada de un modo u otro por la industrial imperialista de la alienación de masas. Y cinco, es más consciente que entonces que la guerra que ya está lanzada puede llegar a ser la última y que por eso debe ganarla su amo, el capitalismo.
Esta cuestión en fundamental para entender el papel de Rusia, China Popular, Irán, Venezuela, Cuba, etc., y en general los BRICS, con sus contradicciones y límites, en el problema de la guerra tal cual se muestra por ahora. Los ejércitos del terror imperialista son centrales en los niveles actuales de la guerra como fuerzas que antes se le llamaba «irregulares» y que ahora son unidades especializadas en romper la cohesión interna de los pueblos que el imperialismo ha decidido destruir, junto con la guerra cognitiva y otras mejoras actuales de la guerra psicológica de siempre. Es un antiguo método presente en la historia militar desde que esta nos aporta datos objetivos.
Centrándonos en Rusia, estos ejércitos ya actuaban como parte de los catorce ejércitos imperialistas que invadieron la URSS desde 1918. Fueron reactivados desde 1945 y readecuados desde 1990 para provocar «protestas sociales», guerras civiles, atentados brutales como el que asesinó a 170 personas en el moscovita teatro Dubrovka en octubre de 2002. Rusia, como la mayoría de pueblos y muy especialmente su clase trabajadora, ha sufrido los crímenes de este ejército actualizado, creado y dirigido por la OTAN. Sabe que si baja la guardia y si el imperialismo entre en su país, el proletariado sufrirá la misma o peor suerte que en 1941-44. Por eso la juventud obrera se alista voluntariamente cuando puede, y por eso se moviliza cuando le llaman.
El imperialismo miente con descaro sobre este particular porque necesita desmoralizar y reintroducir la ideología burguesa en la juventud proletaria rusa, primer requisito para poder destripar su país y para, sobre sus trozos, avanzar hacia China Popular y preparar el ataque definitivo y último contra Irán. El pueblo trabajador ruso conserva aún un vívido recuerdo de la atrocidad nazi y más todavía de la reciente destrucción de los logros soviéticos impuesta en la década de 1990. Sabe que la burguesía, cualquiera de ellas, es caníbal de su propio pueblo y aunque ha logrado atar un poco a la oligarquía de su país con la ayuda del sector dirigido por Putin y otros políticos, comprende que, aunque débil por el momento, no ha desaparecido del todo el peligro de una involución política atroz organizada por la CIA con el apoyo de la oligarquía prooccidental interna.
La lucha de clases en Rusia porque es un sistema capitalista pero no alcanza ni remotamente la tensión ya tiene en la UE. En su forma actual incide mucho el sentimiento nacionalista antiimperialista en respuesta al recrudecimiento del racismo rusofóbico occidental. Volvemos a encontrarnos con la dialéctica entre las condiciones objetivas y el «factor subjetivo», en este caso la vivencia popular de que Rusia vuelve a estar en una encrucijada en la que se juega su existencia. El apoyo masivo que tienen el gobierno Putin y su política social-reformista, el ejército y la política exterior, por citar tres medidores imprescindibles, es concluyente. La solidez del gobierno de Putin también se sostiene sobre el apoyo electoral del PCFR que es la segunda fuerza electoral del país y la primera en capacidad de movilización de masas y de aportación de perspectiva histórica.
La exigencia de justicia que plantea el pueblo ruso contra el terrorismo ucronazi contra el Donbass y contra la población civil en la retaguardia rusa, por el terrorismo de otras organizaciones imperialistas sufrido por Rusia, la memoria presente por el sufrimiento impuesto por las oligarquías y el saqueo imperialista de la década de 1990, y el arraigado recuerdo del salvajismo nazi, este «factor subjetivo» que ningún marxista debe despreciar, es una espada popular de Damocles sobre el gobierno de Putin si traiciona sus promesas, cosa que nunca hará mientras viva.
La burguesía rusa sabe de la fuerza creciente del proletariado y de la izquierda que se presenta como el proyecto material de una Rusia que va estrechando lazos con China Popular. La burguesía acepta así integrarse en Eurasia, en los BRICS, en las alianzas varias que van estableciéndose cada vez más al margen del mercado internacional muy dominado aún por el imperialismo. Por ejemplo, el documento en el que se exponen los proyectos debatidos en Kazán el pasado octubre de 2024 plantea reformas profundas aun dentro del capitalismo pero hace propuestas de futuro que en su pleno sentido rompen la lógica capitalista cuando intenten ir más allá de sus leyes y de sus contradicciones.
Esto es lo mismo que le sucede al capitalismo ruso: si hasta el inicio de la guerra defensiva contra la OTAN ucronazi, en febrero de 2022, no cumplía con ninguna de las exigencias para ser definida como imperialista, mucho menos desde entonces, menos aún tras los acuerdos de Kazán y ya nada desde los acuerdos realizados desde ese octubre hasta el pasado 9 de mayo en la gran conmemoración de la liberación de Europa en Moscú. Hasta 2022 la producción industrial y manufacturera rusa era pequeña en comparación con la de las grandes potencias; la banca rusa era prácticamente inexistente en la competencia bancaria y financiera y también lo era en las exportación de capitales y la presencia de grandes monopolios rusos era ciertamente ridícula; las materias primas eran con mucho el grueso de las exportaciones, hasta tal punto que era calificada como simple «monocultivo», forzando el término. En cuanto a la potencia militar, la inversión en armas, el número de bases militares en el mundo, etc., la desproporción era absoluta.
