Por Gabriela Cultelli
“Allí yo tuve un odio, una vergüenza
Niños mendigos de la madrugada
Y el deseo de cambiar cada cuerda
Por un saco de balas”
(Fragmento, Silvio Rodríguez “Santiago de Chile”)
El fascismo vuelve con renovados ímpetus a resurgir por allá y por aquí en el continente y en el mundo. Bien vale recordar aquel septiembre 11 de 1973, era martes y la muerte que pasaba del susurro al grito.
“El Capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, crearon el clima para que las Fuerzas armadas rompieran su tradición…” no son las palabras de Evo Morales en el 2020 cuando el golpe de estado en Bolivia, ni de Maduro ante el golpe que se intentó a sabiendas que ganaría las elecciones del pasado 28 de julio, ni de Xiomara Castro cuando advertía la semana pasada la inestabilidad que pretendía generar la embajadora de EEUU… son las palabras de Salvador Allende hace 51 años.
Cuando Daniel Viglietti le cantaba al proceso chileno refería a cientos de miles que querían todo “lo nunca nuestro, lo siempre ajeno”. 3 años alcanzaron para nacionalizar el cobre, entregar tierras, que el indio fuera sujeto de derecho, trabajar por la universalización de la vivienda. Y aquella revolución en paz fue negada en medio del martirio de miles y miles de mujeres y hombres del pueblo en medio del régimen fascista que se imponía. Aquellos/as que sabían que “más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor” como decía su presidente eterno refiriendo a tiempos históricos que aún no llegan, pero vendrán.
Fueron tiempos de canciones, de juventudes desplegadas en las calles, de amor al aire libre pesara a quien le pesara. Fueron los tiempos de la Clarita, mi amiga de la población callampa, de La Estrella y fueron los tiempos de la Amanda y del Quico y de tantos y tantas niños y niñas que comenzaron a tener techo decoroso, leche todos los días y escuela, acompañados de vez en vez por aquellos músicos gigantes que pude ver en el tablado del barrio y que les ponían caras raras cuando les cantaban que el tío caimán meneaba la colita (Quilapayún) o aquel otro (Víctor Jara) que pagó con su vida entregarse a los pobres de su tierra y nos sonreía con aquellas voces disparatadas de “ni chicha ni limonada”. La foto de Allende al lado de la del sagrado Corazón adornando una sala, y el frío de aquel invierno de 1972 que ya anunciaba lo que se vendría un año después, y el único derecho que ese gobierno les negara: el derecho a defenderse.
Otra canción llena las almas de la memoria y con ella terminamos esta remembranza a las y los olvidados del hermano pueblo andino, canción que seguirá anunciando el tiempo nuevo del mañana, cuando vuelva el Salvador convertido en millones:
Yo pisaré las calles nuevamente
De lo que fue Santiago ensangrentada
Y en una hermosa plaza liberada
Me detendré a llorar por los ausentes
Yo vendré del desierto calcinante
Y saldré de los bosques y los lagos
Y evocaré en un cerro de Santiago
A mis hermanos que murieron antes
Yo unido al que hizo mucho y poco
Al que quiere la patria liberada
Disparare las primeras balas
Más temprano que tarde sin reposo
Retornarán los libros, las canciones
Que quemaron las manos asesinas
Renacerá mi pueblo de sus ruinas
Y pagaran su culpa los traidores
Un niño jugará en una Alameda
Y cantará con sus amigos nuevos
Y ese canto será el canto del cielo
De una vida cegada en la moneda”
(Fragmento Pablo Milanés “Yo pisaré las calles nuevamente”)