Por Fernando Buen Abad.
Se necesita una personalidad muy enferma para financiar hoy el “culto a la personalidad”. Mareados en las cúspides de sus egolatrías muchos “políticos”, “empresarios” e “intelectuales”, se hacen adorar y se auto-adoran echando mano del viejo truco de “manejar la caja” y extorsionar siervos a cambio de migajas dinerarias o afectivas. Eso es un tema de análisis semiótico en combate. Toda personalidad que rinde culto a cualquier “personalidad”, adora la sublimación incluso hasta niveles “divinos” y le asigna cualidades inefables consideradas incluso infalibles. Así son, en general, la burguesía y sus imitadores.
Muchos basan su “culto” en la cultura del “carisma”, que se regodea en la tesis de que los “líderes carismáticos” poseen cualidades personales únicas para seducir a sus seguidores. Se creen “autoridades” capaces de llevar a sus rebaños por el buen camino. Una personalidad carismática cree que nace para iluminar al mundo ante una infinidad de problemas, y merece de todos y de sí, el “culto a su personalidad”. Y hay “cultos” que los asesoran y suelen llamarse “intelectuales orgánicos”.
Ciertas “personalidades” embriagadas con su culto, se hacen iluminar por las mieles de la propaganda y la comunicación de masas que compran para crear y mantener su “culto a la personalidad”, fabricado a medida. Ellos son la farándula de las vanidades más bizarras que pagan medios de comunicación para construirse una “imagen pública” barnizada con ambiciones impúdicas ‒e impunes‒ de poder individualista.
Otros, fabrican el culto a su personalidad jugando al sabelotodo para argüir que ellos o ellas son respuestas a “las necesidades humanas” y tienen el poder de dar sentido de pertenencia, identidad y propósito existencial, cuando el capitalismo arrecia sus guerras ideológicas especializadas en contextos de alienación y desesperanza.
Es indispensable analizar críticamente este fenómeno, porque la mayoría tiende a descarrilarse hacia regímenes totalitarios. Operan para ser símbolos valiéndose de la propaganda de sí mismos o de sí mismas, para ser venerados por la población. Anulan todo pensamiento crítico y se entregan al regodeo de creerse “la simpatía”, “la inteligencia” y “la gracia” descendidas del cielo. Algunos llegan a expandir su “culto a la personalidad” a través de mitologías que los ascienden a representantes únicos de la verdad y la esperanza, la lealtad y el amor al pueblo.
Así son Mussolini y Stalin, Winston Churchill, Augusto Pinochet, Milei y Donald Trump entre miles. Semejantes extremos y delirios sobre el “culto a la personalidad” se naturalizaron como fenómeno político y social que deriva en una psicopatología propia del poder burgués contra el inconsciente colectivo y las estructuras económico-sociales.
Se hace proyección y transferencia de los peores productos de las burguesías que son distorsión de la psique colectiva, donde los egos con poder económico-político proyectan sus propias inseguridades, deseos y anhelos corruptos. Tal proyección crea vicios emocionales que fomentan lealtad y apoyo incondicional a la corrupción tolerada a toda costa. Su transferencia de egos desfigurados ocurre cuando los seguidores transfieren, a su vez, sentimientos de admiración, temor o devoción, y luego replican en su vida cotidiana las fórmulas de autoritarismo.
Hay sectores populares que se identifican con el desorden psíquico de algunos líderes paridos por su egolatría, de ellos adoptan muecas y gesticulaciones, actitudes o creencias de vanidades que se multiplican en el peor de los individualismos. Esta distorsión de lo social es central en la formación de grupos fanáticos que se ven a sí mismos como parte del éxito del líder. Es una forma de alienación en la que los seguidores renuncian a su autonomía en favor de la figura del líder, y eso sirve para perpetuar las estructuras burguesas de poder material e ideológico.
Hay que desarrollar mecanismos de defensa. Todas las luchas sociales o políticas deberían utilizar estrategias de defensa contra la adoración y el fanatismo ante los líderes. Hay que repudiar el “culto a la personalidad” porque en su individualismo se ningunean los pueblos eclipsados por la egolatría del líder. Urge la crítica científica para romper con toda auto-idolatría y sus repercusiones deleznables disfrazadas de “bien común”.
Ya que la egolatría de la clase dominante sirve para perpetuar sus controles sobre las masas, es preciso derrotar su “culto a la personalidad”, arma ideológica empleada para distraer la atención sobre las corruptelas del capitalismo y las condiciones materiales que afectan al proletariado.
Centrar la atención en el líder sirve para desviarla de la lucha de clases, es una emboscada cargada de injusticias inherentes. El “culto a la personalidad” fomenta la negación de la propia historia y la cultura. Convierte a los pueblos en espectadores de la “grandeza” del líder y fomenta la falta de conciencia crítica. Es una manipulación para consolidar el poder burgués, farandulizando la dependencia en torno a una figura histriónica.
Hoy el “culto a la personalidad” es también una mercancía fabricada por los publicistas que negocian con medios de comunicación y redes sociales para construir y mantener sus mercancías del ego. Pagadas por el poder del dinero. Urge un análisis semiótico de la mercancía burguesa expresada en el “culto a la personalidad” mientras padecemos a la ideología de la clase dominante golpeando a los pueblos en lo objetivo y en lo subjetivo.
Es necesario denunciar las estrategias utilizadas para manipular las emociones y necesidades humanas, así como las estructuras mercenarias de poder. Si queremos una Revolución Humanista de las Conciencias, es necesario desplegar una lucha franca contra las idolatrías y, en cambio, promover la participación activa y consciente de todos los individuos en la construcción de nuevas formas de dirección política.
Terminar con las debilidades políticas de las que deberían ser fortalezas. El “culto a la personalidad” es negación de las fuerzas de las masas y debilitamiento de la autoridad política, pues reduce la militancia al “magnetismo” de la imagen individual. Y eso es un error, más bien, una trampa, porque dejan de ser viables las fuerzas de las bases, aplastadas por los artificios de los iconoclastas e idólatras del “culto a la personalidad” que son la dictadura ideológica del individualismo en persona.