Pero toda descripción cuantitativa exige una síntesis cualitativa que a su vez requiere una base teórico-política que la confirme. En 2022 la economía, la política y la capacidad militar rusa no eran imperialistas y el comportamiento de su gobierno durante los años anteriores a la guerra defensiva los otanazis ucranianos era la antítesis del imperialismo porque una y otra vez buscaba acuerdos que evitasen la guerra. Como había ocurrido frente a Hitler más de 70 años después sucedía lo mismo frente a Zelenski. Si en 1941 la URSS defendía al socialismo, en 2022 Rusia luchaba por cuatro objetivos: derecho de autodeterminación del Donbass, desnazificación, desmilitaricación y creación de un sistema internacional de resolución negociada de los conflictos.
Haciendo gala de una sorprendente ignorancia de la historia y del arte/ciencia militar, se habla de imperialismo ruso porque ha tomado la iniciativa en la guerra, «invadiendo» las Repúblicas Populares del Donbass. Si algo rezuma dialéctica eso es la guerra: la unidad de contrarios entre ataque y defensa hace que una y otra se intercambien muy frecuentemente dando sentido al dicho de que en determinados momentos no hay mejor defensa que un buen ataque, y en otros momentos, un buen ataque debe sustentarse en una buena defensa. Lo que define a la guerra imperialista es la opresión y el saqueo, el genocidio. Lo que define a la guerra antiimperialista es la libertad, la recuperación de los bienes colectivos expoliados y la defensa de la vida. El ejército ruso ha asumido tener más bajas de las previstas porque se ha negado a bombardear espacios civiles. Justo lo contrario hace el imperialismo con sus guerras: iniciarlas con brutales bombardeos de exterminio de la población civil.
Debemos preguntarnos por qué Rusia no ha aplastado con bombas a la población civil ucraniana antes de mover sus tropas, por qué no ha practicado el método imperialista de arrasarlo todo, todo absolutamente, por qué ha medido con precisión sorprendente sus ataques para no causar bajas civiles, por qué ha seguido el mismo método que el empleado de causar el mínimo daño posible seguido por la URSS en Afganistán, por qué ha intentado buscar acuerdos negociados antes de proceder al ataque… Algo básico no cuadra en este raro «imperialismo» que niega con los hechos una de las leyes de la guerra injusta: extermina en lo posible todo rastro de vida antes de enviar la infantería.
Entre 2022-25 el debate sobre el imperialismo ruso ha ido perdiendo intensidad porque los hechos cantan por sí mismos: la verdad va imponiéndose aunque siempre habrá un reducto dogmático que se niegue a aceptar la esencia antiimperialista de los cuatro objetivos de la guerra defensiva: El derecho de autodeterminación vale para todos pueblos pero la Unión Europea lo niega explícitamente y la OTAN tiene el deber de defender la integridad territorial de sus Estados. Para ser definitiva la desmilitarización de Ucrania hay que desmilitarizar la UE y lo mismo sucede con la desnazificación. Una lectura objetiva de los otros tres nos muestra que también deben ser planteados a nivel internacional para garantizar el cuarto, el de establecer un marco de relaciones jurídicas, políticas y democráticas en el que se resuelvas pacíficamente los conflictos mundiales. Aunque por el momento puedan parecer inalcanzables, son inaceptables por el imperialismo.
Los cuatro objetivos fueron aplaudidos de inmediato por los pueblos y movimientos antiimperialistas que comprendieron su importancia democrático-radical. Si valían para Ucrania aunque no atacasen la propiedad privada burguesa, también servían para todas aquellas reivindicaciones que buscaban aunar fuerzas democráticas orientándolas hacia el mismo objetivo. Si a ello le sumamos el avance de los BRICS, los ataques a derechos básicos en EEUU, la UE y otros países defensores de las atrocidades ucronazis, sionazis, etc., comprenderemos el porqué del prestigio e influencia internacional que ha adquirido Rusia la tenemos en el pasado 9 de mayo, día de la conmemoración de la liberación de Berlín y del Este de Europa a la que acudieron 165 delegaciones de 91 países con el 55% de la población mundial. Este prestigio no sólo es debido a la ayuda rusa a muchos países, a su firme resistencia a la OTAN y sus denuncias de la brutalidad imperialista, a su capacidad para recuperarse a pesar de ser el país más agredido por las sanciones imperialistas, sino también a la posición que ocupa junto con China Popular en la dinámica de «desconexión» –sin entrar al debate con Samir Amín sobre este tema en 1988– que puede irse perfilando desde 2010 en adelante.
21). CHINA POPULAR
La dialéctica del desarrollo desigual y combinado nos facilita comprender el avance impresionante de China Popular si lo comparamos con el de la India, por ejemplo. En el siglo XIX China no era el «gigante dormido» que decía Napoleón, era el gigante debilitado, empobrecido y atado con mil cadenas impuestas durante los continuos ataques y saqueos occidentales que utilizaban la guerra biológica –guerras del opio de 1839-42 y 1856-60– dentro de las guerras convencionales del momento. El colonialismo buscaba dos objetivos centrales con esta guerra biológica: introducir la drogodependencia para aumentar la venta de opio engordando sus arcas; destruir la resistencia china al colonialismo y aniquilar su lucidez intelectual y moral. Pero la clase dominante china sí estaba interesada en que el opio adormeciera al pueblo porque la muy potente rebelión Taiping de 1850-64 amenazaba con destrozar el imperio instaurando un poder campesino basado en una utopía justicialista creada a partir de un sincretismo religioso en el que palpitaba el germen de una nueva identidad nacional popular que, junto a otros aportes, ayudaría a crear un proyecto nacional que debemos tener en cuenta para comprender la China actual.
