sábado, mayo 24, 2025
InicioPensamiento CríticoAranceles Ideológicos de Donald Trump.

Aranceles Ideológicos de Donald Trump.

Por Fernando Buen Abad.

Por ejemplo: Esas cargas impositivas contra China (más del 100 %) son aranceles ideológicos con un tufo de anticomunismo rancio. No es una guerra solamente comercial, es una guerra por la dominación de todos los valores incluso los valores humanos.

Su batalla cultural es anti-civilizatoria. De hecho, todo arancel es una emboscada planificada por el capitalismo para transformar el miedo en mercancía. Donald Trump no sólo impuso aranceles a productos chinos, acero mexicano o tecnología europea. Impuso, ante todo, aranceles ideológicos: barreras simbólicas, impuestos a “lo diferente”, aduanas de la memoria colectiva. El trumpismo proteccionista erigió una aduana mental, un sistema de tarifas cognitivas y afectivas que redefinió el mapa del sentido común estadounidense… y del mundo.

Por ejemplo: Ludovico Silva, filósofo y escritor venezolano, desarrolló el concepto de “plusvalía ideológica” como una crítica a la dominación cultural bajo el capitalismo. 1. “La plusvalía ideológica es el proceso por el cual las clases dominantes extraen no sólo el trabajo físico del obrero, sino también su conciencia, su imaginación y su capacidad crítica.” (De «La plusvalía ideológica», 1970) 2. “El capitalismo no sólo explota el cuerpo del trabajador, sino también su mente, alienándolo mediante la producción masiva de ideologías que justifican su dominación.” 3. “La publicidad, los medios y la cultura de masas son las fábricas donde se produce la plusvalía ideológica: mercancías que roban la autonomía del pensamiento.” 4. “Mientras el obrero produce mercancías con sus manos, el sistema produce sumisión con su imaginario.” 5. “La plusvalía ideológica es la forma más sutil de explotación: el sistema te hace creer que eres libre mientras te vacía de conciencia crítica.” Silva argumentaba que, así como el capital extrae plusvalía económica del trabajo, también extrae “plusvalía ideológica” a través de la cultura, la educación y los medios, moldeando una falsa conciencia que perpetúa la dominación.

En eso que ellos entienden por “economía”, imponer un arancel sirve para protegerse mientras aleccionan al enemigo. Trump impuso, también, aranceles simbólicos contra todo lo que no se ajustara al canon blanco, cristiano, empresarial y agresivo del “Make America Great Again”. El migrante se convirtió en mercancía no deseada. El feminismo, en amenaza a la virilidad nacional. El ambientalismo, en obstáculo al “progreso”. El disenso, en traición. Estos aranceles no gravan productos: gravan ideas. Gravaron la empatía, la diversidad, el pensamiento crítico. Una economía política de la exclusión ideológica.

Usan cualquier palabrerío de magnate con el propósito de garantizarse un imaginario servil a todo género de invasión, pureza y superioridad de ellos. “La ideología trabaja más eficazmente cuando no se nota” — Louis AlthusserTrump logró lo contrario: convirtió la ideología de la crueldad en un espectáculo de clase. Una máquina de guerra semiótica para organizar el miedo como anestésico colectivo. Una barrera contra la crítica. Un umbral de obediencia. Una escenografía del poder.

Su Nacional-Proteccionismo opera como tarifa emocional fetichista. No apela a la razón sino a la contabilidad afectiva del resentimiento. Cada discurso es una inversión emocional que busca rentabilidad simbólica: apoyar esa desmesura no es sólo preferencia política, sino acto de identidad de clase. Defenderlo es pagar el arancel que permite pertenecer al un “nosotros” intoxicado de exclusión y racismos. Como dice Sara Ahmed: “La política afectiva organiza las superficies del cuerpo social. El odio se convierte en pegamento comunitario.” (La política cultural de las emociones, 2004) El trumpismo funciona como un club privado donde la membresía se paga con desprecio. Verdad tarifada: las “fake news” como guerra epistémica de clases.

En su propia Guerra Cognitiva, la verdad también paga arancel. Sólo circula la que se produce dentro de sus fronteras ideológicas. Todo lo demás es “fake news”. Esto inaugura un sistema de aduanas epistémicas: ¿De dónde viene la información? ¿Está en la lista blanca? ¿Quién la respalda? En su ofensiva cognitiva todo conocimiento se privatiza y se patrulla. Se impone la lógica de la verdad-propiedad, la verdad sólo se desregula para favorecer al más fuerte. Convierte al arancel en teología bélica del capital. Esos aranceles ideológicos de Trump no son una “anomalía”, son la radicalización visible del capitalismo tardío, que ya venía filtrando ideas, afectos y cuerpos según su utilidad para el mercado. No importa si hay que imponer un rostro grotesco y una lógica del odio: todo lo no rentable se vuelve enemigo. Todo lo extraño se vuelve amenaza. Todo lo disidente se vuelve ilegal. Como advertía Walter Benjamin: “El estado de excepción en que vivimos es la regla.” (Tesis sobre la historia, 1940)

Trump impuso aranceles sin eufemismos, los institucionalizó con aplausos y, tras ellos, sus aranceles ideológicos han sido normalizados, replicados, imitados. Por eso, más que criticar al personaje, es urgente desactivar los dispositivos culturales que lo sostienen: la estetización de la petulancia, la fetichización de la mansedumbre, la rentabilidad del miedo. ¿Qué significa un arancel en el plano simbólico? Significa filtrar, valorar, reprimir o prohibir. Trump aplicó esa lógica al campo de las ideas, las identidades y las emociones. Gravó la empatía con sospecha. Gravó la diversidad con criminalización. Gravó el pensamiento crítico con censura disfrazada de “libertad de expresión”. Pero lo esencial no es el monto del arancel, aunque duela, lo importante es el disciplinador mental. El que divide entre “nosotros” y “ellos”. El que convierte la otredad en amenaza. El que convierte al migrante en mercancía devaluada y desechable.

