Han transcurrido más de 200 años desde aquella frase célebre del Libertador en la Carta de Jamaica en la que expresaba el deseo de «ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria». Los sueños de integración, por no hablar de unidad o unión sobre todo en América del Sur, siguen incompletos, a medio camino o simplemente paralizados.
A las aspiraciones truncadas que la Comunidad Andina de Naciones (CAN) o el Mercado Común del Sur (Mercosur) despertaron a finales de siglo XX en pleno auge neoliberal, se le suman las que se generaron a la llegada de gobiernos nacional-populares de nuevo tipo, que vieron en la propuesta de ampliación de Mercosur y la consolidación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) una apuesta propia de integración.
Tras dos décadas y medias de siglo XXI las valoraciones nos llevan a terrenos bañados de pesimismo, a pesar de que actualmente ocho de los 12 gobiernos suramericanos se reconocen y son señalados de progresistas o de izquierda. Lo anterior debería suponer un escenario alentador para la concreción de los ya latosos discursos, sin embargo la agenda integracionista de la región sigue entrampada en lo que fue, es y lo que debería ser, sin que en estos procesos estén involucrados los pueblos.
Recientemente, en la ciudad de Puerto Iguazú-Argentina se realizó la 62° Cumbre de presidentes de Mercosur y Estados Asociados en donde, nuevamente, los dilemas y las disputas en torno al futuro del mecanismo de integración aparecen en la agenda de los socios mercosurianos, y se nos presenta como un espejo de lo que ocurre en otros mecanismos de integración y un termómetro del ciclo político en la región.
MERCOSUR 2023
Con más de 30 años en funcionamiento y con logros modestos, Mercosur se enfrenta a lo que muchos denominan una crisis de identidad. Si bien la consolidación de la unión aduanera durante sus primeros años rindió frutos e incentivó un mercado interno atractivo para algunos sectores industriales como el de automóviles o agropecuario, también es cierto que el devenir de la economía mundial les ha exigido a sus miembros la adaptación a un escenario volátil en donde los ciclos políticos nacionales, regionales y globales juegan un rol importante.
Muchos coinciden en que el proceso de integración en Mercosur se halla estancado desde hace más de una década, y se debate entre un Área de Libre Comercio incompleta y una Unión Aduanera imperfecta. Esta diatriba adquiere nuevas dimensiones en la medida en que algunos socios —por esos mismos ciclos políticos nacionales mencionados con anterioridad— exigen mayor flexibilización para poder negociar bilateralmente acuerdos comerciales con terceros países o bloques de países, situación que actualmente les es negada.
En este orden de ideas, los cambios que ha experimentado el mecanismo de integración en estas tres décadas han estado muy vinculados a los momentos políticos que suceden fronteras adentro de sus socios y que son expresión, al mismo tiempo, de los ciclos políticos que se van desenvolviendo en la región.
De tal modo, el mecanismo ha transitado desde el llamado regionalismo abierto que lo vio nacer, caracterizado por una reducción de la presencia del Estado en la economía y una apertura comercial, lo que implicó la privatización de empresas públicas y la liberalización de los mercados —visión promovida principalmente por el Consenso de Washington y recomendada por organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial— hacia el llamado regionalismo postneoliberal que coincidió con la llegada de la calificada «nueva izquierda» a los gobiernos de la región a principios de siglo XXI.
En términos generales, el regionalismo postneoliberal apuesta por la ampliación de la agenda política y por la incorporación de nuevas temáticas ignoradas durante el regionalismo abierto, aspectos que no fueron tomados en cuenta, o solo aparecieron parcial y marginalmente: migración, pobreza, desigualdad, desarrollo compartido, ciudadanía regional, etcétera. Una serie de temas que, sin menoscabar la importancia económica-comercial para los países, permitió el análisis conjunto de temáticas que afectan la región, lo cual imprimió un enfoque distinto y refrescó el rostro a este mecanismo que ya muchos veían agotado.
En esta etapa, caracterizada por la ampliación ocurrida en lo interno del bloque donde Venezuela y Bolivia —no sin sortear escoyos— iniciaron su incorporación al mecanismo, Mercosur, en consonancia con el nuevo espíritu de la época, pasó de tener una preeminencia en la agenda comercial a conformar un programa de integración y cooperación productiva, social y ciudadana. La inclusión de Venezuela y Bolivia aportaba fortalezas ya que ambos países son ricos en recursos energéticos como petróleo, gas y minerales que sumaron capacidades en un área de las que carecía la plataforma previamente.
No obstante, la irrupción de gobiernos de derecha a partir de 2015 hizo pensar en un regreso hacia las ideas de apertura comercial, e inserción en la economía global propias del regionalismo abierto, que no ocurrió del todo porque a escala mundial las aspiraciones de profundización de la globalización económica chocaron con un ambiente de «proteccionismo comercial«, cuyos mayores referentes fueron Donald Trump y el Brexit.
Durante este lapso en los socios mercosurianos, más tendientes a una visión amigable con la globalización —a excepción de Bolsonaro—, privó la idea de flexibilización para que los miembros pudieran negociar acuerdos comerciales de manera bilateral con otros países o bloque de países, se retomó la idea inicial de preponderancia comercial y paulatinamente se fue anulando la visión social de Mercosur que encontraba en Venezuela —suspendida del bloque en diciembre de 2016— un impulsor y dinamizador de esa otra agenda eternamente ignorada.
Es en este ciclo político cuando se logra, tras 20 años de negociación, un primer acuerdo de asociación comercial con la Unión Europea que finamente no fue firmado por discrepancias de varios países europeos con el entonces presidente brasileño Jair Bolsonaro. También Uruguay manifiesta su interés en negociar un acuerdo comercial con la República Popular de China de forma individual y entra en el congelador la ratificación del ingreso pleno del Estado Plurinacional de Bolivia al bloque, con lo que se reeditó lo que una década antes había vivido Venezuela en ese mismo proceso.
Fuente: Misión Verdad