La rebelión Taiping fue aplastada brutalmente con la colaboración de los ejércitos colonialistas, interesados en la continuidad de imperio sumiso a Occidente: las muertes de calculan entre un mínimo de 20 millones y un máximo de 50 millones de mayoría campesina. Aun así la lucha de clases no desapareció sino que se fue recuperando y extendiendo al calor de las contradicciones crecientes en las que la defensa de la soberanía nacional adquiría paulatinamente un valor nítido por la falta de resistencia del imperio a las exigencias cada vez más duras del colonialismo, como las impuestas por Francia en la guerra de 1884-85, pero no solo occidental sino también y cada vez más provenientes del Japón como su ataque de 1894-1895. Bajo estas presiones, la lucha de clases iba adquiriendo un nuevo contenido de liberación nacional anticolonialista aún bastante abstracto pero con una enorme capacidad de masas como fue la fabulosa rebelión bóxer de 1898-91 sólo derrotada gracias a los ejércitos extranjeros.
Las primeras lecturas de textos marxistas realizadas por la intelectualidad progresista china fueron de libros traducidos del socialismo japonés en la década de 1920. Eran por tanto lecturas indirectas que tuvieron algún impacto pero sin romper claramente con el pacifismo aunque aprendiendo del antiimperialismo de esta nueva doctrina. Un problema que se presentó desde el principio fue la difícil traducción de conceptos marxistas en alemán, francés e inglés a la lengua japonesa y china, muy parecida entre ellas pero muy diferente de las europeas. Otro problema que aparecería después fue el del debate sobre los modos de producción y su sucesión obligatoria, al que nos hemos referido arriba. Aunque no lo pareciera, era un tema crucial para la práctica revolucionaria en países no occidentales, es decir casi en la totalidad del planeta.
Se debatía si la historia humana es dialéctica o no, si todos los pueblos sufrían la condena de tener que transitar a la fuerza por la senda europea, si el feudalismo existía en todas partes o si en muchas de ellas existía el «modo de producción asiático» como se le llamaba entonces. Ahora se le denomina tributario y su existencia histórica es incuestionable. Las sociedades tributarias o «asiáticas» tenían un poder centralizado que administraba la utilización de la tierra por las comunidades campesinas y por las clases dominantes. En el caso de China el emperador debía respetar los derechos consuetudinarios de las comunidades campesinas que, formalmente, podían rebelarse contra el poder local e incluso imperial si abusaban de su cargo.
La historia china es una sucesión de revueltas y rebeliones campesinas muy duras, algunas victoriosas, en las que las mujeres tenían un papel destacado con sus organizaciones específicas, clandestinas o semisecretas. La importancia de las relaciones comunales era innegable, organizadas en base a asambleas y consejos de los ancianos, lo que explica la raigambre en la cultura china del derecho consuetudinario a resistencias de todo tipo que pueden terminar en grandes rebeliones armadas. El PCCh asume este derecho popular porque su propia histórica está basada en ayudar a su organización y potenciación, como veremos.
Para 1905 existía ya una organización clandestina democrátic-radical que dirigía la lucha por la República que terminó defendiendo un socialismo agrario criticado a finales del siglo XIX por Marx y Engels. Tras la victoria de 1911 el programa pasó a tener tres principios muy parecidos a los de los populistas rusos: impuesto único, reforma agraria y asistencia estatal a las necesidades básicas. La República de China, y su programa, fue vista por el imperialismo japonés como un serio peligro sus intereses por lo que en 1915 mando al gobierno chino sus terribles ‘21 exigencias’ que debía cumplir para no ser invadida. Todo ello no hacía sino fortalecer la creación de una nueva identidad nacional china, progresista, que se enfrentaba a la antigua, a la identidad imperial que cada vez se rendía antes a los extranjeros.
El PCCh se creó en 1921 con la ayuda de la III Internacional aplicando de manera un tanto mecánica las directrices procedentes de Moscú que proponía alianzas con la burguesía democrática del Kuomintang tanto para vencer a los reaccionarios señores de la guerra como para prevenir una contrarrevolución apoyada por el imperialismo. A partir de 1925 el Kuomintang giró cada vez más a la derecha y en 1927 atacó por sorpresa en Shanghái a los comunistas asesinando a cinco mil militantes.
La lucha de clases que se mantenía soterrada había dado el salto a la guerra abierta: el Kuomintang se lanzó a destruir al PCCh que para salvarse tuvo que refugiarse en la otra parte de China realizando la Larga Marcha, durante la cual y a costo de miles de muertos creó el Ejército de Liberación Nacional, la teoría de la revolución socialista en un país fundamentalmente campesino y muy empobrecido, la creación por donde pasaba la Larga Marcha de comunas y cooperativas defendidas por el pueblo en armas, etc., atrayendo hacia el PCCh a amplios sectores campesinos, pero el Kuomintang seguía siendo más fuerte.
Es aquí cuando se demostró otra vez la valía del método dialéctico: la vanguardia obrera había sido asesinada, sus organizaciones destruidas y la represión posterior aplicada por los «amigos» de antes aniquilaba lo que poco que había sobrevivido. ¿Podía triunfar una revolución campesina? El debate sobre la capacidad revolucionaria del campesinado, sobre la reforma agraria y la manera de actuar del partido comunista, había empezado pronto en la historia del marxismo, pero totalmente determinado por el contexto de la industrialización capitalista occidental.