Es el capricho burgués intoxicado por su propia avaricia. Sus aranceles ideológicos funcionan, también, como tarifas emocionales. Se premia el odio. Se castiga la compasión. Se exalta el resentimiento como identidad colectiva. Como señala Sara Ahmed: “El odio no sólo es una emoción, es una política afectiva que produce comunidad.” Trump organizó una comunidad de odio. No mediante argumentos, sino mediante afectos tarifados: orgullo, miedo, superioridad, agresividad. Emociones funcionales al modelo capitalista-patriarcal de supremacía.

Ahora la tarea del pensamiento crítico es reconocer estas estructuras invisibles y atacarlas en su raíz. No basta con denunciar a Trump como individuo. Hay que des-construir el aparato ideológico que lo hizo posible y aún lo sostiene. Esto incluye: Denunciar la estetización del odio. Impedir la privatización de la verdad. Reivindicar el derecho a la duda, al desacuerdo, a la diversidad. Mientras el mundo impone aranceles ideológicos, la filosofía transformadora debe abrir caminos de contrabando para la dignidad, la razón y la esperanza.

¿Cómo desarmar su eficacia simbólica sin caer en moralismos, ni en una nostalgia con formas obsoletas de lucha? Si el arancel se vuelve un mecanismo de hegemonía simbólica, una tecnología de clase para restringir qué pensamientos, cuerpos y afectos tienen derecho a circular. Hay que poner a debate la economía política de los afectos y del sentido. Al capitalismo todo. El “MAGA” no es un programa económico, es una afectividad reaccionaria farandulizada colectivamente, una tarifa emocional que permite pertenecer al club del resentimiento del capitalismo tardío, que ya no sólo extrae fuerza de trabajo, sino plusvalía emocional: sentimientos rentables, odios convertidos en clics, identidades precarias vendidas como salvación. Síndrome de Estocolmo “Big Data” en manos de los usuarios felices por el saqueo de información y sus algoritmos personalizados. Esto es un nuevo tipo de arancel: una aduana epistémica, donde sólo circulan los discursos producidos dentro del aparato ideológico hegemónico. Se privatiza la verdad, como se privatiza el agua, la salud o la educación.

Frente a estos aranceles ideológicos, nuestra semiótica para la emancipación no puede ser dogma ni nostalgia. Necesita herramientas renovadas, inter-disciplinas, multi y trans-diciplinarias, audacia crítica y vocación pedagógica. Desarmar los aparatos ideológicos camuflados como “aranceles”. Descodificar las emociones funcionales al capital. Liberar los afectos de lucha, alegría y comunidad. Reconstruir una nueva hegemonía emancipadora que hable no sólo a la razón, sino también al deseo. Como dijera Adolfo Sánchez Vázquez: “Una praxis verdaderamente revolucionaria exige la crítica de las formas alienadas de conciencia.” “La semiótica del capitalismo es una trampa de símbolos. Nuestra tarea es desenmascararlos y ponerlos a trabajar por la emancipación.”

En el siglo XXI, además de que comerciamos con especias, también comerciemos con símbolos. Y los nuevos aranceles no sólo gravan mercancías, sino significados. Aquí llegamos al corazón de esta reflexión: el trumpismo no es una ideología coherente, sino una estética del resentimiento en fase imperial pútrida. Es la creación de una comunidad criminal basada en la impudicia y en la impunidad histórica con guerrasexterminio, persecuciones, represión y Hollywood. No importa si esa herencia inhumana tiene futuro, ellos quieren perpetuarse y se organizan permanentemente con área una vez que perdieron las ideas. Para nosotros es crucial entender que los aranceles son parte de la Guerra Cognitiva, son parte de su “Batalla Cultural” y que su éxito sólo es posible con nuestra sumisión. Lo importante es que neutralizar su ofensiva ideológica y que deje de producir entre los oprimidos afecto, adhesión y sentido de comunidad. Nuestra tarea es clara: estudiar, combatir y transformar a realidad. Desobedecer los aranceles del alma. Cruzar la frontera del sentido sin pagar con miedo. Y, sobre todo, no dejar de pensar críticamente incluso cuando nos cierran los caminos.

Una de las piezas más eficaces del arancel ideológico trumpista es su eficacia como arma política contra cualquier discurso alternativo. Esto instauró un sistema de patrullaje epistémico, en el que sólo la información aprobada por el líder circula libremente, todo lo demás era considerado “infiltración enemiga”. El conocimiento mismo es arancelado. La verdad, convertida en propiedad privada del poder. Y para eso hay que poner en crisis de servilismo a las academias, las universidades y las ciencias.

RELATED ARTICLES

Más vistos