domingo, enero 5, 2025
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Cuba: Necedades.

Por Venceremos.

“Me vienen a convidar a arrepentirme
Me vienen a convidar a que no pierda
Mi vienen a convidar a indefinirme
Me vienen a convidar a tanta mierda”
Silvio Rodríguez; “El necio”

El 1 de enero de 1959 el ejército guerrillero cubano entra triunfante en La Habana y se concreta formalmente el triunfo de la revolución. Bajo la hegemonía del Movimiento 26 de Julio y con el mando de Fidel Castro, se materializa lo que parecía imposible. No serían pocas las adversidades superadas ni las bajas de quienes murieron peleando, bajo la tortura, o a causa del fuego indiscriminado de un régimen sostenido como apéndice yanqui.

A la timidez, audacia. A las excusas, creatividad. A la asimetría de armas y municiones, la moral combatiente. A la ortodoxia etapista, la imperiosa necesidad. A la idealización pacifista, la imposición de la realidad. Ni calco ni copia, como decía Mariátegui. Como decía el Che. Como dijera también Fidel. Cuba revolucionaria nacía como “nuestra” creación heroica.

Lxs analistas de lunes -y lxs televidentes de sillón- dirán que tal o cual decisión fue incorrecta. Lxs bienpensantes opinan aquello estuvo bien pero que ahora es inviable. Y las editoriales de Miami y sus repetidoras siguen esperando para poder pisotear nuevamente al pueblo cubano.

Pero cada 1 de enero amanece con el aniversario de la gesta de un pueblo que se levantó en armas para decirle basta a sus padecimientos e intentar construir su propio futuro. Cada nuevo año, la evocación de la revolución cubana demuestra la validez y la justicia de la violencia organizada. Cada “vuelta al sol” de este pedacito de “epopeya que tenemos delante” nos incomoda y obliga a la vez.

Mientras el capitalismo continúa su espiral de degradación y descomposición, la necesidad de la revolución socialista se torna más urgente. Cuba, con sus dificultades y debates a cuestas, con su soledad frente al imperio más atroz de nuestro tiempo, nos sigue dando el ejemplo de que la ruptura institucional y la búsqueda de construcción de otra sociedad es posible. Y sobre todo, es válida.

Como señalamos en nuestro Programa partidario (2024):“Hay un momento en que la explotación y todas opresiones (de clase, de género, raciales) se vuelven insoportables y la rabia se convierte en acción […] Colectivamente, unidxs, podemos transformar la rebelión en revolución. Porque de eso se trata, de cambiar todo lo que debe ser cambiado”.

Lejos de la disputa parlamentaria, lejos de la progresía acomodaticia, lejos de los discursos claudicantes, nuestra tarea en tiempos de guerras y revoluciones es construir fuerza social revolucionaria, con dirección proletaria, de carácter socialista e internacionalista, para acabar de una vez por todas con este sistema de opresión y muerte y erigir un mundo en el que el ser humano sea por fin la medida de todas las cosas.

Como dijera Fidel en la Segunda Declaración de La Habana

“Allí donde están cerrados los caminos de los pueblos, donde la represión de los obreros y campesinos es feroz, donde es más fuerte el dominio de los monopolios yankis, lo primero y más importantes es comprender que no es justo ni es correcto entretener a los pueblos con la vana y acomodaticia ilusión de arrancar, por vías legales que no existen ni existirán, a las clases dominantes, atrincheradas en todas las posiciones del Estado, monopolizadoras de la instrucción, dueñas de todos los vehículos de divulgación y poseedoras de infinitos recursos financieros, un poder que los monopolios y las oligarquías defenderán a sangre y fuego con la fuerza de sus policías y de sus ejércitos.

El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Se sabe que en América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo. El papel de Job no cuadra con el de un revolucionario. Cada año que se acelere la liberación de América, significará millones de niños que se salven para la vida, millones de inteligencias que se salven para la cultura, infinitos caudales de dolor que se ahorrarían los pueblos. Aun cuando los imperialistas yankis preparen para América un drama de sangre, no lograrán aplastar la lucha de los pueblos, concitarán contra ellos el odio universal, y será también el drama que marque el ocaso de su voraz y cavernícola sistema.

Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de 200 millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino, y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo entero.

Con lo grande que fue la epopeya de la independencia de América Latina, con lo heroica que fue aquella lucha, a la generación de latinoamericanos de hoy les ha tocado una epopeya mayor y más decisiva todavía para la humanidad. Porque aquella lucha fue para librarse del poder colonial español, de una España decadente, invadida por los ejércitos de Napoleón. Hoy les toca la lucha de liberación frente a la metrópoli imperial más poderosa del mundo, frente a la fuerza más importante del sistema imperialista mundial, y para prestarle a la humanidad un servicio todavía más grande del que le prestaron nuestros antepasados.

Pero esta lucha, más que aquella, la harán las masas, la harán los pueblos; los pueblos van a jugar un papel mucho más importante que entonces; los hombres, los dirigentes, importan e importarán en esta lucha menos de lo que importaron en aquella.

(…) Con esta humanidad trabajadora, con estos explotados infrahumanos, paupérrimos, manejados por los métodos de fuete y mayoral, no se ha contado o se ha contado poco. Desde los albores de la independencia sus destinos han sido los mismos: indios, gauchos, mestizos, zambos, cuarterones, blancos sin bienes ni rentas, toda esa masa humana que se formó en las filas de la “patria” que nunca disfrutó, que cayó por millones, que fue despedazada, que ganó la independencia de su metrópoli para la burguesía; esa, que fue desterrada de los repartos, siguió ocupando el último escalafón de los beneficios sociales, siguió muriendo de hambre, de enfermedades curables, de desatención, porque para ella nunca alcanzaron los bienes salvadores: el simple pan, la cama de un hospital, la medicina que salva, la mano que ayuda.

(…) Porque esta gran humanidad ha dicho “¡Basta!” y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente. ¡Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia!”

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