Por ejemplo, se desconocía mucho de la lucha de clases en el resto del mundo y la Internacional Comunista se enfrentaba una realidad que le desbordaba: la revolución mexicana de 1910-17 podría haber enseñado mucho pero era muy desconocida. Fue el camarada Roy, comunista de la India, el que dio una lección a Lenin en verano de 1920 sobre la capacidad antiimperialista de las comunas campesinas indias que podrían transformarse en algo parecido a los soviets de soldados, obreros y campesinos en Occidente, mejorando así la teoría del imperialismo.
Salvando todas las distancias, los comunistas chinos se encontraban en 1927 en la misma tesitura de vida o muerte que la ciudad de Troya en el siglo –VIII narrada en la Ilíada, a la que nos hemos referido arriba: la dialéctica como opción por la libertad. Los restos del PCCh sabían que serían asesinados y la revolución estrangulada si permanecían quietos. Debían repensarlo todo, desde el nuevo sujeto revolucionario hasta el modelo socialista que necesitaba. Se lanzaron a ayudar a la reorganización de las aspiraciones campesinas aportando su experiencia y su defensa a ultranza del derecho/necesidad de la revolución. La recuperación de las tierras, la educación intensiva, la planificación productiva y las relaciones con el pequeño comercio, la lucha contra los señores de la guerra y el Kuomintang, la guerra de guerrillas y el apoyo al Ejército Popular de Liberación…
Mientras tanto las invasiones japonesas de 1931/37 forzaron una alianza táctica entre los dos enemigos mortales, cada uno con su respectivo proyecto nacional. La burguesía nacional se dividió entre los colaboracionistas y señores de la guerra a favor del invasor; y los que, sin dejar de resistir a los japoneses, querían ante todo exterminar a los comunistas. La presión de la pequeña burguesía nacionalista, de las bases populares del Kuomintang, de los aliados occidentales y los argumentos comunistas, logró esa unidad táctica antijaponesa mientras que los burgueses apoyados por el imperialismo y los comunistas se preparaban para la lucha estratégica que estallaría inmediatamente después. Los comunistas organizaban el poder popular, las cooperativas, etc., en las tierras que liberaban con el apoyo de la URSS; los burgueses con el apoyo imperialista asentaban la propiedad latifundista y de las fábricas. La derrota japonesa en 1945 reactivó la guerra de clases llegándose a la creación de la China Popular en 1949.
La victoria comunista se había sustentado en varios factores como el de la gran corrupción de la clase dominante y otros, entre los que destaca el orgullo nacional chino muy herido por el racismo colonialista que agravaba sus crímenes y saqueos, así como el odio justo del campesinado contra los terratenientes y sus relaciones con los sucesivos invasores extranjeros. La intelectualidad progresista empezó a estudiar qué había sucedido durante el ‘Siglo de la humillación’ y cómo se debía re-construir China. En este debate la ventaja comunista era aplastante por la superioridad del materialismo histórico y dialéctico, ventaja reforzada por el esfuerzo del PCCh de adaptarlo creativamente a las condiciones concretas del país. Lo que ahora se llama «socialismo con características chinas», que empezó a crearse a comienzos del siglo XX, tomaba más impulso con la independencia real conquistada en 1949. La importancia del nuevo sentimiento nacional chino queda expresada en las palabras de Mao en septiembre de ese mismo año, al decir «Nuestra nación no será más una nación humillada. Nos hemos puesto de pie.»
En realidad, este debate no era exclusivo de China sino que recorre la esencia misma, el «alma», del marxismo tal cual se sintetiza en la categoría de universal/particular/singular, en la que lo concreto aparece siempre como objetivo material a conocer y revolucionar. La fase imperialista agudizaba este debate necesario en todas las luchas de liberación, también en la lucha de clases interna a los Estados imperialistas. Por ejemplo, tenemos el caso del «marxismo vietnamita» o de las imprescindibles aportaciones de Mariátegui o de Mella o a otra escala de Rekabarren, etc., por no hablar de la liberación de África y Oceanía. Pero también tenemos las luchas concretas de liberación dentro del imperialismo: el «marxismo vasco», el «marxismo negro» en EEUU, el «marxismo ruso» para citar un debate siempre candente teniendo en cuenta que el mismo Lenin definió a la revolución bolchevique como de «liberación nacional».
22). MARXISMO CHINO
Volviendo a nuestro tema, la construcción de un nuevo sentimiento nacional chino adecuado a las necesidades revolucionarias en la segunda mitad del siglo XX, fue reforzada por el rechazo absoluto del imperialismo a la reunificación nacional de Corea llevada a cabo por el pueblo en su lucha contra el ocupante japonés. La guerra de 1950-53 mostró al pueblo chino, que sacrificó decenas de miles de muerto en la defensa del derecho/necesidad coreana a la integridad nacional, que el imperialismo estaba dispuesto a todo, a la utilización de la ONU y en especial a la utilización de la bomba nuclear incluso, para aniquilar cualquier avance hacia la libertad. Pero también lo demostró al soviético que aportó excelente aviación de combate, al resto de luchas de liberación, y sobre todo al pueblo coreano.
