viernes, febrero 21, 2025
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Cambiar el algoritmo político.

Por Txema García.

Algoritmo: Conjunto ordenado y finito de operaciones bien definidas que permiten hallar la solución de un problema.

En el capitalismo todo se está convirtiendo en mercancía, en objeto de compraventa y mercadeo y, por tanto, la política sigue los mismos derroteros. Un espacio simbólico y material donde los principios se van quedando difuminados entre la oferta y la demanda, y las ideologías, las de antes, han pasado a ser conceptos históricos devaluados, meras etiquetas desprovistas de significado real y que solo sirven ya, en todo caso, para zaherir al contrario.

¿Dónde han quedado el comunismo, el socialismo, la socialdemocracia, el liberalismo o la democracia cristiana, otrora referencias claras de credos políticos diferenciados? En la actualidad, el mundo ya no se rige por grandes marcos ideológicos sino por otras etiquetas básicas que, como si de «marcas comerciales» se tratase, circulan por doquier en un caos conceptual en el que casi nadie sabe lo que representa cada cosa. Así que los parámetros ideológicos se van difuminando y se puede incluso ser obrero con conciencia de clase hoy y convertirte en votante de Vox pasado mañana.

“El show de Truman”, aquella película en la que el personaje principal, Truman Burbank (estrella de un programa de televisión en el que su vida era emitida desde que nació para todo el mundo, pero sin su conocimiento), hace tiempo que se quedó muy corta para reflejar el creciente estadio de espectacularización y comercialización de la política que vivimos, con el individualismo y el consumismo como las dos caras de una misma moneda.

La denominada «guerra de la atención» se ha instalado en nuestra vida cotidiana. Vivimos entre pantallas (teléfonos móviles, ordenadores, tablets, cadenas de televisión y todo un enjambre de medios de comunicación digital tomados al asalto por tertulianos, bloggers e influencers…) que nos roban horas y horas de nuestra existencia para que nos distraigamos con toda la basura que el Poder produce a diario y nos olvidemos de lo que es trascendental: el lugar que ocupamos en esta escala de dominación que se esta reformulando a una velocidad vertiginosa y sin que apenas seamos conscientes de ello.

Mark Zuckerberg (Facebook, WhatsApp, Instagram…); Elon Musk (X, Tesla, PayPal…). ; Tim Cook (Apple); Bill Gates (Microsoft); Jeff Bezos (Amazon) o Larry Page (Google) y otros cuantos más lo saben muy bien. Ellos son los abanderados de esta nueva era, los impulsores de una dictadura que va mucho más allá de lo digital y a la que nos hemos sometido de buena gana pensando que iba a ser la Tierra Prometida de una comunicación abierta, horizontal y plural al servicio de la ciudadanía. ¡Qué ironía!

Con el algoritmo −su algoritmo− y los datos que les ofrecemos a cada momento para alimentar y mejorar su efectividad, no solo controlan nuestra vida pública sino nuestra intimidad privada. Toda nuestra vida. Tanto que nunca antes el Poder se había dotado de un instrumento tan maquiavélico y tan bien diseñado para poder dirigir y condicionar todos nuestros actos cotidianos, incluso los más básicos.

La «guerra de la atención invisible» que llevan a cabo estos nuevos poderes consiste, además, en que te quedes continuamente enganchado a «sus pantallas» para que no veas la realidad que te circunda. Que te enredes en un gigantesco ovillo de chismes, fakes y noticias absolutamente descontextualizadas para que ellos puedan seguir con su perversa y macabra dominación de mentes a gran escala.

Sus poderosas herramientas de (des) información son capaces de que el mundo, las sociedades, pueblos y ciudadanos que lo habitamos podamos aceptar de forma normalizada en nuestra casas y a golpe de telediario, o en nuestros teléfonos móviles el, por ejemplo, espantoso genocidio que los sionistas están llevando a cabo en Gaza. No pasa nada, nuestra mente y nuestra emocionalidad ya está narcotizada. Y así nos van convirtiendo en cómplices inconscientes de lo que ocurre en dosis homeopáticas. Y pensamos: «Eso solo ocurre en Gaza. Se lo han buscado los de Hamas». Asunto resuelto, porque además, ya hemos interiorizado que incluso la Política, la de siempre, es incapaz de parar el genocidio que se está realizando contra este pueblo.

Así que la naturaleza de este nuevo poder, esta especie de hidra de siete cabezas que se está conformando a una velocidad pasmosa, nos obliga a una reformulación profunda de toda nuestra manera de analizar la política, la sociedad, la tecnología, las ideologías, incluido el comportamiento humano y, por ende, a buscar herramientas para enfrentarnos a este algoritmo totalitario como expresión máxima de este poder tecnofeudal que amenaza, como nunca antes, la Vida en nuestro planeta.

Todo esto ha venido para quedarse. No es la manifestación de otro ciclo económico sino de un nuevo paradigma civilizatorio, de un salto cuántico en la evolución humana a no se sabe dónde por ahora, pero revestido de trazas peligrosas.

Las generaciones más jóvenes, en general, no lo perciben aún (tiempo al tiempo) pero se irán dando cuenta de sus consecuencias. Los que acumulamos más años, menos diestros en las nuevas tecnologías derivadas de lo digital, ya vamos viendo las orejas al lobo, solo sea por la experiencia acumulada.

