El 29 de junio de 2021, el secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, fue entrevistado por la periodista Lucia Duraccio, del canal de televisión italiano RAI TG1, quien le preguntó a raíz del voto de condena por 189 países del bloqueo estadounidense contra Cuba, que acababa de suceder por 29a vez en la Asamblea General de la ONU, por qué Cuba seguía siendo el enemigo y si el diálogo iniciado por el expresidente Obama se había acabado para siempre.
Blinken respondió que estaban revisando la política hacia Cuba, y que eso había demorado porque tenían mucho trabajo: la vacunación contra la covid, el regreso de Estados Unidos al acuerdo de París sobre el cambio climático y la Organización Mundial de la Salud… y que «como una cuestión de principio básico, cualquier política que sigamos tendrá la democracia y los derechos humanos en su centro», y cuando la entrevistadora le replicó «pero ustedes hablan con Arabia Saudita, con Turquía…», la respuesta fue; «Nunca nos hemos resistido al diálogo en ninguna parte».
Lo cierto es que los dos elementos enarbolados por la administración Trump para revertir la política de Obama, y que Biden ha continuado, no tenían nada que ver con los derechos humanos: la presencia de más de 20 mil militares cubanos en Venezuela y los «ataques sónicos» a diplomáticos estadounidenses. Pasados cinco años de aquellas acusaciones trumpistas, no había una sola prueba, y Blinken hablaba de derechos humanos mientras 243 medidas de Trump añadidas al bloqueo con esos pretextos falaces torturaban como nunca antes al pueblo cubano en plena pandemia de covid-19.
Se limitó, como jamás en sesenta años, la llegada de combustibles a la isla y las transacciones financieras internacionales cubanas, incluida las remesas que a países como México le significan 50 mil millones de dólares al año. Súmese a ello el cierre del consulado en La Habana, lo que impide la emigración legal con el objetivo de mostrar con fines propagandísticos una «huida» de los cubanos por las rutas irregulares en Centroamérica y el Estrecho de la Florida, y generar presión interna con el descontento de los que deben permanecer sin viajar, viviendo las escaseces que busca crear el bloqueo, y así generar un estallido que derroque al gobierno.
Pero Biden tenía otras prioridades y, según su Secretario de Estado, la política hacia Cuba estaba «en revisión» mientras Estados Unidos impedía al sistema de salud cubano transportar donaciones para enfrentar la pandemia y le bloqueaba hasta la compra de respiradores artificiales en nombre de los derechos humanos.
Menos de dos semanas después de la entrevista de Blinken con la RAI, entre cortes de electricidad y agua, grave desabastecimiento, un pico pandémico que ponía al límite el extendido sistema sanitario cubano, una feroz campaña de guerra sicológica a través de las redes sociales digitales, financiada por el gobierno estadounidense, y en la que tuvieron protagonismo central agitadores de perfil trumpista asentados en Miami, sacó a la calle un protesta que en no pocos lugares, en concordancia con sus instigadores miamenses, devino en violencia. Aunque los disturbios duraron poco más de 24 horas, Blinken y Biden tuvieron la cortina de humo para no tener que responder más preguntas sobre el bloqueo y complacer al trumpismo sin tener que hablar más de «revisión de la política hacia Cuba».
Washington entonces presionó por una condena internacional que no obtuvo y subió la parada en la intoxicación de los cubanos en Internet. Biden calificó a Cuba de «Estado fallido», después de hacerlo todo por convertirla en eso. Pero el «Estado fallido» controló la pandemia con vacunas propias, distribuyó con eficacia envíos solidarios de alimentos e insumos sanitarios e impulsó transformaciones que, aun enfrentando enormes carencias y con una fuerte inflación, le permitieron mantener la estabilidad política.
Entonces, Estados Unidos no solo mantuvo el acoso, sino que hizo una nueva apuesta y se involucró en una «marcha pacífica» para noviembre, que desde dos meses antes contó con todo el apoyo en las redes sociales digitales y los medios de comunicación globales. El fracaso ridículo en que terminó la convocatoria, sin apoyo popular alguno y con el descrédito de los convocantes, dejó a Washington sin el aparato interno de subversión que desde tiempos de Obama venía articulando en la isla.
La prensa dominante a nivel global prefiere no hablar de eso sino de los cubanos que, ante la ausencia de una vía legal para emigrar, y la deuda de más de 80 mil visas no otorgadas por el consulado estadounidense en La Habana, buscan vías irregulares para arribar a las fronteras estadounidenses, donde una legislación de la Guerra Fría les otorga privilegios que no recibe ningún otro emigrante. Un asunto que hizo que Estados Unidos hiciera realidad aquello de «no nos resistimos al diálogo en ninguna parte» y retomara las conversaciones migratorias que había rechazado sostener con Cuba desde hacía años, tanto en época de Trump como de Biden.
Poco después, con un discurso republicano que espolea al gobierno de Biden sobre el tema migratorio de cara a las elecciones congresionales del próximo noviembre y una Cumbre de las Américas -el evento más importante para Estados Unidos en su región- al borde del fracaso por no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela, la política hacia la Isla ha salido de Miami para ser tema en la gran prensa estadounidense.
Es el contexto anterior el que puede explicar el anuncio del 16 de mayo del gobierno estadounidense en el que parece que abandonan la tendencia de incrementar restricciones en las no relaciones con Cuba, aunque parecen no avanzar mucho en sentido contrario.
Prometen autorizar vuelos entre más ciudades de la Isla y Estados Unidos, hoy restringidos a la capital cubana, otorgar más visas en su consulado de La Habana, aunque dicen mantendrán los trámites en un tercer país, autorizar viajes «educativos» de ciudadanos estadounidenses pero en grupos sometidos a estricto control de qué hacen y a dónde van, además de eliminar límites a las remesas cuando todas las empresas que pueden hacerlo en Cuba están en una «lista negra», de la que aseguran en el mismo comunicado no retirarán a ninguna. Menudo cambio.
Todo acompañado de «apoyo» al sector privado cubano en facilidades con el uso de Internet que también restringen desde que surgió. Todo porque «el pueblo cubano enfrenta una crisis humanitaria sin precedentes» que ellos, por supuesto, para nada quisieron crear y la habrían descubierto justo ahora, cuando la ciencia cubana ha podido derrotar la pandemia, a pesar de los esfuerzos de las sanciones trumpistas-bidenistas por impedírselo. La verdad es lo contrario: estas medidas han sido anunciadas porque la política trumpista seguida por Biden fracasó en crear esa «crisis humanitaria sin precedentes en Cuba«.
Y es más: lo que puede decirse hasta este momento es que ni es voluntario ni es radical el cambio del que tanto escuchamos hablar por estos días, y aún está por verse cuánto de cambio tiene.
Iroel Sánchez es editor y periodista cubano. Trabaja en la Oficina para la Informatización de la Sociedad Cubana. Fue Presidente del Instituto Cubano del Libro. Mantiene el blog de análisis e información La pupila insomne.
Este artículo fue publicado originalmente en Al Mayadeen en Español el 22 de mayo de 2022.
Tomado: Misión Verdad