La historiografía burguesa, la reformista y las del marxismo economicista, estudian solo la evolución sociopolítica china negando la importancia del sentimiento nacional de las clases explotadas: la áspera lucha contra la corriente derechista a fines de los ’50; el simultáneo «salto adelante» de 1958-62 que fue un intento de acelerar el avance al socialismo aprendiendo de las lecciones de los planes quinquenales soviéticos y haciendo un llamamiento permanente a esa identidad nacional antiimperialista. Pero desde la muerte de Stalin en 1953 empezaron a deteriorarse las relaciones fraternales con la URSS, llegando a ser tensas a raíz de la línea política tomada en el XX Congreso del PCUS de 1956 llamado de la «desestalinización». En la conferencia de Moscú de 1960 la ruptura con la URSS estaba a punto de ser oficializada, paso que se dio en 1962. El PCCh decía que la URSS no se movilizaba totalmente contra el imperialismo siguiendo la tesis reformista de la posibilidad de la transición pacífica al socialismo presentada en el XX Congreso del PCUS.
Coherente con la crítica a la URSS, el PCCh organizó la «revolución cultural» de 1966-76 que intentó reforzar los pasos anteriores mediante una lucha consciente e intensa contra las cadenas mentales de la opresión cultural e ideológica heredada de siglos de miseria. La «revolución cultural» pasó por varias fases y trastocó parte de los antiguos pilares autoritarios de la sociedad china pero demostró que aún estaba muy lejos el grado de desarrollo de las fuerzas productivas con el desarrollo de la conciencia de la gran mayoría del pueblo, también demostró que esa distancia apreciable facilitaba embriones de corrupción y tensionaba las luchas internas en el PCCh y el Estado. Las valoraciones de estas formas de lucha de clases en esos años son dispares y hasta contrarias según qué corriente las haga. Desde comienzos de esa década, el PCCh estaba cada vez más preocupado por el escaso crecimiento económico mientras se mantenía la pobreza, también por las señales de distanciamiento y cansancio de sectores populares.
En 1977-79 se debatió sobre la urgente modernización del país, sobre las lecciones que se debían extraer de la transición al socialismo en otros países. China, como Rusia y como otros muchos pueblos, había empezado la revolución con una gigantesca pobreza, pero a diferencia de los demás, ella debía alimentar, sanar, vestir, alfabetizar y defender a una población inmensa que, acuciada por el hambre, podía volverse contra la revolución alegando el derecho consuetudinario de rebelarse contra el poder establecido cuando incapaz de resolver los agudos problemas que asfixiaban al país. Por aquél entonces el PCCh empezó un estudio comparativo de creciente atraso que les distanciaba de los demás países y con los capitalistas en concreto, descubriéndose que en cuestiones decisivas el imperialismo le llevaba una ventaja de un tercio de siglo.
Las lecciones de la guerra de Vietnam, pese a la victoria sobre EEUU, así como los conflictos armados directos como el de 1969 o indirectos con la URSS, mostraban el atraso real chino en cuestiones vitales como su economía y su ejército, muy valiente pero mal armado teniendo en cuenta el poder mundial del imperialismo y del bloque soviético. Tenemos que recordar la importancia del sentimiento nacional herido por el ‘Siglo de le humillación’ y la inquietud del PCCh de que si seguía creciendo el cansancio popular podrían generarse críticas sociales antesala de ulteriores protestas más serias.
En 1981 el PCCh hizo una valoración negativa del proceso anterior en el sentido de que se había sobrevalorado la fuerza del «factor subjetivo», de la conciencia real de las más amplias masas populares, cosa que no correspondía con la realidad. Venía a decir que se había supeditado el todo, el hipotético nivel de radicalización de las masas, a la parte más pequeña pero más consciente. Una crítica parecida se hacía al período del «gran salto adelante» de 1958. Había que reconsiderar la estrategia mantenida hasta entonces.
La rápida descomposición de la URSS y de su bloque en la década de 1980 reforzó el debate en el seno del PCCh sobre cómo evitar que sucediera en China lo mismo o algo muy parecido. Se comenta que textos de autores bolcheviques participantes en el «Gran Debate» de 1924-26 eran estudiados con suma atención, sobre todo los relacionados con la necesidad de la fase del capitalismo de Estado y con lo que luego se había empezado a denominar «socialismo de mercado». Las tesis de Bujarin, uno de los representantes del sector defensor del «socialismo de mercado» y autor de la célebre exhortación de la burguesía de «¡¡Enriqueceos!!» adelantan sorprendentemente el curso de medidas chinas favorables al «empleo controlado» de la ley del valor y de la plusvalía en las primeras etapas al socialismo.
La protesta de un reducido grupo juvenil en la plaza de Tiananmen el 3 y 4 de junio de 1989, magnificada y sobredimensionada al extremo por el imperialismo, terminó de convencer al Partido que la necesidad de reformas. La lenta activación de la economía china, comparada con la prodigiosa velocidad alcanzada posteriormente, seguía presionando y condicionando el debate sobre cómo aplicar en la década de 1990 lo que de valor universal tenía la NEP. La euforia de EEUU tras el derrumbe del bloque soviético demostró que el imperialismo estaba dispuesto a todo. El bombardeo de la embajada de China Popular en Belgrado en 1999 no fue un error técnico de la aviación otanista sino un mensaje muy directo sobre qué podría sucederle a China si no empezaba a adaptarse a las exigencias del «siglo americano» que, según la propaganda imperialista, estaba empezando. La nueva doctrina militar yanqui hecha pública nada más después de los atentados a las Torres Gemelas en 2001 –USA Patriot Act– intensificaba la represión interna y también era un peligro para el mundo, como se vería en la guerra de 2003 contra Irak.