El voto ya es, casi, lo de menos. Ya hemos votado con nuestros actos cotidianos lo digital, de forma rotundamente mayoritaria, y esa trampilla ya está abierta en toda su extensión y profundidad y con todas sus consecuencias. El campo de juego está embarrado de antemano. Los índices de participación política en las llamadas democracias bajan paulatinamente y, lo único que sube, son las corrientes de ultraderecha que han entendido mucho mejor de qué van los nuevos tiempos. Y ellos impulsan todo lo que pueden este nuevo paradigma tecnofeudal.

La izquierda, tanto la que va dejando de serlo, como la que se mantiene a duras penas y que antes era radical, todavía sigue lastrada en patrones del pasado, y ha cambiado la toma del Palacio de Invierno por, siguiendo su secular tradición, pegarse entre ella misma (Sumar y Podemos es el último ejemplo) o creer en el Boletín Oficial del Estado o, en su defecto, en sus versiones autonómicas. Posibilismo a todo trapo.

Así que ahora, el adversario, el capitalismo (¿o ya no lo es?) aparece cada vez más difuso, escondido en la nube, incluso en la maraña de nuestros pensamientos, ilocalizable, tanto en formato físico como digital. Y el santo patrón ahora es el dichoso algoritmo. Ya no es necesario el CNI, ni la KGB ni la CIA para controlar tus movimientos. Amazon, Google, Facebook, WhatsApp o X saben más de ti que la propia madre que te parió, que tu propia pareja. Ahora convivimos con nuestros espías todo el tiempo. Y lo sabemos. Control social. Dependencia total.

Hemos entrado en una nueva era, pero la izquierda sigue todavía anclada a la década de los setenta del pasado siglo (a pesar de que utilice a mansalva las redes sociales) y aun no se ha enterado de que hemos entrado en una fase más profunda de la digital, es decir, en la Inteligencia Artificial que, en los próximos años va a conformar una globalización mucho más amplia, ya no solo económica y cultural sino, ante todo, emocional, porque se volcará sobre todos nuestros sentidos, mucho más allá del bolsillo.

El cóctel es explosivo: pérdida de referencias ideológicas, espectacularización de la política, control social, desorden a mansalva, culpabilidad e individualismo, sálvese quien pueda, etc. La aceleración de todo esto parece imparable. Y la izquierda consecuente creo que debiera comenzar a revisar su agenda de trabajo, cambiar de cámara, de objetivos, de enfoque y de encuadre. Situarse en una perspectiva más real para poder hacer un mejor diagnóstico integral de lo que ya sucede y de lo que está por venir.

Esto supone, también, crear un algoritmo propio, saber descifrar lo verdaderamente importante y decisivo de lo más accesorio, identificar cuáles son las verdaderas fuerzas motrices que están dominando ahora el mundo, conformar alianzas, agruparse en lugar de dividirse y dejar de mirar las encuestas de voto para ver con qué fuerza entra cada una en el Parlamento respectivo.

El espectáculo real no está en la pantalla, ni tampoco en un programa dirigido como «El show de Truman», o en mirar todos los días los gestos matones de Trump o de ese otro descerebrado que es Elon Musk y sus aprendices Milei y Abascal.

Está en la vida real de la gente, sobre todo de los más desfavorecidos, ahí es donde hay que colocar un nuevo algoritmo, pero de una naturaleza radicalmente contraria a la que hoy en día sustenta este tecno-feudalismo convertido en versión avanzada del capitalismo 5.0.

Sí, hay que estar en los Parlamentos, en la lucha institucional, pero sin abandonar las calles, los centros de trabajo y producción, las universidades, las fronteras que impiden a los más explotados de la tierra buscar una vida mejor, en los juzgados donde se pervierte la ley en favor de los más poderosos, en las luchas por una sanidad y una educación pública y gratuita, en la defensa de la tierra, en las reivindicaciones de igualdad de género, en la creación de herramientas y software de código abierto, así como en todas aquellas que permitan a los seres humanos ir creando las condiciones de un mundo más justo.

Veo a mi generación perdida, de brazos caídos, como zombis teledirigidos por un sistema que les ha narcotizado, escondidos en la nostalgia de «glorias pasadas» y achacando a la juventud que no haya respuestas a tanto desastre mientras la mayoría han dado a la Utopía por extinguida.

Veo que hablar por hablar, sin acción propositiva, se ha convertido en «deporte nacional» en estos tiempos. Que hemos olvidado cosas tan simples como tan certeras que otrora tuvimos en cuenta, como la que solo se pierden las luchas que se abandonan en las cunetas de la apatía y del tedio.

Y me pregunto: ¿cuándo va a llegar la hora de que activemos nuestro propio algoritmo interno y de que nos rebelemos sin miedo a perder nada porque ya vamos camino de perderlo todo?

Todos y todas podemos hacer mucho más de lo que hacemos. Solo falta que activemos nuestro chip interno y, sobre todo, unirnos más y creérnoslo. ¿Para cuándo un algoritmo a la medida de nuestros sueños?

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