China tomaba nota de todo y ya se había adelantado pidiendo la entrada en la OMC, sucesora del GATT, en diciembre de 2001, a los dos meses de la ley Patriot. En ese mismo año había firmado un acuerdo estratégico con Rusia. China buscaba acelerar lo más posible y cuanto antes las relaciones entre el «socialismo de mercado» chino y el capitalismo internacional para fortalecer su defensa. También dio garantías a Rusia de que se intensificaría los acuerdos mutuos en Eurasia, de modo que, sin hacer caso a la pléyade de expertos en geopolítica burguesa que a comienzos del siglo XXI afirmaban que EEUU quería llegar un orden tripolar consciente de su inevitable debilitamiento, estrechaban sus lazos estratégicos en todos los sentidos, también en el de «seguridad antiterrorista», es decir defenderse frente al imperialismo. En 2009 China era el principal socio económico de Rusia, antes de que Obama declarase en 2011 en Australia que EEUU sería la potencia militar dominante en el Pacífico para defender los intereses de Occidente.
En las páginas precedentes hemos seguido la secuencia de conflictos, violencias múltiples y guerras multidimensionales que se precipitaron en diversas fases, sobre todo desde 2011 en adelante y que adquirieron carácter mundial desde 2013-14. Al PCCh no le sorprendió la decisión de Obama por ese entonces de concentrar el 60% de la marina y aviación de guerra en aguas cercanas a ella. Esta lógica guerrerista se extiende contra China mediante la ocupación militar de Taiwán, isla que pertenece a la China Popular pero que le fue arrebatada desde 1949, como enclave desde el que defender sus intereses en el área, amenazar a China y controlar su industria de semiconductores. También mediante el intento de provocar malestar social y guerrillas proimperialistas que dicen defender derechos etno-nacionales y religiosos en el interior de China. En 2021 se anunció la alianza militar AUKUS formada por Australia, Gran Bretaña y EEUU que, junto a otras anteriores, crea una muralla de bases destinadas a aplastar a China Popular, Corea del Norte y Rusia cuando lo decida la Casa Blanca. Las amenazas occidentales se han intensificado desde entonces hasta llegar al paroxismo en la actualidad.
Este y no otro es el contexto en el que China Popular quiere seguir avanzando a lo que define como «socialismo con características chinas». En octubre de 2022 se celebró el XX Congreso del PCCh en el que se reafirmó solemnemente la identidad marxista del partido y el objetivo comunista que persigue. Pese a ello, existen grupos que afirman que China es imperialista porque permite empresas capitalistas, permite que se instalen en el exterior, que extraigan plusvalía de trabajadores internos y externos, y porque es grande la diferencia social entre el pueblo trabajador y los varios cientos de hipermillonarios que sin embargo no tienen nada de poder político, socioeconómico ni militar, estando bajo una rigurosa vigilancia de las leyes socialistas. La lucha contra la corrupción llega cada vez a más rincones de la sociedad china.
Ya vimos al analizar la NEP en la URSS los debates sobre si se debían permitir esas empresas, con qué condiciones, etc. Las mismas cuestiones y dudas se han dado en otros países en transición al socialismo, así como, también en lo básico, han sido las críticas que han recibido de otras izquierdas externas que, desde la comodidad de los Estados imperialistas, han hecho a las decisiones de esos pueblos. En el fondo, lo que se discute es la práctica en los períodos de transición entre dos modos de producción uno de los cuales está basado en la propiedad privada de las fuerzas productivo/reproductivas y otro en su propiedad colectiva. Pero antes de pasar a este último punto debemos constatar algunos cambios importantes.
23). EL IMPERIALISMO LO SABE
Un documento muy reciente de la seguridad norteamericana nombraba a Rusia, China e Irán, y lo extendía a Corea del Norte, como el peligro mayor para Occidente. Está en lo cierto, pero también observa con preocupación creciente a otros países. Para entenderlo en su pleno sentido debemos ver los cambios profundos habidos en el último medio siglo, desde la derrota yanqui en Vietnam confirmó su previa derrota económica. Hace dos décadas ya eran apreciables movimientos de fondo que indicaban la aparición de nuevos organismos internacionales que se orientaban hacia nuevas relaciones de fuerza. El BRICS+ es uno de tantos ejemplos.
Pero lo que ahora nos interesa es analizar por qué y cómo se ha formado un nuevo «factor subjetivo» antiimperialista con la unión de, al menos, tres grandes corrientes políticas, culturales y militares de larga existencia histórica, con una impresionante capacidad económica: la eslava rusa heredera en buena medida de la cultura soviética, la formada por la nueva identidad nacional china vertebrada por el marxismo con características chinas, y la formada por el chiismo iraní que atrae como un imán a otros movimientos islamistas progresistas. Estamos ante un fenómeno nuevo de acercamiento estrecho de pueblos frente a un enemigo mortal común, pueblos que anteriormente inclusos se habían enfrentado en guerras pero que de ahora en adelante saben que deben unirse para no ser aplastados uno a uno.
Este nuevo «factor subjetivo» tiene gran capacidad de atracción para otros pueblos que se encuentran peor que ellos en todos los sentidos, de modo que la guerra cultural entre el imperialismo y la humanidad ha entrado ya en nueva fase cualitativa, aquí también funciona la dialéctica del surgimiento de lo nuevo a partir de lo viejo.
Los marxistas debemos conocer la lógica interna que une a estas tres grandes corrientes y a otras menores pero no menos valiosas. El materialismo histórico y dialéctico nos dota de la única teoría capaz de lograrlo: la lucha a muerte entre el capital y el trabajo, y sus muchas expresiones particulares y singulares. La lógica interna no es otra que la que enfrentar el potencial liberador inherente a las fuerzas productivo/reproductivas en manos de la humanidad explotada, por un lado, y por el contrario la propiedad privada capitalista que impide por todos los medios que se materialice es potencial liberador.
Esta lógica dialéctica es un reflejo teóricamente creativo de la objetividad de las leyes tendenciales y de las contradicciones del capital, empezando por su presencia en las leyes del valor y de la plusvalía, es decir por la destrucción del Estado del capital y el avance al comunismo. Los marxistas debemos luchar para que el resto del proletariado mundial se integre como parte elemental en la lucha de las clases trabajadoras rusas, chinas e iraníes. En sus contextos, debates idénticos en el fondo se libraron en las tres primeras Internacionales, y en todos los intentos de crear alianzas entre países atacados por el colonialismo y el imperialismo desde que Bolívar propusiera un programa de liberación de Nuestramérica en el Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826.
24). DIALECTICA DE LA TRANSICIÓN
Integrar estas fuerzas de masas en el actual momento de la revolución exige, antes que nada, actualizar la dialéctica de la transición entre capitalismo y socialismo en el contexto del siglo XXI. Debemos partir del hecho de que hasta la revolución bolchevique se había estudiado muy poco cómo debiera ser la fase de transición al socialismo, en la que aún pervivirían –perviven– muchas de las cadenas materiales y morales capitalistas. En Marx y Engels podemos encontrar ideas al respecto en su correspondencia, en La ideología alemana de 1845-46, en el Manifiesto Comunista de 1848, El Capital de 1867 y en La Crítica del Programa de Gotha, que es un borrador de 1875, apenas más. Luego tenemos algunas otras también genéricas sobre la utilización de las grandes empresas capitalistas en el avance al socialismo, pero desde la perspectiva socialdemócrata, kautskiana sobre todo. No será hasta 1917 que se imponga con carácter de necesidad urgente de supervivencia aventurarse con una brújula tan tosca en la que justo se marca el objetivo general en un inexplorado espacio infinito.
Hemos hablado arriba de que existen períodos de transición entre modos de producción. Hemos de partir del hecho de que un modo de producción basado en la propiedad privada, no se define solo por su infraestructura económica, por fundamental que sea, sino también por su estructura política, estatal, militar, sociocultural…, en suma, por su totalidad para explotar la fuerza de trabajo de las clases y naciones oprimidas.
Como clase, la burguesía europea empezó ascendiendo a la sombra de la nobleza y de la monarquía, también se aliaba a veces con la iglesia, hasta que empezó a romper con ellas siendo derrotada frecuentemente. En los sistemas tributarios, a la sombra del emperador y de sus señores regionales. En la Europa feudal empezó a rebelarse tímidamente en el siglo XIV hasta a imponerse definitivamente a finales del siglo XIX. En el sistema tributario, triunfo en Japón de finales del s. XIX y en China en 1911. La transición del tributario y feudal al capitalista no exigió una revolución social que destruyera la propiedad privada en sí, sino una revolución política que cambiara la propiedad feudal y tributaria, ambas privadas, por la propiedad capitalista, también privada.
Se comprende así que los señores tributarios y feudales terminaban negociando con los burgueses, porque todos defendían formas de propiedad privada y se trataba de negociar con el vencedor, con el burgués, para mantener algo de la propiedad anterior bajo las nuevas leyes. Todas las revoluciones burguesas vencedoras negociaron con las clases feudales y tributarias la conservación de ciertos beneficios de estas segundas para sumar fuerzas en la represión del campesinado, del proletariado y de las naciones oprimidas que también habían luchado contra la monarquía y el imperio pero con reivindicaciones que las clases dominantes nunca aceptarían.
Por el contrario, la transición del capitalismo al socialismo exige la destrucción de la propiedad privada en cuanto tal y la instauración de la propiedad colectiva. Se trata de un cambio radical, cualitativo, porque el socialismo es antagónico con la propiedad privada a escala mundial, que no sólo a escala estatal. Las primeras revoluciones burguesas victoriosas, la holandesa e inglesa en el siglo XVII, tuvieron fuertes lazos internacionales, que aumentaron en las dos posteriores, la yanqui y la francesa en el siglo XVIII. Pero la revolución soviética era parte de una oleada internacional que había empezado en México en 1910, siguió con las primeras desobediencias y motines en los ejércitos antialemanes de la IGM y luego se extendió a Rusia y a otros muchos países. Ahora, el tránsito al socialismo es mundial, con sus ritmos lentos, diferentes pero combinados, aunque parezca en los BRICS+ no haya constancia de ello.
Las tensiones y contradicciones en los BRICS+ y en otras alianzas reflejan precisamente esta tendencia: el socialismo llama comienza a llamar a la puerta con más insistencia en muchos pueblos, y las burguesías se resisten. Aunque el ulular del espectro comunista, como dice el Manifiesto Comunista, aún no ha recuperado la fuerza y el tono de otras épocas, el miedo ya se aprecia en el capital.
Las naciones trabajadoras que impulsan esas dinámicas van entendiendo, no sin dificultades, que frente al caos capitalista y su tendencia a la guerra, deben tomar el poder, crear un Estado propio y deben armarse para resistir los ataques que sufrirán inmediatamente. En 1881 le preguntaron a Marx sobre qué debía hacer el movimiento obrero cuando estaba a punto de tomar el poder por medios electorales en los Países Bajos; su respuesta fue concluyente y en el mismo sentido que la tesis del Manifiesto de un tercio de siglo antes: el movimiento obrero debe usar el gobierno conquistado para «asustar», en cursivas por el propio Marx, a la burguesía para que no se atreva a preparar una contrarrevolución.
Las clases trabajadoras deben planificar qué cambios revolucionarios introducen en la economía, en sus relaciones de mercado internacional, cómo se preparan para combatir el cerco económico-militar y tecnocientífico, el terrorismo, los cercos de hambre y la guerra sanitaria y hasta las invasiones que sufrirán. Las lecciones son tan terribles que menospreciarlas es suicida. La democracia socialista será fundamental es esos momentos y el pueblo obrero ha de combatir en la calle y en sus cabezas las categoría del mercado capitalista. Este debate es imprescindible en todas las izquierdas revolucionarias pero más aún en la de aquellos Estados en los que sus burguesías quieren adormecer al pueblo con visiones irreales sobre las excelencias interclasistas y reformistas de los BRICs y de la multipolaridad. No negamos ni minusvaloramos la gran importancia de estas fuerzas en ascenso, queremos mirar más al fondo, a la lucha de clases en su interior y a las presiones imperialistas para destruirlas con el apoyo de facciones burguesas internas.
Si bien todo ello es necesario, es insuficiente. La resistencia a los primeros e inevitables ataques imperialistas, aunque no sean armados, es imposible sin planificación: la experiencia cubana, iraní, palestina, venezolana, rusa, china, etc., contra las sanciones o «guerra económica», por citar estos casos, demuestra su urgencia. Pero el socialismo requiere una planificación más profunda, ofensiva, que ataque a la esencia al capital, a la ley del valor y a la de la plusvalía. La lucha contra la ley del valor y contra la explotación inherente a la ley de la plusvalía debe ser planificada ofensivamente por el Estado obrero y por el poder de los soviets, de las comunas, de los sindicatos obreros, etc.
Los medios tecnocientíficos actuales, mejorados y dirigidos por el poder obrero, permiten una planificación democrática inconcebible en la URSS inicial y que mejorará mucho lo la alcanzando en China Popular y otros países. Una planificación casi transparente y en tiempo real como se ha confirmado en prácticas realizadas. Naturalmente, para ello es imprescindible la propiedad colectiva de esos medios tecnocientíficos y la eficacia de una ley obrera que impida que los abusos de una minoría burocrática enturbien esa transparencia que debe cuidarse a sí misma y a la democracia soviética, sobre todo en las primeras fases transicionales cuando son más destructores los ataques imperialistas en estrecha unión con las maquinaciones de la burguesía vencida.
Huyendo de utopías tecnológicas, las corrientes que explican el poder emancipador del ciber-comunismo abren perspectivas que deben ser debatidas desde ahora mismo y sometidas a la prueba de la práctica nada más sea posible. Del mismo modo es vital la crítica comunista del ilusionismo reaccionario que oculta o descaradamente impregna buena parte de la supuesta «Inteligencia Artificial», y que sirve como arma para debilitar estructuralmente al proletariado y derrotar sus luchas. Ahora más que nunca antes, se debe reactualizar el fundamental debate sobre el contenido de clase, patriarcal y racista de la tecnociencia creada por la burguesía e integrada en el capital constante, pieza clase del incremento objetivo de la composición orgánica del capital sobre todo para la salvaje industria de la matanza humana.
Los medios disponibles deben ser depurados de sus características burguesas, deben ser mejorados cualitativa y cuantitativamente por la racionalidad planificada del poder obrero de modo que la participación popular se multiplique exponencialmente. La reducción de las horas de trabajo explotado y el desarrollo de un trabajo social respetuoso con la naturaleza humana, permitirán que el proletariado intervenga directamente en la planificación. Pero hay que insistir en que esos y otros logros dependen del avance en la lucha contra la ley del valor y de la plusvalía, no sólo en las relaciones sociales materiales sino a la vez en las culturales, ético-morales, en la estructura psíquica alienada que ha dejado el capitalismo y anclada en lo más honde del inconsciente.
Hemos hablado arriba de cómo la Internacional Comunista advertía que avanzar al socialismo era mucho más difícil en los pueblos empobrecidos por siglos de saqueo colonial aunque hubieran conquistado el poder, que en los que ya sufrían la explotación del capitalismo imperialista «moderno». De entonces a ahora se ha multiplicado exponencialmente el potencial emancipador de las fuerzas productivo/reproductivas pero también el poder destructor y alienador del imperialismo. Tanto en lo que respecta a las esperanzas falsas o reales generadas por los BRICs como al presente y futuro de los Estados que ahora se esfuerzan en la vía al socialismo, debe ser permanente y público el debate sobre la destrucción de cualquier forma de propiedad privada y la instauración de la propiedad comunista. Esta es única forma de impedir que el capital derrote una y otra vez las transiciones al socialismo incluso antes de haber tomado fuerza consciente, y la única forma de garantizas que triunfen a escala mundial los países que ya avanzar por ella enfrentándose a ataques cada vez más demoledores.
La historia y el presente nos confirman la incapacidad del «sentido común» y de la lógica formal para entender la dialéctica de la historia y saber cómo podemos destruir el imperialismo.
1 https://boltxe.eus/2022/06/geopolitica-o-teoria-de-la-crisis-el-papel-de-la-industria-de-la-matanza-de-hombres